Mr. Hoffman era un hombre alto y fornido, que daba la impresión de haber sido tallado a partir de un tronco de teca.
Su rostro se veía tan inexpresivo que planteaba la duda sobre su capacidad de pensar o de sentir alguna emoción. Parecía algo imposible.
Sus modales eran correctísimos.
Se puso de pie, hizo una leve reverencia y extendió una mano que parecía un jamón.
—¿Inspector jefe Davy? Han pasado unos cuantos años desde que tuve el placer de conocerlo. Quizás usted no lo recuerde.
—Todo lo contrario, Mr. Hoffman. El caso del diamante Aaronberg. Usted fue uno de los testigos de la fiscalía, un magnífico testigo, si me permite decirlo. La defensa fue incapaz de intimidarle.
—No me intimido fácilmente —afirmó Mr. Hoffman gravemente.
No parecía un hombre que se dejara intimidar fácilmente.
—¿Qué puedo hacer por usted? —añadió—. Confío en que no se trate de algún problema. Siempre he procurado mantener las mejores relaciones posibles con la policía. Siento una gran admiración por su soberbia fuerza policial.
—No, no existe ningún problema. Sólo deseamos que usted nos confirme una información.
—Estaré encantado de ayudarle en todos los sentidos. Como digo, tengo la mayor estima por la policía metropolitana. Todos ustedes son unos hombres de primera. Tan íntegros, capaces y justos.
—Conseguirá que me sienta abrumado —replicó el Abuelo.
—Estoy a su disposición. ¿Qué quiere saber?
—Sólo deseo que me suministre un poco de información sobre el hotel Bertram’s.
El rostro de Mr. Hoffman no mostró ningún cambio. Quizá toda su actitud fue por un momento un poco más estática que antes, pero eso fue todo.
—¿El hotel Bertram’s? —Su voz reflejó un leve tono de interrogación, como si la petición del inspector le hubiera intrigado. Quizás era porque nunca había escuchado mencionar al hotel de marras, o no recordaba si conocía o no el Bertram’s.
—Usted está relacionado con ese hotel, ¿no es así, señor?
Mr. Hoffman se encogió de hombros.
—Toco tantas teclas que no es sencillo recordarlas todas. Tantas empresas, demasiadas, que me mantienen muy ocupado.
—Sé que tiene usted intereses en una multitud de negocios.
—Así es. —Mr. Hoffman sonrió con una expresión impenetrable—. Usted cree que meto la mano en demasiados platos, ¿no es así?, y, en consecuencia, cree que estoy vinculado con el… ¿Bertram’s?
—Yo diría algo más que una vinculación. El hecho es que usted es el propietario, ¿me equivoco? —replicó el Abuelo risueño.
Esta vez el envaramiento de Mr. Hoffman fue evidente.
—Me pregunto quién se lo ha dicho —comentó en voz baja.
—Es cierto, ¿no? —insistió el inspector con el mismo tono alegre—. Es un lugar muy agradable. Supongo que usted estará orgulloso de ser el dueño.
—Sí. Por un momento no conseguía recordarlo —sonrió humildemente—. Verá, tengo numerosas propiedades en Londres. Es bueno invertir en propiedades. Si sale algo al mercado que considero adecuado, y si existe la posibilidad de conseguirlo barato, entonces invierto.
—¿El hotel Bertram’s era barato?
—En el aspecto económico estaba hundido —manifestó el empresario meneando la cabeza.
—Pues ahora se ha recuperado del todo —afirmó el Abuelo—. Precisamente estuve allí el otro día. Me impresionó mucho el ambiente. Una clientela de primera, una rehabilitación muy bien hecha, al viejo estilo. Todo muy lujoso pero con discreción.
—Personalmente sé muy poco del hotel —explicó Mr. Hoffman—. Para mí sólo es una de tantas inversiones, pero creo que está funcionando bien.
—Sí, por lo que parece tiene usted a un tipo de primera en la dirección. ¿Cómo se llama? ¿Humfries? Sí, Humfries.
—Un hombre excelente —ratificó Mr. Hoffman—. Lo dejo todo en sus manos. Miro el balance una vez al año para ver que todo esté en orden y compruebo que la cuenta de resultados sea favorable.
—El hotel está hasta el techo de títulos —comentó el Abuelo—. También muchos turistas norteamericanos ricos —Meneó la cabeza pensativo—. Una maravillosa combinación.
—Mencionó usted que estuvo por allí el otro día. ¿Espero que no haya sido por ningún asunto oficial?
—Nada serio. Sólo intentaba aclarar un pequeño misterio.
—¿Un misterio? ¿En el hotel Bertram’s?
—Así parece. Creo que se podría llamar el caso del clérigo esfumado.
—Eso debe ser una broma —exclamó Mr. Hoffman—. Ése es el lenguaje de Sherlock Holmes.
—Pues este clérigo salió del hotel una noche y nunca más lo volvieron a ver.
—No deja de ser peculiar, pero esas cosas ocurren. Recuerdo que en una ocasión hace muchos, muchísimos años, hubo un caso sensacional. Un coronel, ¿cómo se llamaba…? Ferguson creo, uno de los ayudas de cámara de la reina Mary. Una noche salió de su club y nunca más volvieron a saber de su paradero.
—Por supuesto, hay muchísimas desapariciones que son voluntarias —admitió el inspector con un suspiro de resignación.
—Usted sabe mucho más que yo de esas cosas, mi querido inspector. Confío en que en el hotel Bertram’s le habrán prestado la más total colaboración.
—No podrían haber sido más amables —le aseguró el Abuelo—. Miss Gorringe tuvo todo tipo de atenciones. Creo que lleva años a su servicio, ¿verdad?
—Es posible. En realidad sé muy poco de los empleados. No tengo un interés personal, ya me comprende. De hecho —mostró una sonrisa encantadora—, me sorprendió incluso que usted supiera que soy el propietario.
No alcanzaba la categoría de pregunta, pero una vez más apareció una sombra de inquietud en su mirada. El Abuelo no la pasó por alto, aunque aparentó no advertirla.
—Las ramificaciones de todo lo que se negocia en la City son como un gigantesco rompecabezas. Si yo tuviese que ocuparme de algo así no sé cómo acabaría. Tengo entendido que una compañía: la Mayfair Holding Trust o algo así, es la propietaria que aparece en el registro. Ésta a su vez es subsidiaria de otra empresa y suma y sigue. Pero al final resulta que es suyo. Así de sencillo. Tengo razón, ¿verdad?
—Yo y mis compañeros directores somos los que usted diría que estamos detrás del negocio —admitió Mr. Hoffman a regañadientes.
—Sus compañeros directores. ¿Quiénes son? Supongo que usted y su hermano.
—Mi hermano Wilhelm está asociado conmigo en esta empresa. Usted debe comprender que el Bertram’s sólo es un eslabón de una cadena de varios hoteles, oficinas, clubes y otras propiedades en Londres.
—¿Hay más directores?
—Lord Pomfret, Abel Isaacstein. —La voz de Hoffman sonaba de pronto un poco más dura—. ¿De veras necesita usted saber todas estas cosas? ¿Sólo porque está investigando el caso del clérigo esfumado?
El Abuelo meneó la cabeza y adoptó una expresión de disculpa.
—Supongo que en realidad es curiosidad. Buscar a mi clérigo esfumado fue lo que me llevó al Bertram’s, pero entonces sentí un súbito interés, no sé si me comprende. A veces una cosa lleva a la otra, ¿verdad?
—Sí, supongo que a veces es así. ¿Y ahora? —El especulador volvió a sonreír—. ¿Su curiosidad está satisfecha?
—No hay nada como acudir a la fuente cuando necesitas información —afirmó el inspector con un tono risueño. Se levantó, dispuesto a marcharse—. Hay una cosa más que me gustaría saber, pero creo que no me querrá contestar.
—¿Diga, inspector? —La voz de Hoffman sonó alerta.
—¿Dónde consigue el Bertram’s el personal? ¡Es fantástico! Aquel tipo… ¿cómo se llama? Henry. Uno con pinta de duque o arzobispo, no sé muy bien cuál de los dos. En cualquier caso, te sirve el té y unos muffins con un estilo impecable. Además, los muffins son algo serio. ¡Una experiencia inolvidable!
—Le gustan los muffins con mucha mantequilla, ¿me equivoco? —Mr. Hoffman observó por un momento la oronda figura del Abuelo con un aire de crítica.
—Creo que es evidente. Bien, no quiero hacerle perder más tiempo. Supongo que estará usted muy ocupado aprovechando gangas y cosas por el estilo.
—Ah, veo que le divierte fingir que no sabe nada de todos estos asuntos. No, no estoy ocupado. No permito que mis negocios me absorban demasiado tiempo. Soy un hombre de gustos sencillos. Vivo con sencillez, cultivo rosas y me reservo tiempo para mí y para mi familia a la que quiero mucho.
—Suena como algo ideal. A mí también me gustaría vivir así.
Mr. Hoffman sonrió mientras se levantaba. Le estrechó la mano al inspector.
—Espero que encuentre usted muy pronto a su clérigo esfumado.
—¡Ah! Eso está resuelto. Lamento haberme explicado mal. Ya lo encontraron. En realidad, resultó un caso bastante tonto. Lo atropelló un coche y sufrió una conmoción cerebral, así de sencillo.
El Abuelo llegó a la puerta, la abrió pero, antes de salir, formuló otra pregunta:
—Por cierto, ¿lady Sedgwick es directivo de su compañía?
—¿Lady Sedgwick? —Mr. Hoffman se tomó un momento antes de responder—: No. ¿Por qué iba a ser uno de los directivos?
—Verá, es que a veces uno oye cosas. ¿Sólo es una mera accionista?
—Sí.
—Muchas gracias, Mr. Hoffman. Adiós.
El Abuelo regresó a Scotland Yard y fue directamente al despacho del ayudante del comisionado.
—Los hermanos Hoffman son los que están detrás del hotel Bertram’s. Proporcionan el respaldo financiero.
—¿Qué? ¿Esos sinvergüenzas? —exclamó sir Ronald.
—Así es.
—Se lo tenían muy callado.
—Sí, y a Robert Hoffman no le gustó nada que nosotros lo supiéramos. Le sentó como un tiro.
—¿Qué dijo?
—La conversación fue muy formal y cortés. Intentó, con mucha discreción, averiguar cómo me había enterado.
—Supongo que usted no se lo habrá dicho.
—Por supuesto que no.
—¿Qué excusa le dio para justificar la visita?
—Ninguna.
—¿A él no le pareció extraño?
—Espero que sí. Me pareció que era la mejor manera de jugar mis cartas, señor.
—Si los Hoffman están detrás de todo esto, se explicarían muchas cosas. Nunca se vinculan directamente con nada ilegal, de ningún modo, faltaría más. Ellos no planean crímenes ni delitos pero sí que los financian. Wilhelm se encarga de las cuestiones bancarias desde Suiza. Estaba detrás de todo aquel tráfico de divisas después de la guerra. Lo sabíamos, pero no pudimos probarlo. Los dos hermanos controlan grandes fortunas y las utilizan para financiar todo tipo de empresas, algunas legítimas y otras no. Son muy precavidos, se conocen todos los trucos del oficio. El negocio de diamantes de Robert es algo absolutamente legal, pero no deja de ofrecer un panorama muy sugestivo: diamantes, clubes, inversiones bancarias, fundaciones culturales, edificios de oficinas, restaurantes, hoteles, todo aparentemente propiedad de algún otro.
—¿Cree que Hoffman es el organizador de todos estos robos?
—No. Creo que los hermanos sólo se ocupan de la parte financiera. Tendrá que buscar al organizador en alguna otra parte. En algún lugar hay un cerebro de primera que no deja de maquinar.