EL INTERIOR

Se detuvieron en una pasarela de metro y medio de ancho, suspendida en lo alto. Norman dirigió su linterna hacia abajo, y el haz luminoso brilló a través de doce metros de oscuridad antes de llegar al casco inferior. Rodeando a los investigadores, borrosa en la oscuridad, había una densa red de puntales y vigas.

—Es como estar en una refinería de petróleo —comentó Beth.

Dirigió la luz de su linterna hacia una de las viguetas de acero. Escrito sobre ella se leía «AVR-09». Todas las inscripciones estaban en inglés.

—La mayor parte de lo que ven forma parte de la estructura —dijo Barnes—. Armazón de puntales entrecruzados para soportar esfuerzos, lo que confiere un tremendo apoyo a lo largo de todos los ejes. La nave está construida con mucha solidez, como sospechábamos. Ha sido diseñada para soportar esfuerzos deformantes extraordinarios. Es probable que, más adentro, haya otro casco.

Norman recordó que Barnes era también ingeniero en aeronáutica.

—No sólo eso —dijo Harry, dirigiendo su luz sobre el casco exterior—. Miren esto: es una capa de plomo.

—¿Blindaje contra radiaciones?

—Seguramente. Tiene más de quince centímetros de espesor.

—Así que esta nave está construida para que resista mucha radiación.

—Muchísima —corroboró Harry.

Había una especie de neblina en la nave, y una sensación ligeramente oleosa en el aire. Las vigas metálicas parecían recubiertas con aceite, pero cuando Norman las tocó ninguna grasa se le adhirió a los dedos. Se dio cuenta entonces de que el metal en sí tenía una textura fuera de lo común: era resbaladizo y suave al tacto, casi como el caucho.

—Interesante —comentó Ted—. Es un tipo de material nuevo. Nosotros relacionamos la resistencia con la dureza; pero este metal, si se trata de metal, es tan fuerte como suave. Parece evidente que, desde nuestra época, la tecnología de los materiales avanzó mucho.

—Desde luego —admitió Harry.

—Pues tiene lógica —opinó Ted—. Si se piensa en la Norteamérica de hace cincuenta años, comparada con la de hoy en día uno de los cambios más grandes consiste en la inmensa variedad de materiales plásticos y cerámicos que tenemos ahora, y que en aquel entonces ni siquiera se imaginaban…

Continuó hablando y el eco de sus palabras retumbaba en el cavernoso recinto; pero Norman percibió la tensión de su voz: «Ted está silbando en la oscuridad», pensó.

Se adentraron en la nave. Norman sentía vértigo, al estar tan alto en medio de las tinieblas. Llegaron a una bifurcación de la pasarela. Resultaba difícil ver, con tantas cañerías y puntales, pues era como estar en un bosque de metal.

—¿Para qué lado?

Barnes tenía una brújula de muñeca que refulgía con luminosidad verde:

—A la derecha.

Siguieron la red de pasarelas durante diez minutos más. Norman pudo ir comprobando que Barnes tenía razón, ya que había un cilindro central construido dentro del externo, y separado de éste por una densa disposición de puntales y soportes: una nave espacial dentro de otra nave espacial.

—¿Por qué habrán construido la nave de esta manera?

—Habrías de preguntárselo a ellos.

—Las razones tienen que haber sido imperiosas —opinó Barnes— por las exigencias de energía que plantea un doble casco, con tanto blindaje de plomo… Resulta difícil imaginar el motor que se precisaría para hacer que vuele algo tan grande.

Después de tres o cuatro minutos llegaron a la puerta que había en el casco interior; tenía el mismo aspecto que la de fuera.

—¿Hay que encender otra vez los respiradores?

—No lo sé. ¿Podemos correr el riesgo?

Sin esperar respuesta Beth levantó, con un movimiento seco, el panel de botones, apretó el de «abierta», y al tiempo que se producía un rugido sordo, la puerta se abrió: más oscuridad les aguardaba. Traspusieron la puerta. Norman sintió que el suelo era blando bajo sus pies, y la luz de su linterna mostró una moqueta de un tono café con leche grisáceo.

Los haces de las linternas recorrieron el lugar y les permitieron ver una gran consola color tostado y tres asientos acolchados de respaldo alto. Resultaba evidente que la sala estaba construida para seres humanos.

—Tiene que ser el puente de mando o el sollado.

Pero las pantallas de la consola se hallaban completamente muertas, y no había instrumental de clase alguna. Y los asientos estaban vacíos. En la oscuridad, los científicos movían los haces de luz hacia adelante y hacia atrás.

—Parece un simulador de vuelo, en vez de una verdadera cabina.

—No puede ser un simulador.

—Bueno, pues da la impresión de serlo.

Norman pasó la mano sobre el suave contorno de la consola: estaba moldeada con delicadeza y era agradable al tacto. Apretó la superficie y la sintió ceder a la presión; también este material tenía las características del caucho.

—Otro material nuevo.

La linterna de Norman mostró unos pocos artefactos; pegada con cinta adhesiva en el extremo opuesto de la consola, había una ficha de archivo en la que alguien había escrito: «¡vamos, chico, vamos!». Cerca de donde estaba Norman se encontraba una estatuilla plástica de un lindo animal, una especie de ardilla colorada. En la base decía: «Lemontina de la Suerte». ¡Quién sabe lo que significaba!

—¿Estos asientos son de cuero?

—Eso parece.

—¿Dónde estarán los malditos controles?

Norman siguió apretando con un dedo la consola color tostado y, de repente, la superficie adquirió profundidad, y pareció contener instrumentos, pantallas… De alguna manera todo el instrumental estaba dentro de la superficie de la consola, como si fuera una ilusión óptica o un holograma. Norman leyó las referencias que se veían sobre los instrumentos: «Impulsores post»… «Reforzadores de émbolo F3»… «Planeador»… «Tamices»…

—Más tecnología nueva —dijo Ted—. Hace pensar en los cristales líquidos, pero es muy superior. Alguna especie de optoelectrónica evolucionada.

De repente, todas las pantallas de la consola empezaron a brillar con su luz roja, y se oyó un sonido agudo e intermitente. Espantado, Norman dio un salto hacia atrás: el panel de control se estaba poniendo en funcionamiento.

—¡Todo el mundo alerta!

Un solo relámpago refulgente, de intensa luz blanca, inundó la sala y dejó una desagradable imagen retrospectiva.

—¡Oh, Dios…!

Otro relámpago… y otro… y después se encendieron las luces del techo, que iluminaron por completo la sala. Norman vio rostros espantados, aterrorizados. Suspiró, y exhaló con lentitud.

—Jesús…

—¿Cómo diablos ha ocurrido esto? —preguntó Barnes.

—Fui yo —respondió Beth—. Apreté este botón.

—Les pido que no vayan por ahí apretando botones —dijo Barnes con irritación.

—Tenía el rótulo: «Luces sala», y me pareció que encenderlas era lo adecuado.

—Tratemos de trabajar juntos en esto —sugirió Barnes.

—Bueno, por Dios, Hal…

—¡No toque ningún otro botón, Beth!

Todos los integrantes del equipo se estaban desplazando por la cabina, observando el panel de instrumentos y los asientos. Todos, menos Harry, el cual permanecía de pie en mitad de la sala muy quieto. Preguntó:

—¿Vio alguien una fecha en alguna parte?

—No hay fechas.

—Tiene que haberlas —dijo Harry, repentinamente tenso—. Y hemos de encontrarlas, porque ésta es, sin lugar a dudas, una cosmonave norteamericana procedente del futuro.

—¿Qué está haciendo aquí? —preguntó Norman.

—¡Y yo qué diablos sé! —respondió Harry, y se encogió de hombros.

Norman frunció el entrecejo.

—¿Qué es lo que anda mal, Harry?

—Nada.

—¿Está seguro?

—Sí, seguro.

«Harry se dio cuenta de algo, y ese algo le preocupa; pero no nos lo dice», pensó Norman.

—Así que éste es el aspecto que tiene una máquina para viajar por el tiempo —comentó Ted.

—No lo sé —dijo Barnes—, pero si piden mi opinión, este tablero de instrumentos parece ser el de una aeronave y también esta sala tiene el aspecto de ser un puente de mando de una nave aérea.

Norman pensaba lo mismo. Todo lo que había en la sala le recordaba una cabina de pilotaje: los tres asientos para piloto, copiloto y navegante; la distribución de los instrumentos… Era una máquina que volaba, Norman estaba seguro de ello. Sin embargo, algo no encajaba…

Se introdujo en uno de los asientos contorneados; el material, parecido al cuero, era casi demasiado confortable. Norman oyó un gorgoteo. ¿Había agua en el interior?

—Espero que no vayas a hacer volar este pichón —bromeó Ted.

—No, no.

—¿Qué es ese zumbido?

El asiento apresó a Norman, el cual, por un instante, sintió pánico al notar que el asiento se movía y le cubría el cuerpo, le comprimía los hombros y le envolvía las caderas. El tapizado de cuero se le deslizó alrededor de la cabeza, le cubrió los oídos y descendió sobre su frente. Norman se hundía cada vez más, desaparecía dentro del asiento, que parecía estar tragándoselo.

—¡Oh, Dios…!

Y entonces el asiento se movió hacia adelante como un resorte y se detuvo con brusquedad frente a la consola de control. Y el zumbido cesó.

Después, nada.

—Creo que el asiento piensa que vas a pilotar la nave —dijo Beth.

—Humm —murmuró Norman, tratando de controlar su respiración y su pulso acelerado—. Me gustaría saber qué hay que hacer para salir de aquí.

La única parte de su cuerpo que seguía estando libre eran las manos, de modo que Norman movió los dedos, palpó un panel de botones que vio en uno de los apoyabrazos del asiento y apretó un botón al azar.

El asiento se deslizó hacia atrás, se abrió como si fuera una suave almeja y lo liberó. El psicólogo salió de él y observó la impresión que había dejado su cuerpo, y que lentamente iba desapareciendo mientras el asiento zumbaba y se autorregulaba.

A modo de experimento, Harry hizo presión con los dedos sobre uno de los almohadoncillos de cuero, y oyó otra vez el gorgoteo.

—Está lleno de agua.

—Obedece a una lógica perfecta —dijo Barnes—, ya que el agua es incompresible. Una persona que viaje en un asiento como éste puede soportar enormes fuerzas de aceleración de la gravedad.

—Y la nave misma está construida de manera que pueda soportar grandes esfuerzos de deformación —observó Ted—. ¿Será que el viaje a través del tiempo impone un gran esfuerzo desde el punto de vista estructural?

—Es posible. —Norman se mostró dubitativo—. Pero creo que Barnes tiene razón al afirmar que esta nave fue hecha para volar.

—Quizá sólo lo parezca —dijo Ted—. Después de todo, sabemos cómo viajar por el espacio, pero ignoramos cómo hacerlo por el tiempo. Conocemos que, en realidad, espacio y tiempo son aspectos de una misma cosa, el espacio-tiempo. A lo mejor, viajar por el tiempo exige que se haga de la misma manera que por el espacio. Puede ser que el viaje a través del tiempo y el viaje a través del espacio sean más parecidos de lo que ahora creemos.

—¿No estamos olvidando algo? —preguntó Beth—. ¿Dónde están los tripulantes? Si es que hubo gente que viajó en este aparato, ya sea a través del tiempo o del espacio, ¿dónde se encuentra esa gente?

—Es probable que en alguna otra parte de la nave.

—No estoy tan seguro —dijo Harry—. Miren el cuerpo de estos asientos: está flamante.

—A lo mejor era una nave nueva.

—No, lo que quiero decir es que permanece intacto. Este cuero no muestra raspones, cortes, alguna salpicadura de café, una mancha… No hay nada que sugiera que alguien haya ocupado estos asientos.

—Quizá no hubo tripulación.

—¿Para qué iban a poner asientos, si no hubiera tripulación?

—Puede que sacasen a la tripulación en el último momento. Parece que les preocupaba la radiación, porque el casco interno también está blindado con plomo.

—¿Por qué tendría que haber radiaciones durante un viaje a través del tiempo?

—Yo lo sé —declaró Ted—. Probablemente la nave fue lanzada por accidente. Quizá estaba en la plataforma de lanzamiento y alguien apretó el botón antes de que la tripulación subiera, por lo que la nave despegó vacía.

—¿Quieres decir que luego alguien exclamó: «¡Huy, me equivoqué de botón!»?

—Un error insignificante —comentó Norman.

Barnes meneó la cabeza:

—No lo acepto. En primer lugar, una nave tan grande como ésta nunca pudo haber sido lanzada desde la Tierra. Tuvo que haber sido fabricada y armada en órbita, y lanzada desde el espacio.

—¿Qué opinan de esto? —preguntó Beth.

Señaló otra consola que estaba próxima a la parte posterior de la cubierta de mando. Casi pegado a ella, había un cuarto asiento.

El cuerpo envolvía una figura humana.

—No bromees…

—¿Hay un hombre ahí?

—Miremos.

Beth apretó los botones del apoyabrazos y el asiento se alejó de la consola, emitiendo un zumbido, y se desenvolvió solo. En el asiento había un hombre que tenía los ojos abiertos y miraba fijamente hacia adelante.

—Dios mío, después de todos estos años está perfectamente conservado —comentó Ted.

—Es lo que cabría esperar… —dijo Harry— teniendo en cuenta que se trata de un maniquí.

—Pero es tan real…

—A nuestros descendientes hay que reconocerles que han avanzado —dijo Harry—. Nos llevan medio siglo de ventaja.

Empujó el maniquí hacia adelante y dejó al descubierto un cordón de alimentación situado en la espalda del muñeco, a la altura de la base de las caderas.

—Alambres…

—Alambres no —dijo Ted—. Vidrio. Cables ópticos. Toda esta nave emplea tecnología óptica, y no recurre a la electrónica.

—Sea como sea, el misterio ya está resuelto —dijo Harry, mirando al maniquí—. Es evidente que esta nave ha sido construida para ir tripulada, pero se la mandó sin tripulación.

—¿Por qué?

—Es probable que el viaje que se pretendía hacer fuese demasiado peligroso. Enviaron un vehículo no tripulado antes de enviar uno con tripulación.

—¿Y adonde lo enviaron? —preguntó Beth.

—Cuando se trata de un viaje a través del tiempo no se envía algo a dónde, se lo envía a cuándo.

—Bien, bien. Entonces, ¿a cuándo lo enviaron?

Harry se encogió de hombros.

—No hay información aún —contestó.

«Otra vez ese apocamiento», se dijo Norman. ¿Qué era lo que Harry pensaba en realidad?

—Bueno, esta nave tiene ochocientos metros de longitud —les recordó Barnes—, de modo que nos queda mucho por ver.

—Me pregunto si tenían una grabadora de vuelo —dijo Norman.

—¿Quieres decir como la que hay en un avión comercial de pasajeros?

—Sí. Algo para registrar la actividad de la nave durante su viaje.

—Tienen que tenerla —opinó Harry—. Sigan el cable del maniquí hasta su origen; seguro que ahí la van a encontrar. A mí también me gustaría ver esa grabadora. Para ser sincero, diría que es crucial.

Norman estaba mirando la consola y levantó un panel de teclado:

—Miren aquí —dijo—. Acabo de encontrar una fecha.

Todos se apiñaron. En el plástico, debajo del teclado, había una inscripción: «INTEL, INC. MADE IN USA N.° de serie: 98 004 007 8/5/43».

—¿Cinco de agosto del año dos mil cuarenta y tres?[13]

—Así parece.

—De manera que estamos caminando por una nave a la que le faltan cerca de cincuenta años para ser construida…

—Esto me está produciendo dolor de cabeza.

—Observen esto. —Beth había avanzado desde la cubierta de consolas y había entrado en lo que parecía ser la cabina de la tripulación, en la que había veinte literas.

—¿Una tripulación de veinte personas? Si se necesitaban tres para pilotar esta nave, ¿qué objeto tenían las otras diecisiete?

Nadie poseía respuesta para eso.

A continuación pasaron por una cocina grande, un retrete y una especie de salón de estar. Todo era nuevo y de líneas estilizadas; pero fácil de reconocer.

—Sabe, Hal, esto es muchísimo más confortable que el DH-8.

—Sí, quizá debamos mudarnos aquí.

—De ningún modo —respondió Barnes—. Estamos estudiando esta nave y no vamos a vivir en ella. Nos espera muchísimo trabajo antes de que comencemos a saber de qué se trata realmente.

—Sería más eficaz vivir aquí mientras la exploramos.

—No quieto vivir aquí —declaró Harry—. Me da escalofríos.

—A mí también —concordó Beth.

Llevaban ya una hora a bordo de la nave, y a Norman le dolían los pies. Ésta era otra de las cosas que no habían previsto: que mientras se está explorando una nave espacial del futuro los pies podrían empezar a doler.

Pero Barnes siguió adelante.

Al dejar la cabina de la tripulación penetraron en una amplia zona de estrechas pasarelas que partían de grandes compartimientos herméticamente cerrados, los cuales se extendían hasta donde alcanzaba la vista, y resultaron ser pañoles de inmenso tamaño. Abrieron uno y descubrieron que estaba lleno de pesados recipientes de plástico, bastante parecidos a los contenedores de carga de los actuales aviones comerciales, pero con la diferencia de que eran varias veces mayores. Los miembros del equipo FDV abrieron uno de los recipientes.

—¿Qué les parece esto? —dijo Barnes, escudriñando el interior.

—¿Qué es?

—Comida.

Las porciones de comida estaban envueltas en capas de papel metálico y plástico, como las raciones de la NASA. Ted cogió una.

—¡Comida que viene del futuro! —dijo, y se lamió los labios.

—¿Vas a comer eso? —preguntó Harry.

—Ni lo dudes —respondió—. Una vez me bebí una botella de «Dom Pérignon 1897»; pero ésta será la primera vez que coma algo del futuro, del año dos mil cuarenta y tres.

—Pero también tiene trescientos años de antigüedad —objetó Harry.

—Quizá usted desee filmar esta escena: yo, comiendo —agregó Ted.

Jane Edmunds, obediente, se puso la cámara ante el ojo y, con un movimiento rápido, encendió la luz.

—No hagamos eso —indicó Barnes—. Tenemos que llevar a cabo otras tareas.

—Esto tiene interés humano —arguyó Ted.

—Ahora, no —decidió Barnes con firmeza.

Abrió un segundo recipiente y luego un tercero: todos contenían comida. Los científicos fueron hasta el pañol siguiente y abrieron más recipientes.

—Comida. Nada más que comida.

La nave había transportado una enorme cantidad de comida. Aun considerando una tripulación de veinte personas, había alimentos suficientes para un viaje de varios años.

Todos empezaron a sentirse muy cansados, así que fue un alivio cuando Beth descubrió un botón y dijo:

—Me pregunto para qué sirve…

—Beth… —comenzó a decir Barnes.

Pero la pasarela empezó a desplazarse y la banda de caucho a rodar hacia adelante con un leve sonido, continuo y ahogado.

—Beth, le ruego que deje de apretar cada maldito botón que ve.

Pero nadie hizo ninguna objeción porque era un alivio viajar sobre la pasarela móvil. Pasaron delante de docenas de pañoles idénticos y, por último, llegaron a una nueva sección, que se hallaba mucho más adelante. Norman calculó que se encontraban ya a unos cuatrocientos metros de la cabina de la tripulación, instalada hacia la popa, lo cual significaba que se hallaban más o menos a la mitad de la enorme nave espacial.

Descubrieron un compartimiento con equipo para mantenimiento de la vida, y veinte trajes espaciales colgados.

—¡Eureka! —exclamó Ted—. Por fin las cosas se aclaran. Esta nave fue pensada para viajar a las estrellas.

Los demás hicieron diversos comentarios, estimulados por esa posibilidad. De repente todo adquiría coherencia: el gran tamaño de la nave, la amplitud de su interior, la complejidad de las consolas de control…

—¡Oh, por Dios! —les interrumpió Harry—. No es posible que haya sido construida para viajar a las estrellas. Resulta evidente que ésta es una nave convencional, si bien de muy grandes dimensiones. Y a las velocidades convencionales, la estrella más cercana está a doscientos cincuenta años de distancia.

—Quizá tenían una nueva tecnología.

—¿Dónde está? No hay evidencias de ninguna tecnología nueva.

—Bueno, tal vez…

—Contempla los hechos, Ted —le invitó Harry—. A pesar de su enorme tamaño la nave está aprovisionada para unos pocos años, quince o veinte, a lo sumo. ¿A qué distancia podría llegar en ese tiempo? Apenas si saldría del sistema solar. ¿No te parece?

Ted asintió con la cabeza, disgustado.

—Es cierto. La astronave Voyager tardó cinco años en alcanzar Júpiter, y nueve en llegar a Urano. Al cabo de quince años… Quizá se dirigían a Plutón.

—¿Para qué querría alguien ir a Plutón?

—No sabemos aún, pero…

Las radios graznaron y se oyó la voz de Tina Chan:

—Capitán Barnes, de superficie quieren establecer una comunicación cifrada de seguridad con usted, señor.

—Muy bien —respondió el capitán—. Es hora de volver, de todos modos.

Atravesaron la vasta nave y regresaron al lugar por el que habían entrado.