—Está durmiendo —informó Norman a los demás—. Se encuentra en estado de shock emocional. Se muestra confuso, pero, en apariencia, no hay daños.
—¿Qué te dijo con respecto a lo que pasó allí adentro? —preguntó Ted.
—Se halla muy alterado —repuso Norman—, pero se esta recuperando. Cuando lo hallé, en el primer momento, ni siquiera recordaba su nombre. Ahora, sí. También recuerda mi nombre, y dónde está. Sabe que entró en la esfera, y creo que también se acuerda de lo que sucedió dentro de ella… aunque no lo dice.
—Grandioso —comentó Ted.
—Mencionó el mar, y la espuma, pero no dejó claro lo que quería decir con eso.
—Miren afuera —dijo Tina, señalando las portillas.
Norman tuvo una visión inmediata de luces, de miles de luces que llenaron la negrura del océano, y su primera reacción fue la de un terror irracional: las luces de la esfera venían para atraparlos. Pero entonces se dio cuenta de que cada una de las luces tenía forma, y que se desplazaban agitándose con movimientos serpenteantes.
Los investigadores apretaron la cara contra las portillas, para mirar.
—Calamares —declaró Beth, por fin—. Calamares bioluminiscentes.
—Varios millones.
—Menos —dijo la zoóloga—. Calculo que hay medio millón como máximo rodeando todo el habitáculo.
—Hermoso.
—El tamaño del cardumen es asombroso —opinó Ted.
—Impresionante, pero nada fuera de lo común —dijo Beth—. La fecundidad del mar es muy grande, en comparación con la de tierra firme. El mar es el lugar en el que comenzó la vida, y en el que apareció por vez primera la intensa competencia entre los animales. Una de las respuestas a la competencia es producir ingentes cantidades de crías. Muchos animales marinos lo hacen. Tenemos tendencia a creer que los animales salieron de la tierra para dar un paso hacia adelante en la evolución de la vida. Pero la verdad es que los primeros seres fueron arrojados fuera del océano, estaban simplemente tratando de alejarse de la competencia. Pueden ustedes imaginar que cuando los primeros peces-anfibios treparon por la playa, asomaron la cabeza para mirar la tierra y vieron esta vasta extensión seca, sin competencia en absoluto, tuvo que parecerles la Tierra Prometida… —Beth se interrumpió de repente y se volvió hacia Barnes—. ¡Pronto! ¿Dónde guardan las redes para especímenes?
—No quiero que vaya afuera.
—Tengo que hacerlo —respondió Beth—. Estos calamares tienen seis tentáculos.
—¿Y qué hay con eso?
—No se conoce ninguna especie de calamar que tenga seis tentáculos; se trata de una especie no catalogada. Tengo que ir a recoger muestras.
Barnes le indicó dónde estaban el vestuario y los equipos, y Beth salió. Norman miró con renovado interés el cardumen de calamares.
Los animales tenían cerca de treinta centímetros de largo y parecían transparentes.
Los grandes ojos se destacaban con claridad en el cuerpo, que refulgía con un tono azul pálido.
Al cabo de pocos minutos, Beth apareció en el exterior; estaba en medio del cardumen y movía su red de un lado a otro para atrapar algunos ejemplares. Furiosos, varios calamares descargaron chorros de tinta.
—Son encantadores —dijo Ted—. ¿Saben? El desarrollo de la tinta del calamar es una muy interesante…
—¿Qué les parecería que preparara calamares para la cena? —preguntó Rose Levy.
—Diablos, no —respondió Barnes—. Si es una especie no estudiada no la vamos a comer. Lo que menos falta hace es que todos enfermen debido a una intoxicación por la comida.
—Muy sensato —reconoció Ted—. Nunca me gustó el calamar, de todos modos. Tiene un interesante mecanismo de propulsión pero su textura es gomosa.
En ese instante se produjo un zumbido y uno de los monitores se encendió solo. Mientras los investigadores miraban, la pantalla se llenó rápidamente de números:
0 0 0 3 2 1 2 5 2 5 2 6 3 2 0 3 2 6 2 9 3 0 1 3 2 1 0 4 2 6 1 0 3 7 1 8 3 0 1 6 0 6 1 8 0 8 2 1 3 2 2 9 0 3 3 0 0 5 1 8 2 2 0 4 2 6 1 0 1 3 0 8 3 0 1 6 2 1 3 7 1 6 0 4 0 8 3 0 1 6 2 1 1 8 2 2 0 3 3 0 1 3 1 3 0 4 3 2 0 0 0 3 2 1 2 5 2 5 2 6 3 2 0 3 2 6 2 9 3 0 1 3 2 1 0 4 2 6 1 0 3 7 1 8 3 0 1 6 0 6 1 8 0 8 2 1 3 2 2 9 0 3 3 0 0 5 1 8 2 2 0 4 2 6 1 0 1 3 0 8 3 0 1 6 2 3 7 1 1 6 0 4 0 8 3 0 1 6 2 1 1 8 2 2 0 3 3 0 1 3 1 3 0 4 3 2 0 0 0 3 2 1 2 5 2 5 2 6 3 2 0 3 2 6 2 9 3 2 1 0 4 2 6 1 0 3 7 1 8 3 0 1 6 0 6 1 8 0 8 2 1 3 2 2 9 0 3 3 0 0 5 1 8 2 2 0 4 2 6 1 0 1 3 0 8 3 0 1 6 2 1 3 7 1 6 0 4 0 8 3 0 1 6 2 1 1 8 2 2 0 3 3 0 1 3 1 3 0 4 3 2 0 0 0 3 2 1 2 5 2 5 2 6 3 2 0 3 2 6 2 9 3 0 1 3 2 1 0 4 2 6 1 0 3 7 1 8 3 0 1 6 0 6 1 8 0 8 2 1 3 2 2 9 0 3 3 0 0 5 1 8 2 2 0 4 2 6 1 0 1 3 0 8 3 0 1 6 2 1 3 7 1 6 0 4 0 8 3 0 1 6 2 1 1 8 2 2 0 3 3 0 1 3 1 3 0 4 3 2 0 0 0 3 2 1 2 5 2 5 2 6 3 2 0 3 2 6 2 9 3 0 1 3 2 1 0 4 2 6 1 0 3 7 1 8 3 0 1 6 0 6 1 8 0 8 2 1 3 2 2 9 0 3 3 0 0 5 1 8 2 2 0 4 2 6 1 0 1 3 0 8 3 0 1 6 2 1 3 7 1 6 0 4 0 8 3 1 6 2 1 1 8 2 2 0 3 3 0 1 3 1 3 0 4 3 2 0 0 0 3 2 1 2 5 2 5 2 6 3 2 0 3 2 6 2 9 3 0 1 3 2 1 0 4 2 6 1 0 3 7 1 8 3 0 1 6 0 6 1 8 0 8 2 1 3 2 2 9 0 3 3 0 0 5 1 8 2 2 0 4 2 6 1 0 1 3 0 8 3 0 1 6 2 1 3 7 1 6 0 4 0 8 3 0 1 6 2
—¿De dónde viene eso? —preguntó Ted—. ¿De la superficie?
Barnes negó con la cabeza.
—Hemos cortado el contacto directo con la superficie.
—¿Entonces lo están transmitiendo bajo el agua, de alguna manera?
—No —repuso Tina—. Es demasiado rápido para ser una transmisión subacuática.
—¿Hay otra consola en el habitáculo? ¿No? ¿Puede ser del DH-7?
—El DH-7 está vacío ahora. Los buzos se fueron.
—En tal caso, ¿de dónde viene eso?
—A mí me parece aleatorio —dijo Barnes.
Tina asintió con la cabeza:
—Puede ser una descarga procedente de una memoria intermedia temporal que estuviera en alguna parte del sistema cuando nos pasamos a alimentación interna producida por los diesel…
—Es probable que sea eso —admitió Barnes—. Una descarga de una memoria intermedia, cuando se hizo el cambio de fuente de alimentación.
—Creo que debería conservarse —sugirió Ted, sin dejar de contemplar la pantalla—, por si acaso resulta ser un mensaje.
—¿Un mensaje de dónde?
—De la esfera.
—¡Diablos! —exclamó Barnes—. No puede ser un mensaje.
—¿Cómo lo sabe?
—Porque no hay modo de que se pueda transmitir un mensaje: no estamos conectados con nada. Y, por supuesto, tampoco con la esfera. Tiene que ser un volcado de memoria, cuyo origen está en algún lugar de nuestro propio sistema de procesamiento electrónico de datos.
—¿Cuánta memoria tenemos?
—Una buena cantidad. Diez gigas[16], más o menos.
—Puede ser que el helio esté afectando los microprocesadores —conjeturó Tina—. Quizá sea un efecto de la saturación.
—Así y todo, sigo creyendo que se debería conservar —insistió Ted.
Norman no había dejado de observar la pantalla, y aunque él no era matemático, había visto muchísimas estadísticas en su vida, al buscar patrones en los datos. Eso era algo para lo cual el cerebro humano tenía capacidad natural: el hallazgo de patrones en el material visual. Norman no lo podía reconocer con absoluta certeza, pero tenía la sensación de que en este conjunto de números había un patrón.
—Tengo la sensación de que estos números no están puestos al azar —dijo.
—Entonces, conservémoslos —decidió Barnes.
Tina se adelantó hacia la consola, pero cuando sus manos tocaron las teclas, la pantalla quedó en blanco.
—Eso fue todo en cuanto a los números —dijo Barnes—. Se fueron. ¡Qué lástima que no tuviéramos a Harry para que los mirara con nosotros!
—Sí —reconoció Ted, con tono lúgubre—. ¡Qué lástima!