6
China
Mazer subió a bordo del C-200 momentos antes del despegue y encontró cinco HERC nuevos asegurados en la bodega de carga, cada uno adornado con caracteres chinos y el emblema estrellado rojo y dorado del Ejército Popular de Liberación. Al parecer su equipo y él no solo tenían por tarea entrenar a los chinos, sino también entregar en persona los HERC. Eso le sorprendió. Significaba que el trato entre Juke y los chinos llevaba algún tiempo en marcha y que el SAS podría haberle dicho antes que iba a ser el encargado del reparto.
No es que supusiera mucha diferencia, admitió. Habría seguido considerando necesario cortar lazos con Kim, y tener más tiempo para hacerlo solo habría prolongado lo inevitable. Eso, o el valor le habría fallado y habría vuelto a convencerse a sí mismo de que la relación podía funcionar. Esto era lo mejor para ella. Rápido y duro y marcharse de inmediato para que ella pudiera continuar con su vida.
Atravesó la bodega de carga y vio que el resto de su equipo estaba ya a bordo, todos dormidos en las literas alojadas en las paredes. Mazer guardó sus petates en una taquilla y se subió a una litera vacía. Sentía todo el cuerpo cansado y fatigado y dispuesto para dormir, pero no pudo quitarse a Kim de la cabeza y permaneció despierto mucho rato después del despegue. Siguió repasando mentalmente la escena con ella, pensando en todas las cosas que debería haber dicho de manera distinta. Sacó el Med-Assist que ella le había dado y lo fue pasando al azar hasta que encontró un tutorial sobre cómo hacer la respiración boca a boca. Pulsó para reproducir, dejó el Med-Assist sobre su pecho, y escuchó su voz.
Despertó seis horas más tarde. Su equipo seguía dormido todavía. Cogió el cubo de datos que le había dado el coronel Napatu y lo conectó a su pad de muñeca. El ordenador le leyó todo el archivo de la misión mientras preparaba una gran olla de pasta de pollo en la cocina del avión, usando los ingredientes que encontró en la alacena de suministros.
Cuando terminó, despertó a los demás, y todos se reunieron en torno a una mesa en una salita cerca de la carlinga donde el ruido del motor era menor.
—La misión es una JCET auténtica —dijo Mazer—. Normalmente, solo tenemos que entrenar a la nación anfitriona. Esta vez, los chinos nos entrenarán a nosotros también.
—¿En qué? —preguntó Fatani—. ¿En el uso de los palillos?
—Oh, qué refinado —dijo Patu.
—Nos entrenarán en un vehículo cavador que han desarrollado —informó Mazer.
Reinhardt hizo una mueca.
—¿Un vehículo cavador? ¿Nosotros les damos el primer pájaro antigravedad del mundo, un aparato que revolucionará el vuelo, y ellos nos dan un bulldozer? Qué chungo.
—Chunguísimo —coincidió Patu.
—No sabemos si es un bulldozer —dijo Mazer—. No sabemos nada al respecto. No había nada más en el cubo.
—Una máquina cavadora —repitió Reinhardt—. Seis meses fuera de casa para aprender a cavar con una pala china sofisticada. Ya odio esta misión.
Aterrizaron poco más de una hora después en un aeródromo militar al nordeste de Qingyuan. Dos filas de soldados chinos con uniforme de gala esperaban firmes al final de la rampa de carga del avión. El capitán Shenzu, el oficial chino de la misión del HERC, aguardaba al pie de la rampa y saludó.
—Bienvenido a China, capitán Rackham.
—Ha llegado antes que nosotros —dijo Mazer.
—Me perdonarán por haber usado un medio más cómodo. El gobierno chino les habría ofrecido las mismas comodidades, pero preferíamos que custodiaran nuestra preciosa carga.
Mazer se volvió hacia los HERC.
—Ahí están. Todos acicalados y preparados para la acción. Cuando sea conveniente para usted y su oficial en jefe, me gustaría discutir nuestro régimen de entrenamiento.
Shenzu sonrió y descartó la sugerencia.
—Todo a su debido tiempo, capitán. Venga. —Señaló un deslizador aparcado a su derecha—. Los trineos perforadores están a punto de salir a la superficie. No podrían haber llegado en mejor momento.
Volaron en dirección nordeste, cortando a campo traviesa, y se detuvieron en un búnker de hormigón en la cima de un valle yermo y poco profundo. El suelo del valle estaba cubierto de profundos agujeros, lo bastante grandes para dar cabida al deslizador. Shenzu aparcó, bajó de un salto y los escoltó al otro lado del búnker para contemplar el valle.
—Ha dicho usted «trineos perforadores» —dijo Mazer en chino—. ¿Son las máquinas cavadoras que nos van a enseñar a manejar?
—Su pronunciación es bastante buena —valoró Shenzu.
—Todos hablamos chino. Es parte de nuestra instrucción.
Shenzu pareció complacido.
—China se siente halagada de que piensen que nuestro idioma es lo suficientemente importante como para aprenderlo, capitán.
—Son ustedes el país más grande del mundo —dijo Reinhardt.
—El más grande, sí, pero por desgracia no el más avanzado tecnológicamente. Estados Unidos y varios países europeos nos han derrotado en ese frente. Además de los rusos, aunque ellos no tienen nuestra estabilidad económica. Es solo cuestión de tiempo que los superemos a todos.
—Parece usted bastante confiado —dijo Mazer.
Shenzu miró algo en su holopad.
—Dentro de tres segundos, capitán, creo que verá por qué.
Mazer sintió leves temblores en la tierra bajo sus pies y oyó un rumor apagado. Se dio la vuelta y observó el valle, pero no vio nada. Entonces una enorme barrena giratoria rompió la superficie, lanzando tierra y detritos en todas las direcciones en una violenta lluvia de escombros. La barrena se lanzó hacia arriba en un destello de movimiento, y Mazer vio que era la mitad delantera de un enorme vehículo perforador que surgía del suelo. Los motores rugían y un líquido al rojo vivo brotaba de la parte trasera del vehículo, que se impulsó tres metros en el aire y luego volvió a caer a la superficie. El chorro expulsado, similar a la lava, continuó borboteando y cayendo al suelo mientras los motores reducían su ruido y la barrena iba deteniéndose como una hélice. Del chorro escupido brotaba humo, y Mazer oyó el calor chisporroteante incluso desde esa distancia. Un árbol caído que había recibido una andanada crujió y empezó a arder.
Mazer abrió la boca para hablar justo cuando dos vehículos perforadores más surgieron en otros lugares del valle. Uno de ellos se alzó un poco más en la salida que el primero.
Después de que los trineos aterrizaran y empezaran a silenciarse, Shenzu sonrió y dijo:
—Tendrán que disculparlos. Están alardeando. Saben que tienen público.
—¿Qué son? —preguntó Patu.
—Los llamamos trineos perforadores autoimpulsados, pero son cavadores tácticos. Extraordinarios, ¿verdad?
Eso era quedarse cortos, pensó Mazer. El HERC podía revolucionar el vuelo, pero el trineo perforador revolucionaba la guerra, introduciendo un paisaje completamente nuevo en el campo de batalla. Comprendió inmediatamente por qué los chinos querían los HERC: así podrían llevar los trineos detrás de las líneas enemigas, soltarlos allí y dejarlos para que cavaran. Los dos vehículos constituían el equipo de ataque perfecto.
—¿Cuál es su alcance? —preguntó.
—Solo diez kilómetros —respondió Shenzu—. Pero esperamos mejorarlo.
Diez kilómetros. Era más de lo que Mazer esperaba.
—¿Van artillados?
Shenzu se echó a reír.
—Ya habrá tiempo de sobra para las preguntas. Vengan. Me gustaría que los vieran de cerca.
Bajaron al valle y se acercaron al trineo perforador más cercano. Toda la carlinga ya estaba cubierta de una fina capa de escarcha.
—Está frío —dijo Reinhardt, tocando la superficie.
—Mantenemos la carlinga lo más fría posible —dijo Shenzu—. Es necesario. De lo contrario, el piloto se incineraría. Hasta las cenizas, con huesos y todo.
Hubo un crujido cuando el hielo se rompió en el punto donde la escotilla de la carlinga se sellaba contra el fuselaje del trineo. La escotilla se abrió y un piloto salió y saludó. Llevaba un casco con un amplio visor y luces arriba y a los lados. Mazer distinguió un poco de escarcha en los bordes del visor cuando el piloto saltó ágilmente del vehículo. Su fino traje de una pieza estaba cubierto de pequeños circuitos que corrían por todo el cuerpo y las extremidades como un nido continuo de serpientes muy finas. Todo él, de la cabeza a los pies, desprendía una fina bruma, como cuando se saca un trozo de carne del congelador.
—Se llama «traje frío» —explicó Shenzu—. Los trineos perforadores actúan como gusanos de tierra. Lo que cavan por delante, ya sea barro, roca o lo que fuere, es eyectado por detrás. La propulsión no la produce la acción de morder por delante, sino la eyección trasera de los escombros supercalentados.
A un lado, un equipo de soldados chinos estaba apagando el fuego del árbol caído y rociaba los otros montículos de chorro expulsado con extintores que levantaban sibilantes nubes de vapor.
—Cuando el trineo atraviesa rápido la piedra sólida escupe lava por atrás —dijo Shenzu—. Es mejor no seguirlo cuando eso sucede.
—¿Cómo maneja la expulsión de lava caliente? —preguntó Mazer—. Cabe pensar que quemaría cualquier sistema de tuberías.
—Muy observador. Ese fue uno de los desafíos más difíciles. Es como el problema del disolvente universal: ¿cómo lo guardas? —Señaló a la parte trasera de la barrena—. Una serie de tubos internos empieza aquí en el morro y se extiende hasta el extremo excretor. Los tubos se enfrían continuamente con agua. Todos van envueltos con una red de finas tuberías de agua que bombea desde una unidad de refrigeración en la parte trasera del trineo.
»Pero incluso con el sistema de refrigeración, toda la carlinga se sobrecalienta cuando el trineo está masticando roca. Por eso tenemos los trajes fríos. Mantenemos la carlinga lo más fría posible porque al golpear la roca y entrar en modo hiperveloz, el calor producido es increíble, muy por encima del punto de ebullición. Los trajes enfrían el cuerpo y contrarrestan el calor. Luego, cuando el trineo frena y el calor desciende, la carlinga tiene un exceso de frío y la temperatura baja al punto de congelación. Entonces el traje frío invierte el proceso y envía calor al cuerpo.
—Parece una montaña rusa de temperaturas para el piloto —dijo Fatani.
—Cuesta un poco acostumbrarse —reconoció Shenzu—. Un calor abrasador un momento, un frío que hace castañear los dientes al siguiente.
—Llevo meses haciendo esto —dijo el piloto—, y todavía no me he acostumbrado. Pero es tan excitante que cavaría todo el día si me dejaran.
—¿Ha mencionado antes que va en modo hiperveloz? —preguntó Mazer.
—La velocidad es relativa —contestó Shenzu—. La consideramos alta tratándose de un trineo perforador.
—¿Cómo de alta? —preguntó Mazer.
—Hemos logrado alcanzar veinticuatro kilómetros por hora.
—¿A través de roca? —Mazer estaba anonadado.
—Sí. Cuando avanza a velocidad normal llega a la mitad. Pero si encuentras roca y aceleras, si le das potencia, abre un agujero en el suelo.
—¿Entonces con la roca es más rápido? —preguntó Patu.
—Necesita más propulsión —dijo Shenzu.
—¿Y las comunicaciones? —preguntó Fatani—. La radio no atraviesa la tierra.
—Infrasonidos —dijo el piloto—. Habla de elefantes. Es más lenta que el habla normal, así que el receptor la acelera para que puedas oírla. Hay un desfase temporal, como si hablaras con alguien en la Luna. La roca transmite digitalmente el infrasonido, pero no puedes recibir nada cuando estás en fase caliente. A ritmo normal puedes oír. Pero cuando das potencia, estás solo.
Shenzu llamó a un soldado chino. El hombre se acercó con un casco conectado a un traje frío plegado. Shenzu los cogió ambos y se los entregó a Mazer.
—Nos tomamos la libertad de buscar sus tallas en los archivos y hacer un traje para cada uno. Como comandante en jefe de su equipo, capitán Rackham, pensamos que le gustaría tener el honor de ser el primero.
—¿Ahora? Todavía no tengo ni idea de cómo se conduce.
—En el trineo caben dos personas —informó Shenzu—. Me temo que no es muy cómodo, pero así es como entrenamos a nuestros pilotos. El teniente Wong aquí presente le llevará a su primera excavación.
—Orine primero —dijo Wong—. Cuando empecemos a cavar no podremos parar, y no querrá hacérselo en el traje. No hay nada peor que la entrepierna congelada.
Mazer se cambió en el búnker y regresó unos minutos más tarde. El traje era ceñido y los circuitos algo incómodos. Los de la parte interior de los mulsos seguían rozando unos con otros, así que tuvo que abrir las piernas y andar zambo.
—¿Qué tal con el traje? —preguntó Shenzu.
—No está congelado todavía, así que no puedo quejarme.
El trineo perforador se alzaba ahora en el aire en un ángulo de cincuenta grados, sostenido por largas patas de araña que se extendían desde los costados. La barrena apuntaba hacia la tierra, a menos de un metro del suelo.
—Las patas lo colocan en posición de zambullida —dijo Shenzu—. No puede cavar cuando está horizontal a la superficie a menos que vaya a entrar por el costado de una montaña.
Una escalerilla plegable se extendió desde la carlinga. El teniente Wong estaba ya en el asiento delantero, esperando. Mazer subió y con torpeza ocupó el estrecho asiento tras él; casi estuvo a punto de darle a Wong una patada en la cabeza cuando movió el pie. El lugar era sumamente pequeño, con solo el reposacabezas de Wong entre ambos. Mazer localizó el arnés de seguridad y se lo abrochó mientras Wong recuperaba la escalerilla y cerraba la carlinga, cortando toda luz del exterior. El brillo de los instrumentos los bañó a ambos de rojo y verde, y Mazer se deslizó todo lo que pudo hacia un lado para ver la parte delantera. Un pequeño holo del trineo perforador apareció en el aire sobre la consola.
—¿Cómo sabe qué tiene delante? —preguntó Mazer.
—Sondas de profundidad. Miden la densidad de la masa que hay delante. —Hizo un ajuste en el holocampo y apareció una curiosa transversal del terreno—. Las zonas oscuras son más densas —señaló el holo—. Probablemente granito. Las golpeas y te pones en marcha a toda potencia. Los puntos más brillantes como estos de aquí y aquí son tierra blanda, como la arcilla.
—¿Y esas líneas blancas que se entrecruzan por toda la imagen?
—Son túneles que hemos excavado con los trineos en el pasado. Están por todo el valle. Tenemos debajo un hormiguero de tamaño humano.
—¿Qué sucede si se topa con agua? ¿Con un lago subterráneo o un manantial?
—Es mejor evitarlos. Tratamos de no joderla, pero a veces es inevitable. Golpeas una fuente de agua al zambullirte y el agua te persigue por todo el agujero, como si quitaras el tapón de la bañera. El agua tampoco sirve de mucho como propulsión. Todo se convierte en vapor. Así que golpear agua es como pisar los frenos. Por eso hay que apuntar siempre a la roca. ¿Preparado?
—Vaya con tranquilidad.
—No hay nada tranquilo con estas criaturas.
Hizo unos gestos con la mano en el holocampo, y la barrena cobró vida con un rugido, girando a toda velocidad casi inmediatamente y convirtiéndose en un potente alarido en menos de diez segundos. La carlinga vibró. Mazer notó que sus huesos se sacudían.
—¿Y las patas exteriores? —preguntó por la radio.
—Se pliegan automáticamente cuando empezamos a sumergirnos —dijo Wong—. Prepárese para un estallido de frío. El traje se enfría instantáneamente en el momento en que empezamos a cavar. Es todo un shock.
—Entendido —dijo Mazer, aunque en realidad no estaba nada preparado. Cavar bajo tierra parecía innatural. Es lo que hacemos con los muertos, se dijo. De repente una docena de cuestiones asaltaron su mente. ¿Qué pasa si algo se estropea y la barrena se para? ¿Cómo se repara eso? ¿Cómo puede nadie rescatarte? ¿Había sucedido antes? ¿Había un piloto chino en algún lugar allá abajo, enterrado con su trineo gripado, muerto por asfixia?
Y entonces se produjo una breve caída y una momentánea sacudida hacia delante cuando la barrena golpeó la tierra y penetró en la superficie.
De repente el chorro de lava empezó a brotar por la parte trasera y el aparato entero se lanzó hacia abajo.
Un instante después una andanada de frío golpeó a Mazer tan abruptamente que le pareció haber caído en agua helada. Sus músculos se contrajeron; los dientes le castañearon; sus manos se aferraron a los reposabrazos. No iba a morir, lo sabía, y sin embargo el temor envolvió su corazón con sus tentáculos y apretó.
A Kim le encantaría esto, se dijo. Era como una niña cuando se trataba de ir a un parque de atracciones. Cuanto más miedo diera la atracción, mejor.
El trineo cayó unos metros cuando se coló en un túnel, y Mazer se sintió ingrávido por un instante. Entonces el aparato volvió a golpear tierra y Mazer se comprimió contra el arnés de su pecho.
—Granito por delante —dijo Wong—. Prepárese para el acelerón.
Un segundo después otro estallido de frío golpeó el traje de Mazer cuando la perforadora ganó velocidad y empezó a atravesar la roca.
El motor rugía y la barrena chillaba, y Mazer advirtió que estaba riendo, riendo con lágrimas en los ojos, como haría Kim.