27

Lanzamiento

En el pozo hacía frío y la única iluminación eran las linternas de las cuadrillas de construcción, pero a Lem le preocupaba más guardar el secreto que la seguridad. Su padre tenía oídos en todo el complejo Juke, pero no habían llegado allí todavía. Habían terminado de excavar el pozo hacía solo doce horas. Las paredes y el suelo eran aún de roca pelada. El polvo del aire seguía denso y calizo. Parecía el lugar perfecto para encontrarse con Norja Ramdakan, miembro veterano del consejo de dirección, que ahora se hallaba frente a Lem, tiritando de frío.

—Debería haberte dicho que te abrigaras muy bien —dijo Lem.

—Deberías haberme dicho de qué va todo esto —replicó Ramdakan.

Era un hombre grueso que se preocupaba demasiado por la moda y muy poco por su propia salud. Telas bonitas y pintorescas flores en los ojales no te hacían menos redondo de cintura y más atractivo para las mujeres. Sin duda las tres exesposas de Ramdakan le habían dicho exactamente eso mientras salían de su vida con una buena tajada de su fortuna.

Lem sabía que haría ese frío y podría haberle transmitido el dato, pero prefería verlo tiritar.

Según el mapa del holopad de Lem, se encontraban en sólida roca lunar, a cincuenta metros del túnel Juke más cercano y a otros treinta bajo la superficie. El túnel iba a ser un conector entre las dos alas, pero como la excavación y la construcción distaban mucho de haber sido terminadas, el mapa de la compañía no se había actualizado para incluirlo.

—Me preocupa mi padre —dijo Lem—. Y no sabía con quién más hablar, pero tú eres quien lo conoce mejor.

Ramdakan llevaba con su padre desde el principio, encargado de la mayoría de las finanzas de las primeras aventuras mineras. Incluso había pasado unos años en el Cinturón con Ukko, aunque Lem no era capaz de imaginarlo. Ramdakan se venía abajo ante cualquier incomodidad. Debió de haber sido una odisea para él vivir en una nave minera.

—¿Por qué deberías preocuparte por tu padre? —preguntó, tratando de no parecer receloso. Era uno de los subalternos de confianza de Ukko, pero también el más transparente. No sabía actuar para salvar su propio pellejo. No tenía conciencia de sus expresiones, ni idea de cómo ocultar las emociones. Eso le hacía parecer sumamente estúpido. Por un instante Lem trató de imaginárselo interpretando al rey Lear o a Próspero, y la imagen le pareció nauseabunda. Falstaff le pegaría más a aquel gordito, pero sazonado de ingenio y humor.

—Creo que alguien de la compañía podría estar intentando arrebatarle el puesto a mi padre desacreditándolo ante los inversores —dijo Lem.

Ramdakan se echó a reír.

—Les resultará difícil. Los inversores adoran a tu padre. Solo les preocupa una cosa, Lem: el dinero. Y tu padre les da de sobra.

—Sí, pero podría perder rápidamente su favor. Las tornas podrían volverse en un instante. Sin duda conoces cómo es este negocio con los impuestos y las tasas, por ejemplo.

—Sé que pagamos impuestos y tasas —dijo Ramdakan con cautela.

«Oh, hombrecillo estúpido —pensó Lem—. ¿Esto es lo mejor que puedes hacer? ¿Esta es la cara que pones cuando finges inocencia? ¿Te ha funcionado alguna vez con alguien?».

Naturalmente, la cara de Lem no reveló nada. En cambio, mostró preocupación.

—¿No te has enterado entonces? Creía que tú, con tu control sobre las finanzas, lo sabrías. —Le dio a Ramdakan el holopad con los hallazgos de Imala ya en pantalla—. El DCL encontró hace poco miles de millones en impuestos y tasas sin pagar. Y, peor aún, había gente dentro del DCL y en Juke Limited que no solo conocía las discrepancias, sino que también tomó medidas para encubrirlas.

Era absurdo llamar «discrepancias» a la contabilidad ilegal de miles de millones de créditos, pero Lem sabía que ese era el término que el propio Ramdakan había empleado cuando el consejo se esforzaba por silenciar la noticia. Las pruebas no lo habían implicado directamente (era demasiado listo para eso), pero Lem podía ver sus sucios dedos en todo el asunto. Probablemente Ramdakan había hecho todo el trabajo principal. Y si no él, al menos sus astutos equipos financieros siguiendo sus directrices explícitas.

Pero independientemente de quién hubiera puesto a rodar la pelota, era una empresa que había implicado a más gente de la que conocía Imala, con Ramdakan y su padre probablemente a la cabeza.

—Ah, sí… —añadió el hombre—. Ya había oído algo al respecto.

A Lem le entraron ganas de reírse. Ramdakan actuaba como si una actividad ilegal de semejante monto fuera una mera charla de oficina o un cotilleo casual.

—Es una suma astronómica, Norja —dijo Lem—. Hacen falta departamentos enteros de personas y un montón de dinero para ocultar una cosa así.

Ramdakan le devolvió el holopad, súbitamente enfadado.

—¿Para esto me has hecho venir a un congelador, Lem? ¿Para enseñarme lo que hacen los idiotas del DCL en su tiempo libre?

En su tiempo libre no, imbécil, quiso gritar Lem. Son una agencia del gobierno. Esto es lo que se supone que hacen todo el tiempo. Es decir, cuando no están aceptando sobornos de tu parte y bailando al son que tú les marcas.

Pero mantuvo la compostura.

—Te he llamado, Norja, porque estoy preocupado. Mi padre nunca habría accedido a esto. Sin embargo, las pruebas insinúan que fue cómplice. Algunos pueden incluso llegar a la conclusión de que orquestó todo este asunto.

—No es verdad.

—Pues claro que no. Pero si la prensa se entera…

—No se enterará —dijo Ramdakan—. Tenemos a gente ocupándose de esto ahora mismo, Lem. Lo están solucionando. Y si la prensa se entera, los tipos de relaciones públicas se harán cargo y se asegurarán de que no llegue a las redes. Es su trabajo, y lo hacen muy bien. Esta noticia es vieja, Lem. La tenemos bajo control.

—Bien. Me alegra oírlo. ¿Cuánto hemos pagado?

Ramdakan parpadeó, confuso.

—¿Qué quieres decir?

—Los impuestos atrasados y las tasas. ¿Cuánto hemos pagado hasta ahora? Sin duda hemos iniciado el proceso de zanjar la deuda requerida.

—Es complicado. Estamos hablando de sumas enormes. No es como comprar un par de zapatos.

O un cinturón más grande, pensó Lem.

—Hay abogados trabajando —añadió Ramdakan—. Hay miles de páginas de documentación que revisar. Estas cosas llevan su tiempo. Nuestra gente lo resolverá. Es su trabajo. No es asunto tuyo.

—Pero es que sí que es asunto mío. Hay gente en esta compañía que amenaza con manchar la reputación de mi padre. No lo consentiré. ¿Hemos hecho al menos un pago inicial, para mostrar nuestra buena fe, para impedir que el DCL haga público este asunto?

—Ya te lo he dicho. Nadie va a hacerlo público. Confía en mí.

Porque los has hecho callar con amenazas y sobornos y esa asquerosa sonrisa de cerdo que tienes.

—La información siempre encuentra un camino de salida —dijo Lem—. Me han informado que esas discrepancias fueron descubiertas por un auditor auxiliar de pacotilla del DCL. Si alguien tan insignificante puede excavar la mierda, puede hacerlo cualquiera. Tarde o temprano esto saldrá a la luz. Tenemos que estar preparados.

—¿Cómo?

—Declarando que como compañía estamos haciendo todo lo posible por cumplir con nuestras obligaciones. Si esperamos a que se produzca la filtración para hacerlo, pareceremos serpientes altivas que tratamos de protegernos las espaldas.

Los dientes de Ramdakan estaban a punto de empezar a castañear.

—Bien. Me encargaré de ello.

—¿A cuánto subirá la fiesta?

—Ya te he dicho que me encargaré de ello. No tenemos una partida de fondos para esto, Lem. Habrá que hacer algunos análisis. Ha sido un trimestre duro, por si no te has dado cuenta. No tenemos fondos de liquidez a los que podamos recurrir alegremente. Esto hay que presupuestarlo y aprobarlo. Tendré que consultar con el Consejo. Son ellos los que decidirán. —El énfasis era un intento de recordar a Lem que no tenía ninguna autoridad en la materia, que era un novato de segunda división metiendo las narices en las ligas mayores, pero Lem fingió que significaba otra cosa.

—Tienes razón —dijo—. No hay tiempo para retrasos. Lo último que necesitamos es que la burocracia empantane este asunto con su indecisión. —Lem pensó un momento, o más bien lo simuló, y entonces fingió tomar una decisión—. Puede que pienses que soy idiota, Norja, pero creo que no podemos esperar al Consejo. Quiero hacer un pago de buena fe en beneficio de la compañía a cargo de mi fortuna personal.

Ramdakan se echó a reír.

—No hablas en serio.

—Hablo en serio. Le diré a mi gente que lo haga inmediatamente. Una décima parte de lo que debemos debería ser suficiente para tener al DCL contento por ahora.

Ramdakan abrió los ojos como platos y casi se atragantó con las palabras.

—¿Una décima parte? Pero eso es una cantidad enorme. No puedes…

—¿Tener tanto dinero? Lo tengo, Norja. Olvidas que he dirigido unas cuantas compañías propias. Me ha ido muy bien. Nadie parece recordarlo porque la sombra de mi padre es alargada, cosa que me parece bien. Pero así de comprometido estoy con esta compañía y con mi padre.

—Sí, pero… ¿una décima parte?

—Menos nos perjudicaría ante la prensa. No sería una muestra de buena fe. Diremos que es un préstamo. La compañía podrá devolvérmelo con el tiempo cuando los fondos hayan sido presupuestados.

—Tu padre no lo aprobará, Lem.

—No tiene por qué saberlo. Temo que se sentiría abochornado. Y nadie más del Consejo debe saberlo tampoco. No quiero hacer nada que mengüe la reputación de mi padre entre ellos. Le avergonzaría si el Consejo y los inversores supieran que su propio hijo tuvo que echarle una mano. Prométeme que mantendrás esto en secreto, Noja. Mi padre se ha pasado toda la vida construyendo esta compañía con su esfuerzo. No voy a permitir que un banda de avaros y mangantes manchen su reputación. Ya tiene bastante con esa tontería de los drones.

Eso hizo vacilar a Ramdakan.

—¿Tontería de los drones?

—Ese asunto de armar los drones con el gláser. Tienes que hablar con él, Norja. A mí no me hará caso. Los gláseres fracasarán. He visto la nave fórmica en acción. Nuestros drones serán masacrados. Como resultado, el proyecto Vanguard se hundirá después de la guerra. La idea de que produzcamos y utilicemos drones estará muerta. Las intenciones de mi padre son buenas, pero serán un hachazo para la compañía. Muy bien podrían costarle su puesto y todos nuestros empleos. —Se acercó a Ramdakan y le puso una mano en el hombro—. Tienes que ayudarme a impedir que eso suceda. Tenemos que proteger a mi padre. Él siempre ha confiado en ti. ¿Tengo tu palabra de que le sigues siendo fiel?

—Por supuesto, Lem.

Lem se relajó visiblemente

—Bien. Lamento hacerte soportar este frío, pero la precaria situación de mi padre ahora mismo no puede llegar a oídos de quienes podrían intentar aprovecharse.

—Sí, naturalmente.

Lem señaló el pasillo.

—Ve tú. No deberían vernos salir juntos del pozo.

—Bien pensado. Buena suerte, Lem. —Se abrió paso entre las cortinas de plástico que colgaban del techo para mantener a raya el polvo y el frío y regresó al pasillo, sus pasos livianos y saltarines sin un suelo magnético debajo para compensar la baja gravedad lunar.

Lem lo vio marcharse. Si Ramdakan era listo, vería el juego de Lem y le seguiría la corriente, sabiendo que su mejor probabilidad de mantenerse a flote cuando Lem ocupara el puesto de su padre era demostrar ahora su lealtad. Si no era listo (lo más probable), creería que Lem era sincero y haría exactamente lo que le había pedido. En ambos casos, Lem ganaba.

Pulsó su holopad y envió a sus ayudantes la autorización para efectuar el pago de buena fe que ya habían preparado para el DCL. Era una cantidad enorme, sí, una gran porción de su fortuna, pero, como todo lo demás en que gastaba su dinero, suponía una inversión. No se gana dinero sin gastar dinero, y si esto funcionaba, si ascendía al puesto de su padre a edad tan joven, tenía toda una vida por delante para recuperarlo cien veces o más.

Y si no funcionaba, bueno, para eso estaban los abogados. Al final, recuperaría la mayor parte. Entonces podría dejar la compañía y convertir esa inversión en una fortuna mayor en otra parte. En realidad, no era difícil. Cuando tenías tus primeros cientos de millones, el dinero hacía casi todo el trabajo por ti.

Pero saldría bien. Lo sabía. Había hecho apuestas como esta antes, y siempre había acertado. Filtraría los descubrimientos de Imala a la prensa dentro de una semana o así, acudiendo primero a la prensa subterránea de las redes, lejos de los periodistas que su padre tenía untados. Y filtraría también la noticia de su pago de buena fe al DCL. Lo orquestaría para dar la impresión de que había hecho un enorme sacrificio personal para salvar los miles de empleos que se habrían perdido como resultado de la pobre actuación de la compañía. Se publicarían numerosos artículos de interés humano. Anotó mentalmente encargar a un equipo de rodaje que tomara imágenes de obreros trabajando en las fábricas. A la prensa le encantaba esa basura.

Y naturalmente ninguna de las filtraciones podría achacársele a él. De hecho, haría todo lo posible para dar la impresión de que evitaba a la prensa, lo que significaba salir de los edificios cercados por los periodistas y correr hasta su coche para evitar su andanada de preguntas.

«Mi padre es un buen hombre —declararía—. Los errores que pueda haber cometido ahora no pueden empañar una carrera de éxitos tan extraordinarios».

Habría un infiltrado en la multitud, naturalmente. Un periodista que gritaría por encima de los demás, justo cuando Lem subiera al deslizador: «Señor Jukes, ¿qué tiene que decir sobre los rumores de que el Consejo está considerándolo como sustituto de su padre?».

Y Lem se mostraría herido por la pregunta, dolido de que alguien se atreviera a sugerir que su padre ya no era adecuado para el cargo. Y entonces se marcharía, dejándolos con una respuesta que no era exactamente una confirmación del rumor y tampoco una negación. Y si hay algo que le encante a la prensa, es lo equívoco. Se abalanzarían como tiburones sobre el rumor y como resultado de toda la atención que le dieran, lo convertirían en realidad. Y allí estaría Lem, el hijo diligente, reconociendo a regañadientes que sí, era capaz, y sí era el hombre para el puesto.

Esperó otros cinco minutos y luego cogió un deslizador que lo llevó a las instalaciones de producción de Juke donde estaban montando los gláseres en los drones. Su padre iba a ir a comprobar sus avances, y Lem también sentía curiosidad. No tenía acceso a esa ala de las instalaciones, a pesar de sus solicitudes a Simona para que se lo concediera, pero si aparecía sin más, su padre no le cerraría el paso.

Probablemente.

Llegó antes que su padre, como había planeado, y en el vestíbulo se reunió con el capataz, un hombre fornido llamado Bullick, que se mostró nervioso durante la espera. Lem trató de tranquilizarlo.

—Estoy seguro de que están haciendo un buen trabajo. Mi padre no muerde demasiado fuerte.

El deslizador llegó a la hora prevista. Simona bajó primero, seguida de su padre, que había sustituido su traje de chaqueta por pantalones de trabajo y una camisa azul. Trató de ocultar su sorpresa cuando vio a su hijo.

—¿Has hackeado mi plan de trabajo, Lem, o estabas por casualidad en la zona?

—Las dos cosas —respondió, y frunció el ceño mirando a Simona—. De verdad, Simona, tendrías que vigilar mejor tu holopad. Es una mina de información. —Le hizo un guiño y ella le respondió con una mirada de desagrado. En realidad, Lem había conseguido la información en otra parte, pero le divertía ver cómo se ruborizaba. Era hasta bonito.

—¿Por qué estás aquí, hijo?

«Ya está otra vez con lo de “hijo” —pensó Lem—. Anda ya, padre, aquí no hay cámaras. Fuera máscaras».

—Quería ver esos drones con mis propios ojos y darle al señor Bullick, aquí presente, la oportunidad de convencerme de que no se trata de un craso error.

Bullick pareció escandalizado.

Ukko mantuvo oculto su malestar: no era un bufón como Ramdakan.

—Aprecio tu preocupación, Lem, pero esto es decisión mía, no tuya.

—Obviamente, padre. Y no pretendo interponerme en tu camino. Solo quiero asegurarme de que se toman las precauciones necesarias.

—¿Por qué no iban a tomarse? ¿Y para quién deberían tomarse exactamente? Son naves no tripuladas. Si estallan, no morirá nadie.

—Si estallan, toda la empresa de los drones estallará con ellas.

—Me alegra ver que te interesan los negocios, Lem. Pero la política de la compañía es pasar temporalmente a segundo plano para salvar a la raza humana.

—Entonces ¿esto es una visita cerrada?

Durante un momento pareció que Ukko iba a pedirle que se marchara, pero entonces sonrió e hizo un gesto con la mano, indicando el almacén.

—Al contrario. No nos vemos lo suficiente. —Rodeó el hombro de Lem con un brazo—. Señor Bullick, parece que seremos un grupo de cuatro. Espero que no sea ningún problema.

—Es su edificio, señor Jukes. Por aquí, por favor.

Bullick se dio media vuelta y los condujo pasillo abajo. Cuando Lem pasó ante Simona, ella le dirigió una mirada de puro desprecio. Lem no pudo evitar hacerle un guiño.

La planta de la fábrica era inmensa. Toda la flota de drones ocupaba el espacio, con cientos de obreros trajinando en los aparatos, o en andamios, o colgando de arneses, todos construyendo, cortando, soldando y fijando. Volaban chispas, las herramientas zumbaban, las grúas iban y venían, cargando con suministros.

Bullick se dirigió al dron más cercano. Estaba suspendido en el aire dentro de un gran soporte, con el gláser sujeto a su panza por una red de metal que lo rodeaba como un panel de hierro.

—Es el nuevo sistema de jaula que hemos diseñado para mantener los gláseres en su sitio —explicó Bullick—. Sumamente resistente. El dron se hará pedazos antes. No tendríamos que tener más problemas de desprendimiento con esta configuración.

—¿Problemas de desprendimiento? —preguntó Lem.

Bullick miró a Ukko, sin saber si debía revelar algo o no.

—Tuvimos un incidente en las pruebas hace unos cuantos días —dijo Ukko—. Llevaron un dron al espacio, le dieron demasiada potencia al gláser y se soltó.

Lem pareció horrorizado.

—¿Estaba disparando?

—Solo durante una fracción de segundo después de desprenderse. Entonces el sistema de seguridad lo paró. No hubo daños, hijo.

—Tuvisteis suerte. ¿Y si hubiera estado apuntando a una nave? ¿O aún peor, a la Luna o a la Tierra? Este aparato crea un campo a través de la continuidad de masa, padre. Hace que la gravedad deje de funcionar. ¿Tienes idea de la catástrofe que podría haber causado?

Ukko se molestó.

—Sé lo que hace, Lem. Yo mandé construir el maldito aparato.

—¿Y quieres poner a cincuenta en el espacio cerca de la Tierra? —De pronto se dio cuenta de lo horrible de aquella idea—. ¿Y si uno de ellos se desvía o el gláser se desprende y dispara contra la Tierra? ¿Has pensado en eso? —De repente dejó de importarle derrocar a su padre o hacerse con la compañía. La imagen de la Tierra convirtiéndose en polvo como el asteroide del Cinturón de Kuiper lo asustó—. Estas cosas destruyen planetas, padre.

—Estamos tomando precauciones.

—La única precaución adecuada es no hacerlo.

—¿Y qué sugerirías tú? Están muriendo millones de personas. Los fórmicos se dirigen ahora a las ciudades. Lo están gaseando todo. Las caras de la gente se derriten y se convierten en charcos ensangrentados de baba. Eso está ocurriendo. Mientras nosotros estamos aquí hablando. ¿Corremos un riesgo enorme? Sí. Pero ¿qué otra cosa podemos hacer? Los militares son unos idiotas. Nada de lo que lanzan a los fórmicos tiene ningún efecto. No en la Tierra, aquí no. Lanzaderas, misiles, bombas nucleares. Nada funciona. El espacio es nuestro territorio. Nuestro, no de los retrasados de cinco estrellas que dirigen los ejércitos. Estamos mucho mejor equipados que ellos para la acción.

—No con el gláser, padre.

—Sí, con el gláser. ¿Quieres lanzarle cocos a esa nave? Adelante. El resto de los adultos salvaremos el planeta.

Lem se marchó. Era su padre de siempre, inamovible, testarudo y bravucón. Y estaba equivocado. Lem lo veía ahora, con más claridad que nunca. Al principio solo le había preocupado el riesgo económico de un ataque con drones. Ahora le preocupaba el peligro que entrañaba. La imagen de la Tierra desapareciendo en una nube de polvo volvió a aparecer en su mente, y le hizo sentirse enfermo.

Llevó el deslizador a las instalaciones donde estaban trabajando Víctor e Imala. Los encontró junto a su nave, soldando una pieza, los rostros cubiertos por máscaras protectoras. Lem se sorprendió al ver la nave. La habían transformado por completo. Parecía un pecio, incluidas las marcas y quemaduras hechas por fuego de láser en el casco. Cables, tubos y vigas estructurales sobresalían por todas partes. Si no hubiera sabido lo que era en realidad, la habría considerado chatarra.

—¿Cuándo tendrán esto listo? —preguntó—. ¿En dos horas? ¿Dos días?

Los dos se volvieron hacia él y se alzaron las máscaras. Luego se incorporaron. Él se sacudió el polvo y las fibras de la camisa.

—Dublin y Benyawe están terminando el señuelo con los impulsores. A nosotros nos quedan unas horas más. Luego habrá que hacer un vuelo de prueba.

—Olviden el vuelo de prueba —dijo Lem—. No hay tiempo. Haremos el lanzamiento dentro de unas horas, en el instante en que esté terminado.

Víctor e Imala intercambiaron una mirada.

—De acuerdo —dijo Víctor—. ¿A qué viene esa prisa repentina?

—Los fórmicos han empezado a gasear las ciudades. Tenemos que actuar de inmediato.

Víctor se quitó la máscara y estudió la nave, calculando cuánto trabajo quedaba.

—Denos dos horas.

Lem asintió y los dejó trabajando. No había mentido exactamente. Los fórmicos estaban gaseando ciudades, y eso era motivo suficiente. Pero no era el motivo real, no el principal. Había que detener a su padre. No podía lanzar los drones. Y el único modo de impedirlo era hacer el trabajo primero, eliminar la necesidad de usar los drones. Llevaría a Víctor al interior de la nave nodriza, haría que destruyera el puente y entonces la nave quedaría a su merced. Ukko podría quedarse con sus pequeños drones y gláseres de la muerte en aquel almacén suyo.

Pero ¿qué posibilidades reales tenía Víctor de llegar al puente alienígena? Y si lo conseguía, ¿qué posibilidades había de detonar con éxito la bomba? Era más probable que los fórmicos los aniquilaran antes de llegar hasta su maldita nave. Bueno, ese era el riesgo que habían asumido, ¿no?

Entró en una oficina vacía, emplazó su holopad, metió la cara en el campo e hizo la llamada. Un momento después apareció la cara de Simona, que, naturalmente, no parecía complacida.

—¿Tienes el ceño fruncido desde la última vez que te vi? —preguntó Lem—. Eso no puede ser bueno para las líneas de expresión.

—¿Qué quieres?

—Sabes que tengo razón en lo de los drones. Mi padre está jugando con fuego. No comprende esa arma.

—Si me llamas para decirme que escoja un bando, Lem, pierdes el tiempo.

—Has contestado al holo sabiendo que era yo. Eso significa que en el fondo sabes que tengo razón.

—Significa que soy una persona educada que contesta a los holos, incluso los de los gilipollas molestos.

—Eso ha sonado muy feo, Simona. No está bien.

—¿Qué quieres, Lem?

—Información.

—¿Y crees que te la voy a dar?

—Desde luego mi padre no va a hacerlo.

—Entonces yo tampoco.

—¿Cuándo tiene planeado lanzar sus drones?

—¿Por qué debería decírtelo?

—Puede que tenga un modo de inutilizar la nave fórmica —dijo Lem.

Ella hizo una pausa.

—Te escucho.

—Pero tengo que saber cuándo planea mi padre lanzar sus drones. Necesito que mi gente actúe antes de que él haga su jugada. No puede atacar mientras los míos estén allí dentro.

—¿Cómo planeas meter allí a nadie? Ninguna nave puede acercarse. Los fórmicos arrasan todo lo que se les acerca.

—Tienes razón. Mi táctica probablemente fracasará, así que no te perjudicará decirme cuánto tiempo tengo.

Ella guardó silencio.

—Puedo conseguir la información de otras partes, Simona. No sería difícil. Pero acudo a ti porque eres la fuente de información más fiable y precisa.

Simona siguió en silencio, reflexionando.

—Ya oíste a mi padre. Miles de personas mueren cada día. Estoy preparado para actuar ya. Estamos preparados para el lanzamiento. Estoy preparado para detener esas muertes ahora mismo. Pero no podré hacerlo si no me proporcionas información.

Ella suspiró.

—Bullick dice que la flota de drones no estará lista hasta al menos dentro de cinco días.

Lem resopló.

—Gracias.

—Entonces ¿vas a decirme cómo vas a meter a alguien allí dentro?

—Te contaré toda la emocionante historia en otra ocasión. —Retiró la cara del campo y puso fin a la transmisión.

Cinco días. Era más que suficiente para que Víctor llevara la nave a la deriva, hiciera su parte y escapara. O eso habían calculado. Víctor había estimado tres días y pensaba que podían ser incluso cuatro, pero no más. Aunque claro, cualquier cosa podía salir mal.

Pero no, cinco días era una eternidad. Si empezaban a acercarse, si parecía que iban a retrasarse, Lem le diría que abortaran la misión.

Salió del almacén y trató de entretenerse con otras cosas mientras ellos terminaban. Al final regresó y se quedó mirando hasta que acabaron. Llegaron unos hombres con carretillas elevadoras y llevaron la nave camuflada a una cámara estanca. Benyawe y Dublin habían hecho un buen trabajo con el señuelo. Estaba unido a la nave de reconocimiento y parecía también pura chatarra.

Víctor e Imala esperaban junto a la entrada de la cámara estanca, con los trajes espaciales ya puestos.

—¿Tienes los explosivos? —preguntó Lem.

—No merecería la pena viajar sin ellos —respondió Víctor.

Lem asintió. No había nada más que decir. Lem le tendió la mano.

—Buena suerte.

Víctor miró la mano, vaciló. Imala le dio un codazo en las costillas y Víctor aceptó la mano y la estrechó.

—Gracias.

—Dámelas cuando vuelvas —dijo Lem.

Víctor e Imala entraron en la cámara estanca y subieron a la carlinga. Lem se quedó ante el cristal y los vio despegar. Resultaba extraño ver un puñado de chatarra volar como una nave, pero eso era la belleza de la idea, supuso. La nave aceleró, haciéndose cada vez más pequeña a medida que se internaba en la negrura. Lem la contempló hasta que no fue más que un puntito en la distancia. Dentro de menos de un día desaceleraría y se aproximaría a la nave fórmica a velocidad de deriva, pero en ese momento volaba como un cohete.

Ahora que habían despegado, la idea le pareció completamente ridícula. Una nave disfrazada de chatarra. En su momento pareció buena idea. Ahora, cuando ya estaban fuera de la vista, parecía una misión de necios.

Benyawe se acercó y se detuvo junto a él ante el cristal, contemplando el espacio, sus largas trenzas grises cayéndole hasta los hombros.

—Les irá bien —dijo.

Él se volvió a mirarla.

—Usted es la científica. Actúa y piensa y decide basándose en hechos. ¿Lo cree de verdad? ¿Cree sinceramente que esto tiene alguna posibilidad?

—Probablemente no.

Él resopló y se volvió de nuevo hacia el cristal.

—Es lo que yo pensaba.

—Pero la científica es solo parte de lo que soy, Lem. También están la madre y la esposa y la hermana y la amiga y todas las demás. Y todas dicen que no podemos perder. Y esas son las partes en las que quiero creer.