9

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Víctor atravesó la puerta y entró en el pequeño apartamento amueblado. Era una suite de la compañía, situada bajo tierra en el sistema de túneles de Juke y reservada normalmente para los empleados de la Tierra que visitaban la sede. Las luces se encendieron, y una imagen del skyline nocturno de Imbrium apareció en la pared donde debería haber una ventana.

—Alguien le traerá las comidas —dijo Simona—. Si tiene hambre antes, hay una pequeña cocina y una despensa surtida. Sírvase.

—¿E Imala? ¿Van a alojarla también en alguna parte? No puede volver a su apartamento. Me ayudó a escapar. Puede que las autoridades la estén buscando.

—No tiene que preocuparse por la señorita Bootstamp. El señor Jukes se encargará de ella. La policía no será ningún problema.

—¿Y eso qué significa? ¿Que Ukko controla a la policía?

Simona ignoró la pregunta.

—Le traeré ropa limpia. Esté presentable y mantenga la habitación ordenada. Probablemente tendrá visita.

—¿Quién?

—Especialistas. Científicos. Gente que le hará preguntas.

—Ya he contado todo lo que sé.

—El señor Jukes querrá verificar sus afirmaciones con su propia gente.

—Prescott y Yanyu ya están trabajando en eso.

—El señor Jukes tiene especialistas en todos los campos. Querrá que muchos de ellos hablen con usted.

—Cada segundo cuenta —dijo Víctor—. ¿Por qué está todo el mundo arrastrando los pies en este asunto? ¿No he dejado claro lo que está en juego? Los militares necesitan tiempo para prepararse.

—El señor Jukes es un hombre inteligente, Víctor. Le aseguro que sabe lo que se hace.

Él sacudió la cabeza. Más retrasos. Más inacción.

Simona salió al pasillo.

—Esta puerta permanecerá cerrada en todo momento. Si necesita algo, use el holopad de la mesita de noche. Alguien vendrá a ayudarle.

—¿Debo considerarme prisionero?

—Está aquí por su propia seguridad. El DCL no sabe que está aquí, y queremos que siga así. —Pulsó el código de la pared y selló la puerta sin decir más.

Esa tarde fueron unos técnicos para realizarle la prueba del polígrafo. Víctor no puso objeciones: no tenía nada que ocultar. Sin embargo, cuando le pusieron todos los parches y sensores, empezó a preocuparle que la máquina malinterpretara su actividad cerebral y concluyera que los estaba engañando. Entonces temió que toda la ansiedad que sentía por esa posibilidad desviara aún más los resultados. Cuando la máquina terminó su trabajo, los técnicos no comentaron nada y recogieron el equipo.

—¿Cómo ha ido? —preguntó.

—No lo sé —respondió el técnico—. Nosotros administramos la prueba. Otros la leen.

La prueba debió de reforzar su caso, porque a la mañana siguiente empezaron a visitarlo reducidos grupos de personas, más o menos uno por hora. Ingenieros, psicólogos, biólogos… Víctor respondió a sus preguntas lo mejor que supo, aunque no tenía muchas respuestas que ofrecer. No, no había visto la nave de cerca. No, no sabía cuántas hormigas iban dentro.

Advirtió que muchos de ellos eran escépticos. Escuchaban atentamente y tomaban notas, pero a algunos les costaba ocultar su incredulidad y desdén. Algunos regresaron por segunda, tercera y cuarta vez, repitiendo las mismas preguntas una y otra vez.

Al cuarto día empezó a perder la paciencia.

—Ya he respondido a estas preguntas infinidad de veces —les dijo—. Sé lo que pretenden. Intentan pillarme en una mentira. Están incluyendo detalles que no les he dado para ver si me doy cuenta o si cambio mi historia. Están buscando a la desesperada signos de engaño por mi parte. Son tan pomposos y pagados de sí mismos que no pueden aceptar que un hombre carente de títulos universitarios pueda saber algo que ustedes no saben.

Algunos científicos se echaron a reír. Otros fruncieron el ceño y se marcharon. A Víctor no le importó. Prefería estar solo de todas formas.

El quinto día sucedió por fin. Simona llegó al apartamento con Imala, que se mostró tan aliviada al ver a Víctor que lo abrazó.

—Llevan días machacándome —dijo—. Imagino que contigo habrán hecho lo mismo. —Le sonrió—. Lo han encontrado, Víctor. Prescott y Yanyu lo han encontrado.

Simona colocó su holopad en la mesa y extendió las barras de las esquinas. Un noticiario en directo se proyectó en el campo. Ukko estaba de pie ante un atril con el logotipo de la corporación Juke. Tras él había un puñado de personas, la mayoría de las cuales habían venido al apartamento de Víctor en los últimos días. Entre ellos se hallaba Prescott, y también Yanyu.

—Damas y caballeros de la prensa —dijo Ukko—. Ciudadanos de la Tierra y la Luna. No estamos solos en el universo.

Víctor sintió que le quitaban un peso de encima. Con esa única frase, su tarea quedaba completa. La responsabilidad era ahora de otro. Estaba libre.

Las cámaras destellaron mientras Ukko continuaba hablando.

—Una especie alienígena inteligente y hostil se dirige en estos momentos hacia la Tierra en una nave que no se parece a nada que hayamos visto jamás. —Señaló a su izquierda, donde había un holocampo sobre una plataforma. Allí apareció la nave alienígena, suspendida en el espacio—. Este holo y otros más que he entregado a la ASCE esta mañana no dejan ninguna duda de que nuestro planeta corre grave peligro. —La nave redujo su tamaño y aparecieron los restos del Cinturón que había localizado Yanyu—. Mi personal especializado ha hallado pruebas de que esta nave alienígena es responsable de la destrucción de un número indeterminado de naves mineras en el Cinturón de Asteroides y más allá. Tememos que las pérdidas de vidas humanas se cuenten por miles. También podemos demostrar que esta nave alienígena es la causa de la interferencia en las comunicaciones que afecta al comercio espacial desde hace meses. Mi equipo está siguiendo a la nave en estos momentos, y si su ritmo actual de desaceleración continúa, llegará a la Tierra aproximadamente dentro de once días.

Murmullos entre los periodistas.

Ukko les indicó que guardaran silencio.

—Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para conservar la calma e impedir el pánico mundial. Apelo a todos los gobiernos de la Tierra para que convoquen una cumbre de emergencia en las Naciones Unidas que tome inmediatamente medidas preventivas. Y les aseguro que Juke Limited continuará haciendo todo lo que esté en su mano por mantener al mundo informado y ayudar en los preparativos que se decidan. Ahora cederé la palabra a los miembros de mi equipo que les explicarán las pruebas y responderán a todas sus preguntas. —Se retiró del atril y le hizo una seña a Prescott, que dio un paso al frente y se presentó.

—Está en todos los canales —dijo Simona, que marcaba su pad de muñeca.

—Nuestra investigación comenzó con el estudio de las supuestas pruebas de una supuesta nave alienígena que llegaron a las redes —dijo Prescott—. Muchas de estas pruebas fueron descartadas por la propia prensa, pero nuestro equipo de investigadores continuó analizándolas de todas formas.

Era una declaración atrevida. Sin embargo, Víctor entendió su sabiduría. El mundo querría culpar a alguien, la gente estaría furiosa. Exigirían saber por qué no se les había avisado antes y por qué tenían tan poco tiempo para prepararse. Al dar una sutil colleja a los medios, Ukko estaba haciendo un control de daños preventivo y evitando cualquier culpa que pudieran achacarle.

La rueda de prensa continuó durante una hora, con diversos miembros del equipo de Ukko tomando la palabra para presentar pruebas y responder preguntas. Víctor e Imala vieron las noticias posteriores a medida que los presentadores regurgitaban el anuncio de Ukko. Había rumores de que el presidente de la ASCE estaba preparando una declaración. El presidente de Estados Unidos había convocado una rueda de prensa. El Comité Central de Pekín estaba deliberando. El secretario general de las Naciones Unidas haría una declaración en breve. Al cabo de un rato Víctor desconectó la emisión y la habitación quedó en silencio.

—¿Qué va a pasar ahora? —le preguntó a Simona.

—Las Naciones Unidas celebrarán su cumbre. La ASCE entrará en acción. Todas las naciones mostrarán su apoyo y todos los políticos mínimamente inteligentes, con la mirada puesta en las próximas elecciones, correrán a alabar al señor Jukes y su equipo.

—¿Y la nave? —preguntó Víctor—. ¿Prepararán una flota para destruirla?

Simona se encogió de hombros.

—Es demasiado pronto para saberlo. Lo que ahora importa ya no es problema suyo. Pueden ustedes marcharse. Ahora mismo, Juke Limited ya no necesita sus servicios. El señor Jukes desea expresar su profunda gratitud por su inestimable ayuda, y como muestra de su agradecimiento les permite el uso de una lanzadera Juke para que los transporte a la estación de Midway. Desde allí se les asegurará llegar al Cinturón de Kuiper.

Víctor no daba crédito.

—¿Van a darme una lanzadera?

—En préstamo. Para que lo lleve a Midway. Usted mismo dijo que quería encontrar a su familia.

—Sí, pero… ¿cuál es el truco?

—No hay truco. El señor Jukes reconoce los sacrificios que ha hecho, y está ansioso por devolverle el favor y reunirlo de nuevo con su familia. He de llevarlos a ambos al muelle de atraque inmediatamente.

—¿A ambos? —dijo Víctor.

—Imala le acompañará. Ella pilotará la lanzadera. No es una nave con la que esté usted familiarizado.

Víctor miró a Imala y reparó, por su expresión, en que ella ya había accedido a hacer esto.

—¿Cómo puedes aceptar una cosa así? —preguntó—. Tu carrera. Tu familia. No querrás venir conmigo. Hasta Midway es un viaje de seis o siete meses.

—Me lo pidieron —respondió Imala—. Es lo menos que puedo ofrecerte después de todo lo que has hecho por nosotros. No deberías viajar solo.

—Pero no tengo por qué viajar solo. Una nave para mí solo es un ofrecimiento generoso, pero innecesario. Sin duda todavía hay transportes que parten hacia el Cinturón. Y, si no, los habrá ahora. Un montón de gente querrá estar lo más lejos posible de la Tierra y la Luna hasta que esto acabe. ¿Por qué no puedo ir en una de esas naves y ya está? ¿Por qué darme toda una lanzadera?

—El señor Jukes quiere que viaje con comodidad —dijo Simona—. El dinero no es ningún problema.

Víctor no supo qué decir. Una lanzadera. Hasta Midway. Gratis. Era más de lo que podría haber pedido. Demasiado bueno para ser cierto.

Y entonces se dio cuenta de que, en efecto, eso era.

—Ukko no hace esto por generosidad —dijo—. Lo hace para librarse de mí. De eso se trata. ¿Me tiene aquí bajo arresto domiciliario y luego me larga en cuanto se hace el anuncio? ¿En una lanzadera solo con Imala? ¿Lejos de todos a los que podría contar mi historia? Esto no es un regalo. Es una mordaza. No quiere que hable con nadie, sobre todo con la prensa. No quiere que les cuente que su hijo es un asesino. Está protegiendo a Lem al hacerme desaparecer. Dígame si voy bien encaminado.

—O tal vez el señor Jukes está sinceramente agradecido y usted lo juzga mal —dijo Simona.

—Oh, sí, juzgo mal al hombre que lleva décadas atacando a familias como la mía, el hombre que me llamó pagano y me amenazó y me retuvo prisionero…

—Que le protegió de las autoridades —corrigió Simona.

—¡Para beneficio propio! ¿De verdad cree que soy tan estúpido para creer que Ukko Jukes haría algo por pura bondad?

—Víctor —dijo Imala—. Piensa un momento. ¿Importan realmente las motivaciones de Ukko?

Víctor se volvió hacia ella.

—¿Te pones de su parte?

—No me pongo de parte de nadie. Estoy pensando en tus intereses. ¿Qué más da si Ukko quiere proteger a su hijo? Bien. No lo conviertas en asunto tuyo.

—Es asunto mío. Claro que es asunto mío. Lem mató a mi tío.

—¿Y qué vas a hacer al respecto? —preguntó Imala—. ¿Acudir a la policía? ¿Presentar cargos? Hay una orden de detención contra ti. Y aunque la policía te escuchara, cosa que no hará, ¿crees que tienes base legal en que apoyarte? No tienes ningún cadáver que presentar. Ninguna prueba. Ningún testigo. ¿Crees que Ukko no dispone del ejército de abogados más poderoso del mundo? ¿Crees que se quedará de brazos cruzados mientras tú haces esas acusaciones? Es el dueño de esta ciudad, Víctor. Es el dueño de toda la Luna. Probablemente también de los jueces. Hazme caso: si vas a la guerra con esto, perderás. Es así de sencillo.

—¿Qué te ha pasado, Imala? ¿Qué pasó con el fuego? Hace dos semanas intentabas hacer caer a ese hombre. Ahora huyes con el rabo entre las piernas. —Vio que esas palabras eran como una bofetada, y lo lamentó al instante.

Imala entornó los ojos.

—¿Qué ha pasado? Una nave alienígena camino de la Tierra, eso es lo que ha pasado. No me gusta esto más que a ti, Víctor. Créeme, nadie desprecia a Ukko más que yo, pero esta no es la forma de hacerle daño. Fracasará. El único perdedor serías tú.

—Lo que dice tiene sentido, Víctor —aconsejó Simona.

—No se ponga de mi parte —dijo Imala.

—Entonces ¿sabías que querían deshacerse de mí? —preguntó Víctor—. ¿Sabías que esta era su motivación? ¿Y estuviste de acuerdo?

—Pues claro que lo sabía. Es obvio, ¿no? Y sabía que tú lo descubrirías también. Nosotros tenemos lo que queremos, Ukko consigue lo que quiere…

—Y Lem se libra de un asesinato.

—No viniste aquí en busca de venganza, Víctor. Viniste a hacer un trabajo, y ese trabajo está hecho.

Él se volvió hacia Simona.

—Si Ukko hace esto solo como prueba de gratitud, entonces aceptaría mi solicitud de ir en un transporte.

—Esa no es una opción —dijo Simona.

Víctor sonrió con sorna.

—Sí. Ya me lo esperaba.

Fueron en deslizador hasta un pequeño espaciopuerto privado al norte de Imbrium, bien lejos del ojo vigilante del Departamento Comercial Lunar. Imala comentó que nunca había oído hablar de este sitio y no recordaba haberlo visto listado en ningún registro oficial del Departamento de Aduanas. Simona ignoró la observación y les aseguró a ambos que el puerto era legal.

El deslizador avanzó hasta un muelle de atraque cerca de la entrada de la terminal, y Simona los condujo al interior. Era una terminal estrecha con una docena de puertas, seis a cada lado. Aparte de unos pocos técnicos que iban de un lado a otro, preparando lanzaderas y cargando suministros, estaba vacía.

Simona los guio hasta su punto de embarque y agitó la mano dentro de un holocampo junto a la puerta de salida. La puerta al umbilical se abrió y los condujo al interior.

La lanzadera era pequeña, con la mayor parte del espacio dedicado a la bodega de carga, de diez metros por doce. Varios palés de suministros empaquetados estaban fijados en el centro.

—Suministros para Midway —dijo Simona—. Déjenlos en la nave cuando entreguen la lanzadera.

Les enseñó entonces cuáles eran sus suministros y hamacas y le preguntó a Imala si tenía alguna pregunta respecto a los controles de vuelo. Imala dijo que no tenía ninguna.

Simona extendió una mano.

—Entonces buena suerte a ambos. Espero que encuentre a su familia, Víctor.

Él le estrechó la mano.

—Gracias. Y espero que abra usted los ojos y se busque un nuevo jefe.

Simona le hizo un guiño.

—Algún día, tal vez. El sol a la espalda, Imala.

—Y a la suya —dijo Imala.

Simona se marchó y cerró la puerta umbilical tras ellos.

Imala se amarró al asiento del piloto, introdujo unas cuantas órdenes en la consola y conectó el parabrisas virtual.

Víctor se sentó en el asiento del copiloto, junto a ella.

—¿Seguro que sabes pilotar esto? Creí que eras auditora.

Ella conectó más interruptores y pulsó más órdenes.

—Mi padre es piloto en Arizona. Se esmeró en convencerme de que siguiera sus pasos. Lecciones de pilotaje, entrenamiento de vuelo en baja gravedad. Incluso me llevó a un crucero en órbita cuando era niña y logró que el piloto me dejara coger los mandos unos minutos. Creo que pensaba que tendría una experiencia mágica que me convencería de ser piloto. Le rompí el corazón cuando le dije que quería trabajar con tarifas e impuestos.

—Nada que ver con pilotar.

—Y tampoco es la más glamurosa de las carreras, en su opinión. ¿Qué puedo decir? La macroeconomía y las estructuras financieras me fascinan. Mi padre dijo que era «un error de proporciones cataclísmicas». —Sonrió—. Tendrías que conocer a mi padre. No es el más liberal de los hombres. Incluso intentó casarme con otro apache para impedirme venir a la Luna. Un verdadero hombre de la tribu, como mi padre. El orgullo del pueblo y todo eso. Para conservar nuestra herencia.

»Sin embargo, a pesar de todo, me gustaba aquel tipo. Si mi padre no hubiera sido quien nos presentó y no hubiera dado la lata, no sé qué habría sucedido. Mi madre decía que me marché para fastidiar a mi padre, cosa que probablemente es verdad. Cuando me fui de casa, no fue una despedida agradable. Nos dijimos unas cuantas cosas que no deberíamos haber dicho.

—¿Por eso no vuelves a Arizona? ¿Por eso vienes conmigo?

—Voy contigo porque no deberías hacer esto solo y porque creo que el mundo está en deuda contigo.

—No eres tú quien tiene que pagar la deuda, Imala. Llegué aquí solo, ¿recuerdas? No soy un hombre indefenso.

—Sí, pero pareces olvidar que casi te consumiste entero y has fracasado miserablemente por tu cuenta desde que llegaste. Si yo no te hubiera ayudado seguirías atrapado en el hospital de recuperación esperando el juicio, sin que el mundo supiera lo que se le viene encima.

Víctor apoyó los pies en el salpicadero y se puso las manos tras la cabeza.

—Mi heroína. ¿Qué haría yo sin ti?

—No gran cosa.

Los anclajes se retiraron e Imala sacó la lanzadera de la terminal.

Víctor se irguió, serio de repente.

—¿Estás segura de esto, Imala? Es un viaje de un año entero. Seis meses de ida, seis de vuelta.

—Sé hacer los cálculos.

—Sí, pero te han cargado este mochuelo. Aún puedes cambiar de opinión.

—¿Estás diciendo que no quieres mi compañía?

—No; estoy diciendo que es un sacrificio que no tienes que hacer.

—No puedo quedarme en la Luna, Víctor. Y no voy a ir a casa. Si voy a casa, seré inútil. Aquí puedo hacer algo. Puede que no consiga detener a la nave hormiga, pero puedo contribuir de algún modo. ¿Me concederás eso, por favor? ¿Me permitirás al menos esa cortesía?

Él sonrió y se despegó del asiento, ingrávido ahora.

—Con una condición. Mi familia me llama Vico, para abreviar. Si vamos a pasarnos seis meses en esta lata, al menos deberíamos tratarnos como familia.

Ella sonrió, saboreando el sonido de la palabra.

—Vico. Veré si puedo recordarlo.

Durante siete días volaron con rumbo a Última Oportunidad, una pequeña estación de suministros que era la última parada en ese cuadrante para aquellos que viajaban al Cinturón. Desde allí, solo les esperaban varios meses y doscientos millones de kilómetros de viaje. Víctor e Imala no necesitaban suministros, pero estaban desesperados por tener noticias. Su lanzadera había perdido contacto con la Luna después del primer día a causa de la interferencia, y no sabían qué preparativos habían hecho en la Tierra y la Luna desde entonces.

—Con toda probabilidad las naves atracadas en este lugar sabrán menos que nosotros —dijo Víctor mientras se acercaban a la estación, todavía a varias horas de distancia—. No habrán podido establecer comunicación por el mismo motivo que nosotros. Serán ellos quienes se mueran por sonsacarnos información, no al revés.

—Ya —contestó Imala—. Pero nuestra lanzadera no es el vehículo más rápido que existe. Tal vez haya naves en la estación que salieron de la Luna después que nosotros y llegaron antes. Y tal vez sepan algo que nosotros no sabemos.

Los datos de vuelo de la lanzadera decían que Última Oportunidad tenía diez estaciones de atraque con umbilicales, pero cuando apareció a la vista Víctor observó que había al menos cuatro veces ese número de naves arremolinadas a su alrededor.

—Está repleto —dijo—. Es imposible que podamos desembarcar.

—Tal vez no tengamos que hacerlo. Las líneas láser funcionan en distancias cortas. Si nos acercamos lo suficiente, tal vez puedan suministrarnos noticias directamente a la nave.

Cuando estuvieron a menos de cien kilómetros, Imala utilizó la línea láser para llamar a la estación.

La cabeza de una mujer un poco regordeta apareció en el holocampo.

—Necesito un tubo de atraque —dijo Imala—, pero parece que no tienen ninguno disponible.

—No tenemos. Pero pueden conectar con uno de nuestros servidores de noticias.

—¿Reciben transmisiones de la Luna?

—Solo texto —dijo la mujer—. La banda ancha no transmite voz ni vídeo.

—¿Cómo les llega? Nosotros no captamos nada.

—Hemos colocado una serie de naves entre la Luna y nosotros —respondió la mujer—. Una cada millón de kilómetros o así. Como una brigada de cubos para apagar un incendio. No es un sistema perfecto, se lo advierto. El deterioro que normalmente se encuentra en diez millones de kilómetros se da ahora en cien mil. Así que en un millón de kilómetros apenas se puede captar una transmisión muy lenta. Las naves tienen que repetir los mensajes tres veces y deducir como pueden algunos párrafos, pero incluso así hay deterioros y agujeros en el texto. ¿Le envío los códigos para el enlace?

—Sí, por favor.

—Hay una tarifa —informó la mujer.

—¿Va a cobrarme por las noticias?

—Mantener naves relé no es barato. Las noticias no llegarían de otro modo.

—¿Cuánto? —preguntó Imala.

La mujer dijo una cifra totalmente desproporcionada. Imala quiso discutir.

—Yo lo pagaré —zanjó Víctor. Su familia le había dejado el dinero para su educación universitaria. Podía gastar una parte allí.

Cinco minutos después los textos de diversos servidores de noticias aparecieron en su monitor. Los informes estaban llenos de agujeros y frases fragmentadas, pero captaron lo esencial de cada informe.

Víctor tenía la esperanza de que hubieran reunido una flota, pero rápidamente quedó claro que no era así. La ASCE pedía calma y abogaba por la diplomacia, buscando formas de comunicarse con las hormigas cuando llegaran. Las Naciones Unidas habían celebrado una cumbre de emergencia como había sugerido Ukko Jukes, pero todo lo que aquel circo político había conseguido era nombrar al embajador egipcio, Kenwe Zubeka, secretario de Asuntos Alienígenas, un nuevo cargo sin ningún poder ni influencia. Zubeka no parecía advertir lo insignificante que era su puesto y seguía haciendo declaraciones estúpidas a la prensa.

Cuando le preguntaron por las naves destruidas en el Cinturón, Zubeka había contestado: «No sabemos a qué tipo de malentendido o provocación respondieron nuestros visitantes alienígenas. En cuanto podamos hablar con ellos, estoy seguro de que mantendremos una conversación pacífica que beneficiará a ambas especies».

—¿Está de guasa? —dijo Víctor—. ¿Un malentendido? ¿Está llamando malentendido al asesinato de miles de personas? Cuando mataron a los italianos, no fue un malentendido. Fue deliberado. Sabían lo que estaban haciendo.

—Es geopolítica, Vico. Pocos países tienen presencia militar en el espacio. La mayoría de las grandes potencias tienen lanzaderas y naves de carga que pueden salir al espacio y podrían ser volatilizadas, pero para formar una flota, reunir suficientes naves para orquestar un ataque o formar una barricada necesitamos una coalición. Estados Unidos, Rusia, China, India, Francia. Esos países no funcionan bien juntos. Los chinos no se fían de los rusos, la India no se fía de los chinos, y los norteamericanos no se fían de nadie, excepto quizá de unos pocos países europeos. Y ningún país quiere actuar por su cuenta. Si van solos se arriesgan a perder sus naves y debilitar su arsenal. Eso los haría vulnerables a otras potencias.

—¿Entonces no van a hacer nada? ¿Por qué todo el mundo parece creer que la inacción es la mejor acción?

—La cautela es su acción, Vico. O al menos esa es su justificación. Están de brazos cruzados esperando a ver qué pasa. Todos esperan que esto se resuelva solo. Actúan como actúan siempre los humanos cuando la guerra parece inevitable y la mayoría de las variables son desconocidas. Están jugando a ser los buenos y esperan a que el otro dispare primero.

—Las hormigas no disparan primero, Imala. Destrozan. Encuentran vida y la destruyen. No les interesa la diplomacia ni reunirse alrededor de una mesa y hacer amigos. Les interesa abrirnos en canal y desangrarnos.

Siguieron leyendo, pero la situación tan solo empeoró. Había disturbios por todo el mundo: la gente tomaba las calles para exigir que los gobiernos actuaran. Había muertos. Los gobiernos continuaban lanzando llamamientos a la calma. Los medios discutían también los vídeos que Víctor e Imala habían subido. Los expertos escrutaban cada detalle, perdiendo tiempo en excusar a los medios por haberlos ignorado inicialmente. Los vídeos, después de todo, se parecían a tantos otros falsos que había por ahí.

—No podemos continuar, Imala —dijo Víctor cuando terminaron de leer—. No vamos a marcharnos de esta estación. Todavía no. No hasta que veamos en qué acaba todo esto.

Tampoco ninguna de las otras naves atracadas se movió. Y a lo largo de los días siguientes, el número de naves aumentó. Víctor e Imala programaron el monitor para que los alertara cada vez que llegaba un mensaje nuevo, no importaba si estaban durmiendo.

Permanecieron allí durante días, leyendo los informes en voz alta el uno al otro en el momento en que llegaban. A veces Víctor se sentía tan frustrado con la estupidez de los gobiernos o la prensa que le decía a Imala que dejara de leer. Luego se retiraba a la parte trasera de la lanzadera para tranquilizarse.

—Todo ese esfuerzo —le dijo—, todo ese tiempo pasado en la nave rápida para que la Tierra pudiera prepararse, para que los países pudieran reunir recursos que les permitieran pasar a la acción, y nadie está haciendo nada. —Quería llorar. Quería sacar la mano al espacio y sacudir a alguien—. ¿Cómo pueden estar tan equivocados?

—Porque el mundo no piensa como una familia de mineros libres, Vico. No somos un solo pueblo. Estamos divididos, solo preocupados por nuestra propia gente y nuestros planes y nuestras fronteras. Somos un planeta, pero mirándonos no lo parece.

Entre tanta estupidez había también voces razonables. Varios gobiernos estaban tan escandalizados y aturdidos por la inacción como Víctor. Alemania, Australia, Nueva Zelanda, Argentina, Sudáfrica. Todos abogaban por formar una coalición para la defensa inmediatamente. Pero Rusia, China y Estados Unidos rechazaron la idea en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas: más provocaciones solo producirían más violencia.

Al cuarto día, con una escuadrilla de naves de la ASCE como escolta, la nave hormiga entró en órbita geosincrónica con la Tierra y se detuvo.