21

Vuelta a casa

La nave de Lem, la Makarhu, alunizó en el muelle norte de Jukes tal como había dispuesto su padre, exactamente a la hora acordada. Podría haberlo hecho doce horas antes, y Lem se había sentido tentado de hacerlo solo por fastidiar el jueguecito de su progenitor, pero al final se abstuvo. Ignorar las instrucciones específicas de Ukko sería disparar el primer tiro de la guerra que fuera a desarrollarse entre ellos, y por ahora le parecía mejor representar el papel de hijo conciliador. Era mejor ver primero a qué jugaba su padre y luego reaccionar en consecuencia.

Lem esperaba ante la cámara estanca de la Makarhu con su mejor uniforme. No había conectado aún las grebas, y podía sentir la leve gravedad de la Luna tirando de sus pies. Era una sensación agradable. La primera sensación de estar en casa.

Fuera, los anclajes chasqueaban y se cerraban. El umbilical se extendió y se presurizó. La cámara estanca pitó y se abrió. Lem inspiró profundamente, conectó las grebas, sintió el tirón más fuerte de la gravedad a sus pies, y recorrió caminando el umbilical hacia la puerta de la terminal y lo que su padre tuviera guardado en la manga.

No era lo que esperaba. Cuando atravesó la última puerta, los vítores y aplausos de varios cientos de personas y el destello de las cámaras de varias docenas de periodistas lo asaltaron desde todos los flancos. Era un frenesí mediático. A su izquierda, un grupo de unas cien féminas, algunas de diez años y otras lo bastante mayores para ser sus madres, gritaban como fans histéricas ante una alfombra roja, agitando carteles y pancartas que expresaban su eterno amor por él y pidiéndole la mano en matrimonio. A su derecha, aplaudiendo con mucha más contención y sin embargo mostrando de todas formas entusiasmo, había un puñado de empleados de Juke, a algunos de los cuales conocía de vista de antes de partir, aunque la mayoría le resultaban completos desconocidos. La prensa estaba agrupada en una zona acordonada de la terminal, los rostros ocultos tras sus veloces cámaras. Y allí, en el centro de todo el circo, a quince metros de distancia, delante de Lem, sonriendo de oreja a oreja con los brazos extendidos en la invitación universal para un abrazo, estaba su padre.

Lem supo al instante qué papel debería jugar allí. Miró a su padre a los ojos, sonrió, se dirigió hacia él y se fundió en un abrazo. Las cámaras se volvieron locas. La multitud dejó escapar un «Aah» colectivo, como si nada tocara más las cuerdas sensibles que el reencuentro de un padre con su hijo.

Ukko apretó con fuerza, como si temiera que algo pudiera arrancarle a Lem y devolverlo al espacio. Permanecieron así al menos treinta segundos: no lo suficiente para ser embarazoso para los espectadores, pero sí para borrar toda duda sobre el amor y la devoción absoluta que ambos se profesaban.

Entonces su padre rompió el abrazo y dio un paso atrás, sonriendo y mirando a su hijo. A Lem le sorprendió ver lágrimas en sus ojos, y por un momento pensó que eran auténticas. Entonces recordó que su padre había orquestado todo aquello, incluyendo el momento emotivo, y que nunca dejaba nada al azar. Si las lágrimas eran visibles, era porque tenían su razón de ser.

Lem pensó en llorar también: podía hacerlo fácilmente y de manera bastante convincente, pero supuso que su padre querría que hiciera el papel de joven fuerte y machote, el hijo que va a la guerra siendo un niño pero vuelve siendo un hombre de pelo en pecho. Ese era probablemente el plan.

Las cámaras se volvieron locas otra vez. ¿Lágrimas en los ojos de Ukko Jukes? ¡Inaudito! Clic-clic-clic-clic-clic.

—Me alegro de verte, padre.

—Bienvenido a casa, hijo.

Ukko lo rodeó con un brazo y se dirigieron a la salida, abriéndose paso entre la multitud. Seis o siete hombres de seguridad mantuvieron a raya a los periodistas y las fans chillonas.

—Lem, ¿cómo fue combatir a los fórmicos? —gritó un periodista, extendiendo el brazo entre la gente, sujetando un aparato de grabación.

—Lem, ¿ayudará a su padre en su batalla personal contra los invasores? —lanzó otro.

—¿Se enfrentaron realmente usted y su tripulación a la nave fórmica?

—¿Qué le dirá a las familias que han perdido seres queridos?

Lem y su padre se dirigían a un deslizador aparcado dentro del edificio. Había más guardias de seguridad alrededor del vehículo, que tenía los cristales tintados.

Justo antes de alcanzarlo, Ukko se detuvo, se dio media vuelta y dirigió a la multitud, la sonrisa todavía pegada en la cara, la voz lo bastante fuerte para hacerse oír por encima de la algarabía.

—Damas y caballeros, por favor. Mi hijo acaba de regresar a casa después de pasar casi dos años en el espacio. Su tripulación y él han vivido toda una serie de acontecimientos traumáticos. Le alegrará responder a todas sus preguntas individuales en otra ocasión. Por ahora, respeten, por favor, la intimidad familiar. Tenemos muchas cosas de las que hablar, él y yo.

Un guardia de seguridad abrió la puerta del deslizador. Ukko condujo a Lem al interior y lo siguió, ocupando el asiento opuesto. La puerta se cerró y el deslizador despegó. El interior del aparato era silencioso y lujoso. Los asientos eran amplios, de cuero, con cojines mullidos. Incluso los cinturones y correas de seguridad eran el súmmum de la comodidad, otro recordatorio más de que Lem estaba en casa. Se amarró para no zarandearse con la baja gravedad, y luego dijo a su padre:

—Acabas de prometerles a esos periodistas que me entrevistarán personalmente.

—Tendrás que conceder un montón de entrevistas, Lem. La gente quiere oír tu historia.

—¿Y qué historia es?

—No me digas que ya la has olvidado.

—¿Qué historia están esperando, padre? ¿Qué les has contado? Obviamente les has dicho algo. Estaban preguntando por mi lucha contra los fórmicos.

—Ah, qué buena elección de nombre. A los medios les encanta «fórmico». El mundo entero lo utiliza. Es el sonido de la última sílaba. No se puede discutir con una palabra contundente. Como «tanque», «kimono» o «Juke».

—«Fórmico» fue idea de Benyawe —dijo Lem.

Su padre sonrió.

—Noloa Benyawe. ¿Cómo está?

—Bien. Trabajaba de ayudante de mi ingeniero jefe, el doctor Dublin, el indeciso, hasta que la puse al mando de las pruebas del láser de gravedad. Al principio pensé que era una de tus pruebas vitales para mí.

Ukko frunció el ceño.

—¿Pruebas vitales?

—Anda ya, padre. Todos los jueguecitos que has practicado conmigo desde que era niño, todos los obstáculos interpuestos en mi camino con algún ridículo esfuerzo por impartirme algo de tu sabiduría.

—Te halagas a ti mismo, Lem. Tengo cosas más importantes que hacer que construir escenarios complicados que puedan enseñarte una lección o dos. Ya no eres un niño.

—No, no lo soy. Por eso me sentí un tanto decepcionado cuando me enteré de que le habías dicho a Dublin que no hiciera nada que pudiera ponerme en peligro. Y no lo niegues. Él mismo lo admitió.

—¿Por qué iba a negarlo? —replicó Ukko—. Estabas probando un aparato nuevo, potencialmente peligroso, Lem. Le pedí a Dublin que obrara con cautela, si no por el valor bruto del prototipo al menos por el bienestar de mi único hijo. Perdón por ofenderte de ese modo. La próxima vez le daré menos importancia a tu vida y dejaré que mis ingenieros sean intrépidos e irresponsables, si eso es más de tu agrado.

—Hiciste que Dublin dudara de todos mis movimientos. Estaba paralizado de miedo. Por eso tardaron tanto nuestras primeras pruebas. Dublin no quería correr ningún riesgo. El miedo de hacerme daño y molestarte flotaba sobre su cabeza.

Ukko se echó a reír.

—Entonces ¿ahora soy responsable de los temores de otro hombre? ¿De qué más soy culpable, de las pesadillas de algún niño? ¿De verdad, Lem, me culpas de tu incapacidad para realizar las pruebas iniciales? Dublin es un hombre adulto. Toma sus propias decisiones y acepta la plena responsabilidad por ellas. Lo mismo deberías hacer tú.

—Le diste a Chubs, mi segundo, las mismas instrucciones: no hagas nada que ponga en peligro a Lem. Básicamente le dijiste que anulara mi autoridad. Me hiciste parecer débil delante de mi tripulación.

—Pareces olvidar, Lem, que cuando pilotas una de mis naves, actúas como empleado de esta compañía. No tienes privilegios especiales por ser mi hijo. Tienes responsabilidades como capitán, y tu principal prioridad no debería ser qué elevado concepto tenga tu tripulación de ti. Tu principal prioridad es tu tripulación, veinticinco de cuyos miembros murieron bajo tu mando y como resultado directo de tus atolondradas órdenes. ¿Tienes idea de lo dañino que es eso para la compañía? Ahora habrá pleitos. Y no importa cómo respondamos, no importa lo bien que tratemos a las familias de luto, no importa lo generosos que seamos en el acuerdo, la prensa nos machacará. Nos tildarán de insensibles y descuidados. No se pueden ganar esas batallas, Lem. Tarde o temprano, a la prensa dejará de importarle por qué lo hicimos. No importará que intentáramos detener a los fórmicos. Pareceremos negligentes. Pareceremos los malos. Y cuando eso suceda, nuestras acciones se hundirán. ¿Tienes idea de cuánto dinero se pierde cuando caemos una centésima?

Lem no respondió.

—¿Lo sabes? —insistió Ukko.

—Pues claro que lo sé, padre. Poseo acciones en esta compañía, y soy el principal accionista de unas cuantas más. Sé cómo funcionan los mercados.

—Pues muy bien. Me alegro de ver que tu cara educación te permite comprender algo del mundo. Cuando me dijiste que habías expulsado a esos mineros del asteroide, pensé que quizás habías perdido el control de tus facultades mentales.

—Tu precioso prototipo no resultó dañado, padre.

—Tienes razón en eso. Es precioso. Vale varios miles de millones de créditos. La Makarhu es bastante valiosa también. Es una de nuestras naves más rápidas y lujosas. Por eso no puedo entender, por todos los demonios, cómo fuiste tan irresponsable de arriesgarte a dañar todo eso. Es navegación básica, Lem. Hay principios fundamentales que todo capitán conoce. Regla número uno: no destruyas la nave. Regla número dos: no mates a la tripulación. Sin duda alguien lo revisó contigo antes de que zarparais.

Lem se dio la vuelta y miró por la ventanilla. Habían salido de la terminal y volaban sobre el paisaje lunar, de vuelta hacia la ciudad. A su derecha se encontraban las enormes instalaciones de Juke donde la mayoría de las naves de la flota minera de su padre se construían y se probaban antes de su partida hacia el Cinturón. Un enorme logotipo de la compañía destacaba en el edificio más grande y alto.

—Sí, le di a Chubs instrucciones especiales —dijo su padre—. Le dije que no siguiera ninguna orden tuya que pudiera ponerte en peligro. Lo hice para proteger mi propiedad y para protegerte a ti.

—¿Para protegerme de qué? ¿De mi propia falta de juicio? ¿De mi propia estupidez? ¿No comprendes que al dar esa orden no solo me privaste del auténtico mando, sino que demostraste también tu falta de confianza en mí?

—¿Eso es lo que quieres, Lem? ¿Que te diga cuánto confío en ti, lo seguro que estoy de que puedes hacerlo? ¿De verdad necesitas ese tipo de majaderías?

Lem sintió ganas de gritar. Quiso golpearse la nuca contra el reposacabezas. Pero se estuvo quieto y calladito.

—¿Y por qué te quejas? —continuó Ukko—. Está claro que Chubs ignoró mi orden. Atacaste la nave fórmica, por el amor de Dios, una nave alienígena que tenía diez veces vuestro tamaño. Yo diría que esas son órdenes peligrosas. Chubs no te anuló entonces. Te siguió a ti, no a mí.

—Se negó a cumplir mis órdenes en otras ocasiones.

—¿Así que diste reiteradas órdenes peligrosas? Bueno, en ese caso parece que fuiste más imprudente de lo que yo esperaba y que tenía razón al dar las instrucciones que di. Deberías darme las gracias. Puede que te haya salvado la vida.

Lem se volvió hacia la ventanilla. Nada había cambiado. Su padre se mostraba tan crítico e inflexible como siempre: obcecado en los errores de su hijo y sin embargo ciego a todos sus logros. Lem pretendía decirle cómo habían explotado el asteroide, cómo habían desarrollado un método para extraer los minerales ferromagnéticos de la roca después de pulverizarla, lo cual era un potencial logro industrial. Sin embargo, ahora no sentía deseos de decirle nada. ¿Por qué debería hacerlo? Su padre solo vería los errores. Solo llenaría toda la premisa de agujeros.

De pronto, Lem se sintió furioso consigo mismo, al advertir que había querido darle a su padre la buena noticia no porque supiera que la técnica de extracción ayudaría a la compañía, sino porque ansiaba ganarse su favor.

Qué patético, pensó. Después de todo, sigo mendigando su aprobación. Bien, se acabó. Disfruta de tu cómodo asiento, padre. Si me salgo con la mía, este no será tu deslizador ni tu compañía mucho más tiempo.

Volaron por el extrarradio norte de Imbrium y luego continuaron hacia el sur sobre la Ciudad Vieja. Entonces el deslizador viró a la izquierda y se dirigió al este. Pronto la ciudad quedó atrás, y una vez más se encontraron sobre la superficie lunar pura. Finalmente, llegaron a una de las entradas de los túneles de Juke Limited.

La entrada era un ancho círculo de aterrizaje con una gigantesca combinación de letras y números en el centro que indicaba por qué parte del intrincado sistema de túneles se entraba. El deslizador se posó suavemente y el círculo de aterrizaje descendió como un ascensor. Después de treinta metros se detuvo ante una bahía de atraque brillantemente iluminada, donde unos brazos robóticos lo alzaron y transportaron a la cámara de despresurización.

Cuando su padre habló por fin, toda la acritud había desaparecido de su voz.

—Me alegro de que estés en casa, Lem. A pesar de lo que puedas pensar, me alegro de que estés a salvo. Sé que no soy la persona más fácil de tratar del mundo, pero todo lo que he hecho estuvo basado en que pensaba que era lo mejor para ti. No tuve una infancia fácil, Lem. Lo sabes. Todo lo he construido de la nada. Y uno de mis temores ha sido siempre que tu vida fuera demasiado blanda, que tú fueras demasiado blando. No por quien eres, sino por lo que tenemos, por los lujos que nuestra fortuna nos permite. No quería que fueras un niño privilegiado, Lem. No quería criarte con cuchara de plata. Quería una cuchara amarga para ti. Como la tuve yo. Puedes pensar que eso me convierte en un padre terrible, y tal vez tengas razón, pero eres un hombre mejor por eso.

La cámara estanca zumbó concediendo el permiso de paso, y sin decir otra palabra Ukko abrió la puerta y bajó del deslizador. Atravesó la compuerta y subió a la lanzadera que le esperaba y se lo llevó pasillo abajo.

Lem permaneció sentado un momento, demasiado aturdido para moverse. No porque su padre lo hubiera abandonado (Ukko siempre tenía que marcharse a otra parte), sino porque nunca le había hablado de esa forma. Nunca había discutido su relación ni había abordado el tema de su fortuna. No es que hubiera hecho ningún intento por ocultarle su riqueza. ¿Cómo podía hacerlo? Todo lo que los rodeaba era testigo de ello. Sin embargo, oír a su padre mencionarla y, más aún, reconocer que Lem era todo un hombre le resultaba completamente extraño.

Y había parecido sincero. No había ningún atisbo de ironía o sarcasmo en su voz.

¿Qué era esto?, se preguntó Lem. ¿Otra prueba? ¿Otro ejercicio de humillación? ¿O su padre hablaba realmente desde el corazón?

—¿Qué sucede, Lem? —dijo una voz.

Lem alzó la cabeza. Simona, la ayudante de su padre, estaba ante la cámara, inclinada hacia delante y asomada al deslizador, sujetando su holopad.

—No se te han quedado atascadas las piernas ahí dentro, ¿verdad? ¿Tengo que llamar a alguien?

—Mis piernas están bien —respondió Lem. Salió del deslizador y se cepilló una mota de polvo inexistente de la manga.

—Un poco de atrofia no es nada de lo que avergonzarse —dijo Simona—. Dos años en gravedad cero es mucho tiempo.

Le hablaba como si fuera un niño, como hacía siempre, aunque solo tenía cinco años más que él. Lem lo detestaba.

—Estoy bien —dijo.

No la había visto entre los técnicos antes, pero no le sorprendía. Simona tenía la costumbre de aparecer de repente al lado de su padre exactamente cuando la necesitaba, normalmente sin hacer ningún sonido. En broma, una vez él la había llamado «gata de la jungla» y ella confundió las palabras con algún tipo de flirteo, por lo que le dijo claramente que nunca sería una de sus conquistas y lo rechazó de plano. Lem se rio, cosa que Simona interpretó como un agravio añadido. Todo había sido un tonto malentendido, pero había amargado su relación, y al parecer dos años separados no habían resuelto la situación.

Simona tenía exactamente el mismo aspecto que cuando él se marchara: falda conservadora, blusa conservadora, zapatos planos y funcionales. No le interesaba la moda. A menudo encontraba las últimas tendencias insultantes y ridículas. Lem estaba de acuerdo con ella, pero eso no la hacía verla con mejores ojos. No era tampoco particularmente bonita. No es que fuera fea, pero tampoco era el tipo de mujer que se ganaba una segunda mirada. Se peinaba el pelo apartado de la cara, y esa era toda la atención que le prestaba. Su nariz era pequeña, sus mejillas pecosas, su pecho plano. Era como una desmañada niña de doce años que hubiera deseado quedarse así toda la vida.

—Mi padre se ha marchado a toda prisa —dijo Lem.

—No vendrá —respondió Simona—. Tiene reuniones.

—¿Venir adónde?

—¿No te lo dijo? —Miró el horario de trabajo en su holopad y empezó a caminar pasillo abajo—. No, claro que no. Tiene demasiadas cosas en la cabeza. —Chasqueó los dedos—. Ven.

Él se apresuró a alcanzarla.

—No soy un perro, ¿sabes?

Ella no levantó la cabeza del pad.

—Yo chasqueo los dedos. Doy órdenes rápidas. Así es como hacemos avanzar las cosas.

—Sí, bueno, pero no resulta muy amable.

—A tu padre no le importa.

—Yo no soy mi padre. No me parezco en nada.

Ella le dirigió una mirada y una sonrisa burlona.

—No, en nada.

Lem se detuvo.

—¿Qué se supone que significa eso?

Simona se volvió hacia él.

—Significa lo que he dicho. Expresaba que estoy de acuerdo contigo.

—Sí, pero cuando lo dices suena como una afrenta.

Ella se cruzó de brazos.

—Estar de acuerdo con las cosas que dices sí que es una afrenta. Anotado. Discutiré y estaré en desacuerdo más veces. —Señaló el fondo del pasillo—. ¿Vamos?

Echaron a andar de nuevo. Lem apretó los dientes. La misma Simona de siempre. Diez segundos y querías estrangularla.

—¿Por qué tanta prisa? —preguntó. Prácticamente tenía que correr para seguirle el paso.

—Tenemos un horario ajustado, Lem. Tu padre dirige la corporación más grande del mundo e intenta detener una guerra. Tiene trabajo a espuertas. Me alegro de que estés en casa, por cierto.

—Gracias.

—Tu padre se alegra también. Estaba preocupado por ti.

—Eso ha dicho.

Ella lo miró con mala cara.

—¿No lo crees?

Lem no quiso contestar. Lo que le dijera sin duda llegaría a oídos de su padre.

—¿Adónde vamos? —preguntó, cambiando de tema.

—A ninguna parte. Ya hemos llegado.

Se detuvo y abrió una puerta a su izquierda. Lem la siguió. Entraron en una pequeña antesala donde había una silla de director, un espejo y una mujer con varias cajas de cosméticos. Más allá de la antesala había un espacio mucho más grande, con luces y cámaras emplazadas. Cinco personas trajinaban de un lado a otro con equipo diverso.

Simona señaló la silla del director.

—Siéntate.

Lem lo hizo y señaló las cámaras de la otra habitación.

—¿Qué es esto?

La mujer de los cosméticos colocó un babero de papel alrededor del cuello de Lem y empezó a rociarle la cara con polvo.

—Tu primera entrevista —dijo Simona—. Gun Chen. Es chino. Tiene un programa a primera hora de la mañana. Muy popular. Aquí están las cosas que tienes que decir. —Las fue enumerando con los dedos—. Una, estabas en el Cinturón de Kuiper probando un aparato propiedad de Juke Limited. Descubriste a los fórmicos, e hiciste planes para detenerlos…

—Eso no fue idea mía. Fue de otra persona.

—¿De quién? ¿De otro miembro de la tripulación?

—De otra nave. Mineros libres. Acudieron a mí y nos pidieron ayuda.

—En ese caso, dirás que estabas en contacto con otra nave y que «decidimos atacar a los fórmicos». No podrían haberlo hecho sin ti, así que deberías darte más protagonismo.

—Había también una tercera nave. Un vehículo WU-HU.

Simona torció el gesto.

—¿Participaron en el combate?

—Técnicamente, no. Se quedaron atrás con las mujeres y los niños.

Ella asintió, considerándolo.

—Todas las naves WU-HU se han quedado en el Cinturón, así que no importa. No los menciones. Di «otra nave minera» si tienes que hacerlo. O no los menciones en absoluto.

—En otras palabras, que no mencione a un competidor.

—Los relaciones públicas y los representantes legales tienen que aprobar la entrevista antes de que se emita, Lem. Así que si dices WU-HU lo cortarán de todas formas. Ahorremos tiempo a los ingenieros de sonido y dejemos las cosas simples. Cuando Chen te pregunte por qué volviste tan rápido del Cinturón de Kuiper, la respuesta es que regresaste para devolver ese aparato a Juke. Crees que puede ayudar en la guerra. Tal vez incluso ponerle fin.

Lem se apartó de un manotazo el cepillo de la cara y la encargada de maquillaje retrocedió. Se levantó de la silla.

—¿De eso va todo esto? ¿Por eso hizo mi padre toda la fanfarria por mi vuelta a casa? ¿Los medios y las fans gritando y el gran abrazo falso? ¿Para ponerme bajo los focos y así convertirme en el publicista de su maldito gláser?

Se quitó el babero, lo arrojó a un lado, y salió por la puerta, avanzando rápidamente pasillo abajo en la dirección que había seguido la lanzadera de su padre.

Simona tuvo que echar a correr para alcanzarlo.

—Espera. ¿Adónde vas?

—A tener unas palabras con mi querido papaíto.

—¡Está en una reunión!

—¿Dónde?

—¿Quieres pararte un momento y escucharme?

—¿Dónde es la reunión?

—No voy a decírtelo.

—Entonces buscaré a alguien que lo haga.

Siguió andando, mirando de un lado a otro en cada pasillo que encontraba, desesperado por hallar un transeúnte.

—No, no lo harás —dijo Simona—. Nadie en esta ala sabe dónde está tu padre. Y aunque lo supieran, todo lo que yo tendría que hacer es enviarles un mensaje universal, cosa que se hace en dos segundos, y ninguno hablaría contigo. Cerrarían el pico.

—Sí. Más ovejitas obedientes. Igual que tú.

—¿Quieres pararte un momento? No puedo correr con esta falda.

Lem se detuvo y se dio media vuelta. Ella chocó contra él y dejó caer el holopad, que golpeó el suelo pero no se rompió. Él se agachó y lo recogió para mirar el plan de trabajo, pero la pantalla se oscureció en cuanto la tocó. La pulsó, pero no sucedió nada.

—No responderá a tu contacto —dijo Simona, arrancándole el holopad de la mano—. Seguridad biométrica. —Se lo guardó bajo el brazo, se apartó un mechón de pelo rebelde y dijo—: ¿Cuál es tu problema?

—Mi problema es que mi padre cree que puede utilizarme en su pequeña guerra para obtener beneficios. Y tengo una noticia que darle: no voy a seguirle el juego.

—¿De qué estás hablando?

—¡El gláser! Quiere usar el gláser en la guerra.

—¿Y eso es un crimen?

—No voy a venderle el gláser a los chinos. Ni a los rusos. Ni a quien mi padre quiera que se lo publicite. Sé lo que está haciendo. Es típico de mi padre. Les proporcionó a los periodistas la historia de cómo me enfrenté a los fórmicos en el Cinturón de Kuiper para hacerme quedar como un héroe. Intenta potenciarme ante la opinión pública porque quiere utilizarme para vender el gláser. No quiere a un hijo. Quiere el apoyo de un famoso. ¿Y sabes una cosa? ¿Sabes qué es lo más triste de todo? Me lo creí. Durante un fugaz instante me tragué la idea de que esos ojos llorosos suyos en la terminal eran reales. Cosa que es ridícula. Lo preparó todo. Era una actuación. Un señuelo. Preparó el escenario. Trajo al público y gritó «acción».

—Déjame aclarar una cosa. ¿Tú eres el famoso del apoyo de un famoso?

Él se cruzó de brazos.

—Te estás burlando de mí.

—Intento seguir tu hilo de pensamientos —dijo ella—. No cuestiono tu estatus de famoso. Eres hijo de uno de los hombres más ricos del mundo. Acosado por los paparazzi en sus años mozos. Votado el soltero más apetecible por algunas revistas pop para adolescentes de las redes. Buen pelo. Dientes blancos. Comprendo que puedas llegar a esas conclusiones.

Él se dio media vuelta y echó a andar de nuevo.

Ella corrió hasta alcanzarlo.

—De acuerdo, tienes razón. Me estaba burlando de ti. Porque tienes razón en parte.

Él se detuvo y la miró.

—Pero solo en parte —dijo ella—. Tu teoría está equivocada en muchos aspectos.

—Ilumíname.

Ella suspiró.

—Tu padre, en efecto, quiere que publicites el gláser. Quiere darle un montón de publicidad. Pero no para venderlo. Está intentando convencer a los norteamericanos para que no se suiciden.

—¿De qué estás hablando?

—Será más rápido si te lo enseño.

Le indicó que lo siguiera y se internó por un pasillo lateral. Recorrieron veinte metros y atravesaron la primera puerta que encontraron. Era una sala de conferencias con una holomesa en el centro. Un equipo de seis ingenieros estudiaba el holo de un complicado componente mecánico que flotaba en el aire ante ellos. Uno de ellos lo hurgaba con su punzón y dirigía el debate.

—Necesito esta habitación —dijo Simona.

Los ingenieros la miraron y luego a él. Se volvieron hacia el que tenía el punzón, claramente su jefe.

—¿Ahora? —preguntó el hombre.

—No, ayer para desayunar —repuso Simona—. Sí, ahora.

—Pero si nosotros reservamos esta habitación.

—Y yo estoy anulando la reserva. Vamos, márchense.

Chasqueó de nuevo los dedos y los ingenieros se levantaron de un brinco, recogieron sus cosas y salieron sin rechistar. Sabían quién era y a quién informaba.

—Tienes unos modales de lo más agradable —dijo Lem cuando se marcharon.

—Funcionan, ¿no?

Simona se acercó a la holomesa, borró el holo e introdujo una serie de códigos mediante gestos. Una nave apareció en el holoespacio, lisa y pequeña, con un gran aparato tubular montado en su parte inferior.

—Esto es el dron Vanguard —dijo—. El mayor lanzamiento que hemos tenido en años. Es un dron prospectivo, diseñado para buscar asteroides viables. Si encuentra algo que merezca la pena explotar, nos alerta, y nosotros enviamos una nave tripulada para extraer los minerales. Lleva más de una década en desarrollo.

—¿Cómo es que nunca he oído hablar de esto antes?

—Era información confidencial. Tú no estabas en la lista. Intenta no sentirte ofendido.

—De acuerdo.

—Tu padre presentó el Vanguard al mundo literalmente minutos antes de descubrir la existencia de los fórmicos. No le hizo ninguna gracia. El Vanguard tenía por objetivo relanzar la compañía. La interferencia lleva meses matando el negocio. Hemos tenido dos cuatrimestres en rojo. Los accionistas estaban ansiosos. Necesitábamos una victoria. El anuncio de los fórmicos no podía haber llegado en peor momento. El Consejo se dejó llevar por el pánico. Todos sabían que el anuncio eclipsaría cualquier impulso que pudiéramos haber ganado con el Vanguard.

—Típico del Consejo —dijo Lem—. Más preocupados por las cuentas que por una inminente invasión alienígena y la posible aniquilación de la raza humana. Cuánta clase. ¿Qué es ese tubo que hay debajo del dron?

—El gláser.

—¿El gláser? ¿Tenéis más de un prototipo?

—Solo hay un prototipo, y está en tu nave. Este es el de verdad. Tu padre inició la producción del gláser en cuanto nos enteramos de que lo habías probado con éxito en el Cinturón de Kuiper hace nueve meses.

—¿Iniciasteis la producción? Pero no habíamos terminado con las pruebas. Los resultados que os enviamos eran solamente de la prueba inicial. Nos faltaban docenas de análisis de campo.

—Que nunca llegasteis a realizar —dijo Simona—. Perdimos contacto con vosotros debido a la interferencia, y tu padre se impacientó. Hicimos algunas pruebas aquí, cambiamos algunos detalles, redujimos el diseño, lo cubrimos todo de placas blindadas, y eso fue todo.

—¿Y no nos esperasteis?

—Fue hace nueve meses, Lem. Ni siquiera estábamos seguros de que siguierais con vida. Era tecnología muy valiosa. No íbamos a quedarnos de brazos cruzados esperando a que aparecieras. Cogimos lo que teníamos y pasamos página.

—Si pudisteis haber hecho todas las pruebas aquí, ¿por qué me envió mi padre al Cinturón de Kuiper?

—Porque es el lugar ideal para realizar pruebas de campo en secreto. Tu padre no intentaba librarse de ti, si es eso lo que estás pensando. El espacio profundo sigue siendo nuestro campo de pruebas preferido. Solo trabajamos aquí porque era preciso. No teníamos ni el tiempo ni las capacidades de comunicación para enviar a otra tripulación.

Lem se apoyó en la mesa y contempló el holo. Dos años en el espacio, y su padre podría haber hecho fácilmente las pruebas aquí. No tan concienzudamente, tal vez, no con tanta fiabilidad, pero eso no le había impedido hacerlas. Lem sintió que todo el tiempo que había pasado en la Makarhu había sido un desperdicio.

—Si es una nave prospectiva, ¿por qué va equipada con un gláser?

—Porque ya no es una nave prospectiva —dijo Simona—. Ahora es una nave de guerra.

Lem la miró, enarcando una ceja.

—¿Estás de broma?

—Ukko planea atacar a la nave nodriza con una flota de drones.

—¿Una flota? ¿Cuántos drones de estos pretende fabricar?

—Cincuenta. Y ya los ha fabricado. Los gláseres también han sido producidos. Lo único que queda es montarlos en los drones. Nuestras cadenas de montaje trabajan sin descanso mientras hablamos. No obstante, es más complicado de lo que pensábamos. Hemos tenido que modificar los controles de vuelo para encajar el gláser.

—¿Hasta qué punto habéis puesto a prueba el gláser? —preguntó Lem.

—Principalmente trabajo de laboratorio y modelos informáticos. No podíamos salir ahí fuera y volar unos cuantos asteroides. No hay ninguno por aquí. Por eso las pruebas de campo son mejores.

—Tenéis que hablar con la doctora Benyawe y el doctor Dublin, mi ingeniero jefe. Todos nuestros modelos informáticos para el gláser estaban equivocados. Cuando golpeamos un asteroide grande en el Cinturón de Kuiper, el campo de gravedad resultante fue mucho más grande de lo que esperábamos. También consumió nuestra nave. La nave fórmica es mucho más grande que esa roca, y su composición es desconocida. Benyawe me convenció de que era demasiado peligroso darle con el gláser. Es imposible saber qué clase de campo de gravedad resultaría. Hacerla diana de cincuenta gláseres a la vez podría ser suicida.

Simona tomó unas cuantas notas en su holopad.

—¿Algo más?

—Sí. Todavía no me has explicado por qué tengo que publicitar el gláser en entrevistas y qué tiene eso que ver con los norteamericanos.

Simona pasó la mano por el campo y el dron desapareció. Tras unos cuantos gestos más, la nave fórmica apareció en su lugar.

—Nuestras fuentes dentro de la Junta de Jefes del Estado Mayor nos dicen que los norteamericanos planean un ataque contra la nave nodriza fórmica.

—¿Tenéis fuentes tan altas en el escalafón?

—Tenemos fuentes en todas partes, querido. Y esas son particularmente fiables. Aunque la verdad sea dicha, el ataque no es un gran secreto. Todo el mundo lo espera. Los norteamericanos lo han estado preparando en el espacio desde que se confirmó la noticia de la nave fórmica. Y, como sabes, es muy difícil hacer nada en el espacio sin que el mundo entero lo sepa. Lo único desconocido es cuándo y dónde tendrá lugar el ataque.

—¿Qué planean los norteamericanos?

—Han armado quince lanzaderas y las han añadido a su flota espacial. Ahora mismo tienen veintidós naves. Esta mañana nos hemos enterado de que los rusos, los británicos y los chinos van a sumar naves también, lo que hará un total de cincuenta y tres.

—Vi a los fórmicos eliminar a sesenta naves de una sola vez en el Cinturón. No es un espectáculo agradable.

—Los norteamericanos van a hacerlo de todas formas —dijo Simona—. Sus militares consideran que la Batalla del Cinturón fue protagonizada por campesinos actuando como soldados.

—Entonces los militares norteamericanos son idiotas. Los mineros de los asteroides son mejores pilotos espaciales y están mejor preparados para el combate en el espacio que los soldados y pilotos sacados del planeta.

Simona se encogió de hombros.

—No soy estratega. Solo mantengo informado a tu padre.

—¿Por qué no atacan a la nave nodriza con bombas nucleares?

—Lo han hecho. O lo han intentado, más bien. Hace tres días. No funcionó. Los cañones fórmicos eliminaron los misiles mucho antes de que alcanzaran la nave. Los misiles estallaron y emitieron masivos pulsos electromagnéticos que destruyeron unas tres docenas de satélites y crearon cinturones artificiales de radiación que causarán molestias a todos durante años.

—Si el ataque nuclear fracasó, ¿por qué siguen adelante con un ataque tripulado? Si los fórmicos pueden parar misiles, destruir lanzaderas y naves será pan comido.

—Los norteamericanos no piensan así. Los sistemas armamentísticos fórmicos están ocultos dentro de la nave y solo emergen cuando esta es amenazada. Las imágenes que tiene la ASCE de la Batalla del Cinturón y las imágenes de los fórmicos eliminando al secretario de las Naciones Unidas demuestran que esas armas están ocultas.

—¿Cómo? La superficie es redonda. Cada centímetro cuadrado de la nave parece idéntico.

—No lo sé. Deben de tener algún truco. Tal vez si se acercan lo suficiente puedan detectar pequeñas irregularidades en la superficie. Todo lo que sé es que pretenden localizar los puntos donde se guarecen las armas e inutilizar los cañones antes de que puedan salir. Un segundo grupo de naves atacará a los fórmicos aquí, en la punta, donde está localizado el equipo generador de escudos. Los norteamericanos confían en que una vez conseguidos esos dos objetivos, podrán orquestar fácilmente un ataque a gran escala.

—Se equivocan —dijo Lem—. Los cañones son solo la primera línea de defensa de los fórmicos. La nave en sí es un arma mucho más letal. Hay aberturas en toda su superficie. Cualquiera de ellas puede abrirse y disparar plasma gamma laserizado en cualquier dirección. Lo he visto con mis propios ojos. Las lanzaderas no tienen la mejor oportunidad. ¿Cuándo planean hacer esto?

—Dentro de cuarenta y ocho horas —dijo Simona.

—Tienes que detenerlos.

—Ese es tu trabajo. Para eso son las entrevistas. Dile al mundo lo que sabes. No tienes que exagerar. No tienes que mentir. Sé sincero. Tu tripulación y tú habéis visto a los fórmicos de cerca. Nadie más lo ha hecho. Convence a Estados Unidos de que se retire y deje a Ukko lanzar un ataque con drones.

—Ya te he dicho que los drones con gláseres podrían ser una mala idea. No voy a apoyar esa estrategia. Si quieres que diga eso en una entrevista, olvídalo. Tendrás que encontrar a otro que lo haga.

—Bien. Lo haremos. Di lo que consideres mejor. Pero si dices algo contra los drones, simplemente lo cortaremos más tarde, así que no te molestes. Solo ayúdanos a detener el ataque norteamericano. Salvarías vidas.

—Ahórrame el argumento de salvar vidas. Tú y yo sabemos que mi padre lo que quiere es hacerse el héroe. No quiere que los norteamericanos y sus aliados destruyan la nave nodriza porque quiere la gloria para sí mismo. Sé cómo piensa, Simona. Si no le beneficia, no le interesa.

—No lo tienes en alta estima, que digamos.

Ella le comunicaría a su padre todo lo que dijera, pero en ese momento a Lem no le importaba. Ahora mismo su mente corría desbocada. Se le había ocurrido una idea. ¿Y si esta era la oportunidad que llevaba años esperando? El ataque con los drones estaba destinado al fracaso. Sin embargo, su padre apostaba a él todas sus fichas. Cincuenta drones y cincuenta gláseres. Una fortuna enorme. No lo suficiente para causar la bancarrota de la compañía, pero sí para aprobar una moción de censura y expulsar a su padre del trono cuando los gláseres y los drones fueran destruidos. El Consejo no podría ignorar un error como ese.

Haría falta tiempo y esfuerzos para reconstruir la compañía, naturalmente, pero Lem había levantado otras compañías antes. Nunca a esa escala, pero el juego era el mismo, no importaba el tamaño de la empresa.

Pero expulsar a su padre no sería suficiente, lo sabía. Lem también tenía que situarse como el sucesor adecuado, y que Ukko lo convirtiera en héroe nacional desde luego no le vendría mal. El Consejo le habría echado el ojo. Estarían ansiosos por reconstruir la imagen de la compañía, ¿y qué mejor forma que con un favorito de los medios con probado éxito empresarial y que además era el tenaz hijo del fundador?

Cierto, los fórmicos seguirían siendo un problema. Habría que tratar también ese tema. Pero eran un enemigo para otro día. Ahora mismo su padre era quien tenía el flanco al descubierto, y Lem no estaba dispuesto a dejarlo pasar por alto.

Se alisó la chaqueta y señaló hacia la puerta.

—Acabemos con esto de una vez.

Ella pareció aliviada.

—Vas a hacer lo adecuado, Lem. La gente tiene que oír esta historia. Y no te cortes. Ofréceles dramatismo. Es lo que la gente quiere.

—Relájate, Simona. Haré que se muerdan las uñas.