Capítulo IX

1

Elvira Blake miró por un momento el cielo sin una sola nube, comprobó que hacía una excelente mañana y entró en una cabina de teléfono. Marcó el número de Bridget en Onslow Square. Satisfecha con la respuesta, dijo:

—¿Oiga? ¿Bridget?

—Ah, Elvira, ¿eres tú? —La voz de Bridget sonó agitada.

—Sí. ¿Todo ha ido bien?

—¡Qué va! Ha sido un desastre. Tu prima, Mrs. Melford, llamó a mamá ayer por la tarde.

—¿Para qué? ¿Quería saber algo de mí?

—Sí. Creía que lo había hecho a la perfección cuando la llamé al mediodía. Pero, al parecer, comenzó a preocuparse por tu dentadura. Pensó que podías tener algo serio. Flemones o algo así. Así que ella misma llamó al dentista y se enteró, lógicamente, que tú no habías pisado la consulta. Fue entonces cuando llamó a mamá y, por desgracia, mamá estaba precisamente junto al teléfono. Por lo tanto, no me dio tiempo a descolgar antes. Naturalmente, mamá dijo que no sabía nada de nada y que tú no te habías quedado a dormir aquí. No supe qué hacer.

—¿Qué hiciste?

—Simulé que no sabía nada de todo el asunto. Comenté que, si no recordaba mal, habías dicho algo sobre ir a ver a una amiga en Wimbledon.

—¿Por qué en Wimbledon?

—Fue el primer lugar que se me ocurrió.

Elvira suspiró con resignación.

—Bueno, supongo que tendré que inventarme algo. Una vieja gobernanta que vive en Wimbledon. Todos estos embrollos lo complican todo. Espero que la prima Mildred no haya hecho ninguna tontería y haya llamado a la policía o algo así.

—¿Vas a ir ahora a su casa?

—Iré por la noche. Todavía tengo que hacer un montón de cosas.

—¿Ha ido todo bien en Irlanda?

—Encontré lo que quería saber.

—Suena como si fuera algo grave.

—Es grave.

—¿Puedo ayudarte, Elvira? ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

—Nadie me puede ayudar en este asunto. Es algo que debo hacer yo sola. Esperaba que una cosa no fuera cierta, pero lo es. No sé muy bien qué hacer al respecto.

—¿Estás en peligro, Elvira?

—No seas melodramática, Bridget. Tengo que ir con cuidado, eso es todo. Tendré que tener mucho cuidado.

—Entonces, estás en peligro.

Elvira tardó unos instantes en responder.

—Confío en que sólo sean imaginaciones mías.

—Elvira, ¿qué piensas hacer con el brazalete?

—No te preocupes, eso está resuelto. Alguien me dejará el dinero, así que iré a la casa de empeños y lo rescataré, o como se diga. Después lo llevaré a Bollard.

—¿Crees que no te dirán nada? No, mamá, es la lavandería. Dicen que no les enviamos aquella sábana. Sí, mamá, se lo diré a la encargada. Sí, de acuerdo.

Elvira sonrió y colgó el teléfono. Abrió el bolso, buscó en el monedero, contó las monedas que necesitaba, las colocó en la repisa y marcó un número. Cuando la atendieron, echó las monedas, apretó el botón A y habló con una voz débil y un tanto agitada.

—Hola, prima Mildred. Sí, soy yo. Lo lamento muchísimo. Sí, ya lo sé. Es precisamente lo que iba a hacer. Sí, se trataba de la vieja Maddy, ya sabes, nuestra vieja gobernanta. Sí, escribí una postal, pero me olvidé de enviarla. Todavía la tengo en el bolsillo. Verás, está enferma y no tiene a nadie que la cuide, así que me di una vuelta por allí a ver cómo estaba. Sí, lo tenía todo arreglado para ir a casa de Bridget, pero esto lo cambió todo. No sé nada del mensaje que recibiste. Supongo que alguien debió confundirse. Sí, te lo explicaré todo cuando regrese, sí, esta tarde. No, me quedaré un rato más por aquí hasta que llegue la enfermera que se encargará de atender a Maddy. No, no es una enfermera de verdad. Ya sabes, es una de esas señoras que entienden de cuidar enfermos. No, Maddy odia los hospitales. Lo siento, prima Mildred, lo siento muchísimo. —Colgó el teléfono y soltó una exclamación de enfado—. Si uno no tuviera que contar tantas mentiras a todo el mundo, viviríamos mucho más tranquilos —comentó para sus adentros.

Salió de la cabina y vio los carteles del quiosco de periódicos que anunciaban la noticia del día:

Asaltan El Irish Mail.

Los Bandidos Desvalijan El Vagón Postal.

2

Mr. Bollard atendía a un cliente cuando se abrió la puerta de la joyería. Miró hacia la puerta y vio entrar a Elvira Blake.

—No —le dijo la muchacha al dependiente que salió a su encuentro—. Prefiero esperar a que Mr. Bollard quede libre.

Transcurrieron unos minutos hasta que Mr. Bollard acabó de atender al cliente, y entonces Elvira se acercó al mostrador.

—Buenos días, Mr. Bollard.

—Mucho me temo que todavía no hayamos acabado con la reparación de su reloj, miss Elvira.

—No, no vengo a buscar el reloj. He venido a disculparme. Ha ocurrido algo terrible. —Abrió el bolso y sacó una cajita. De ésta sacó un brazalete de zafiros y diamantes—. Supongo que recordará usted que el otro día vine a traerle mi reloj para que lo repararan y de paso aproveché para mirar unas cuantas cosas para mi regalo de Navidad. Entonces ocurrió un accidente en la calle. Creo que atropellaron a alguien, o estuvieron a punto de atropellarlo. Supongo que en aquel momento tenía el brazalete en la mano y, sin pensarlo, lo metí en el bolsillo de mi chaqueta. Me di cuenta esta mañana, así que he venido corriendo a devolvérselo. Lo siento muchísimo, Mr. Bollard, no sé cómo pude hacer algo tan estúpido.

—No se preocupe, miss Elvira, no ha pasado nada —manifestó Mr. Bollard con voz pausada.

—Supongo que habrá usted creído que alguien lo había robado —señaló Elvira con una expresión inocente.

—Efectivamente, descubrimos que faltaba. Muchas gracias, miss Elvira, por traerlo en cuanto lo encontró.

—La verdad es que me sentí muy mal cuando lo encontré en mi bolsillo. Muchas gracias, Mr. Bollard, por ser tan comprensivo.

—Muchas veces ocurren confusiones tontas. —Mr. Bollard le sonrió con aire paternal—. Nos olvidaremos de todo este asunto, pero no lo haga otra vez. —Se rió como si hubiese dicho algo muy divertido.

—No, por supuesto. En el futuro tendré muchísimo cuidado.

La muchacha se despidió del joyero con una sonrisa, dio media vuelta y salió de la tienda.

«Me pregunto si… —se dijo Mr. Bollard—. La verdad es que me pregunto si…».

Uno de los socios, que no se había perdido detalle de la conversación, se acercó.

—¿Así que ella se lo llevó?

—Sí. Fue ella quien se lo llevó.

—Pero lo ha devuelto —señaló el socio.

—Efectivamente, lo ha devuelto —asintió Mr. Bollard—. La verdad es que no me lo esperaba.

—¿Quiere decir que no esperaba que ella lo devolviera?

—No, si fue ella la que se lo llevó.

—¿Cree que esa historia es cierta? —preguntó el socio, dominado por la curiosidad—. Me refiero a eso de que se lo metió en el bolsillo por accidente.

—Admito que es posible —respondió Mr. Bollard pensativo.

—Supongo que podría tratarse de un caso de cleptomanía.

—Sí, podría ser un caso de cleptomanía. Pero es muy probable que lo cogiera con toda premeditación. Sin embargo, si es así, ¿por qué se apresuró a devolverlo? No deja de ser curioso.

—Hicimos muy bien en no llamar a la policía —comentó el socio—. Confieso que quería hacerlo.

—Lo sé, lo sé. No tiene usted tanta experiencia como yo en estos casos. Afortunadamente, en este caso ha sido un acierto no llamar a la policía. —Hizo una pausa para después añadir en voz baja—: Todo este asunto no deja de ser interesante. Muy interesante. Me pregunto cuántos años tendrá. ¿Diecisiete, dieciocho? Es muy capaz de haberse metido en algún embrollo.

—Creía que era muy rica.

—Puedes ser una heredera con una gran fortuna —manifestó Mr. Bollard—, pero a los diecisiete años no tienes muchas oportunidades de disponer de tu fortuna. Es curioso pero la mayoría de estas jóvenes disponen de muy poco dinero en efectivo, menos que cualquier pobre. No siempre es una buena idea atarlas tan corto. Bueno, supongo que nunca sabremos la verdad.

Guardó el brazalete en la urna de cristal y cerró la tapa.