Capítulo XIV

—Sabe —comentó el inspector jefe Davy pensativamente—. No me gusta nada el tal Humfries.

—¿Cree que puede ser un pillo? —preguntó Campbell.

—Bueno… —El Abuelo vaciló—, ya sabe cómo son esas cosas. Tienes un presentimiento, pero nada preciso. Parece uno de esos tipos que se la dan de listillos. Me pregunto si será el propietario o sólo el director.

—Puedo preguntárselo. —Campbell amagó retroceder hacia la recepción.

—No, no se lo pregunte —le ordenó el Abuelo—. Sólo ocúpese de averiguarlo discretamente.

Campbell le miró con una expresión de curiosidad.

—¿Qué piensa, señor?

—Nada en particular. Sólo que me gustaría disponer de mucha más información sobre este lugar. Me gustaría saber quién está detrás, cuál es la situación financiera y todas esas cosas.

El otro inspector meneó la cabeza.

—Yo diría que si hay un lugar en Londres por encima de toda sospecha es éste.

—Lo sé, lo sé. ¡Qué útil es tener esa reputación!

Campbell volvió a menear la cabeza y se marchó. El Abuelo se fue por el pasillo hasta el salón de fumar. El general Radley acababa de despertar de la siesta. The Times se le había caído de las rodillas y ahora estaba en el suelo con las páginas sueltas. El policía lo recogió, acomodó las páginas y se lo alcanzó.

—Muchas gracias, señor. Muy amable de su parte —manifestó el anciano con voz áspera.

—¿Es usted el general Radley?

—Sí.

—Si me lo permite —dijo el Abuelo elevando la voz—, quiero hablar con usted sobre el padre Pennyfather.

—¿Eh? ¿Qué ha dicho? —El general alzó una mano y la colocó junto a una oreja a modo de bocina.

—El padre Pennyfather —vociferó Davy.

—¿Mi padre? Murió hace años.

—El padre Pennyfather.

—Ah. ¿Qué pasa con él? Le vi el otro día. Estaba alojado aquí.

—Tenía que darme una dirección. Dijo que se la daría a usted.

Al Abuelo le costó hacerse entender, pero al fin consiguió que el viejo le entendiera.

—Nunca me dio ninguna dirección. Tiene que haberse confundido con algún otro. Ese tipo tiene la cabeza a pájaros. Siempre ha sido así. Es uno de esos eruditos, ya sabe. Gente la mar de desmemoriada.

El inspector jefe insistió un poco más pero no tardó en decidir que la conversación con el general Radley no sólo era prácticamente imposible, sino que resultaba totalmente improductiva. Abandonó el salón de fumar y fue a sentarse en el vestíbulo en una mesa vecina a la de miss Jane Marple.

—¿Té, señor?

El Abuelo miró a su interlocutor. Se sintió impresionado, como le ocurría a todos los demás, con la personalidad de Henry. Aunque se trataba de un hombre muy corpulento parecía dotado de la capacidad de un espíritu para materializarse o desaparecer a voluntad. Davy pidió té.

—Veo que hay muffins.

Henry sonrió con una expresión benigna.

—Sí, señor. Debo decir que nuestros muffins son deliciosos. A todos nuestros huéspedes les encantan. ¿Le sirvo muffins, señor? ¿Té chino o indio?

—Indio, o Ceilán, si tienen.

—Desde luego que tenemos Ceilán.

Henry hizo con un dedo un ademán prácticamente imperceptible y uno de sus jóvenes y pálidos adláteres partió en busca del té de Ceilán y los muffins. Henry se alejó para honrar con su presencia a otras mesas.

«Sí que eres todo un personaje», se dijo el Abuelo. «Me pregunto dónde te encontraron y cuánto te pagan. Seguro que es un buen fajo, y seguramente lo vales». Contempló a Henry inclinándose atentamente sobre una señora mayor. Se preguntó qué pensaría Henry, si es que pensaba algo, sobre su personaje. El Abuelo suponía que encajaba bastante bien en el ambiente del hotel Bertram’s. Bien podía pasar por algún próspero hacendado o con un par del reino con aspecto de apostador. El inspector conocía a dos pares que tenían precisamente ese aspecto. Podía dar el pego, aunque suponía que no había engañado a Henry. «Sí, eres todo un personaje».

Le sirvieron el té y los muffins. Le dio un buen bocado a uno de los panecillos y la mantequilla le corrió por la barbilla. Se limpió con una servilleta. Tomó dos tazas de té con mucho azúcar. Después, se echó un poco hacia adelante y le dirigió la palabra a la señora que ocupaba la mesa vecina.

—Perdón, pero ¿no es usted miss Jane Marple?

Miss Marple desvió la mirada de las agujas para observar al inspector jefe Davy.

—Sí. Soy miss Marple.

—Espero que no le moleste mi atrevimiento. Soy oficial de policía.

—Vaya. Espero que no haya ocurrido aquí nada grave.

El Abuelo se apresuró a tranquilizarla con su tono más amable.

—Por favor, no se preocupe usted. No es nada de lo que usted piensa. No se ha producido ningún robo ni nada parecido. Sólo un pequeño problema con un clérigo desmemoriado, nada más. Creo que es amigo de usted. El padre Pennyfather.

—Ah, el padre Pennyfather. Estuvo aquí precisamente el otro día. Sí, le conozco desde hace muchos años. Como usted dice, es muy desmemoriado. —Hizo una pausa para después añadir con un tono interesado—: ¿Qué ha hecho ahora?

—Bueno, digamos que se ha perdido.

—Vaya. ¿Dónde tendría que estar?

—De vuelta en la vicaría, pero el caso es que no está.

—Me dijo que asistiría a un congreso en Lucerna. Algo relacionado con los papiros del mar Muerto, si no me equivoco. Es un gran erudito en temas hebreos y arameos.

—Sí. Tiene usted toda la razón. Allí era, bueno, allí era dónde supuestamente debía ir.

—¿Quiere decir que no se presentó?

—Efectivamente, no apareció por Lucerna.

—Vaya. Supongo que se equivocaría de fecha.

—Es muy probable, por no decir exacto.

—Mucho me temo que no es la primera vez que le pasa algo así. Recuerdo que una vez quedé en ir a tomar el té con el padre en Chadminster. Cuando llegué no estaba en la casa. El ama de llaves me comentó lo desmemoriado que era.

—¿Por casualidad no le dijo nada mientras estuvo aquí que pudiera darnos alguna pista? —preguntó el Abuelo, con un tono relajado como si no le diera ninguna importancia—. Ya sabe a lo que me refiero. ¿Su encuentro con algún viejo amigo o algún plan que hubiera preparado, aparte del viaje a Lucerna?

—No, no. Sólo mencionó el congreso de Lucerna. Creo que dijo que era el día 19. ¿Es correcto?

—Sí, esa es la fecha en que tuvo lugar el congreso.

—No hice mucho caso de la fecha. Quiero decir que —aquí, como la mayoría de las señoras mayores, miss Marple se lió un poco— dijo el 19 y quizá dijera el 19, pero al mismo tiempo quizá quería decir el 19, cuando en realidad era el 20. Quiero decir, que quizá creyó que el 20 era el 19, o quizá que el 19 era el 20.

—Bueno —dijo el Abuelo, un tanto mareado con aquel galimatías de fechas.

—Me parece que me he explicado mal, pero quiero decir que las personas como el padre Pennyfather, cuando dicen que irán a alguna parte el jueves, uno debe estar preparado a descubrir que no se refieren al jueves, sino en realidad al miércoles o al viernes. Por lo general, se enteran a tiempo pero a veces no tienen tanta suerte. En aquel momento supuse que debía haber pasado algo así.

El Abuelo pareció un tanto intrigado.

—Miss Marple, habla usted como si ya supiera que el padre Pennyfather no había viajado a Lucerna.

—Sabía que no estuvo en Lucerna el jueves. Estuvo aquí todo el día, o la mayor parte del día. Por eso dije que él podía haberme dicho el jueves cuando en realidad se refería al viernes. Desde luego, el jueves se marchó de aquí con la bolsa de viaje.

—Así es.

—Entonces, di por hecho que se dirigía al aeropuerto. Por eso me sorprendió tanto cuando lo volví a ver aquí.

—Perdón, ¿cómo ha dicho? ¿Qué ha querido decir con que lo volvió a ver aquí?

—Que estaba aquí, en el hotel.

—Un momento, vamos a poner las cosas claras —le rogó el Abuelo, procurando mantener el tono amable e informal y no dar la impresión de que era algo importante—. Dice usted que vio a ese viejo idio… que vio al padre, quiero decir, salir con la bolsa de viaje como si fuera al aeropuerto, a última hora de la tarde. ¿Es correcto?

—Sí. Eran alrededor de las seis y media, o las siete menos cuarto.

—Pero usted dice que regresó.

—Quizá perdió el avión. Eso lo explicaría.

—¿Cuándo regresó?

—Eso no lo sé. No le vi regresar.

—Vaya —exclamó el Abuelo, un tanto sorprendido—. Creía haberle oído decir que le había visto.

—Claro que le vi, pero más tarde. Quería decir que no le vi en el momento de regresar al hotel.

—¿Usted le vio más tarde?

—Deje que haga memoria. Serían las 3 de la mañana. No podía dormir profundamente. Algo me despertó. Algún ruido. Hay tantos ruidos extraños en Londres. Miré mi reloj, eran las 3.10. Por algún motivo, no recuerdo cuál, me sentía inquieta. Quizá las pisadas delante de la puerta. Cuando vives en el campo, oír pasos en medio de la noche te pone nerviosa. Así que abrí la puerta y asomé la cabeza. Vi al padre Pennyfather salir de la habitación, era la inmediatamente vecina a la mía. Vestía un abrigo y se marchó por las escaleras.

—¿Salió de la habitación vestido con el abrigo y bajó las escaleras a las 3 de la mañana?

—Sí, y admito que me pareció un tanto extraño.

El Abuelo la miró durante unos segundos sin saber qué decir.

—Miss Marple —preguntó finalmente—, ¿por qué no se lo dijo a nadie?

—Nadie me lo preguntó —respondió la anciana sencillamente.