La pasarela móvil les hizo pasar frente a innumerables bodegas. Iban hacia la proa de la nave para unirse a Barnes, Ted y Jane Edmunds. Y para ver el descubrimiento que éstos habían hecho: algún organismo que provenía de otro mundo.
—¿Por qué se le ocurriría a alguien enviar una nave espacial a través de un agujero negro? —preguntó Beth.
—Debido a la gravedad —contestó Harry—. Verás: los agujeros negros tienen tanta gravedad que distorsionan espacio y tiempo de un modo increíble. ¿Recuerdas lo que decía Ted respecto de que los planetas y las estrellas producen hendiduras en la tela del espacio-tiempo? Bueno, pues los agujeros negros producen rasgaduras en esa tela. Y algunos científicos sostienen que es posible volar a través de esas desgarraduras, con lo que se penetra en otro Universo o en otra parte de nuestro Universo… o en otro tiempo.
—¡En otro tiempo!
—¡Ésa es la idea! —reveló Harry.
—¿Ya están viniendo? —Era la voz estridente de Barnes, en el monitor.
—Nos hallamos en camino —repuso Beth, y dirigió una mirada amenazadora a la pantalla.
—No te puede ver —dijo Norman.
—No me importa.
Pasaron frente a más bodegas.
—Estoy impaciente por ver la cara de Ted cuando se lo digamos —confesó Harry.
Por fin, llegaron al final de la pasarela; atravesaron una sección media, constituida por puntales y vigas maestras, y entraron en una gran sala, la que antes habían visto en el monitor, situada en la parte delantera de la nave. Dicha sala era muy amplia, y su techo estaba a casi treinta metros de altura.
Norman pensó que, en ella, se podría poner un edificio de seis pisos. Al mirar hacia lo alto vio que había una capa de neblina, una especie de bruma.
—¿Qué es eso?
—Una nube —dijo Barnes, meneando la cabeza—. La sala es tan grande que, al parecer, tiene su propio clima. Quizá, en ocasiones, hasta llueve aquí dentro.
La sala estaba llena de maquinarias de inmensas proporciones. Al primer golpe de vista, las máquinas tenían la apariencia de equipos grandísimos para el desplazamiento de tierra y de escombros, pero con la diferencia de que estaban pintados con brillantes colores primarios y relucían de aceite. Después, Norman empezó a percibir algunos detalles: había gigantescas garras prensiles, brazos tremendamente poderosos, ruedas dentadas móviles. Y una exhibición impresionante de baldes y receptáculos.
De repente, Norman se dio cuenta de que lo que estaba mirando era muy parecido a las pinzas y garras montadas en la parte frontal del sumergible Charon V, en el cual él había hecho su viaje al fondo del mar, el día de ayer… ¿O había sido anteayer? ¿O seguía siendo el mismo día? ¿Qué día? ¿Era el 4 de julio? ¿Cuánto tiempo llevaban estando allí abajo?
—Si observan con atención —estaba diciendo Barnes— podrán ver que algunos de estos dispositivos parecen ser armas en gran escala. Otros, como aquel largo brazo extensor y los diversos accesorios para recoger cosas, hacen que esta nave sea, virtualmente, un gigantesco robot.
—Un robot…
—Un robot…
—No bromeen —pidió Beth.
—Creo que, después de todo, habría sido apropiado que un robot abriera esta nave —comentó Ted, meditativo—. Quizá hasta habría encajado.
—Encajado, con ajuste perfecto —dijo Beth.
—Encajado como las cañerías —corroboró Norman.
—¿Algo así como un contacto íntimo robot-robot, quieres decir? —inquirió Harry—. ¿Una especie de encuentro de tornillos y tuercas?
—¡Eh! —protestó Ted—. Yo no me burlo de tus comentarios, aunque sean estúpidos.
—No estaba al tanto de que lo fueran —dijo Harry.
—En ocasiones, dices tonterías. Cosas absurdas.
—Chicos —dijo Barnes—, ¿podemos volver al asunto que tenemos entre manos?
—Indícamelo la próxima vez, Ted.
—Lo haré.
—Me agradará saber cuándo digo algo tonto.
—No hay problema.
—Algo que tú consideres que es tonto.
—Se me ha ocurrido una cosa —le dijo Barnes a Norman—: cuando regresemos a la superficie, dejemos a estos dos aquí abajo.
—No es posible que piensen en regresar ahora —replicó Ted.
—Ya hemos votado.
—Pero eso fue antes de que encontráramos el objeto.
—¿Dónde está ese objeto? —preguntó Harry.
—Por aquí, Harry —dijo Ted con una amplia sonrisa perversa—. Veamos qué es lo que tus legendarios poderes de deducción infieren de esto.
Se adentraron en la sala, caminando entre las gigantescas pinzas y garras. Allí, delicadamente alojada en la garra acolchada de una de las pinzas de agarre, vieron una gran esfera plateada, perfectamente pulida, de unos nueve metros de diámetro. La esfera carecía de marcas o rasgos distintivos de ninguna clase.
Los científicos pasaron alrededor de ella y se vieron reflejados en el bruñido metal. Norman reparo en que una extraña iridiscencia cambiante, con débiles tonalidades irisadas en azul y rojo, centelleaba en él.
—Tiene el aspecto de una enorme bolita de cojinete —opinó Harry.
—Sigue caminando, genio.
En el lado opuesto descubrieron una serie de profundas estrías en espiral, labradas en la superficie. Formaban un intrincado patrón que resultaba sumamente impresionante. En ese momento Norman no podía decir por qué. El dibujo no era geométrico; tampoco era amorfo u orgánico. Resultaba difícil de definir. Norman nunca había visto algo así, y mientras seguía mirándolo se sentía cada vez más seguro de que éste era un patrón que nunca se había hallado en la Tierra. No había sido creado por hombre alguno. Jamás fue concebido por una imaginación humana.
Ted y Barnes se encontraban en lo cierto. Norman estaba seguro de eso.
Aquella esfera era algo que provenía de otro planeta.