Richard Egerton miró una vez más la tarjeta que le habían entregado, y después miró el rostro del inspector Davy.
—Un asunto curioso —comentó.
—Sí, señor, es un asunto muy curioso.
—El hotel Bertram’s envuelto en la niebla. Sí, hacía tiempo que no teníamos una niebla como la de anoche. Supongo que cuando hay niebla espesa deben usted recibir infinidad de denuncias, ¿no? Tirones de bolsos, carteristas, ese tipo de cosas.
—En este caso no fue así —le corrigió el Abuelo—. Nadie intentó robarle nada a miss Blake.
—¿De dónde hicieron el disparo?
—Debido a la niebla, no estamos seguros. Ni ella mismo lo sabía. Pero creemos, al menos parece lo más lógico, que el autor del disparo se apostara en la escalera de unos bajos.
—¿Dice que le disparó dos veces?
—Así es. Falló el primer tiro. El portero corrió desde su puesto delante de la puerta del hotel, y la escudó con su cuerpo justo antes del segundo disparo.
—¿Así que él recibió el balazo?
—Sí.
—Un tipo muy valiente.
—Sí, era un valiente. Tenía una hoja de servicios excelente. Un irlandés.
—¿Cómo se llamaba?
—Gorman. Michael Gorman.
—Michael Gorman —repitió el abogado, frunciendo el entrecejo—. No. Por un momento, creí que el nombre me resultaba conocido.
—Es un nombre muy común. En cualquier caso, le salvó la vida.
—¿Cuál es exactamente el motivo de su visita, inspector?
—Confiaba en que usted pudiera darme alguna información. Siempre nos gusta tener toda la información que podamos conseguir sobre la víctima de un atentado criminal.
—Naturalmente. Pero en realidad le puedo decir muy poca cosa. Sólo he visto a Elvira un par de veces desde que era una niña.
—Usted la vio cuando vino a visitarlo la semana pasada, ¿no?
—Sí, efectivamente. Dígame por favor qué desea saber. Si es algo sobre su carácter, quiénes eran sus amistades, sus novios o pretendientes y todo eso tipo de cosas, lo mejor sería que hablara usted con alguna de sus gobernantas. Una tal Mrs. Carpenter la acompañó de regreso de su viaje a Italia, y también Mrs. Melford. Elvira vive con ella en su casa de Kent.
—Ya he hablado con Mrs. Melford.
—Ah.
—No sirvió de nada. Fue una total pérdida de tiempo, señor. Tampoco me interesa saber cosas personales de la muchacha. Después de todo, he conversado con ella y he escuchado todo lo que tenía que decirme, o mejor dicho lo que estaba dispuesta a decirme.
El Abuelo no pasó por alto el leve movimiento de las cejas de Egerton al escuchar la palabra «dispuesta».
—Me han dicho —prosiguió el inspector— que miss Blake estaba preocupada, inquieta, asustada por algo y convencida de que su vida corría peligro. ¿Es esa la impresión que le dio cuando vino a visitarle, Mr. Egerton?
—No —respondió el abogado, con una expresión pensativa—, yo no diría tanto, aunque sí mencionó un par de cosas que me resultaron cuando menos curiosas.
—¿Tales cómo?
—Verá, deseaba saber quién se beneficiaría de su fortuna en el caso de que muriera súbitamente.
—Ah, así que era eso lo que le rondaba por la cabeza. ¿Que podía morir súbitamente? Interesante.
—Se le ha metido algo en la cabeza, pero no sé qué es. También quería saber cuánto dinero tiene o tendrá cuando cumpla los veintiún años. Eso, quizás, es más comprensible.
—Tengo entendido que es una suma considerable.
—Es una gran fortuna, inspector.
—¿Por qué cree que quería saberlo?
—¿Lo del dinero?
—Sí, y quién lo heredaría.
—No lo sé —afirmó Egerton—. No tengo ni la menor idea. También sacó el tema del matrimonio.
—¿Le pareció que había un hombre mezclado en este asunto?
—No tengo ninguna prueba, pero me dio toda la impresión. Estaba seguro de que había un novio de por medio. ¡Siempre lo hay! Se lo dije a Luscombe, me refiero al coronel Luscombe, su tutor, pero él no sabía nada de ningún novio. Claro que el viejo Derek sería el último en enterarse. Se mostró muy inquieto cuando le sugerí que detrás de todo esto había algún novio y, sin ninguna duda, alguien indeseable.
—Es un indeseable —ratificó el inspector.
—Ah. Entonces, ¿usted le conoce?
—Creo saber quién es. Se llama Ladislaus Malinowski.
—¿El piloto de carreras? ¡Dios me libre! ¡Un demonio muy guapo! Las mujeres se vuelven locas en cuanto lo ven. Me pregunto cómo es que se cruzó con Elvira. Que yo sepa, no se mueven en los mismos ambientes excepto que, si mal no recuerdo, Malinowski estuvo en Roma hace un par de meses. Quizá se conocieron allí.
—Es más que posible, aunque cabe la posibilidad de que le conociera a través de su madre.
—¿Cómo? ¿A través de Bess? No me parece verosímil.
Davy carraspeó con discreción.
—Se dice que lady Sedgwick y Malinowski son íntimos amigos, señor.
—Sí, sí. Estoy al corriente de esos rumores. Quizá sea verdad, pero no lo sé. Son muy amigos, y los dos llevan vidas muy parecidas. Bess tiene sus amoríos, desde luego, aunque no es una de esas que la gente llama ninfómanas. Las malas lenguas siempre están dispuestas a colgarle ese apelativo a cualquier mujer, pero no es cierto en el caso de Bess. En cualquier caso, hasta donde yo sé, Bess y su hija apenas si se conocen.
—Eso mismo me dijo lady Sedgwick. ¿Está usted de acuerdo?
Egerton asintió en silencio.
—¿Miss Blake tiene más parientes?
—A efectos prácticos, ninguno. Los dos hermanos de su madre murieron en la guerra, y ella era la hija única del viejo Coniston. Mrs. Melford, aunque la muchacha la llama «prima Mildred», es en realidad prima del coronel Luscombe. Derek ha hecho todo lo posible por educar y criar a Elvira, si bien eso resulta especialmente difícil para un hombre, y más todavía cuando se está chapado a la antigua, como es su caso.
—Dice usted que miss Blake mencionó el tema del matrimonio. Supongo que no hay ninguna posibilidad de que ya se haya casado.
—Le faltan años para cumplir los veintiuno. Necesita el consentimiento del tutor y de los administradores del fideicomiso.
—Sí, desde el punto de vista técnico. Pero cuando se les mete en la cabeza la idea de casarse, no paran mientes.
—Lo sé. Es de lo más lamentable. Pero tendrían que pasar por el trámite de pedir la tutela de un tribunal, y eso plantea muchas dificultades.
—Por otra parte, una vez casadas, ya es demasiado tarde. Supongo que, en el caso de estar casada y morir repentinamente, el marido heredaría su fortuna, ¿me equivoco?
—La hipótesis del casamiento me parece improbable. Siempre ha estado muy protegida y sus… —Egerton se interrumpió al ver la sonrisa cínica en el rostro del policía.
Por muy bien que hubieran vigilado a Elvira, la joven había conseguido trabar amistad con un tipejo como Ladislaus Malinowski sin que nadie sospechase absolutamente nada.
—Su madre se fugó cuando era mucho más joven —admitió el abogado sin muchos ánimos.
—Sí, su madre se fugó, es algo muy propio de ella, pero miss Blake tiene un carácter distinto. Está dispuesta a salirse con la suya, pero prefiere conseguirlo de una manera menos directa.
—No creerá que…
—No creo absolutamente nada… todavía —manifestó Davy.