Ladislaus Malinowski miró alternativamente a los dos policías y acabó echando la cabeza hacia atrás al tiempo que soltaba una sonora carcajada.
—¡Esto es divertidísimo! —exclamó—. ¡Tienen toda la pinta de un par de búhos! Es ridículo que se les haya ocurrido pedirme que venga aquí y encima pretender que responda a sus preguntas. No tienen ustedes nada en mi contra, absolutamente nada.
—Consideramos que quizá pueda usted ayudarnos en nuestras investigaciones, Mr. Malinowski. —El inspector Davy utilizaba su tono oficial—. Es usted el propietario de un Mercedes-Otto, con la matrícula FAN 2266.
—¿Existe alguna razón para que no pueda ser el propietario de ese coche?
—Ninguna en absoluto, señor. Sólo hay alguna leve duda en cuanto a si el número de matrícula es correcto. Su coche fue visto en la carretera M7 y, en esa ocasión, la matrícula era otra.
—Tonterías. Sin duda se trataba de otro coche.
—No hay tantos de esa marca. Los hemos comprobado todos.
—¡Me parece que usted se cree todo lo que le cuenta la policía de tráfico! ¡Qué idea más peregrina! ¿Dónde ocurrió si es que se puede saber?
—El lugar donde la policía le detuvo y le pidió ver su carné no está muy lejos de Bedhampton. En cuanto a la hora, fue la noche en que asaltaron el Irish Mail.
—La verdad es que resulta usted muy gracioso.
—¿Tiene un revólver?
—Desde luego, tengo un revólver, una pistola automática y las licencias respectivas.
—No lo dudo. ¿Las dos armas continúan en su posesión?
—Por supuesto.
—Ya le he advertido, Mr. Malinowski.
—¡La famosa advertencia policial! Cualquier cosa que usted diga será anotada y utilizada en su contra en el juicio.
—Esas no son las palabras exactas —manifestó el inspector, con un tono amable—. Utilizadas, sí. En su contra, no. ¿No quiere hacer ninguna corrección a la afirmación anterior?
—No, no es necesaria.
—¿Está usted seguro de que no desea la presencia de un abogado en esta entrevista?
—No me gustan los abogados.
—A muchas personas les pasa lo mismo. ¿Dónde están las armas?
—Creo que usted sabe perfectamente bien dónde están, inspector. La pistola está en el bolsillo de la puerta de mi coche, el Mercedes-Otto con el número de matrícula FAN 2266, como le he dicho antes. El revólver está en un cajón de mi apartamento.
—Acierta usted en lo del revólver —afirmó el Abuelo—, pero en cuanto a la pistola, no está en el coche.
—Sí que lo está. Está en el bolsillo izquierdo.
El inspector Davy meneó la cabeza.
—No niego que pudo estar allí, pero ahora no lo está. ¿Es ésta, Mr. Malinowski?
Puso una pequeña pistola automática sobre el escritorio y la empujó hacia el piloto. Malinowski cogió el arma con una expresión de profundo asombro.
—Sí, es ésta. ¿Así que fue usted quién la sacó de mi coche?
—No, nosotros no la sacamos de su coche. No estaba en el Mercedes. La encontramos en otro lugar.
—¿Dónde la encontraron?
—La encontramos en Pond Street que, como usted sin duda sabrá, es una calle cerca de Park Lane. Quizá se le cayó a una persona que paseaba por allí, o tal vez iba corriendo.
Malinowski se encogió de hombros.
—Eso no tiene nada que ver conmigo. Puede estar seguro de que a mí no se me cayó. Estaba en mi coche hace un par de días. Uno no tiene por qué estar mirando continuamente si una cosa que ha dejado en un lugar sigue allí. Se da por hecho que está.
—¿Sabe usted, Mr. Malinowski, que ésta es la pistola que se utilizó para matar a Michael Gorman la noche del 26 de noviembre?
—¿Michael Gorman? No conozco a ningún Michael Gorman.
—El portero del hotel Bertram’s.
—Ah, sí, el que mataron de un tiro. Lo leí en el periódico. ¿Dice usted que lo mataron con mi pistola? ¡Tonterías!
—No es ninguna tontería. Los expertos en balística la examinaron. Conoce usted lo suficiente de armas de fuego como para saber que sus análisis son fiables.
—Está usted intentando cargarme el muerto. ¡Ya sé como actúa la policía!
—Creo que usted conoce a la policía de nuestro país bastante mejor que eso, Mr. Malinowski.
—¿Está usted sugiriendo que disparé contra Michael Gorman?
—Hasta ahora, lo único que le pedimos es una declaración. No se ha formulado ningún cargo.
—Pero eso es lo que cree, que disparé contra ese tipo ridículo vestido de mariscal. ¿Por qué iba a dispararle? No le debía dinero. No le tenía ningún rencor.
—Dispararon contra una joven. Gorman corrió a protegerla y recibió la segunda bala en mitad del pecho.
—¿Una joven?
—Una joven que, si no me equivoco, usted conoce. Miss Elvira Blake.
—¿Dice usted que alguien intentó asesinar a Elvira con mi pistola?
Su voz no podía sonar más incrédula.
—Quizá tuvieron ustedes una discusión.
—¿Insinúa que tuve una pelea con Elvira y por eso disparé contra ella? ¡Qué locura! ¿Por qué iba a disparar contra la muchacha con la que voy a casarme?
—¿Eso es parte de su declaración? ¿Que se casará con miss Elvira Blake?
Ladislaus vaciló durante un momento. Luego volvió a encoger los hombros.
—Ella es todavía muy joven. Es un tema a discutir.
—Quizás ella prometió casarse con usted y después cambió de opinión. La joven tenía miedo de alguien. ¿Era usted la persona a quien temía, Mr. Malinowski?
—¿Por qué iba yo a desear que muriera? Estoy enamorado y quiero casarme con ella o bien no quiero casarme. No necesito casarme con ella. Es así de sencillo. Entonces, ¿por qué iba a querer matarla?
—No hay muchas personas que tengan una relación con ella que puedan desear matarla —señaló Davy. Esperó un momento y después añadió como si fuera algo de menor importancia—: Claro que también está la madre.
—¿¡Qué!? —Malinowski se levantó de un salto—. ¿Bess? ¿Que Bess quiere matar a su propia hija? Usted está loco. ¿Por qué Bess iba a querer matar a Elvira?
—Probablemente, porque, como el familiar más cercano, heredaría una cuantiosa fortuna.
—¿Bess? ¿Usted cree que Bess sería capaz de matar por dinero? Tiene dinero a montones que le dejó su marido norteamericano, o por lo menos dinero más que suficiente.
—Más que suficiente no es lo mismo que una cuantiosa fortuna —replicó el Abuelo—. Las personas asesinan cuando se trata de fortunas. Hay madres que han matado a sus hijos y también hijos que han matado a sus madres.
—Se lo repito, ¡usted está loco!
—Usted dijo que pensaba casarse con miss Blake. Quizá ya se ha casado con ella. En ese caso, usted podría ser quien heredaría una cuantiosa fortuna.
—¡Cuántas estupideces más es capaz de decir usted! No, no estoy casado con Elvira. Es una muchacha bonita. Me gusta y ella está enamorada de mí. Sí, lo admito. La conocí en Italia. Nos lo pasamos muy bien, pero eso es todo. Nada más, ¿me comprende?
—Vaya. Hace sólo un momento, Mr. Malinowski, decía usted con toda claridad que ella era la muchacha con quien iba a casarse.
—Ah, eso.
—Sí, eso. ¿Decía usted la verdad?
—Lo dije porque me pareció que sonaba más respetable. Ustedes son tan puritanos en este país.
—No me parece una explicación muy adecuada.
—Usted no entiende nada en absoluto. La madre y yo, bueno, somos amantes. No quería decírselo. Por eso sugerí que la hija y yo estábamos prometidos en matrimonio. Eso suena muy inglés y correcto.
—A mí me suena como muy traído por los pelos. Usted está desesperado por conseguir dinero, ¿no es así, Mr. Malinowski?
—Mi querido inspector, yo siempre estoy desesperado por el dinero. Es algo muy triste.
—No obstante, tengo entendido que hace unos meses estuvo derrochando dinero a manos llenas.
—Ah, tuve un golpe de suerte. Soy un jugador, lo reconozco.
—Eso me resulta mucho más creíble. ¿Puedo preguntar dónde tuvo ese golpe de suerte?
—Eso no se lo diré. No pensará que se lo voy decir.
—No lo pienso.
—¿Esto es todo lo que quería preguntarme?
—Sí, por el momento. Usted ha identificado la pistola como de su propiedad. Eso nos será de gran ayuda.
—No lo entiendo. No se me ocurre… —Se interrumpió y tendió la mano para coger la pistola—. Devuélvamela, por favor.
—Me temo que tendremos que retenerla por ahora, así que le daré un recibo por el arma.
Escribió el recibo y se lo entregó a Malinowski. El piloto de carreras se marchó dando un portazo.
—Un tipo temperamental —opinó el Abuelo.
—¿Veo que no insistió usted en el tema de la matrícula falsa y Bedhampton?
—No. Quería inquietarle, pero tampoco demasiado. Dejaremos que se preocupe de una sola cosa a la vez. Le aseguro que está preocupado.
—El jefe quiere hablar con usted, señor, tan pronto como quede libre.
El inspector asintió y fue inmediatamente al despacho de sir Ronald.
—Hola, Abuelo. ¿Cómo van las cosas? ¿Progresan?
—Sí. Las cosas marchan bien. Tenemos una buena cosecha en la red, aunque la mayoría son peces pequeños. Pero nos estamos acercando a los peces gordos. Todo en orden y controlado.
—Bien hecho, Fred.