Capítulo XXVI

Al padre Pennyfather le habían montado en un taxi que le trasladó rápida y cómodamente al Museo Británico. El inspector Davy había dejado a miss Marple instalada en el vestíbulo. ¿Le importaría esperarle diez minutos? A miss Marple no le importaba. Agradeció la oportunidad de sentarse, contemplar el elegante vestíbulo y pensar.

El hotel Bertram’s. Tantos recuerdos. El pasado se confundía con el presente. Recordó una frase francesa. Plus ça change, plus c’est la mente chose. Invirtió la frase. Plus c’est la méme chose, plus ça change. De las dos maneras seguía siendo verdad.

Sintió pena por el hotel Bertram’s y de sí misma. Se preguntó qué quería el inspector que hiciera ahora. Había percibido la determinación del policía. Era un hombre cuyos planes estaban a punto de dar sus frutos. Era el día D del inspector Davy.

La vida en el Bertram’s seguía con la rutina habitual. No, se dijo miss Marple, no era la habitual. Había una diferencia, aunque ella no podía definir dónde estaba el cambio. ¿Quizás una inquietud subyacente?

—¿Preparada? —preguntó el Abuelo.

—¿Dónde pretende llevarme ahora?

—Vamos a hacerle una visita social a lady Sedgwick.

—¿Está aquí?

—Sí. Está con su hija.

Miss Marple abandonó el sillón. Echó una ojeada al vestíbulo.

—Pobre Bertram’s —murmuró.

—¿Qué ha querido decir con eso de «pobre Bertram’s»?

—Creo que usted lo sabe muy bien.

—Bueno, quizá lo entienda mejor si me explica su punto de vista.

—Siempre es triste cuando se trata de destruir una obra de arte —afirmó la anciana.

—¿Llama a este lugar una obra de arte?

—Por supuesto que sí. Usted también.

—Comprendo lo que quiere decir —admitió el Abuelo.

—Es como cuando tienes hiedra venenosa metida entre las flores. No puedes hacer nada que no sea arrancarlo todo de cuajo y dejar la tierra limpia.

—No entiendo mucho de jardinería, pero si cambia la hiedra venenosa por carcoma estoy de acuerdo.

Subieron en el ascensor y después recorrieron el pasillo hasta la suite en un extremo del edificio que ocupaba lady Sedgwick y su hija.

El inspector llamó a la puerta, una voz dijo «Pase» y Davy entró seguido por miss Marple.

Bess Sedgwick se encontraba sentada en una silla de respaldo alto junto a la ventana. Tenía un libro abierto sobre las rodillas que, evidentemente, no leía.

—Ah, es usted otra vez, inspector. —La mirada de Bess se fijó en la acompañante del policía y pareció un tanto sorprendida.

—Ésta es miss Marple —le explicó el Abuelo—. Miss Marple. Lady Sedgwick.

—A usted la he visto antes. El otro día estaba con Selina Hazy, ¿no es así? Por favor, siéntese. —Volvió su atención una vez más al inspector—. ¿Tiene usted alguna novedad sobre el hombre que atentó contra Elvira?

—No precisamente lo que usted llamaría una novedad.

—Dudo mucho que consiga averiguar nada. En una niebla como aquella, los delincuentes se mueven a sus anchas en busca de mujeres solas.

—Eso es cierto, pero hasta cierto punto. ¿Cómo está su hija?

—Elvira está perfectamente.

—¿Está aquí con usted?

—Sí. Llamé al coronel Luscombe, su tutor. Se mostró encantado de que estuviera dispuesta a hacerme cargo. —Se echó a reír—. Mi pobre y querido amigo. Desde hace años no sueña con otra cosa que un encuentro entre madre e hija.

—Quizá tenga razón —opinó el Abuelo.

—No, no la tiene, pero creo que en estos momentos es lo más conveniente para todos. —Volvió la cabeza para mirar a través de la ventana y añadió con un brusco cambio de tono—: Me han dicho que ha detenido a un amigo mío, Ladislaus Malinowski. ¿Cuál es la acusación?

—No está arrestado —le corrigió el inspector—. Está colaborando con nuestras investigaciones.

—He enviado a mi abogado para que le atienda.

—Algo muy sabio —aprobó el Abuelo—. Todo aquel que tenga la más mínima dificultad con la policía hace muy bien en recurrir a un abogado. De lo contrario, es muy fácil que digan algo equivocado.

—¿Incluso si es completamente inocente?

—En ese caso, yo diría que es más necesario que nunca.

—Es usted todo un cínico, ¿verdad? Puedo preguntarle cuál es el objeto del interrogatorio, ¿o no puedo?

—En primer lugar queremos saber exactamente cuáles fueron sus movimientos la noche que asesinaron a Michael Gorman.

Bess Sedgwick se irguió bruscamente en la silla.

—¿No se le habrá ocurrido la peregrina idea de que Ladislaus efectuó los disparos contra Elvira? Ni siquiera se conocen.

—Pudo haberlo hecho. Su coche estaba aparcado a la vuelta de la esquina.

—Tonterías —afirmó lady Sedgwick con un tono enérgico.

—¿Hasta qué punto le afectó a usted el tiroteo de la otra noche, lady Sedgwick?

La mujer le miró sorprendida.

—Naturalmente me inquieté mucho cuando mi hija se libró de la muerte por los pelos. ¿Qué esperaba?

—No me refería a su hija. Me refería a cuánto le afectó la muerte de Michael Gorman.

—También lamenté mucho su muerte. Era un hombre valiente.

—¿Eso es todo?

—¿Qué más esperaba escuchar?

—Usted le conocía, ¿verdad?

—Desde luego. Trabajaba aquí.

—Creo que usted le conocía bastante mejor. ¿Me equivoco?

—¿Qué quiere usted decir?

—Vamos, lady Sedgwick. Gorman era su marido, ¿no?

La mujer tardó unos segundos en contestar, aunque no demostró ninguna señal de agitación o sorpresa.

—Al parecer sabe usted muchísimas cosas, inspector. —Exhaló un suspiró y se acomodó en la silla—. No lo veía desde… ya ni me acuerdo, hace muchísimos años. Veinte, o quizá más. Entonces, un día miré por la ventana y, de pronto, reconocí a Micky.

—¿Él también la reconoció?

—Así es, fue algo sorprendente que nos reconociéramos. Sólo estuvimos juntos una semana. Entonces, mi familia nos encontró, sobornaron a Micky para que desapareciera y a mí me llevaron de regreso a casa, deshonrada para siempre.

Hizo una pausa y volvió a suspirar.

—Era muy joven cuando me escapé con Micky. Una chiquilla que no sabía nada de la vida, pero con la cabeza llena de románticas ilusiones. Para mí, era todo un héroe, sobre todo por la manera como montaba a caballo. No sabía lo que era el miedo. Además era guapo, alegre y ¡tenía la lengua de los irlandeses! ¡Supongo que en realidad fui yo quien se fugó con él! ¡Dudo mucho de que a él se le hubiese ocurrido! Pero yo era salvaje, testaruda y estaba locamente enamorada. —Meneó la cabeza—. No duró mucho. Las primeras veinticuatro horas fueron más que suficientes. Bebía, era grosero y brutal. Finalmente, cuando apareció mi familia para llevarme de vuelta a casa, me sentí agradecida. Nunca más quise volver a verle o tener algún contacto con Micky.

—¿Su familia sabía que estaban casados?

—No.

—¿Usted no se lo dijo?

—No creía estar casada.

—¿Cómo es eso?

—Nos casamos en Ballygowlan, pero cuando aparecieron mis padres, Micky vino y me dijo que el casamiento había sido una farsa. Había sido algo que habían arreglado entre él y sus amigos. En aquel momento me pareció que era algo muy propio por su parte. Si quería el dinero que le ofrecían o si temía haber cometido un delito al casarse con una menor de edad, es algo que nunca averigüé. En cualquier caso, no dudé ni por un instante de que me había dicho la verdad.

—¿Cuándo lo descubrió?

Lady Sedgwick pareció perderse en sus recuerdos.

—No fue hasta unos cuantos años más tarde, cuando ya sabía algo más de la vida y de las cuestiones legales, cuando un día se me ocurrió que, después de todo, probablemente estaba casada con Micky Gorman.

—O sea que de hecho, cuando se casó usted con Lord Coniston, cometió bigamia.

—También cuando me casé con Johnnie Sedgwick, y otra vez más cuando contraje matrimonio con mi esposo norteamericano, Ridgway Becker. —Miró al inspector y se echó a reír con auténtico regocijo—. Tantos casos de bigamia —añadió—. En realidad, acaba por resultar ridículo.

—¿Nunca se le ocurrió pedir el divorcio?

La mujer se encogió de hombros.

—Todo parecía un sueño ridículo. ¿Para qué remover toda aquella historia? Desde luego, se lo dije a Johnnie. —Su voz mostró ternura al pronunciar el nombre.

—¿Qué le respondió?

—A él no le importaba. A ninguno de los dos nos importaban mucho las leyes.

—La bigamia es un delito grave, lady Sedgwick.

Bess miró al Abuelo y una vez más se echó a reír.

—¿Quién iba a preocuparse por algo que había ocurrido en Irlanda hacía una pila de años? Todo aquel asunto estaba muerto y enterrado. Micky cogió su dinero y desapareció para siempre. ¿Es que no lo comprende? No parecía más que un pequeño y ridículo incidente. Un episodio que deseaba olvidar. Lo dejé a un lado con las cosas, con las otras muchas cosas que no tienen importancia en la vida.

—Entonces, un día de noviembre —dijo el inspector, con voz apacible—, reapareció Michael Gorman y le hizo chantaje.

—¡Vaya tontería! ¿Quién dice que me chantajeaba?

El Abuelo desvió la mirada lentamente hacia la anciana que permanecía sentada muy erguida en la silla, sin pronunciar palabra.

—¿Usted? —Bess miró a miss Marple atónita—. ¿Cómo puede usted saber nada de este asunto?

Su tono era de curiosidad y no de acusación.

—Los sillones de este hotel tienen los respaldos muy altos y son la mar de cómodos. Estaba sentada en uno de ellos delante del fuego en la sala de lectura, descansando antes de salir. Usted entró dispuesta a escribir una carta. Supongo que no advirtió la presencia de alguien más en la habitación. Así fue como escuché su conversación con aquel hombre, Gorman.

—¿Usted la escuchó?

—Naturalmente. ¿Por qué no? Era una sala pública. Yo no tenía ni la más remota idea de que sería una conversación privada cuando usted abrió la ventana y llamó a voces al hombre que se encontraba en la acera.

Bess la miró durante unos segundos más antes de asentir.

—Muy justo. Sí, lo comprendo. Así y todo, usted malinterpretó nuestra conversación. Micky no me chantajeaba. Quizá pensó hacerlo, pero le puse sobre aviso antes de que ni siquiera lo intentara. —En su rostro apareció una vez más la amplia y generosa sonrisa que la hacía tan atractiva—. Le metí el miedo en el cuerpo.

—Sí, creo que en eso no se equivoca. Usted amenazó con matarle. Usted manejó la situación, si no considera una impertinencia de mi parte que se lo diga, de una manera notable.

Bess Sedgwick enarcó las cejas con una expresión divertida.

—Sin embargo, no fui yo la única persona que escuchó la conversación —añadió miss Marple.

—¡Dios bendito! ¿Es que estaba escuchando todo el hotel?

—El otro sillón también estaba ocupado.

—¿Por quién?

Miss Marple apretó los labios. Miró al inspector Davy, y la súplica se reflejó claramente en sus ojos. «Si hay que hacerlo, hágalo usted», decía la mirada. «Yo no puedo».

—Su hija estaba en el otro sillón —respondió el Abuelo.

—¡Oh, no! —El grito sonó muy agudo—. ¡Oh, no, Elvira no! Comprendo, sí, lo comprendo. Debió pensar…

—Lo que pensó fue algo tan grave que le obligó a ir a Irlanda en busca de la verdad. No le resultó muy difícil descubrirla.

—Oh, no —repitió Bess, esta vez con un tono mucho más suave, y después añadió—: Pobre chica, nunca me preguntó nada. Se lo guardó todo. Ha tenido que ser algo terrible. Si sólo me lo hubiera preguntado, podría haberle dado una explicación, convencerla de que no tenía ninguna importancia.

—Quizás ella no hubiera estado de acuerdo. Es curioso —añadió el Abuelo con un tono plácido, como un viejo granjero que habla de los animales y de la tierra—, pero he aprendido después de muchos errores a desconfiar de las cosas aparentemente sencillas. Casi siempre suelen ser demasiado buenas para ser ciertas. El planteamiento del asesinato de la otra noche es una de esas cosas. La muchacha dice que alguien le disparó, pero que no dio en el blanco. El portero corre a salvarla y recibe la segunda bala que es mortal. Todo eso puede ser cierto. Esa puede ser la manera en que la muchacha lo vio. Pero detrás de las apariencias, las cosas pueden ser un tanto diferentes.

«Usted acaba de decir con mucha vehemencia, lady Sedgwick, que no existe ningún motivo por el que Ladislaus Malinowski quisiera atentar contra la vida de su hija. Bien, estoy de acuerdo con usted. No creo que lo hiciera. Es de esos jóvenes que pueden tener una discusión con una mujer, sacar una navaja y acuchillarla. Pero no le veo capaz de ocultarse en una escalera y esperar para dispararle a sangre fría. Sin embargo, supongamos que sí quería disparar contra algún otro. Gritos y disparos, pero lo que ocurrió realmente fue que Michael Gorman acabó muerto. Supongamos que eso era lo que se pretendía. Malinowski lo planea todo cuidadosamente. Elige una noche de niebla, se esconde y espera hasta que su hija aparece en la calle. Sabe que vendrá porque él mismo se ha encargado de llamarla. Efectúa el primer disparo. De ningún modo pretende herir a la muchacha. Apunta con mucho cuidado para asegurarse de que la bala pase muy lejos, pero ella cree que le han disparado y grita. El portero del hotel oye el disparo y el grito, y echa a correr por la calle en auxilio de la joven, y es en ese momento que Malinowski dispara contra la persona a quien ha venido a matar. Michael Gorman.

—¡No me creo ni media palabra! ¿Por qué demonios podría Ladislaus querer asesinar a Micky Gorman?

—Quizás un pequeño chantaje —sugirió Davy.

—¿Quiere usted decir que Micky estaba chantajeando a Ladislaus? ¿Cuál sería el motivo?

—Tal vez le amenazó con descubrir las cosas que pasan en el hotel Bertram’s. Michael Gorman bien pudo enterarse de muchas cosas mientras trabajaba aquí.

—¿Cosas en el hotel Bertram’s? ¿Qué quiere usted decir?

—Ha sido un magnífico negocio. Muy bien planeado y todavía mejor ejecutado. Pero nada dura para siempre. El otro día, miss Marple me preguntó qué había de malo en este lugar. Bien, ahora le responderé a su pregunta. El hotel Bertram’s es, a todos los efectos, el cuartel general de uno de los mejores y más grandes sindicatos del crimen que se hayan formado en los últimos años.