28
Trineos perforadores
La base militar era poco más que escombros y tierra quemada, cadáveres hinchados y putrefactos diseminados al sol. La mayoría eran soldados chinos, pero Wit vio también fórmicos entre los muertos. Transportes de tropas destrozados, deslizadores abatidos, los restos de un helicóptero chino calcinado. Wit se esperaba esa visión, pero igualmente le dolió verla. Era una nueva prueba de que los fórmicos estaban ganando la guerra. Los chinos ni siquiera tenían recursos para enterrar a sus muertos.
Mazer dirigió los vehículos hacia el hangar del aeródromo. Había dos aparatos dentro, a los que llamó HERC. Ambos parecían intactos.
—Tenemos suerte —dijo—. Al menos uno puede volar.
Luego se dirigieron al nordeste del aeródromo, hasta un búnker que asomaba a un valle fangoso. Allí Wit vio los tres trineos perforadores de los que Mazer le había hablado mientras regresaban del lugar donde se hallaba posada la sonda.
—Siguen allí —dijo Mazer—. Los milagros no cesan.
—Los vehículos no son un plan —repuso Wit.
—La parte inferior de la sonda no está protegida. Así que la atacaremos desde abajo, subterráneamente. Cavaremos túneles con estos tres trineos perforadores y abriremos un agujero en la panza de la sonda.
—¿Para hacer qué?
—Somos demasiado pocos para destruir toda la estructura con armas pequeñas. Sugiero que plantemos explosivos y estropeemos la sonda.
—No es suficiente —dijo Wit—. Usaremos una bomba nuclear. La borraremos del mapa. Si solo la estropeamos, se darán cuenta de que la parte inferior es su punto flaco y ampliarán el escudo para cubrirla. Si eso sucede, nunca la penetraremos.
—Entonces ¿todo lo que nos hace falta es una bomba nuclear táctica? —dijo Bingwen—. Oh, pensé que sería algo más difícil de encontrar.
—No me gusta el sarcasmo de este niño —dijo Calinga.
—Bingwen tiene razón —repuso Mazer—. Sé que en esta base hay explosivos, pero nada a escala nuclear.
—Déjeme eso a mí —dijo Wit.
—¿Tiene un alijo secreto en alguna parte? —preguntó Bingwen.
—Sigue hablando como si fuera uno de nosotros —se quejó Calinga.
—Lo es —dijo Mazer—. Estoy empezando a creer que algunos niños están hechos para la guerra.
—Los chinos nos darán la bomba nuclear —explicó Wit—. Hemos mantenido contacto con su ejército desde el principio de nuestra campaña. Muchos son oficiales de alto rango que han contactado con nosotros de manera anónima. Compartimos tácticas, hacemos sugerencias, mantenemos los datos en marcha. Les hemos salvado el cuello y ellos nos lo han salvado a nosotros. Les diré lo que planeamos hacer y les pediré suministros.
—¿Y le darán una bomba atómica? —dijo Mazer.
—O nos la darán o comprenderán el acierto de la idea y enviaran a su propia gente con una bomba para hacerlo. Se hará de cualquier forma.
—Somos soldados extranjeros en su suelo. Parece improbable que nos confíen una bomba nuclear táctica dentro de sus fronteras.
—Nos hemos ganado su confianza —dijo Wit—. Y, lo más importante, están desesperados. El ejército chino ha sido diezmado. Ahora penden de un hilo. Necesitan una victoria, y tenemos una tasa de éxito muy superior a la suya. Además, usted sabe pilotar los trineos perforadores. Y viendo cómo estas máquinas están aquí paradas, estoy dispuesto a apostar que los chinos no tienen una cola de pilotos entrenados esperando el momento de hacer algo con ellos.
—¿Cómo transportaremos los trineos perforadores a las inmediaciones de la sonda? —preguntó Calinga—. Está a cincuenta kilómetros de distancia.
—Para eso está el HERC —contestó Mazer—. Tiene espolones. Hará tres viajes, pero llevaré a cada uno de los trineos perforadores al norte, a un lugar cercano a la sonda. Quizás a pocos kilómetros de distancia. Luego cavaremos desde allí y atacaremos.
—Usted pilotará uno de los trineos perforadores, Mazer —dijo Wit—. Conoce la técnica. Calinga y yo pilotaremos los otros dos. Empezará a entrenarnos inmediatamente. Entraré en las redes para contactar con nuestros oficiales anónimos del ejército y les haré saber nuestras intenciones de destruir la sonda con una bomba nuclear. Veremos si alguien pica.
—Si comunicamos nuestras intenciones, alguien intentará detenernos —dijo Calinga.
—No lo comunicaré en un sitio público —contestó Wit—. El mensaje estará codificado y contactaré a los oficiales anónimos individualmente. Si intentan detenernos, les pediremos una idea mejor.
Durante los dos días siguientes, Mazer instruyó a Wit y Calinga en la conducción de los trineos perforadores. Los dos agentes de la POM dominaron la técnica fácilmente, y Mazer se preguntó si todos los miembros del cuerpo eran tan competentes.
—¿Cuántos vehículos diferentes saben conducir ustedes? —preguntó Mazer.
—Todos —respondió Calinga.
Al amanecer del tercer día, un deslizador privado que transportaba un solo pasajero aterrizó hábilmente en el valle. Una mujer china con un maletín, vestida informalmente, bajó y saludó a Wit.
—¿Capitán Wit O’Toole? —Su inglés era intachable.
—Sí.
La mujer le entregó el maletín.
—Confío en que sepa utilizarlo.
Wit depositó el maletín en el suelo y lo abrió lo suficiente para ver la bomba nuclear encajada en gomaespuma. Tan pequeña y sin embargo tan destructiva. La mujer regresaba ya al deslizador. Despegó y se marchó antes de que ninguno dijera una palabra.
—Está claro que sus contactos anónimos quieren seguir siendo anónimos —dijo Calinga.
—Nos enseñó el rostro —dijo Wit—. Ha sido un acto de valentía.
—Tal vez no sea el contacto —observó Calinga—. Tal vez sea la esposa o la amante o cualquier otra persona.
—Es una militar —dijo Wit—. Tiene las uñas cortas y no lleva las orejas perforadas. Además, se movía como un soldado, observándolo todo. —Recogió el maletín—. Tenemos nuestra arma. En marcha.
No perdieron más tiempo. Wit, Calinga y Mazer se pusieron los cascos y los trajes fríos.
Mazer se arrodilló ante Bingwen.
—Te quedarás aquí con los agentes de la POM y harás lo que ellos digan. Volveré pronto.
—Más le vale —dijo el niño.
Calinga llevó a Mazer hasta el aeródromo. Allí, Mazer subió a uno de los HERC, lo pilotó de regreso al valle, y recogió uno de los trineos perforadores. Luego llevó el trineo hacia el norte, volando bajo y atento a la presencia de naves enemigas. A cinco kilómetros al sur de la sonda encontró una empinada colina donde los trineos podrían cavar fácilmente el terreno. Dejó el que transportaba junto a la colina y repitió el viaje dos veces más para traer los otros dos trineos. En el último viaje trajo consigo a Wit y Calinga. Tres trineos perforadores, tres pilotos.
Cuando estuvieron listos para subir a sus respectivos trineos, Wit dijo:
—Cavaremos hondo, nos situaremos directamente debajo de la sonda y luego ascenderemos. Lo haremos en ángulo y golpearemos la sonda en el centro. Los tres penetraremos el casco y nos abriremos paso hasta el interior. Yo llevaré la bomba nuclear en mi carlinga. Cuando estemos dentro, les dejaré la bomba con mi trineo de regalo. Entonces subiré al trineo de Calinga y, junto con el otro trineo, cavaremos como locos para llegar lo más profundo posible y evitar la onda expansiva.
—¿Por qué dejar la bomba en uno de los trineos? —preguntó Calinga.
—No podemos dejarla al descubierto —respondió Wit—. No conocemos las capacidades de los fórmicos. Podrían reconocerla como amenaza y desarmarla antes de que estallara. No podemos arriesgarnos a eso. El trineo perforador actuará como una cámara acorazada. Los fórmicos no podrán llegar a la bomba si está en la carlinga. La detonación está prácticamente garantizada.
—Bien —dijo Calinga—, pero la bomba la llevaré yo. Soy más menudo y habrá más espacio en mi carlinga. Cuando estemos en la sonda la abandonaré y subiré al trineo de Mazer. El mismo plan, personas distintas. Y no discuta, Wit. Sabe que tiene sentido. Mazer es mejor piloto, y una vez más el tamaño cuenta. Es usted casi tan grande como nosotros dos juntos. Mazer y yo estaremos más cómodos compartiendo una carlinga. Sé que no le gusta que corra el riesgo cuando puede correrlo usted, pero mi idea es mejor desde un punto de vista logístico.
—Tienes razón —admitió Wit—. Lleva tú el paquete. Mazer, ¿hasta dónde tendremos que hundirnos bajo la sonda para ganar suficiente velocidad para penetrar el casco?
—No estoy seguro de que podamos penetrarlo —respondió el maorí—. No sé de qué está compuesto. Puede que lo atravesemos, puede que no.
—Suponiendo que podamos.
—Trescientos metros como mínimo.
—Muy bien —dijo Wit—. Usted irá de líder, Mazer. Calinga y yo le flanquearemos, siguiéndole en paralelo.
Subieron a los trineos perforadores y los pusieron en marcha. Momentos después empezaron a cavar en la falda de la colina, escupiendo lava caliente. Una vez bajo tierra, Mazer inició un lento descenso gradual, dirigiéndose a un punto situado a trescientos metros por debajo de la sonda. Sus trajes fríos intentaban mantener una temperatura corporal normal, pero en cuestión de instantes sintió los dedos rígidos y pudo ver su propio aliento dentro del casco. La visera se llenaba de escarcha por los bordes, pero los ventiladores hacían circular aire por el casco e impedían que se nublara por completo.
Cuanto más se hundían bajo la superficie, más roca sólida encontraban y más rápido se movían. Intentaron no acelerar demasiado porque no podían comunicarse cuando se movían a esas velocidades, pero en ocasiones no podían evitarlo.
Mazer vigilaba el holo indicador de profundidad del salpicadero. Cuando se acercaron a la sonda, se llenó de líneas blancas que se entrecruzaban.
—Los fórmicos deben de ser cavadores de túneles —dijo—. Es como si hubiera una colonia de hormigas ahí abajo.
—Tal vez tengamos suerte y nos topemos con algunos —suspiró Calinga—. Y lo digo literalmente. Los arrollamos y los escupimos por detrás.
Finalmente se colocaron en posición, a trescientos metros bajo la superficie, casi directamente por debajo de la sonda. Mazer estaba prácticamente en vertical en su asiento, agitando los dedos de manos y pies para que circulara la sangre. No servía de nada.
—Estoy preparado, Wit. Dé la orden antes de que me convierta en hielo.
La voz de Wit llegó por el comunicador.
—Calinga, ¿estás listo?
—Listo y con el culo congelado. Pongámonos en marcha.
—¡Vamos allá! —dijo Wit.
Mazer apretó el acelerador y su trineo perforador se impulsó hacia arriba, escupiendo lava por detrás y despegando. La carlinga se estremeció y Mazer tuvo que agarrar con más fuerza las barras de mando. Sintió que el calor aumentaba dentro de la carlinga. Era un alivio después del frío, pero pronto se convirtió en un calor abrasador.
—Doscientos cincuenta metros hasta el objetivo —dijo.
Los tres trineos perforadores se abalanzaron hacia arriba, masticando tierra y roca. Mazer no quitaba ojo del indicador, pero la creciente vibración le dificultaba enfocar la mirada en los indicadores.
—Doscientos metros —anunció.
En la pantalla aparecieron más líneas blancas. Primero fueron solo unas pocas, pero luego se materializaron docenas a medida que los trineos se acercaban a la sonda. Decididamente, pensó Mazer, los fórmicos eran cavadores de túneles. De eso no cabía ya duda.
El indicador de profundidad avanzó y reveló un enorme punto blanco inmediatamente debajo de la sonda.
—¡Alto! —dijo Mazer—. Más despacio. Hay una gran bolsa de aire justo bajo la sonda. No lo conseguiremos.
—La veo —dijo Wit—. Nos detendremos antes de alcanzarla.
Mazer continuó frenando, se abrió paso entre las últimas capas de tierra y se acercó a la bolsa de aire casi a rastras. La barrena empezó a pararse, y el trineo se inclinó hacia delante y se niveló en lo que parecía el suelo de una enorme caverna. Los trineos de Wit y Calinga aparecieron junto a él. Mazer abrió la carlinga y se puso de pie en su mismo asiento. Proyectó las luces de su casco hacia arriba y vio la panza de la sonda. Unos metros más y podría haber tocado con la mano la superficie de metal.
La bolsa de aire era enorme. Mazer no estaba seguro de su anchura: movió la linterna alrededor y en vez de ver paredes en los lados solo vio negrura.
—Menudo fiasco —siseó Calinga. Estaba de pie en la carlinga abierta, mirando la panza de la sonda, un gigantesco techo extraño sobre ellos—. Y yo que pensaba que íbamos a atravesar esta cosa, y ahora ni siquiera podemos alcanzarla.
Hubo un crujido de hielo y un susurro de aire, y la carlinga de Wit se abrió.
—Dígame, Mazer, ¿cuáles son nuestras opciones? ¿Hay algún modo de llegar al casco?
Mazer apuntó de nuevo hacia arriba con las luces de su casco.
—No me esperaba una bolsa de aire. Esto complica las cosas. —Calculó la distancia del suelo al techo—. Si subimos como habíamos planeado, podríamos atravesar la bolsa de aire con suficiente impulso para llegar a la sonda. Pero las barrenas nunca podrían morder el casco. Rebotaríamos.
—Entonces no lo podemos atravesar —dijo Calinga—. ¿Qué hacemos ahora? ¿Dejamos aquí la bomba?
—Podríamos —repuso Wit—. Pero dentro causaría mucho más daño. Nuestras posibilidades de éxito aumentarían exponencialmente si lográramos pasar. Mazer, ¿podríamos entrar quemándola? ¿Y si damos media vuelta a estos topos y golpeamos la panza de la sonda con chorros de lava? ¿Podríamos fundir un agujero lo suficientemente grande para que Calinga pase?
—Ni idea. Tal vez. Merece la pena intentarlo. El problema es que tendremos que salir, darle la vuelta a los trineos perforadores, extender los zancos y erguir las máquinas, con el culo apuntando a la sonda para así golpearla con chorros de lava.
—Calinga, vuelve a tu trineo y húndete —dijo Wit—. Ponte de nuevo en posición de lanzamiento. Mazer y yo abriremos un agujero. Si funciona, te diremos que subas y te abras paso. Iremos detrás de ti. Luego dejaremos tu trineo y la bomba tal como habíamos planeado.
—Entendido.
—Tendré que extender sus zancos y ponerle en posición de excavar —dijo Mazer.
Calinga se encerró en su cabina. Mazer se acercó al trineo, retiró los paneles y marcó la secuencia para hacer funcionar los zancos. Era un proceso de múltiples pasos que tardó unos minutos, pero pronto todo los zancos estuvieron desplegados y afianzados.
—Está listo. Pero espere hasta que yo vuelva a mi topo y me aparte del camino de su chorro de lava.
Calinga esperó la orden y luego arrancó el trineo y se zambullo en la tierra. Un flujo de lava salió despedido por la parte trasera y golpeó la panza de la sonda. El casco de la nave fórmica chisporroteó y goteó.
—Se está derritiendo —dijo Mazer—. Parece que su plan funciona, Wit.
—Enséñeme a colocar los zancos de mi trineo —pidió Wit.
Mazer esperó a que el trineo de Calinga desapareciera en la tierra y el chorro de lava escupida cesara. Entonces corrió al aparato de Wit y abrió el panel del costado y enseñó a Wit el proceso. Pronto el trineo estuvo posado sobre sus patas de araña, la parte trasera preparada para rociar la sonda de lava.
Hubo un atisbo de movimiento en la oscuridad. Mazer se volvió y proyectó su linterna. Un grupo de veinte o treinta fórmicos avanzaba hacia ellos. No parecían armados, pero sus garras y fauces parecían dispuestas a hacerlos pedazos.
—Tenemos compañía.
Había dejado su arma en la carlinga. Corrió a cogerla. Los fórmicos se abalanzaron. Mazer empuñó la pistola y disparó las primeras ráfagas desde donde estaba, junto al trineo. La mayoría de las balas hicieron blanco. Los fórmicos cayeron. Otros se dispersaron en la oscuridad.
—Entreténgalos —dijo Wit—. Yo pondré su trineo en posición.
Corrió al aparato, abrió el panel y se puso a trajinar.
Sus cascos estaban hechos para pilotar los trineos, no para escaramuzas a tiros en medio de una oscuridad casi total. Mazer no tenía ningún VCA, nada que lo ayudara a apuntar, ningún rastreador de calor, ni visión nocturna. Su visera era una hoja de cristal, nada más. Contaba con una pistola y una linterna.
Movió la linterna, buscando los fórmicos que intentaban acercarse a su posición. De vez en cuando la luz encontraba uno y entonces disparaba varios tiros, apuntando al centro de la criatura.
Momentos más tarde, la multitud de fórmicos se retiró, huyendo hacia la oscuridad por donde habían venido.
—Se marchan —dijo Mazer.
—Bien —respondió Wit—. Necesito dos minutos más.
Mazer siguió moviéndose, apuntando con su linterna en todas direcciones, la pistola preparada. Durante un momento pensó que estaban seguros. Entonces su luz iluminó cientos de pares de ojos en la oscuridad, avanzando.
—¡Fórmicos! —dijo Mazer—. A las dos. ¡Son cientos!
—Treinta segundos más —dijo Wit.
El primer grupo eran exploradores, advirtió Mazer, enviados para ver qué tenía que ofrecer el enemigo. Este era el ejército de verdad. Mazer pensó que no podría aguantarlos diez segundos, mucho menos treinta. Venían como un enjambre.
Ajustó la pistola para descargas de tres disparos y abrió fuego. Los tiros resonaron en la bolsa de aire. Todos hicieron diana. No fue difícil. Los fórmicos estaban prácticamente unos encima de otros, cargando frenéticos, lanzándose hacia Mazer como una ola de ojos y extremidades y furia.
No tienen miedo, advirtió. Los estaba abatiendo, pero no les importaba. Era como si supieran que acabarían por superarlo, y los individuos que iban delante estuvieran dispuestos a sacrificarse con ese propósito.
—Treinta metros —dijo Mazer—. Tiene tres segundos.
—De acuerdo —respondió Wit—. Esté preparado. ¡Vamos, vamos, vamos!
Mazer corrió hacia su trineo perforador, disparando a ciegas hacia atrás. Más fórmicos cayeron. El enjambre continuaba avanzando, sus compañeros caídos ya olvidados.
Mazer subió la escalerilla y entró en su carlinga. Vio a Wit por el rabillo del ojo subir al suyo. Retiró la escalerilla y cerró la carlinga justo cuando una oleada de fórmicos chocaba contra la máquina, subía por los zancos y golpeaba la cabina. Su peso hizo tambalearse el trineo, y durante un instante aterrador Mazer pensó que iban a volarlo o romper los zancos. Pero el aparato aguantó, a pesar de los golpes recibidos.
—Esto no va a funcionar —dijo—. Calinga no podrá salir de su trineo. Lo superarán. Tenemos que abortar.
—Destruir la sonda es más importante que Calinga —dijo Wit—. Es más importante que todos nosotros. Él lo sabe. Si desistimos, los fórmicos protegerán la panza de la nave. Es ahora o nunca. Abramos un agujero.
Tenía razón, naturalmente. El éxito de la misión era más importante que ninguna otra consideración, incluso que sus vidas.
Mazer puso en marcha la barrena. Luego invirtió la potencia de la oruga del trineo y lentamente lo bajó a la superficie. La lava salió escupida hacia arriba y golpeó la sonda. La potencia invertida contrarrestaba la propulsión hacia delante de la barrena, pero las fuerzas opuestas hacían que el trineo se estremeciera y botara. Mazer aguantó. Wit también. Brotó la lava. La panza de la sonda empezó a derretirse.
Los golpes en la cabina de Mazer habían cesado. Los fórmicos habían caído. Mazer esperó que estuvieran recibiendo una lluvia de lava. Pasó un minuto. Luego dos. El trineo cabrioló y dio vueltas por el suelo de la bolsa de aire. Mazer tuvo cuidado de no escupir lava hacia la posición de Wit, y esperó que Wit estuviera haciendo lo mismo.
Un gran pedazo de la panza de la sonda cayó, como el suelo de una casa ardiendo. Quedó un agujero.
—¡Calinga! —dijo Wit—. Tienes vía libre. Te envío los datos. Entra, suelta la bomba y sal si puedes.
—Recibido. Lárguense los dos. No quiero golpearlos al subir. Voy a toda pastilla.
Mazer detuvo la potencia invertida de su tracción de oruga y replegó los zancos. El trineo perforador cayó y se hundió en la tierra bajo la bolsa de aire, cavando profundamente.
Mazer captó la posición de Calinga en el holo. Pasaron uno junto al otro, Mazer bajando, Calinga subiendo. En los últimos cien metros, Calinga aceleró a fondo y atravesó la bolsa de aire. Apuntó al agujero a la perfección. Pero como iba en ángulo, el trineo golpeó el borde del agujero al entrar. Eso hizo que el aparato girara en el aire y se estrellara de lado en la sonda.
—Calinga —llamó Wit—. Informa.
La voz que respondió sonaba dolorida pero animosa.
—Caven hondo. Yo detonaré la bomba.
—Aguanta —dijo Wit—. Voy a buscarte.
—Negativo —respondió Calinga—. Si intenta saltar hasta aquí le sucederá lo mismo, y los dos estaremos muertos. Tengo el trineo cubierto de fórmicos ya. No podría pasar al otro trineo. Caven ustedes. Yo me quedo. Les daré veinte segundos.
—Tendría que haber sido yo —dijo Wit—. Tendría que haber llevado yo la bomba.
—Es hora de dejarle la gloria a otro.
—Ha sido un honor —dijo Wit.
—El honor ha sido mío —repuso Calinga.
¿Cómo podían hablar así?, se preguntó Mazer. ¿Cómo podían resignarse tan fácilmente? Porque eran de la POM, comprendió. Porque eran soldados inteligentes, porque sabían que no había otro modo.
—Diez segundos —dijo Calinga—. Están empezando a romper la cabina. No puedo retrasarlo más.
Mazer aceleró a fondo. Descontó los segundos mentalmente, viendo el holo en su salpicadero. Al llegar a cero, el puntito que era el trineo perforador de Calinga se apagó.
Mazer se dirigió al lugar que habían acordado cuando accedieron a salir a la superficie. Ninguno sabía cuál sería el radio de la explosión de una bomba nuclear subterránea, pero el alcance de la radiación sin duda sería amplio. Lo mejor que podían hacer era elegir un punto a diez kilómetros, o a la distancia máxima que pudiera llegar el trineo.
Mazer salió a la superficie en el punto fijado y le sorprendió ver un puñado de vehículos en los escáneres. Se soltó el cinturón, se levantó y abrió la carlinga.
Media docena de tanques y vehículos de asalto chinos estaban allí aparcados, junto con un pelotón de soldados armados y vestidos con trajes antirradiación. Wit había llegado ya. Había bajado de su trineo perforador y se estaba poniendo un traje con la ayuda de dos soldados. Hablaba con un oficial.
El oficial se dio media vuelta y miró a Mazer, sonriendo. Era Shenzu, el contacto de Mazer en la base china que había amenazado con abatirlo por llevarse el HERC.
—Bienvenido, capitán Mazer Rackham. En nombre del ejército chino, le doy las gracias por destruir una de las sondas y la biomasa. Tenga, póngase este traje. Dentro hay un comunicador. Probablemente estemos a salvo a esta distancia, pero es mejor no confiarse.
—¿El estallido fue un éxito? —preguntó Mazer.
Shenzu sonrió.
—Hoy es un gran día en China. Hemos conseguido una enorme victoria. Ah, por cierto, están ustedes arrestados.
Mazer pensó que había oído mal.
—Acabamos de destruir a los tipos que han estado masacrando a su pueblo —dijo Wit—. Se supone que tienen que ver lo que hemos hecho e imitarlo.
—Oh, descuide, lo imitaremos —dijo Shenzu—. Tenemos gente trabajando en eso ahora mismo. Es solo una sonda, después de todo. La guerra aún no ha acabado. Pero mientras tanto, hay cargos contra ustedes. Cruzar ilegalmente la frontera, robar propiedades del gobierno, efectuar un ataque nuclear en territorio chino. Todos delitos graves. Tengo que escoltarles a un centro de reclusión.
—¿Así es como nos dan las gracias? —preguntó Mazer.
—No se preocupen, caballeros. En China, la mayoría de los héroes son arrestados primero. Estamos acostumbrados a eso.