19

POM

Wit esperaba ante la mesa del teniente chino en el Paso de Khunjerab, viendo cómo el oficial estudiaba su pasaporte. El teniente era joven, recién salido de la escuela de instrucción de oficiales probablemente, lo cual era malo para Wit porque significaba que el chaval se esforzaría por demostrar a sus superiores que estaba capacitado para encargarse del paso fronterizo. ¿Y qué mejor manera de demostrar sus capacidades que arrestar a cuarenta soldados de operaciones especiales que se hacían pasar por civiles para colarse en China?

—Es usted americano —dijo el teniente. No era una pregunta, así que Wit no respondió.

El inglés del chaval era bueno. Un poco de acento, normal. Bien educado, obviamente, y su perfecto corte de pelo y su inmaculado uniforme sugerían una vida regida por la disciplina. Wit supuso que era hijo de algún oficial de alta graduación o quizá sobrino de algún gerifalte del partido. Un chico con conexiones. Alguien había recurrido a sus contactos y le había conseguido un puesto de mando decente recién salido de la escuela militar. No es que el Paso de Khunjerab fuera Shangri-La. No lo era. Era un lugar yermo y frío, aislado y soso. No había ningún medio de entretenimiento, nada para mantener a un soldado ocupado después del servicio. Estaban la verja, los camiones que la atravesaban y las montañas. La única ruptura de la monotonía era ver alguna que otra cabra montesa.

Pero era un puesto de mando. Podía ser basura, pero las grandes carreras militares empezaban por alguna parte.

—¿Cuál es el motivo de su viaje a China? —preguntó el teniente.

—Queremos estudiar a los fórmicos —dijo Wit sin faltar a la verdad.

El mundo entero ya usaba ese término: fórmico. Aparecía en todas las noticias.

—Su nombre no aparece en nuestras bases de datos —dijo el teniente—. No hay ningún expediente suyo en América. Ningún historial. Ninguna dirección. Es usted una anomalía.

Wit no tenía ninguna dirección porque no solía estar en Estados Unidos. Si estaba de permiso, cosa que no sucedía casi nunca, lo pasaba en cualquier otra parte. O, en las raras ocasiones en que visitaba Estados Unidos, iba a la casa de sus padres al norte de Nueva York. No tenía propiedades. ¿Para qué?

El resto de sus datos personales habían sido borrados cuando se unió a la POM.

Wit suspiró para sí. Había querido arreglar las cosas por las buenas, pero aquel teniente no iba a dejarlos pasar. Se le notaba en la cara: el chaval ya se estaba viendo con una buena caza de cuarenta soldados altamente cualificados. Estaba viendo una felicitación en su expediente. Tal vez incluso un ascenso.

—Estoy seguro de que a Estados Unidos le encantaría saber que están violando la privacidad de sus ciudadanos —dijo Wit.

El teniente dejó de mirar el pasaporte, los labios fruncidos.

—La información es pública, señor O’Toole. Todo el que tenga acceso a las redes puede conseguirla. Está usted pidiendo permiso para entrar en mi país. Tengo todo el derecho a saber lo que quiera sobre usted. Sus leyes de privacidad se aplican aquí. —Cerró el pasaporte, lo colocó sobre la mesa y enlazó los dedos—. ¿Por qué quieren estudiar a los fórmicos?

—Porque queremos detenerlos. Eso probablemente implicará matarlos o devolverlos al espacio. Pero entre usted y yo, preferiría matarlos. Es más fácil así. No habrá que preocuparse de que vuelvan con sus amigos.

El teniente parpadeó, sorprendido por la franqueza de Wit.

—Mis compañeros y yo somos soldados. Como probablemente ya ha deducido. Somos POM. Policía de Operaciones Móviles. Estamos aquí, vestidos de civiles y pasando por su verja como cortesía hacia ustedes. No tenemos por qué hacerlo así. Hay cientos de maneras de entrar en China. Preferiría hacerlo legalmente, como estoy intentándolo ahora. Pero si nos niega la entrada, entraremos de otra forma. Así de fácil.

El teniente sonrió, como si le pareciera divertida la confianza de Wit.

—¿Cree que puede burlarnos a mis hombres y a mí, señor O’Toole?

—Con los ojos cerrados. Y si nos niega la entrada aquí y nos obliga a entrar en el país ilegalmente, dirá muy poco de usted, teniente. Puede estar seguro. Porque cuando estemos en el país les diremos a sus superiores cómo nos colamos ante sus narices. Les diremos lo laxa que es su seguridad. Les diremos cómo una flota entera de vehículos extranjeros tocando los cláxones y lanzando fuegos artificiales podrían atravesar los agujeros de la frontera sin ser detectados. Les diremos que fue sencillo. Les diremos muchas cosas. Seremos muy concienzudos y eficientes. Me temo que quedará usted a la altura del betún.

El teniente pareció enfurecerse, pero Wit no había terminado.

—Y usted y yo sabemos que la culpa no se detendrá ahí —continuó—. Quien le ayudó a conseguir este puesto será culpable también. Quedará salpicado por poner a un incompetente aquí al mando. Eso acabará con cualquier posibilidad de ascenso que tengan ambos. Si no es usted capaz de mantener un cruce fronterizo en mitad de ninguna parte, dirán, le declararán inepto para cualquier mando.

»Sin embargo, si nos deja cruzar, tendrá una historia que contar. Pasaron como civiles, dirá. No llevaban armas. Sus pasaportes estaban en regla. No tenía ningún motivo para negarles el acceso. De hecho, cumplí correctamente con mi deber al dejarlos pasar. Y si el ejército chino nos pregunta a mis hombres y a mí por qué fingimos ser civiles y entramos de esta forma, les diremos que no tuvimos más remedio. Les diremos que las fronteras son tan férreas bajo el mando de cierto teniente que no tuvimos más remedio que abandonar nuestras armas y atravesar la verja como corderitos. Les diremos cómo el nivel de seguridad nos inquietó, cómo cruzar por las montañas quedó descartado porque los hombres de la frontera están muy bien entrenados y son muy diestros y vigilan celosamente todos los pasos. Seguramente nos habrían capturado. Les diremos muchas cosas, teniente. Y usted quedará bien. Puede que incluso le den una brillante medalla.

El teniente guardó silencio un instante.

—Podría arrestarlos ahora mismo —dijo por fin—. Eso también me procuraría una medalla.

—¿Ve? Ahora está siendo estúpido —respondió Wit—. No tiene ningún derecho a arrestarnos. No hemos cometido ningún delito. Ni siquiera estamos todavía en suelo chino. Esta oficina es territorio neutral.

—Podría arrestarlos en cuanto los dejara pasar. Nada más cruzar la frontera.

Wit sacudió la cabeza, como si sintiera lástima por el chico.

—Su nivel de estupidez va aumentando. Piense. Si nos arresta nada más cruzar, entonces quedará claro que nos dejó hacerlo solo para ese propósito. Una vez más, no habremos cometido ningún delito. Mis hombres y yo representamos a treinta países. ¿De verdad quiere que las embajadas de treinta países llamen a sus superiores y pregunten por qué China ha arrestado a ciudadanos que cruzaron legalmente su frontera?

—Son ustedes soldados. Su misma presencia en China es ilegal.

—No entiende usted el argumento —repuso Wit—. Todo lo que está sugiriendo convierte su cabeza en una diana. Cuando esto se transforme en un incidente internacional, ¿a quién cree que van a culpar para pacificar a todas las partes implicadas? ¿A nosotros? ¿A la gente que valientemente cruzó la frontera para ayudar a los ciudadanos chinos y salvar vidas? No. Será a usted. Usted recibirá el golpe. Le despojarán de su rango, honor y cualquier relación con el ejército. Tendrá que trabajar de obrero. Tal vez cargando cajas en alguna parte. O descabezando pescados en algún mercado pestilente. No conocerá ni se casará con esa hija de un cargo del partido. No ascenderá a ningún puesto importante. Se consumirá en un apartamento de una sola habitación con la espalda jodida y sin pensión. Esos son los hechos, teniente. Puede dejarnos pasar o puede rechazarnos. La decisión es suya.

Cinco minutos más tarde Wit y sus hombres entraban en China. Siguieron el arcén en fila mientras los camiones de carga pasaban, dirigiéndose hacia el aeródromo. Wit estiró el pulgar, y no pasó mucho tiempo antes que un camión se detuviera para llevarlos.

Durmieron en el avión, apretados entre cajas y embalajes. El piloto había aceptado su oferta de buen grado y prometido llevarlos hasta Hotan. Una vez allí, cogieron un vuelo hasta Jiuquan y después hasta Zhengzhou. Comían cuando tenían hambre y dormían cuando estaban cansados.

Durante todo el viaje Wit fue siguiendo el progreso de la guerra. Los chinos anunciaban grandes éxitos y victorias pero no proporcionaban ninguna prueba, lo que sugería que todo eran pamplinas, o al menos exageraciones típicas de propaganda bélica. El ejército ruso se había ofrecido para entrar en China y ayudar, pero los habían rechazado. Posiblemente porque China temía que los rusos no se marcharan cuando la guerra terminara. Expulsar a un ejército invasor solo para tener que lidiar luego con otro no era buen negocio.

Las redes estaban inundadas de vídeos. Los fórmicos eran implacables. Sus deslizadores eran rápidos y letales. Sus tropas, tranquilas y metódicas. Quemaban el paisaje allá donde fueran, rociando con sus defoliantes como si fueran granjeros. Los chinos intentaban retirar los vídeos y pintar un panorama diferente, pero no se podía detener el flujo de información.

Wit buscó más vídeos de Mazer Rackham pero no encontró ninguno, cosa que le preocupó. Habían pasado días. No había ninguna noticia oficial de Nueva Zelanda ni de los chinos, lo que significaba que Mazer o bien había sido retirado discretamente del frente o había desaparecido en combate.

Al tercer día de estar en el país aterrizaron en Changsha. Era el último vuelo que podrían tomar. Los vuelos comerciales estaban ahora confinados en tierra, y ningún piloto volaría más al sur aunque Wit le ofreciera una fortuna.

Hizo varias llamadas desde el aeropuerto. Necesitaba vehículos todoterreno, y el mercado negro de Changsha parecía un lugar tan bueno como cualquier otro para encontrarlos. Sus contactos en la provincia de Hunan lo condujeron a gente poco fiable, la cual a su vez lo condujo a gente aún peor, la cual le sugirió que fuera a un depósito de camiones usados en la zona industrial situada al sur de la ciudad llamada Callejón Winjia. Wit se hizo acompañar por Calinga y Lobo y dejó al resto de los hombres en el aeropuerto.

El anciano que los recibió en el depósito tendría al menos ochenta años, la espalda levemente encorvada, una ancha gorra y un par de abrazaderas en las piernas para ayudarle a andar. Se presentó como Shoshang.

—Soy el capitán Wit O’Toole de la Policía de Operaciones Móviles. Estos son mis compañeros Calinga y Lobo.

Shoshang sonrió.

—Soldados, ¿eh? Vienen a combatir a los fórmicos.

—Venimos a ayudar en lo que podamos.

—¿Creen que China necesita ayuda? ¿Creen que China no es lo bastante fuerte?

—Por lo que he visto, ningún país es lo bastante fuerte. Ni Estados Unidos, ni ninguna nación de Europa, ni Rusia, nadie. Todos debemos ayudar.

—Ayudar es lo que hago mejor —dijo Shoshang—. ¿Qué necesitan?

—Transportes blindados. Todoterrenos. Suficientes para llevar a cuarenta hombres y suministros. Y tienen que ser estancos.

—¿Máquinas de guerra? —Shoshang frunció el ceño y se encogió de hombros—. Lamento decepcionarlo, capitán, pero no tengo licencia para vender ese tipo de vehículo. Lo que ve en mi solar es lo que tengo. —Señaló los vehículos que había detrás—. Grandes camiones y tractores para contratistas comerciales. ¿Le gustaría quizá probar uno de esos?

Wit no iba a tragarse el papel de civil inocente ni el de débil anciano. Había eliminado a suficientes capos de la droga y traficantes de armas para saber que los que no daban el tipo solían ser los más desagradables.

—Quizás esto le recuerde algún inventario que pueda habérsele pasado por alto —dijo Wit, haciendo entrechocar su pad de muñeca con el del anciano.

Shoshang leyó la cantidad y sonrió.

—Pues, verá usted, ahora que lo pienso, creo que podría tener lo que busca.

Los escoltó hasta una alta pared de metal oxidado que rodeaba un patio al fondo del solar. La pared estaba rematada con alambre de púas y parecía capaz de soportar el ataque de un pequeño ejército. Shoshang agitó la mano por la holocaja ante la puerta y al otro lado una manivela giró, una cadena se tensó y la pesada puerta de metal se abrió.

—Mucha seguridad para un montón de chatarra —comentó Wit.

Shoshang sonrió.

Recorrieron el patio, abriéndose paso por un laberinto de chatarra, coches aplastados y equipo industrial muerto desde hacía tiempo. Cuando llegaron a un almacén en el centro del laberinto, Shoshang se detuvo y se volvió a mirarlos. Wit vio a varios hombres armados en lo alto del tejado y a varios más entre las montañas de basura circundantes. No se sintió impresionado. No eran profesionales. Todos se comportaban de manera equivocada, ocupando los lugares equivocados y empuñando sus armas como aficionados. Wit empezó a pensar que aquello era una pérdida de tiempo.

Entonces Shoshang ordenó a uno de sus matones que abriera el almacén, y Wit vio que, después de todo, no había sido una pérdida absoluta. Dentro había cinco Rinos blindados, grandes vehículos todoterreno de seis ruedas fabricados para el ejército chino. Eran mucho más rápidos y maniobrables que los tanques ligeros y desde luego perfectos para acciones rápidas. Shoshang los había pintado de verde oscuro para ocultar las insignias militares, y habían soldado placas blindadas adicionales y otras modificaciones para hacerlos parecer vehículos originales en vez de propiedad gubernamental robada, que era obviamente su origen.

—Si atravieso con esto un puesto de control militar —dijo Wit—, lo más seguro es que me detengan. Al ejército no le hacen gracia los ladrones.

Shoshang pareció ofendido.

—No son robados, capitán O’Toole. Son material sobrante comprado legalmente en el mercado. Tengo todos los papeles en regla.

—Papeles falsificados —precisó Wit—. No hubo Rinos sobrantes. El fabricante fue adquirido por Juke Limited antes de que la producción de la flota original quedara terminada. Luego Juke renegoció con los chinos y cambió el diseño.

Shoshang sonrió.

—Veo que es todo un experto en comercio militar, capitán.

—Soy experto en muchas cosas.

Shoshang se rascó la mejilla y suspiró.

—Muy bien. Estoy dispuesto a bajar el precio por el asunto de la legalidad —dijo la última palabra con tono despectivo.

—¿Y el combustible?

—Me siento generoso hoy —dijo Shoshang—. Le daré los cinco vehículos y suficientes baterías y células de combustible para un año de uso constante.

—¿Por cuánto?

Shoshang se lo dijo. Era diez veces lo que valían los vehículos, incluso en el mercado negro.

—Hecho —contestó Wit.

Shoshang pareció sorprenderse. Esperaba una negociación dura, una discusión enconada. Pero Wit no tenía tiempo ni ganas. Como fuera, los auditores de Strategos probablemente localizarían a Shoshang y recuperarían el dinero. No era algo que le preocupara.

—También necesitamos suministros —añadió—. Me han dicho que usted es un hombre capaz de conseguir cualquier cosa.

—Soy un hombre de muchos talentos, sí. ¿Qué más necesita?

—Trajes aislantes, para empezar. Con VCA, capacidades para localizar objetivos y oxígeno de sobra.

—Entiendo que ha visto la bruma que rocían los fórmicos.

—Preferiríamos no respirarla —dijo Wit—. También necesitamos armas. Armas pequeñas. Antiaéreas. Lanzagranadas portátiles.

—¿Qué tipo de granadas?

—Las que pueda conseguir. HEAB, cargadas de flechitas de metal, termobáricas. De baja velocidad, veinte por cuarenta milímetros.

Las HEAB, granadas de gran capacidad explosiva en el aire, serían perfectas. Era más fácil programar las municiones, y las detonaciones aéreas normalmente causaban más muertos. Pero Wit no tenía demasiadas esperanzas.

—Tendré que hacer algunas llamadas —dijo Shoshang—. Tardará unas horas. No me piden todos los días que equipe a un miniejército. Pero no se preocupe, capitán, conseguiré lo que necesita. —Se quitó el sombrero, se secó la frente con un pañuelo y sonrió—. Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme por qué no le surte su propia agencia. No es que sea asunto mío, claro.

—En eso acierta —dijo Wit—. No es asunto suyo.

Cuatro horas más tarde, un convoy de cinco Rinos y cuarenta miembros de la POM se dirigían al sur de Changsha por carreteras secundarias. Wit y Calinga ocupaban la cabina del primer vehículo. Los carriles en dirección norte estaban abarrotados, pero los que conducían al sur estaban libres.

Calinga señaló el traje aislante que llevaba puesto y el fusil del asiento contiguo.

—¿Puedo preguntar de dónde ha sacado el dinero para comprar todo esto?

—La POM tiene cuentas de emergencia por toda Europa —respondió Wit—. Vacié unas cuantas. Si ayudamos a ganar la guerra, puede que condonen el gasto. Si morimos en el proceso o los fórmicos se apoderan de la Tierra, el asunto no importará mucho.

—Cuánta confianza.

—No será una lucha fácil. No hay motivo para ignorarlo.

—Entonces ¿ese es el plan? Dijo que elegiríamos objetivos clave y los sabotearíamos. ¿Cuáles son exactamente? ¿Las sondas? Están blindadas. Los misiles no pueden tocarlas. Las fuerzas aéreas las están bombardeando con todo lo que tienen y no les hacen ni mella.

—Entonces tendremos que encontrar un modo de meternos dentro de una.

—¿Cómo?

—Ni idea. Si podemos alcanzar una, podremos investigar. —Recuperó un mapa del sudeste de China en su holopad—. Encontraremos la segunda sonda primero. La que está en el centro. La del norte cerca de Guilin es la que ha provocado más bajas, pero es también donde están concentrados los soldados. Prefiero evitar contacto directo con el ejército ahora mismo. Consigamos algo antes. Demostrémosles a los chinos lo que valemos. Entonces nos pedirán que nos quedemos.

—¿Por qué no vamos por la sonda del sur, donde los deslizadores están arrojando bacterias al mar? Eso es un daño ecológico grave. Cuanto antes lo detengamos, mejor.

—Esa sonda está más aislada —repuso Wit—. Está en un lugar más elevado y más difícil de alcanzar. Mejor que lo dejemos para las fuerzas aéreas. Además, allí las bajas se miden por cientos, mientras que en los otros dos sitios se miden por miles y decenas de miles. La segunda sonda tiene también la mejor posición estratégica. Podremos llegar fácilmente a cualquiera de las otras dos si surge la necesidad.

Recorrieron cien kilómetros sin novedad. El tráfico en los carriles en dirección norte se volvió cada vez más congestionado. Pronto los coches y camiones pasaron a los carriles contrarios y condujeron en dirección prohibida para evitar los atascos. Calinga no dejaba de tocar el claxon y hacer cambio de luces para impedir una colisión frontal. La mayoría de los coches se apartaba, pero pronto el tráfico adquirió un ritmo veloz y frenético.

—Sal de aquí —ordenó Wit.

Calinga los sacó de la carretera, y para cuando los otros Rinos del convoy los siguieron, el tráfico de frente era una locura. Dos camiones chocaron, bloqueando la carretera. El coche que venía detrás los embistió, tratando de adelantarlos, y quedó atrapado. Se formó un choque en cadena. Cuatro coches. Cinco. Siete. Los cláxones tronaban. La gente gritaba. El atasco se extendió a los arcenes, donde más coches quedaron atrapados en el barro y bloquearon aún más el paso. Los conductores abandonaron sus vehículos y continuaron huyendo a pie hacia el norte.

Wit vio entonces por qué: una fila de seis fórmicos con fumigadores avanzaba por la mediana de la carretera, rociando la vegetación y todo lo que se movía. La bruma se extendía con fuerza, densa y firme, cubriendo el terreno a la altura de la cintura como una gruesa niebla sobre la superficie.

Wit habló por su radio, dirigiéndose al convoy.

—Poneos los cascos. Estamos en zona caliente. Permaneced a la espera hasta que verifique que estos trajes funcionan.

Se puso el casco, que se selló al traje aislante. La válvula de oxígeno empezó a bombear y el aire frío llenó el interior. Wit saltó de la cabina al asfalto. La multitud de gente pasaba corriendo, huyendo presa del pánico carretera arriba. Algunos se tambaleaban, tosían, tenían problemas para respirar, morían por la bruma. Una mujer se desplomó en sus brazos, los ojos en blanco. Wit se sintió impotente. La colocó con cuidado en el suelo, lejos de la muchedumbre, para que no la pisotearan. Luego se dio media vuelta y se abrió paso entre la gente hacia los fórmicos. Tenía las piezas de su fusil en la cadera. Las ensambló y siguió avanzando, luego extendió el cañón y colocó el cargador.

—Calinga, ponte a la radio. Mira a ver si puedes encontrar algún equipo de urgencias en la zona. Necesitamos médicos inmediatamente.

—Voy.

Wit se abrió paso entre la multitud, que ahora estaba sumida en el caos, la gente empujándose, derribándose y gritando, dominados por el pánico. Algunos de los caídos lograban volver a ponerse en pie. Otros eran pisoteados, pateados e incluso aplastados. Wit ayudó a una mujer a levantarse, pero casi fue derribado en el proceso.

Continuó. El sistema de localización de objetivos de su VCA le dijo que los fórmicos estaban a ochenta y dos metros de distancia y acercándose, avanzando hacia él hombro con hombro, rociando tranquilamente aquella bruma, como si trataran el terreno contra las malas hierbas. Era la primera vez que Wit veía a uno en persona, y fue como si agua helada le corriera por la espalda.

Alzó el arma, pero los civiles seguían interponiéndose en su línea de fuego. Era inútil. Corrió hacia la izquierda y se subió a la capota de un camión accidentado. Ahora, con un poco de elevación, pudo apuntar bien. Alineó la mira del fusil con su ojo y todo tipo de pensamientos corrieron por su cabeza. No le gustaba usar un arma que no había disparado nunca antes. Tal vez Shoshang había adquirido esos fusiles porque estaban estropeados y el ejército chino los había rechazado. Tal vez la mira estaba desviada un palmo del objetivo. Tal vez el cañón estaba ligeramente descentrado. Tal vez el arma le estallaría en las manos.

Apuntó a la cabeza del fórmico que estaba más a la derecha y apretó el gatillo.

El fusil disparó e hizo su retroceso. La nuca del fórmico explotó en una nube gris. Sus piernas se combaron, y se perdió de la mirilla de Wit.

Prueba de campo superada. Fusil aprobado. Hora de ponerse a trabajar. Wit disparó a otras cinco cabezas, rápidamente, una tras otra y de derecha a izquierda, bang-bang-bang-bang-bang.

Los cinco fórmicos cayeron como fichas de dominó, soltando los tubos de fumigación, los cuerpos desplomándose. Wit observó las puntas de los tubos. Un momento después dejaron de rociar.

La densa bruma ya lo rodeaba. Wit parpadeó una orden para comprobar si había escapes en su traje. Los sensores pitaron indicando que todo estaba correcto: al parecer, el traje era hermético. Shoshang no los había timado. Sus artículos eran legítimos. Milagro de milagros.

Wit saltó del camión y atravesó corriendo la bruma hasta donde yacían los fórmicos. Se detuvo junto a ellos, el arma preparada, listo para acribillarlos de nuevo si se agitaban siquiera. Ninguno lo hizo.

La voz de Calinga sonó en su casco.

—No va a venir ningún personal de urgencias. Estamos demasiado lejos de las zonas urbanas. Dicen que de todas formas no tienen tratamiento para la bruma, y andan escasos de personal. Tienen más llamadas de las que pueden atender.

—Trasladad a la gente a varios cientos de metros a barlovento —ordenó Wit—. Alejadlos de la bruma hasta que el aire se despeje.

Wit se puso en cuclillas y examinó a los fórmicos mientras Calinga pasaba la orden y movilizaba a los hombres. Las criaturas no llevaban ningún tipo de ropa. Tampoco transportaban más equipo que los rociadores de bruma. Ningún transmisor de radio, ningún receptor, ningún equipo de comunicación. Wit le dio a uno la vuelta con la bota para asegurarse de que no pasaba nada por alto. Le repugnaba tocar aquellas criaturas, incluso con la bota: le disgustaba sentir su volumen y viscosidad, pero no podía permitirse tener esos pruritos.

Advirtió ligeras diferencias en sus rostros insectoides. Cosas sutiles. Una boca más ancha aquí, ojos más grandes allá. Pelaje más oscuro en uno que en otro. A primera vista todos parecían exactamente iguales, pero Wit pudo ver que eran tan diferentes entre sí como los humanos.

No sabía si eran machos o hembras. No tenían órganos sexuales visibles. Tal vez eran asexuados, como los parásitos.

Wit tomó varias fotos con su VCA, primero del grupo entero, luego de una herida individual en la cabeza. Luego parpadeó una orden para que anotara al dictado. Habló durante cinco minutos al micrófono de su casco, describiendo el arma que había empleado y dónde había alcanzado a cada uno de los fórmicos. Todos los disparos habían dado en la cabeza, sí, pero especificó dónde había entrado cada bala. Usó la terminología para la cabeza humana como contexto, como un médico describiendo en la sala de urgencias a una víctima de disparos. Luego explicó sus conclusiones. Se podía matar a los fórmicos. Sus sondas estaban blindadas, pero su infantería no. Los tiros a la cabeza eran eficaces. Lo intentaría de otras formas en el futuro.

Wit subió entonces todo el texto, las fotos y las geolocalizaciones a la red. Creó su propio sitio web usando un diseño minimalista y la URL StopTheFormics.net y lo firmó «Policía de Operaciones Móviles». Le ordenó luego al sitio que tradujera esa entrada y todas las entradas futuras al chino, y que colocara el texto chino primero, seguido del texto en inglés. Luego usó software de enlace para enviar la misma información a cientos de plataformas sociales y medios de comunicación por todo el mundo, incluyendo todos los foros y sitios que solo utilizaban los soldados chinos.

Los militares probablemente ya sabían que los disparos a la cabeza eran eficaces, pero Wit no iba a dar nada por sentado. Si tenía información, la compartiría, sin importar lo obvio que pareciera.

Regresó al Rino. Calinga y los demás hombres habían dirigido a la multitud a barlovento. El pánico había remitido. Ahora la gente lloraba. Había cincuenta y cuatro muertos, la mayoría debido a la bruma, aunque había algunos aplastados por la muchedumbre.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Calinga—. Esta gente pide que los lleven al norte, a la ciudad más cercana. Algunos de sus coches no funcionan. Obviamente, nosotros no podemos llevarlos. En el momento en que empecemos a llevar a alguien al norte, todos los demás coches que nos encontremos nos pararán y nos pedirán que hagamos lo mismo por ellos. Tampoco podríamos transportar a toda esta gente, no a menos que los apretujásemos en lo alto de los Rinos e hiciéramos cinco viajes.

—Dile a la gente todo lo que me has dicho —ordenó Wit—. Explícales que nosotros vamos al sur, no al norte. Vamos al encuentro de los fórmicos, no estamos huyendo de ellos. Diles que se moverán más rápido si se ayudan unos a otros. Usaremos los Rinos para apartar los vehículos siniestrados y despejar la carretera. Los que tengan vehículos que funcionen deben hacer sitio a los que no.

—¿Y los cadáveres? —preguntó Calinga.

—Cavaremos una fosa común. Los supervivientes pueden ayudar, pero deberíamos guiarlos. Lo grabaremos todo, lo montaremos y lo subiremos al sitio web.

—¿Ahora tenemos un sitio web?

—Te lo explicaré mientras cavamos.

Se pusieron manos a la obra. Pronto el aire se despejó lo suficiente para que los miembros de la POM se quitaran los cascos, lo que facilitó cavar y respirar. Muchos civiles se unieron a ellos. Algunos tenían palas y herramientas en sus camiones. Wit desplegó a la POM en un amplio círculo formando un perímetro. Justo cuando terminaron la fosa, llegó la advertencia por radio.

—¡Ahí vienen!

Wit salió del agujero con el casco puesto cuando los deslizadores llegaron volando por encima de los árboles. Eran tres: pequeños aparatos unipersonales que se movían velozmente. El líder disparó una andanada de fuego láser. Una explosión a la izquierda de Wit lo derribó al suelo. Pegotes de tierra y roca triturada llovieron a su alrededor. Los oídos le zumbaron.

Los tres deslizadores empezaron a disparar. Una explosión alcanzó al grupo de civiles, lanzando cuerpos por los aires. Los demás se dispersaron, chillando despavoridos.

Wit estaba en pie con la granada lista dos segundos más tarde. El deslizador líder dio la vuelta para una segunda pasada y Wit disparó el HEAB, apuntando al morro del aparato.

No fue un impacto directo, pero estuvo cerca. El HEAB escupió una andanada de metralla que alcanzó a dos deslizadores que volaban en formación cerrada. Los aparatos se sacudieron violentamente a un lado, perdieron el control y se estrellaron. No hubo supervivientes. Era imposible.

Wit se volvió y escrutó el cielo buscando el tercer deslizador. Vio que un transporte de tropas había aterrizado tras él, cerca de donde yacían los seis fórmicos muertos. Las puertas del transporte se abrieron y las criaturas descendieron. Varias llevaban fumigadores y empezaron a rociar inmediatamente, lanzando potentes chorros de bruma al aire. Un escuadrón de la POM corrió hacia ellos, disparando sus armas. Otros fórmicos salieron del transporte y empezaron a recuperar a los que Wit había matado, llevando sus cadáveres y el equipo de vuelta al vehículo.

Wit volvió a mirar el cielo y vio que el tercer deslizador se retiraba hacia el horizonte, fuera de alcance. Corrió entonces hacia el transporte. Los fórmicos recién llegados caían. Eran presa fácil: estaban al descubierto y no hacían nada por ocultarse. Por un momento pareció que la escaramuza iba a terminar fácilmente. Entonces el transporte se elevó, giró y disparó sus cañones contra los hombres de Wit, que usaban los coches y camiones como cobertura.

Los láseres del transporte atravesaron los coches y el asfalto, dejando profundos surcos en la tierra. Glóbulos de sustancia laserizada brotaron luego de los cañones montados en los costados. Los glóbulos se abrían paso a través de todo lo que alcanzaban, dejando grandes agujeros en las cajas de los motores, las personas, la barrera de protección de la carretera. Los parabrisas estallaron, componentes y metralla volaron en todas direcciones.

Los miembros de la POM cayeron.

Las puertas del transporte seguían abiertas. Wit disparó una granada justo cuando dos de sus hombres hacían lo mismo. Una granada entró por una puerta lateral y salió por la otra, pero las otras dos rebotaron y se quedaron dentro. Las detonaciones lanzaron fuego y humo por las puertas, junto con una explosión ensordecedora. El transporte se escoró, se tambaleó un momento y luego cayó del cielo. Chocó contra el suelo y permaneció erguido, escupiendo fórmicos muertos.

Los hombres se acercaron inmediatamente, acribillando la carlinga para asegurarse de terminar el trabajo. Wit corrió hacia el lugar donde había visto caer a algunos de sus hombres. La bruma se enroscaba como humo, oscureciéndole la visión. Los restos de los cuatro hombres yacían en el asfalto destrozado, todos ellos en pedazos. Wit tuvo que recurrir a los escáneres corporales para identificarlos. Toejack, Mangul, Chi-Won y Averbach. Wit los había escogido personalmente. Había estudiado sus historiales, los había puesto a prueba, entrenado y convertido en los soldados que eran. A dos de ellos los conocía desde hacía años.

Desconectó aquella parte de su ser que le habría hecho llorar. No había tiempo. Habló rápidamente por el comunicador.

—Calinga, tenemos que sacar de aquí a esta gente. Los fórmicos recogen a sus muertos. Pueden venir más en cualquier momento. Quiero esta carretera despejada, los cuerpos enterrados y la gente en marcha ya.

Todos se movieron con rapidez. Los civiles estaban conmocionados. Confusos, aterrados, temblando de pánico. Siete más habían muerto en el ataque. Otros habían huido a los bosques y no habían regresado. Calinga buscó a los que se mostraban menos afectados y podían obedecer y los puso a trabajar, reuniendo y calmando a los demás. Los miembros de la POM pusieron los Rinos en marcha y apartaron los vehículos que bloqueaban la carretera. Otros de la POM metieron los cadáveres en la fosa y empezaron a cubrirla. Arrojaron a los muertos más recientes, algunos pedazo a pedazo. Fue algo rudo y rápido y en modo alguno la forma de tratar a unos soldados caídos, pero era mejor que dejarlos en la carretera.

Calinga y su equipo reunieron a los civiles supervivientes y asignaron a quienes no tenían vehículo con los que sí que los tenían. Cuando terminaron, los agentes de la POM dirigieron el tráfico y los pusieron en camino hacia el norte.

Wit y su equipo no se detuvieron a llorar las bajas. No había tiempo. Sacaron a los Rinos de la carretera y los ocultaron entre los árboles más cercanos. Luego volvieron caminando hasta el transporte caído y esperaron.

Sus trajes aislantes eran amarillo brillante, seguramente confeccionados para investigación de campo, no para el combate. Pero se ajustaban sin ser incómodos y ofrecían buena capacidad de movimiento: eran perfectos para el trabajo que los ocupaba, excepto como camuflaje, pero eso tenía fácil remedio. Sin embargo, incluso sin trajes camaleónicos, los de la POM pudieron ocultarse. En unos momentos todos fueron invisibles, incluso para Wit. Árboles, matorrales, vehículos abandonados. Se fundieron con el paisaje.

Pasaron diez minutos. Luego veinte. Los transportes permanecían en silencio, así que Wit vigiló el cielo. Pronto los divisó: dos transportes se acercaban velozmente volando bajo. Al principio Wit pensó que no iban a parar: no mostraron ningún signo de frenar. Entonces descendieron rápidamente a cada lado del vehículo abatido.

Se abrieron las puertas y los fórmicos salieron a recoger a sus caídos.

Entonces Wit dio la orden y el infierno se desató. Sus instrucciones habían sido claras: no dejar que los transportes despegaran, pues su potencia de fuego estaba en el aire. Eliminar primero al piloto. Inutilizar la nave. Luego eliminar a los demás.

Los hombres actuaron con rapidez y eficacia. Los transportes permanecieron en tierra. Los fórmicos cayeron. Todo terminó en menos de diez segundos.

Cuando el humo se despejó, Wit se encaramó al transporte. Había fórmicos muertos por todas partes; su sangre en el suelo de la nave era densa como el sirope. Wit lo grabó todo en vídeo. Los controles de vuelo, las palancas e interruptores. No tenía ni idea de para qué servían, ni experimentó con ellos. Hizo lo mismo fuera. Grabó cada centímetro de la máquina.

Habría preferido entregar la nave para que fuera examinada por expertos, pero eso era imposible. Una vez documentado todo lo que pudieron, lanzaron dos granadas incendiarias y quemaron los vehículos.

Entonces se dirigieron hacia el sur por carreteras secundarias y evitando a la gente en la medida de lo posible. Sobre la marcha, Wit actualizó el sitio web. Explicó la nueva estrategia de «matar, poner el anzuelo y emboscar»: eliminar a unos cuantos fórmicos de infantería, luego permanecer a la espera de que el transporte los recogiera, y entonces atacar al equipo de recuperación de cadáveres. Recalcó la importancia de eliminar al piloto y evitar el fuego del transporte. Subió a la web los vídeos, las fotos y las indicaciones del ataque: era mejor atacar al vehículo desde atrás y ligeramente a izquierda o derecha, lo que permitía una rápida y clara visión de la carlinga donde iba el piloto. Atacar desde el frente era suicida.

Wit comprobó entonces el foro del sitio web. Ya había cinco solicitudes de entrevistas. Todos los medios querían lo mismo: los rostros que estaban detrás de la POM, las historias de interés humano, los detalles jugosos que concitaran el interés de las audiencias.

La respuesta que Wit escribió fue la misma para todos: «Quiénes somos es irrelevante. Ayúdennos transmitiendo lo que hemos descubierto. Muestren los vídeos. Compartan las tácticas. Inviten a los otros que están en la lucha a compartir también sus tácticas. Concéntrense en salvar vidas en vez de ofrecer entretenimiento superficial».

Algunos seguirían su consejo. La mayoría no. ¿Qué ganaban reproduciendo los mismos vídeos que los demás? Querían contenidos exclusivos. Querían información reveladora sobre la POM, biografías de sus miembros, fotos de sus seres queridos allá en casa.

Pronto aparecieron otros comentarios. Mensajes anónimos de soldados chinos. Algunos expresaban su gratitud. Otros compartían la información que habían recabado.

Los fórmicos no parecen utilizar la radio. No podemos detectar nada. No parecen reconocer tampoco nuestras radios. O si lo hacen, no les importa.

El sentido de la audición de los fórmicos es extraño. No es agudo como el nuestro. Parece basarse más en las perturbaciones del aire, que pueden detectar. Como murciélagos.

La bruma es letal al contacto. No hay que respirarla. Hemos perdido a hombres que llevaban máscaras de gas pero que tenían las muñecas o el cuello expuestos.

Wit subió todos estos datos al sitio principal para darles más difusión.

Entonces leyó la última entrada del foro. Era un spam que ofrecía un seguro de vida. Había palabras mal escritas y estaba mal puntuado. No era muy distinto a los millones de mensajes de spam que saturaban la red. Excepto que… era diferente. De un modo muy sutil. Wit tardó unos minutos en descifrar el código. Luego lo introdujo en su buscador y esperó. La pantalla quedó en blanco. Entonces apareció una orden: LEA EL POEMA EN VOZ ALTA. En la pantalla se materializó un soneto de Shakespeare.

Reconocimiento de voz, supuso Wit.

Empezó a leer el texto en voz alta. No había terminado la primera estrofa cuando el poema desapareció y comenzó un vídeo. El coronel Turley, de la Fuerza Delta norteamericana y actual miembro de Strategos, se encaró a la cámara. Era un mensaje grabado.

«Ya que ha cortado todas las comunicaciones con nosotros, capitán, no tenemos otra opción que contactar con usted por medios menos seguros. Debería saber que en Strategos la mayoría clama por someterlo a corte marcial. Algunos piden su cabeza. Ha utilizado usted ilegítimamente fondos de la POM. Y nos pone en un compromiso. Si admitimos ante los chinos que autorizamos su entrada en el país, recibiremos una seria reprimenda del Consejo de Seguridad por ordenar un acto militar no autorizado. Si negamos haber autorizado su entrada, entonces pareceremos peligrosamente ineptos e incapaces de controlar a nuestros propios hombres. Le ordenamos que se entregue y permita a los chinos su extradición. Su corazón está en el lugar adecuado, capitán, pero su conducta no concuerda con la política y los procedimientos de la Policía de Operaciones Móviles. Por favor, actúe como tal».

El vídeo se apagó. Turley había leído la breve declaración, ya que sus ojos se movían de derecha a izquierda. Tampoco sentía lo que leía. Una mayoría de Strategos podía pedir la corte marcial para Wit, pero seguramente Turley no era uno de ellos. Era un halcón de pies a cabeza.

Lo que más sorprendía a Wit era que Strategos no hubiera encontrado una solución. Abrió el correo electrónico y le envió un mensaje codificado directamente a Turley.

Mi coronel, con el debido respeto, no puedo en buena conciencia abandonar esta operación. Hoy hemos ayudado a cientos de civiles y desarrollado una maniobra táctica que inflige sensibles bajas al enemigo. Puede ver la prueba de nuestros esfuerzos en nuestro sitio web. Dejarlo ahora sería abandonar a las decenas de miles de civiles que pretendemos ayudar y proteger. Por tanto, debo rechazar su orden directa y sufrir las consecuencias personales.

Mientras tanto, ¿puedo hacer una sugerencia que podría resolver su dilema? Miéntanle al mundo. Miéntanle al Consejo de Seguridad. Díganles que China solicitó nuestra colaboración. Díganles que pidieron nuestra ayuda. Alaben a los chinos por emprender una acción tan decidida en defensa de su ciudadanía. Hónrenlos. Cólmenlos de cumplidos. Usen nuestros vídeos como prueba. Denle todo el crédito al alto mando chino. Entonces se verán obligados a refrendar sus palabras. Negarlas sería volverle la espalda a su propio pueblo y condenar lo que ha sucedido hoy.

No firmó el mensaje. No quería usar su nombre en ninguna comunicación.

Esa noche encontraron un hotel abandonado al norte de Chenzhou. Habían saqueado el vestíbulo. Wit cogió las llaves de la recepción y las repartió entre sus hombres.

Era un hotel bonito. Había agua caliente y camas blandas. El aire funcionaba. Calinga y unos cuantos hombres salieron y regresaron con aerosoles de pintura. Verde, marrón, negra y gris. Wit no preguntó de dónde los habían sacado. Todos se reunieron en el patio y camuflaron sus trajes aislantes. Luego regresaron a sus habitaciones y colgaron los trajes para que se secaran.

Wit comprobó las noticias. Strategos había difundido una nota de prensa alabando a los chinos por solicitar ayuda a las tropas de la POM. La nota remitía a las imágenes de la emboscada al transporte y el rescate de civiles chinos. No era el email de Wit exactamente, pero casi. Los chinos no habían perdido el tiempo en responder. Alababan las acciones de la POM y prometían que el gobierno continuaría aplicando todas las medidas para proteger a su pueblo. No era exactamente una respuesta de visto bueno total, pero tampoco de crítica o rechazo.

Wit apagó su holopad y se tumbó en la cama. Miró el techo. Ese día había perdido a cuatro hombres, una décima parte de su ejército en el primer día de guerra. No podía continuar con estas pérdidas. A este ritmo, toda su unidad quedaría exterminada en poco más de una semana. No, probablemente antes. Los combates se volverían más intensos y encarnizados cuanto más se acercaran a la sonda. Además, los fórmicos responderían a las tácticas que Wit y sus hombres aplicaran. El enemigo se adaptaría, revaluaría, cambiaría su modus operandi. Atacarían a Wit de formas imprevistas.

Desechó todo pensamiento de los fórmicos.

Resopló.

Dejó que sus músculos se relajaran.

Luego se permitió pensar en los hombres que había perdido. Abrió esa parte de él. La rescató de sus recuerdos. Pensó en todos los momentos ridículos que habían compartido. Las meteduras de pata y los errores estúpidos. Las bromas y los patinazos. Los retos planteados y los retos cumplidos. Todos los momentos que solo ellos y él encontrarían divertidos.

Había pensado que tal vez aquellos recuerdos le harían reír de nuevo, que podría celebrar un duelo risueño.

Pero no hubo ninguna risa.

Y cuando finalmente se quedó dormido y los fórmicos acudieron a sus sueños, las únicas risas que oyó fueron las de aquellas criaturas abominables.