23

Camuflaje

En cuanto la lanzadera estuvo lo bastante cerca de la Luna para enviar y recibir transmisiones, Víctor mandó una línea láser y contactó con Yanyu. Era el turno de sueño en Imbrium, y Yanyu apareció en el holocampo sobre el salpicadero despeinada y con cara de dormida. Al ver que eran Víctor e Imala quienes llamaban, espabiló en un instante.

—Nos dijeron que os dirigíais al Cinturón.

—Eso hacíamos —respondió Víctor—. Pero la situación ha cambiado. Nos dimos la vuelta en Última Oportunidad. No hemos tenido ningún contacto con nadie en siete días. Esperábamos que pudieras ayudarnos. No sabíamos a quién más llamar.

—¿Tenéis algún sitio donde quedaros?

—No —dijo Imala.

—Entonces os quedaréis conmigo. ¿Dónde vais a atracar? Me reuniré con vosotros allí.

—Guía Lunar no nos ha agarrado todavía. Podemos ir al lugar que esté más cerca de ti, aunque preferiríamos que no fuera un muelle de Juke. Se suponía que teníamos que llevar esta lanzadera a Midway.

—Hay un muelle de atraque público al sur de la Ciudad Vieja en Convington Square. ¿Conoces el sitio?

—Sí.

—Reuníos allí conmigo dentro de una hora —dijo Yanyu.

Imala voló hacia la Ciudad Vieja, y Guía Lunar los llevó el resto del camino. Atracaron y desembarcaron. Yanyu estaba esperándolos en un café que abría toda la noche, vestida y presentable. Ocuparon un reservado al fondo, apartados del resto de los clientes.

—Os marchasteis sin despediros —les dijo Yanyu.

—Ukko estaba ansioso por quitarnos de en medio —respondió Víctor.

—Es lo que supusimos. No quería que hablaras de Lem. Unos abogados vinieron a vernos al doctor Prescott y a mí cuando os fuisteis. Nos hicieron firmar unos acuerdos de confidencialidad sobre que nunca hablaríamos de Lem ni de ningún ataque que pudiera haber realizado su nave.

—¿Eso es legalmente vinculante? —preguntó Imala.

Yanyu se encogió de hombros.

—Podríamos alegar que lo firmamos bajo presión, pero no importaría. Nunca llegaría a los tribunales.

—Lamento haberos implicado —dijo Víctor—. No pretendía arrastraros a esto.

Yanyu volvió a encogerse de hombros.

—No pienses en ello. Hay asuntos más acuciantes por todas partes.

—Cuéntanos qué nos ha pasado estos últimos siete días —dijo Imala.

Yanyu frunció el ceño, sombría.

—Primero fue el ataque nuclear.

Víctor e Imala se envararon.

—¿Contra la nave nodriza?

—No os emocionéis demasiado —dijo Yanyu—. Fue un fracaso. Los fórmicos destruyeron los misiles mucho antes de que impactaran contra la nave. Sus cañones los alcanzaron y las bombas explotaron. El estallido de la radiación electromagnética destruyó docenas de satélites y dañó gran parte de la red de comunicaciones existentes. Es un milagro que la Luna pueda seguir contactando con la Tierra. Podría haber arrasado todo el sistema.

—¿Los fórmicos no resultaron dañados? —preguntó Imala.

—No detectamos tal extremo —respondió Yanyu—. Y la cosa empeora. Ayer Estados Unidos y varias naciones más lanzaron un ataque contra la nave nodriza usando una flota de más de cincuenta naves tripuladas. Ese intento fracasó también. Ahora hay restos de naves y lanzaderas flotando alrededor de la nave nodriza. Murieron miles de personas. Fue horrible.

—¿Por qué los restos se congregan en torno a la nave fórmica? —preguntó Víctor—. Tendrían que haber sido lanzados en todas direcciones cuando las naves estallaron en pedazos.

—La nave fórmica tiene una especie de campo magnético alrededor —explicó Yanyu—. No es lo bastante fuerte para capturarlo todo, pero sí los pedazos pequeños. Es un verdadero caos. El campo de restos tiene varios kilómetros de grosor.

—¿Sufrieron algún daño los fórmicos? —insistió Imala.

—No exactamente. Hay unas cuantas marcas de quemaduras por fuego láser, pero ningún daño estructural visible. Sin embargo, para nosotros fue una masacre. La gente dice que es el final de cualquier ofensiva espacial a gran escala.

—¿Y China? ¿Cómo van las cosas en la Tierra?

Yanyu adoptó un tono grave y solemne.

—Horrible. Se estima que las bajas superan los dos millones, y el ejército no ha conseguido ninguna victoria importante. Las tres sondas siguen en pie. Las fuerzas aéreas las han atacado con todo su potencial, en vano. Ahora los fórmicos han construido montañas de biomasa con vegetación arrasada, animales muertos y cadáveres humanos, sumándolo todo como si fueran grandes pilas de basura. Nadie sabe por qué, pero hay un montón de fotos horribles en las redes. Os sugiero que las evitéis.

—¿Tienes noticias de tu familia? —preguntó Imala.

Yanyu asintió.

—Mis padres huyeron de Guangzhou en un barco rumbo a Vietnam. Desde allí volaron a Londres. Pudieron escapar porque tienen dinero. Todos mis amigos y el resto de mi familia siguen en China. Mi padre está intentando sacar a todos los que puede, pero los barcos son pocos y el precio del pasaje aumenta cada día. Hay miles de personas reunidas en los muelles cada mañana, pero solo zarpan unos pocos barcos. Las multitudes se han vuelto violentas. Algunos matan literalmente por conseguir un sitio.

—El instinto de supervivencia —dijo Víctor—. Los padres están dispuestos a hacer cualquier cosa por salvar a sus hijos.

—Es demasiado horrible pensarlo —dijo Yanyu—. Esa no es la China que yo recuerdo.

—¿Qué más has oído? —preguntó Imala.

—Nada bueno. Tengo muchos amigos chinos en las redes. Me envían imágenes y vídeos que han tomado de la destrucción. Antes abría los adjuntos. Ahora ya no. No tengo estómago. Algunos de mis amigos en la red no han respondido a mis emails ni se conectan desde hace semanas. No sé si están vivos o muertos. —Sus ojos se nublaron, pero mantuvo la voz firme—. Me siento muy impotente aquí. Mi país arde, y yo no puedo hacer nada. Ni siquiera alistarme. —Alzó su brazo impedido—. Lo intenté, pero me rechazaron.

—Llévame a la oficina de reclutamiento —dijo Víctor—. Para eso regresamos. Para que yo pueda unirme a la lucha.

Yanyu pareció sorprendida.

—Pero ¿qué puedes hacer tú? No eres chino. Mi país no permite la entrada a otros soldados, y allí la lucha ha terminado.

—La nave de mi familia fue destruida —dijo Víctor—. Mis padres y la mitad de mis familiares murieron. Lo hicieron los fórmicos. No voy a cruzarme de brazos mientras hacen lo mismo a otra gente. Pienso detenerlos.

Yanyu extendió la mano sobre la mesa y le cogió la suya.

—Siento mucho tu pérdida, Víctor.

Su contacto y la gentileza de su voz casi lo hicieron llorar. Durante días, Víctor había sofocado todo pensamiento acerca de su padre. No podía pensar en eso, era demasiado doloroso. Su padre estaba muerto. La persona más constante en la vida de Víctor había muerto. Día tras día habían pasado todo el tiempo trabajando en la nave y haciendo reparaciones, aprendiendo juntos, riendo juntos, discutiendo en ocasiones, sí, pero siempre respetándose. Siempre juntos. Ni siquiera su madre pasaba tanto tiempo con su padre.

Y ahora Segundo había muerto.

Víctor se preguntó cómo se lo estaría tomando su madre. En parte, se sentía culpable por no volver y cuidar de ella y las demás en la nave WU-HU. ¿No era ese su deber como último varón superviviente? No regresar era como abandonarla, ¿no? Ella lo necesitaba. Sin su padre, estaría rota por dentro.

Sin embargo, Víctor sabía que su madre era muy fuerte. Si alguien podía sobrevivir y mantener unidos a las mujeres y los niños, era su madre. No necesitaba la ayuda de Víctor para eso. De hecho, su presencia solo aumentaría su carga, porque sería ella quien tendría que consolarlo, no al revés.

Ese era su don. Su padre reparaba máquinas rotas; su madre, personas rotas.

—Venid —dijo Yanyu—. Os llevaré.

Cogieron un coche guiado hasta el centro de la Ciudad Vieja, donde se encontraban las oficinas de reclutamiento. Se bajaron en el edificio de la OTAN y permanecieron allí de pie, bajo la luz artificial.

—¿Quieres que entre contigo? —se ofreció Imala.

—No. Puedo hacerlo solo.

—Esperaremos aquí —dijo Yanyu—. Os llevaré a mi apartamento cuando acabes. No te embarcarán como mínimo hasta dentro de unos días.

—Si es que me embarcan, quieres decir.

—Piensa en positivo —dijo Imala—. El mundo está desesperado. Estarían locos si no aceptaran a alguien con tus capacidades.

Víctor entró en el edificio y le dijo a la mujer del mostrador el motivo de su visita. Ella lo dirigió a una sala donde esperaban unos hombres de su misma edad. Pasó una hora y fueron llegando más hombres. Pertenecían a todas las nacionalidades. Algunos iban bien vestidos. Otros llevaban atuendos desparejos y gastados, como era la norma entre las familias de mineros libres.

Por fin entró un militar uniformado y se dirigió a ellos.

—La OTAN no acepta espontáneos —dijo—. Solo aceptamos soldados entrenados. Nuestras fuerzas proceden de los ejércitos de los países miembros. Así que no podemos aceptar a ninguno de ustedes. Sin embargo, hay reclutadores de los distintos países miembros. Pueden alistarse en sus ejércitos, y cuando hayan recibido instrucción, pueden solicitar que los trasladen a una fuerza de la OTAN. Si no son ciudadanos de ningún país, si no tienen un certificado de nacimiento, me temo que ningún país podrá aceptarlos. Por favor, salgan por aquí. —Indicó la puerta por la que habían entrado—. Denle su información de contacto a la recepcionista. Si nuestra política cambia, nos encargaremos de contactar con ustedes.

—¿Cómo? —dijo Víctor—. ¿Cómo contactarán con nosotros? Mi nave fue destruida, ¿y cómo podrían contactar de todas formas? La mayoría de las comunicaciones ha caído.

—Lo siento. Solo cumplo órdenes.

—¿Quiere decir que le han ordenado que nos diga a los nacidos en el espacio que nos marchemos?

Hubo un silencio. El soldado no dijo nada.

—¿Qué importancia tiene la ciudadanía? —insistió Víctor—. La gente de la Tierra está muriendo. ¿Cree que les importa que sus rescatadores tengan un certificado de nacimiento?

—Mire, yo no dicto las normas.

—No; solo las sigue. Van a dejar que el mundo sea destruido por una norma.

—Con el debido respeto, amigo, una persona sola no puede salvar el mundo.

Víctor se puso en pie.

—Con el debido respeto, amigo, se equivoca.

Atravesó la puerta y pasó por el mostrador sin detenerse.

Fuera, Imala y Yanyu vieron que las cosas no habían salido bien.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Imala.

Toda la ira y la decepción de Víctor fueron sustituidas por la vergüenza.

—Ni siquiera soy un ciudadano de segunda clase, Imala. No soy nadie.

—Eso no es cierto —dijo Yanyu—. Eres un ciudadano de primera. Un amigo de primera. Ven. Os prepararé mis pasteles de nabos. Eso os gustará.

¿Pasteles hechos con nabos? Puajj. Pero Víctor ofreció su mejor sonrisa y las siguió hacia un coche guiado disponible.

El apartamento de Yanyu era pequeño pero estaba bien organizado, adornado con bagatelas y reproducciones artísticas chinas. Había bastante comida para acompañar los pasteles de nabos: tallarines fritos con brotes de habichuelas, congee con tarta de cerdo, y té dulce, todo en envases sellados que se pegaban magnéticamente a la mesa. Víctor nunca lo habría considerado un desayuno como Dios manda, pero estaba bueno.

Los pasteles de nabos, como había vaticinado Yanyu, en efecto le gustaron. Eran gruesos pasteles de arroz frito, cuadrados, rellenos de salchichas y jamón de Jinhu. Víctor ya había comido cuatro antes de que Yanyu explicara que en realidad no se hacían con nabos.

—¿Entonces por qué los llamáis así? —preguntó Víctor con la boca llena.

Yanyu se encogió de hombros.

—¿Por qué los americanos las llaman hamburguesas si no las hacen en Hamburgo?

—Ya —dijo Imala.

—¿Qué vais a hacer ahora? —preguntó Yanyu cuando terminaron de comer y retiraron los platos.

—Si ningún ejército nos acepta, formaremos el nuestro propio —dijo Víctor—. Nosotros tres.

—¿Qué pueden hacer tres personas contra los fórmicos? —preguntó Yanyu.

—Cuéntanos más cosas del ataque de ayer a la nave nodriza. ¿Qué hicieron los fórmicos exactamente?

—Arrasaron —dijo Yanyu—. Dispararon contra todo lo que se movía. Algunas lanzaderas se acercaron despacio, pero los fórmicos las desintegraron antes de que llegaran a la nave. Los humanos quedaron en ridículo.

—¿Tienes imágenes de la batalla?

—La grabamos con los telescopios Juke. —Yanyu se levantó de la mesa y dio un salto lunar hasta la habitación principal, donde recuperó varios archivos de vídeo en la holopantalla—. Sírvete tú mismo, aunque te resultará deprimente.

Víctor cogió los controles y empezó a estudiar las imágenes. El ataque estaba bien coordinado. La primera oleada tomó como objetivo los generadores de escudos y otros blancos defensivos de la nave nodriza, pero los cohetes disparados por las naves humanas estallaron antes de alcanzarla, golpeando los escudos que rodeaban a los fórmicos, fueran lo que fuesen. Sin embargo, el fuego láser se abrió paso entre los escudos, y eso pareció impulsar las lanzaderas terrícolas hacia delante. Cualquier esperanza de victoria se frustró un momento después, cuando de la nave fórmica brotó un abanico de rayos de plasma que diezmaron la flota terrícola en menos de un minuto.

—Es como si no lo hubieran intentado siquiera —dijo Imala—. Les damos con todo nuestro arsenal, y ellos ni se despeinan.

Víctor volvió a visionar las imágenes. Le pidió al ordenador que midiera la velocidad de las naves humanas, sus ángulos de aproximación y el número de veces que disparaba cada nave. Al tercer visionado entendió la pauta. Al cuarto, estaba seguro de tener razón.

—Mirad esto —dijo, reiniciando el vídeo y reproduciéndolo más despacio—. Las aberturas de la superficie de la nave fórmica se abren, pero, mirad, se centran primero en las naves más rápidas.

—Claro —dijo Yanyu—. Es lo que yo haría. Las naves más rápidas son las que los alcanzarán primero y por tanto la amenaza más inmediata.

—Pero eso no es todo. Algunas de esas naves rápidas ni siquiera se dirigen hacia los fórmicos. Unas cuantas se mueven en arco, colocándose en posición, preparándose para abordar a los fórmicos desde otra dirección. De modo que su trayectoria los lleva a un punto en el espacio al otro lado. Unas cuantas ni siquiera disparan todavía.

—¿Cuál es tu argumento? —dijo Imala.

—Mi argumento es que no tienen sentido táctico. Los humanos se defenderían de otra forma. Nos centraríamos en las naves que supusieran la amenaza mayor y más inmediata, ¿no? Las naves que dispararan. Pero los fórmicos no. Se centran en las naves que se mueven más rápido.

—Eliminaron todas las naves —repuso Imala—. ¿Importa el orden en que lo hicieron?

—Importa. Mirad. —Aceleró el vídeo hasta el final de la batalla—. Ahí. Las naves destruidas en último lugar fueron las que se movían más despacio. Sin embargo, algunas estaban arrasando la superficie de la nave fórmica con fuego láser. Así que en algunos casos los fórmicos eliminaron naves que no les disparaban antes que a las que sí lo hacían.

—¿Y eso qué significa exactamente?

—Significa que sus defensas se basan en la detección de movimientos. Identificaron a todas las naves y las destruyeron según la velocidad de su movimiento. Por tanto, si una nave se moviera lo bastante lento y de manera poco sospechosa, podría alcanzar la nave fórmica.

—Suena absurdo —dijo Imala—. Si se mueve hacia la nave, está en movimiento. Eso dispararía los sensores fórmicos.

—No si se mueve muy, muy despacio. Aquí, mira los restos en torno a la nave fórmica. La mayor parte de los restos de las naves destruidas han desaparecido, arrasados y alejándose a velocidad constante. Pero todavía hay cientos de piezas rodeando la nave nodriza. Ninguna de esas piezas está inerte. Todas giran o van a la deriva, así que tienen movimiento. Sin embargo, los fórmicos no las pulverizan. ¿Por qué?

—Porque no son naves —dijo Imala—. Son restos. Ya no suponen ninguna amenaza.

—Exactamente —dijo Víctor—. Tienen algo de movimiento pero las ignoran porque son restos.

—Si es otro argumento por tu parte, Vico, no lo vemos.

—Esta es la respuesta. Así es como podré alcanzar la nave fórmica.

—¿Cómo? —dijo Imala.

—Camuflando una lanzadera diminuta para que parezca un trozo de nave destruida y pilotándola muy despacio, como si fuera a la deriva. Se mezclaría con los otros restos. Los fórmicos la ignorarían por completo. Y si el movimiento fuera lo bastante lento, sus sensores no la detectarían.

—En teoría. No sabemos lo sensibles que son sus sensores.

—Tenemos una idea bastante aproximada —dijo Víctor—. Mi padre y los hombres de la Cavadora, junto con los de Lem, llegaron a la superficie de la nave. ¿Cómo? Haciendo que sus naves igualaran la velocidad de los fórmicos, lo que significa que para ellos parecían estacionarias. Y lo más importante: por algún motivo, los hombres atravesaron el escudo. Puedo llegar a esa nave, Imala.

—¿Para hacer qué, exactamente? ¿Volarla? Tu familia ya lo intentó, Vico. No funcionó.

—Mi familia trató de dañarla desde fuera. No entraron.

—Entonces ¿quieres entrar en la nave? ¿Cómo?

—No lo sé todavía. Se me acaba de ocurrir. Ya pensaré el modo.

—Sé que estás molesto porque no te han permitido alistarte, Vico, pero seamos racionales. Lo que sugieres es un suicidio. No tenemos los suministros que necesitas. No tenemos lanzadera. No tenemos camuflaje para una lanzadera. Y desde luego no tenemos armas para hacer ningún daño dentro de la nave fórmica, aunque, gracias a algún milagro, pudieras colarte.

—Pero ¿qué pasa con vosotros los planetarios? —dijo Víctor—. Todo lo que hacéis es decir que no se puede. No podemos esto, no podemos lo otro. Todo va contra las normas. Pues sabes qué, así es como vivimos nosotros, Imala. Así es como pensamos los mineros libres. Cuando hay un problema, no nos quedamos sentados pensando en todo lo que no se puede hacer: hacemos algo. Encontramos un modo, y lo arreglamos.

Imala se cruzó de brazos.

—Estamos en el mismo equipo, Vico. He hecho sacrificios por ti, y cabrearte conmigo no sirve de nada. Todo lo que he dicho es verdad. Puede que no te guste, pero eso son los hechos. No tenemos esos suministros. Que yo cuestione tu idea no significa que esté equivocada. ¿Me estás diciendo que todas las ideas de los mineros libres son buenas?

—No. Por supuesto que no.

—Entonces pensemos en esto en lugar de discutir.

Víctor resopló.

—Tienes razón. Lo siento.

Imala se volvió hacia Yanyu.

—¿Tiene el observatorio una lanzadera que podamos usar?

—Creía que habías descartado la idea —dijo Víctor.

—Estoy comprobando si es factible —respondió Imala—. Intento ayudar. —Se volvió de nuevo hacia Yanyu.

—No —respondió esta—. A veces reparamos los telescopios, pero se encarga un equipo de mantenimiento. Tienen sus propias lanzaderas. Nunca las he visto. No sabría cómo conseguir una.

—¿Y la lanzadera Juke? —preguntó Víctor—. ¿La que acabamos de atracar?

Imala negó con la cabeza.

—Ahora está en el sistema. No tenemos autorización para volver a subir a bordo ni llevarla a ninguna parte. Juke Limited no nos dejaría ni acercarnos. Además, ¿cómo se camufla una lanzadera? Tal vez habría que empezar por ahí.

—Chatarra espacial —dijo Víctor—. Hay miles de piezas orbitando la Tierra. Satélites antiguos, estaciones espaciales retiradas, componentes descartados. Recogemos unas cuantas y las soldamos al casco de la lanzadera para que parezca un trozo grande de nave destruida.

—¿Soldarla? —dijo Imala—. ¿Quién va a dejarnos una lanzadera y luego permitirnos que prácticamente la destruyamos soldándole chatarra alrededor?

Víctor se encogió de hombros.

—No lo sé. Tengo algo de dinero. Quizá podríamos comprar una de segunda mano.

—No tienes suficiente. Ni siquiera una fracción de lo que nos haría falta. Las lanzaderas operativas son caras. Incluso las viejas. Sobre todo ahora. Con la guerra y la gente presa del pánico, puedes apostar a que el precio de las lanzaderas ha subido por las nubes. Podría darte todo lo que tengo en mi cuenta, pero seguiríamos quedándonos cortos. Además, está el coste del combustible para salir y recuperar la chatarra espacial; eso será casi tan caro como la lanzadera misma. Es una buena idea, Vico, pero no tenemos el dinero necesario.

—Yo aportaría también todo lo que hay en mi cuenta —dijo Yanyu—. Tal vez otra gente del laboratorio contribuya.

Víctor e Imala intercambiaron una mirada.

—Merece la pena intentarlo —dijo Imala—. Pero no creo que sea suficiente.

—Dejadme que lo consulte con todos.

Saltó hacia el holocampo y empezó a chatear con sus compañeros de trabajo. Varios ofrecieron dinero, pero la mayoría se mostraron escépticos y rehusaron participar. Tenían la misma preocupación que Imala: cuando llegaran a la nave fórmica, ¿qué? ¿De qué sirve invertir en una lanzadera si te faltan otras cosas para cumplir tu propósito? Imala se pasó un rato buscando en las redes lanzaderas en venta, cada vez más convencida de que no podrían comprar una.

Después, Yanyu e Imala echaron cuentas. Seguía faltándoles mucho. Ni siquiera tenían suficiente para comprar la carcasa de una lanzadera que vendía un tipo. Sin motor. Sin controles de vuelo. Solo el cuerpo de la nave.

—Necesitamos un mecenas —concluyó Imala—. Alguien con recursos. Alguien que pueda proporcionarnos una lanzadera y armas.

—Si vas a mencionar a Ukko Jukes —dijo Víctor—, te recuerdo que nos quiere fuera de escena. Prácticamente nos desterró al Cinturón.

—No me refiero a Ukko, sino a Lem.

—¿Ese? Es un asesino, Imala. Estropeó la nave de mi familia. Trató de matarme.

—Ayudó a tu familia más tarde, Vico.

—Los abandonó. Los dejó para que murieran.

—Tiene lo que necesitamos. Y quiere deshacerse de los fórmicos tanto como nosotros.

—Ni siquiera sabemos si está en la Luna. Seguía en Última Oportunidad cuando nos marchamos de allí.

—Ya lo he comprobado mientras Yanyu estaba en el holo —dijo Imala—. Llegó hace varios días. Salió en todas las noticias.

—No es de fiar.

—Dijo la verdad respecto a tu familia, Vico. No tenía por qué hacerlo. Fue sincero.

—Su versión de la verdad. Y eso no le convierte en un aliado.

—Todo el que quiera destruir a los fórmicos es un aliado, Vico. No me gusta más que a ti. Me parece tan repulsivo como su padre, pero puede conseguirnos lo que necesitamos si logramos convencerlo de que coopere.

—Solo cogerá la idea y la llevará a cabo él mismo.

—Tanto mejor —dijo Imala—. Que corra él el riesgo si quiere. No importa cómo caigan los fórmicos. Solo importa que caigan.

Víctor guardó silencio un momento.

—Si se niega, solicito autorización para darle un puñetazo en la cara.

—Si se niega —dijo Imala—, tendrás que ponerte a la cola.

Lem accedió a reunirse con ellos en un jardín botánico de la Ciudad Vieja una hora después de que las instalaciones cerraran. Imala sugirió que Yanyu se quedara en casa y siguiera buscando una lanzadera asequible.

Víctor e Imala llegaron a la hora convenida, y el portero los escoltó a través del jardín de azaleas hasta un banco bajo un manzano silvestre y los dejó allí. Lem no había llegado todavía, así que se sentaron a esperar.

Imala fue señalando las flores que conocía. Azaleas y rododendros flanqueaban el sendero. Blancas, rosas, coral, magenta. Enormes lilas se agitaban suavemente con la brisa artificial, y sus capullos púrpura desprendían un suave olor que se mezclaba con los aromas de la tierra húmeda y la hierba y las demás flores. Para Víctor era algo tan potente y tan desconocido que se sintió un poco mareado.

Lem apareció diez minutos después con un séquito de guardias de seguridad que se mantuvieron a cierta distancia. Se sentó en el banco frente a ellos y se acomodó lánguidamente.

—¿Por qué reunirnos aquí? —preguntó Imala—. ¿Por qué no en un lugar más público?

—Porque no quiere que lo vean con un sucio chupador de piedras —dijo Víctor.

Imala le puso una mano en el muslo para calmarlo.

—Allá donde voy me asaltan los paparazzi —dijo Lem—. Es molesto. Pensé que no querrían que les metieran las cámaras por las narices.

—Sí, ahora es un gran héroe —ironizó Víctor—. Esta tarde hemos visto algunas de sus entrevistas. Fue muy valiente al abandonar a todos esos mineros libres. ¿De dónde sacó el valor?

Lem compuso una expresión de fastidio.

—¿Para esto querían verme? ¿Para insultarme? No tengo tiempo para tonterías. —Empezó a levantarse.

—No —dijo Imala—. No es por eso. —Miró a Víctor y este levantó las manos en gesto de rendición.

Lem volvió a sentarse.

—Miren —dijo—, sean cuales sean sus planes, permítanme empezar diciendo que esta compañía tiene el mejor equipo de abogados del mundo. Si pretenden chantajearme no funcionará. Mi padre no lo permitiría. Si acuden a la prensa, los ignorarán. Si acuden a las redes, los eliminarán, y les caerá encima un pleito que les arruinará. Créanme, mi padre es implacable. Sé que no llevan ustedes encima aparatos de escucha porque el portero los examinó cuando entraron, pero si esa es su intención, les ahorraré un montón de molestias poniendo fin a esta conversación antes de que digan algo que luego lamentarán. Porque sea lo que sea, mi padre no lo consentirá, y la historia no acabará bien para ustedes.

—¿Ves, Imala? —dijo Víctor—. Lo único que tiene para nosotros son amenazas.

—No les estoy amenazando, sino advirtiendo. Les estoy haciendo un favor. No quieran convertir en espectáculo lo que sucedió en el Cinturón de Kuiper. Perderían. Hay otras formas de hacer esto. Estoy dispuesto a llegar a un acuerdo con la familia del hombre que murió. En privado. De un modo que no pueda atribuírseme. Pero lo haré con mucho gusto. Sin abogados ni documentos. Si la esposa y los hijos siguen vivos, felizmente les abriré una cuenta y me encargaré de que estén bien atendidos.

Víctor se enfadó tanto que tuvo que contenerse para no saltar.

—¿Cree que puede comprar a mi familia? ¿Cree que puede pagar dinero por mi tío Marco? —Se volvió hacia Imala—. Esto ha sido un error. No va a ayudarnos.

—¿Ayudarles a qué? —se interesó Lem.

—No hemos venido a chantajearlo —dijo Imala—. Hemos venido porque creemos haber descubierto un modo de entrar en la nave fórmica.

—¿Y para qué querrían hacer eso?

—Estamos en guerra —dijo Víctor—. Quizá no se ha dado cuenta.

Lem entornó los ojos.

—Tu familia era mucho más agradable que tú, Víctor. Me cuesta trabajo creer que seáis parientes.

Víctor se levantó.

—Se acabó. Nos vamos de aquí, Imala.

—Siéntate, Víctor —ordenó Imala, cortante—. Los dos están actuando como niños. Hay gente muriendo. Millones de personas. Me gustaría hacer algo al respecto. Creía que ustedes dos también. Si me equivoco, díganlo ahora, y buscaré en otra parte.

A regañadientes, Víctor volvió a sentarse.

Imala miró a Lem, que se acomodó en el banco y alzó las manos, asintiendo.

—La escucho. ¿Cuál es su plan?

Ella se lo contó. Cuando terminó, Lem reflexionó un momento.

—¿Cómo se entra en la nave fórmica cuando se llegue a ella? La he visto de cerca. No tiene puertas ni ventanas. Ningún punto de entrada.

—Entraré por donde emergen los cañones —respondió Víctor—. Camino de la nave, me detendré en uno de los pecios más grandes y le colocaré un impulsor. Un motor pequeño. No será difícil. Entonces, cuando llegue a la nave fórmica, pondré en marcha el impulsor y haré que el pecio vuele directamente hacia la nave fórmica lo más rápido que pueda. Los cañones se asomarán para reducirlo a cenizas, y yo me colaré por el agujero.

Imala se lo quedó mirando.

—Es buena idea. ¿Por qué no lo mencionaste antes?

—Porque se me acaba de ocurrir.

—¿Y cómo volverías a salir? —preguntó Lem—. Cuando el cañón se retire, quedarás atrapado dentro.

—Me llevaré abrazaderas de acero reforzado, el más fuerte que haya. Abriré el hueco lo suficiente para poder salir.

—¿Y si no hay ningún punto de entrada dentro del agujero? El cañón podría estar en un hueco sin acceso al interior de la nave.

—Entonces estropearé el cañón. Lo dañaré todo lo que pueda. Aprovecharé el tiempo. Lo examinaré. Aprenderé cuanto pueda.

—¿Y qué harás si logras entrar en la nave?

—Buscar el puente y colocar un explosivo —dijo Víctor—. Quien dirija el ejército alienígena estará allí. Si lo mato imperará el caos.

—¿Cómo sabrás encontrar el puente? —preguntó Lem.

—Estará en el centro de la nave.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque es allí donde yo lo pondría. Mire la forma que tiene la nave. ¿Dónde querría estar si fuera el capitán y se moviera por el espacio a una fracción de la velocidad de la luz con amenazas de colisión por todas partes?

—Lo más lejos posible del casco.

—Exacto. En el centro de la nave. El lugar más protegido.

—Suponiendo que tuvieras razón respecto a su localización —dijo Lem—, ¿cómo piensas llegar hasta allí? La nave estará repleta de fórmicos.

—No lo sabré hasta que esté dentro. Y lo estaré grabando todo. Así que aunque muera, las imágenes serán útiles. El equipo que me siga no irá a ciegas.

Lem reflexionó en silencio y luego tomó una decisión. Se inclinó hacia delante.

—Hay una rama de las instalaciones de producción de Juke dedicada a un proyecto en el que estoy trabajando. El Ala H16. Tiene su propio muelle de atraque, con entrada y salida. La gente de mi padre no va allí. Solo mis ingenieros tienen permitido el acceso. Cuando hayan recogido la chatarra espacial, llévenla allí junto con la lanzadera. Les daré un lugar en las instalaciones para camuflar la lanzadera y prepararla para el lanzamiento. Tendrán todas las herramientas que necesiten e ingenieros que les echen una mano si hace falta. Les ofrecería restos de las naves Juke para el camuflaje, pero no quiero que mi padre tenga nada que ver con esto. Esto no es una misión de Juke, sino nuestra misión. ¿Entendido? Si usáramos algo de Juke aparte de mis instalaciones y mi propio dinero, mi padre nos lo quitaría de las manos y se apropiaría de todo. Perderíamos el control.

»Así que tampoco podemos usar una lanzadera Juke. Tiene que ser una que compren ustedes. Pequeña para que pueda mezclarse con los pecios, pero equipada adecuadamente. Algo fiable. No un cacharro. No vamos a fracasar por usar equipo defectuoso. Compren una lanzadera nueva. También necesitarán una lanzadera de transporte o un carguero para traer la chatarra espacial de la órbita. No pueden cargarlo todo en una lanzadera diminuta. Así que consigan ambas cosas. Un transporte y una lanzadera pequeña. También necesitarán combustible, naturalmente, más otros suministros que no se me ocurren ahora mismo. ¿Cuánto necesitan?

Imala tardó un momento en encontrar la voz.

—Humm, no había contado con el precio del carguero…

—Necesitarán uno —insistió Lem.

—Muy bien. —Imala pensó un momento y dio una cifra.

—Voy a triplicarlo —dijo Lem, marcando los números en su pad de muñeca—. Estas cosas son siempre más caras de lo que uno piensa. Si les hace falta más, háganmelo saber. —Le indicó a Imala que extendiera la mano y luego acercó su pad de muñeca al de ella.

Imala miró la cantidad. Se quedó asombrada.

—Gracias.

—No me las dé. No hago esto por ustedes. Lo hago por la raza humana.

Se levantó para marcharse.

—Una cosa más. He leído su expediente, Imala. Descubrió un montón de mierda sobre mi padre. Y eso le costó su empleo. Sé que puede pensar lo contrario, pero mi padre no estaba implicado en esas prácticas comerciales. Tiene algunos empleados deshonestos, y se está encargando de ellos. Mientras tanto, quiero zanjar el tema. Quiero conocer qué impuestos y tarifas atrasados pueda deber mi padre. No dirigirá esta compañía eternamente. Y cuando sea mía, no quiero trapos sucios. Hay un enlace en esa cuenta que le he dado. Envíeme todo lo que encontró, y yo me encargaré de ello.

Imala asintió, sorprendida.

—Eso haré.

—Bien. Ahora consigan los suministros y llévenlos al muelle de atraque.

—Ala H16 —repitió Imala.

—Eso es.

Lem se ajustó la chaqueta y comprobó sus gemelos, como si pensara que un fotógrafo pudiera estar esperándolo al otro lado de la puerta. Entonces se dio media vuelta y se marchó, seguido de su séquito de seguridad.

Cuando se fue, Víctor dijo:

—¿Es cosa mía o el olor de las flores desapareció cuando llegaron él y su hedor?

—Yo tampoco me fío de él —dijo Imala, mirando su pad de muñeca—. Pero no voy a discutir con esto. —Le dio un golpecito en el pecho y se encaminó a la salida—. Vamos, chico del espacio. Tú y yo acabamos de declarar la guerra a los fórmicos.