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Ukko

El coche guiado atravesó la ciudad de Imbrium en dirección este, dejando atrás barracones dormitorio, edificios del gobierno y pequeños complejos industriales. Víctor iba sentado junto a la ventanilla, viéndolo todo pasar, todavía sorprendido por el grandioso tamaño de la ciudad.

—¿Cómo llenan de oxígeno todas esas cúpulas y túneles de conexión? —preguntó—. ¿De dónde sacan tanto aire?

Yanyu iba sentada frente a él. Escoltaba a Víctor e Imala al observatorio Juke.

—El oxígeno lunar procede principalmente de excavaciones —explicó—. Todo lo que ves es la llamada Ciudad Vieja. Cuando la gente llegó por primera vez a la Luna, construyeron el asentamiento en la superficie. Eso exigió que erigieran primero todas esas cúpulas estancas para albergar el oxígeno y proteger a los colonos del constante bombardeo de partículas cósmicas. Fue muy caro. Hoy en día todas las construcciones nuevas se hacen bajo la superficie. De hecho, ahí es donde ahora vive la mayoría de la gente.

—Tú vives en la superficie —dijo Víctor.

—Solo porque mi presupuesto es escaso y no puedo permitirme vivir en los túneles —respondió Yanyu—. Pero lo haría si tuviera dinero. Es más seguro. No tienes que preocuparte de bombardeos ni amenazas de colisión. Y como no hay ninguna actividad tectónica en la Luna, tampoco tienes que preocuparte por los terremotos. Además, se está mucho más tranquilo. Pero la principal ventaja es que extraemos de la roca todas las materias primas. Metales para la construcción y también oxígeno.

Víctor pareció sorprendido.

—¿Oxígeno de las rocas? ¿Es posible?

—Lo estás respirando —dijo Imala.

Él se acomodó en su asiento y sacudió la cabeza.

—¿Tenéis idea de lo útil que sería esa tecnología en el Cinturón de Kuiper? Sacamos todo nuestro O2 del hielo. Si no encontramos hielo, estamos muertos. Perdimos un montón de familias de esa forma.

—Es más fácil extraer oxígeno del hielo —dijo Imala—. Eso no requiere mucho equipo. En cambio, sacarlo de la roca exige enormes instalaciones de procesado. No construimos naves lo bastante grandes para llevar esa tecnología al espacio profundo. Algún día, tal vez, pero nosotros no lo veremos en vida.

—¿Y el combustible y la energía para los túneles? —preguntó Víctor—. Si el calor del sol no les llega, deben de estar congelados.

—En la Luna toda la energía es eléctrica —respondió Imala—. Todo procede de baterías de alta eficacia impulsadas por energía solar. Hay paneles solares por toda la superficie: los más grandes están en la zona ecuatorial, donde los colectores cubren todo el suelo. También son grandes los del polo, donde colectores rotatorios colocados en torres miran al sol continuamente. Créeme, mientras brille el sol, la energía y el calor no son problema.

Víctor asintió, aunque no compartía la confianza de Imala. Las baterías no le parecían fiables. Fallaban continuamente en la Cavadora.

—Entonces, puesto que el observatorio al que vamos tiene telescopio, asumo que está en la superficie.

—Oh, no —dijo Yanyu—. Está bajo la superficie. Casi todas las instalaciones de Juke lo están. De hecho, la mayoría de los túneles fuera de la ciudad pertenecen a Juke Limited, aunque poca gente sabe lo enormes que son los túneles de la compañía. El señor Jukes tiene inversiones para investigación y desarrollo en casi todas las industrias, y sin embargo pocas de esas operaciones aparecen en los mapas de los túneles. Si tuviera que hacer una valoración, diría que el sistema de túneles de la compañía es mucho más grande que la ciudad misma.

—Pero si el observatorio es subterráneo, ¿dónde están los telescopios? —preguntó Víctor.

—Lejos de aquí —dijo Yanyu—, situados en diversos puntos por toda la Luna, lejos de cualquier contaminación lumínica. Les decimos dónde deben apuntar, entonces procesamos todas las imágenes y datos en nuestra sala de observación. Los observatorios tradicionales como los de la Tierra no existen en la Luna. Aquí arriba todo son cubículos y espacio de oficinas. Me temo que no es muy estimulante.

El coche guiado se sumergió de pronto en la boca de un túnel, y por un momento se encontraron sumidos en una oscuridad total hasta que se encendieron las luces interiores del vehículo. Continuaron a la misma velocidad durante varios minutos hasta que el coche llegó a una bifurcación en la vía y empezó a desacelerar. Tomó una serie de curvas y luego se dirigió a una pista de atraque y se detuvo. Unos tubos de aire se desplegaron en las paredes y rodearon al vehículo. Entonces una señal acústica anunció que todo estaba listo y se abrieron las puertas. Víctor, Imala y Yanyu salieron al andén de atraque. Yanyu los guio luego por un laberinto de pasillos y varias puertas cerradas. Víctor se perdió casi inmediatamente.

En cada puerta, junto al marco, flotaba un holocampo cúbico. Yanyu metió la mano en el holocampo e hizo una serie de giros de muñeca y movimientos con los dedos que la abrieron. Al principio Víctor pensó que los movimientos eran aleatorios, pero entonces una de las puertas emitió un zumbido negativo y Yanyu tuvo que retirar la mano, reintroducirla en el campo y repetir los movimientos.

Por fin llegaron a una sencilla puerta de metal adornada con el logotipo de Juke Limited y las palabras OBSERVATORIO ASTRONÓMICO. Yanyu los condujo a una sala de observación tenuemente iluminada. Sobre el techo en forma de cúpula se proyectaban imágenes de cúmulos estelares, nebulosas y datos astronómicos que se disolvían y volvían a formarse como un salvapantallas. Había una docena de mesas repartidas por la sala con lámparas, ordenadores y artículos personales. En el centro había una mesa de reuniones, donde esperaban unos investigadores. Yanyu se detuvo y señaló al hombre de barba que estaba delante.

—Víctor, Imala, me gustaría presentaros al doctor Richard Prescott, director del observatorio y nuestro astrofísico jefe.

Prescott dio un paso adelante y estrechó la mano de Imala. Era más joven de lo que Víctor esperaba, unos treinta y tantos años, con una mata de pelo castaño y ropa informal.

—Señorita Bootstamp. Un placer. Bienvenida. Y señor Delgado, me alegro de verlo. Espero que no tuvieran problemas para llegar hasta aquí.

—Tuve que sacar a Víctor del hospital donde estaba retenido —dijo Imala—. Lo cual infringió alguna que otra ley y nos convierte a ambos en fugitivos. Aparte de eso, ningún problema.

Prescott permaneció impertérrito ante este anuncio. Se metió las manos en los bolsillos y sonrió.

—Bueno, aquí están a salvo.

Imala fue al grano.

—Necesitamos una entrevista con Ukko Jukes. Con su apoyo, podremos dar un aviso legítimo a la Tierra. ¿Puede conseguirlo?

—Probablemente —dijo Prescott—. Pero lo primero es lo primero. —Señaló la mesa de conferencias—. Siéntense.

—No nos cree, ¿verdad? —dijo Víctor.

Prescott sonrió.

—No le habríamos traído aquí si no pensáramos que es posible que diga la verdad, Víctor. Todos lo creemos hasta cierto punto. Pero antes de que ninguno de nosotros actúe, queremos estar absolutamente seguros. Hay gente fuera de esta sala que será mucho más difícil de convencer que nosotros. Si trabajamos juntos, puede que nos ganemos su confianza. —Señaló de nuevo la mesa, y esta vez Víctor e Imala se sentaron.

Prescott lo hizo en la cabecera.

—Tienen que comprender que en nuestro campo somos aún más escépticos respecto a la existencia de vida extraterrestre que la gente normal. Tenemos que serlo. Los científicos están educados para dudar y cuestionarlo todo. Además, siempre se ha creído que oiríamos a los extraterrestres antes de verlos. Detectaríamos sus transmisiones mucho antes de que aparecieran en nuestros telescopios. Pero hasta ahora nadie en la comunidad científica ha oído nada.

—No pueden —dijo Imala—. La interferencia está afectando a las comunicaciones.

—Cierto —admitió Prescott—. Pero eso hace que toda reivindicación de vida extraterrestre sea todavía más difícil de creer. El silencio de las comunicaciones estelares le parecerá a mucha gente la justificación de un embaucador que intenta asustarlos.

—No soy ningún embaucador —saltó Víctor.

—No estoy diciendo que lo sea. Le estoy diciendo lo que se dice ahí fuera. Nadie quiere apoyarlo porque es una afirmación que no se puede validar independientemente. Así que se quedan callados y esperan que otro corra el riesgo. Nadie quiere quedar como un idiota apoyando lo que podría ser el timo del siglo.

—El descubrimiento del siglo —corrigió Víctor—. Por no mencionar la amenaza más grande a nuestra especie.

Prescott se acomodó en su asiento.

—Ese es el tema, ¿no? Yanyu nos ha mostrado unas cuantas observaciones que ha hecho. Todos hemos visto los vídeos que Imala y usted han subido. Hemos examinado las pruebas y discutido durante horas. Ahora queremos oír directamente su versión. Si le creemos, actuaremos en consecuencia. Tiene usted la palabra, Víctor. Convénzanos.

Víctor miró a Imala, que asintió para darle ánimos. Entonces contempló los rostros de los congregados en torno a la mesa, todos mayores que él y expertos en su campo. La mayoría de sus expresiones eran inescrutables, pero unos cuantos no podían ocultar su escepticismo.

Se aclaró la garganta y empezó a hablar.

Durante la primera hora nadie dijo nada. Luego Yanyu fue haciendo algún comentario ocasional, introduciendo datos astronómicos que parecían validar la historia de Víctor.

Cuando terminó, las preguntas surgieron rápidamente. ¿Cómo causaba la interferencia esa nave? ¿Dónde se encontraba ahora? ¿Había intentado alguien comunicarse con ella? ¿Cuáles eran sus intenciones?

—No lo sé —dijo Víctor por enésima vez—. No sé dónde se encuentra la nave ni qué daños ha causado ni qué vidas ha aniquilado. Ojalá lo supiera. Ojalá tuviera respuestas. Ojalá supiera que mi familia está a salvo.

Mencionar a su familia agitó un pozo de emociones en su interior, y temió que iba a perder la compostura. Tragó saliva, tomó aire y conservó la calma.

—No tengo respuestas. No soy piloto. Conozco la mecánica básica de vuelo y sé calcular trayectorias, pero ese no era mi trabajo en mi nave. Soy mecánico. Construyo cosas, las arreglo. Mi familia me envió porque era joven y sano. Tenía más posibilidades de soportar la paliza física que el viaje infligiría a mi cuerpo.

»Además, podría reparar la nave rápida si algo iba mal. Nadie a bordo tenía mi nivel de experiencia mecánica. Tenía que ser yo. Sé que preferirían contar con alguien que entienda de ciencia tanto como ustedes, pero no soy esa persona. Soy el mensajero. —Hizo una pausa y miró a los investigadores uno a uno—. Esa nave es real y viene de camino. Tardará pocos días o pocos meses, no lo sé. Pero viene. Si pudiéramos hablar con las naves del Cinturón, tendríamos a miles de personas corroborando mis afirmaciones. Pero como no podemos, reconozco que eso hace menos creíble mi historia. Pero háganse estas preguntas: ¿Tengo aspecto de poder orquestar todo esto? ¿Parezco el tipo de persona que se inventaría todo esto solo para echarse unas risas? ¿Parezco alguien que podría crear vídeos y pruebas que puedan soportar este nivel de escrutinio? Soy un minero libre. Sobrevivimos a duras penas, por los pelos, y a veces apenas tenemos nada que llevarnos a la boca. No busco dinero. No tengo nada que ganar con esto excepto salvar vidas. Si piensan que pueden encontrar lagunas en mi historia, adelante. Pero les prometo que todo lo que he dicho es verdad, hasta la última palabra.

La sala permaneció en silencio. Todos se quedaron mirándolo. Imala buscó su mano bajo la mesa y le dio un apretón de ánimo.

—Le creemos, Víctor. Algunos necesitaban un pequeño empujón para acabar de convencerse, sí, pero creo que hablo en nombre de todos si digo que le apoyamos. Le ayudaremos.

Víctor sintió tal arrebato de alivio que casi se vino abajo de nuevo. La noticia se difundiría con visos de credibilidad. Resopló y le sonrió a Prescott.

—Gracias.

—No, gracias a usted, Víctor. Toda la Tierra está en deuda con usted.

—Esto no va a ser fácil —dijo Imala—. No pretendo ser aguafiestas, pero no olvidemos que los medios ya han rechazado la idea. En algunos círculos nos han etiquetado como falsarios. Llevo tiempo librando esta batalla y perdiéndola. Si están con nosotros, tienen que estar con nosotros no solo ahora, en la seguridad de esta sala, sino también ahí fuera, donde el resto del mundo está dispuesto a reírse y mofarse. Probablemente mi carrera se haya acabado. A las suyas puede pasarles lo mismo. No quiero que nos abandonen, claro, pero me aseguro de que comprendan a qué nos enfrentamos.

—Lo ha dejado claro —dijo Prescott—. Solo puedo hablar por mí mismo, pero le aseguro que estoy con ustedes.

—Y yo —dijo Yanyu.

Los demás presentes asintieron.

—Entonces ¿qué hacemos? —preguntó Imala.

—Dos cosas —dijo Prescott—. Primero, continuar refrendando la historia de Víctor escrutando el cielo y haciendo que todos nuestros amigos de la profesión hagan lo mismo. Presión a todo nivel. Segundo, y de manera inmediata, haré algunas llamadas. Conseguir una entrevista con el señor Jukes no es fácil. Tiene un ejército de empleados que resuelve los temas por él y desvía a gente como nosotros. Pero dadas las circunstancias, creo que podremos conseguirlo.

No lo consiguieron. No inmediatamente, al menos. Les dijeron que Ukko Jukes estaba ocupado y era inaccesible.

—¿No podríamos acudir a la prensa? —le preguntó Víctor a Prescott—. Con la credibilidad que usted posee, alguien nos haría caso.

—Agradezco que valore mi apoyo, pero me temo que no es suficiente. Hay diez personas ahí fuera con el mismo grado de notoriedad y mis mismas credenciales que me refutarían y desacreditarían. Triste pero cierto. Algunos son auténticos lobos. He rebatido muchas teorías suyas, y eso no me ha ganado exactamente su aprecio. Les encantaría ponerme la zancadilla. Si continuamos sin Ukko, tendremos que ser imbatibles. Tan convincentes que quienes parezcan locos irracionales sean quienes dudan y no nosotros. Eso puede llevar tiempo. El equipo está trabajando en ello y ya llegaremos, pero creo que Yanyu e Imala tienen razón: Ukko es nuestro recurso más rápido. Si podemos conseguirlo, seremos imbatibles.

Horas después, bien entrada la tarde, Prescott llevó aparte a Víctor e Imala.

—El personal se queda aquí esta noche. No parece que vayamos a tener noticias de Ukko hasta mañana. Puedo pedirle a alguien que la lleve a su apartamento, Imala, pero tal vez no sea buena idea. Preferiría que Víctor se quedara aquí, y probablemente sería mejor que se quedara usted también. Tenemos catres de sobra. No son demasiado cómodos, pero son suyos si los quieren.

Yanyu los acompañó a dos oficinas contiguas que usaban como almacén. Habían preparado dos catres, uno en cada oficina. Yanyu les trajo una almohada a cada uno, mantas, un equipo de aseo de emergencia y un mono limpio de Juke. Víctor encontró el cuarto de baño al fondo del pasillo, se duchó y se puso el mono. Se sintió como un traidor llevándolo puesto, como si de algún modo estuviera haciendo daño a su familia. Pero le quedaba bien, y era agradable vestir ropa limpia. Regresó a su habitación y se tumbó en el catre. Trató de ponerse cómodo, pero no fue capaz de dormir. Contar su experiencia al personal del laboratorio le había hecho recordar a los suyos. Nueve meses. ¿De verdad había pasado tanto tiempo desde la última vez que vio a sus padres? Las imágenes del holopad de Yanyu donde mostraba la destrucción del Cinturón pesaban sobre él. Sabía que ninguna de las naves destruidas en Kleopatra podía ser la Cavadora: era imposible que su familia pudiera haber llegado antes que la nave alienígena a la zona interna del Cinturón. Sin embargo, la mera existencia de la chatarra espacial había desencadenado una oleada de oscuras posibilidades en su mente. ¿Y si la nave alienígena había causado el mismo nivel de destrucción en el Cinturón de Kuiper? La familia de Víctor corría a una estación para advertir a la gente de que la nave hormiga iba de camino. ¿Y si las hormigas habían atacado la estación justo antes de que llegara la Cavadora?

No era la primera vez que Víctor imaginaba los peores escenarios posibles. No pasaba un día desde que dejara la Cavadora en que no imaginase un horrible accidente en la nave. Pero siempre, cada vez que esos pensamientos lo acometían, la confianza en su familia siempre le permitía dejar de lado sus miedos. Su padre los mantendría a salvo, pensaba. Todos trabajarían juntos. Estarían bien. Eso era lo que hacía la familia. Sobrevivían. Lo habían hecho siempre. Cuando los sistemas críticos fallaban y el peor resultado parecía inminente, la familia siempre encontraba un modo de superarlo. Su padre nunca había fallado en ese aspecto. «No debería preocuparme», se decía siempre. Todavía no. No hasta que tenga motivos. Bueno, ahora tenía motivos. Las imágenes de las naves destruidas en la zona interna del Cinturón daban nueva vida a todos los horribles desenlaces imaginados.

Víctor se llevó las manos a los ojos cerrados. Por favor, Dios, que estén vivos. Que papá y mamá y Mono y Edimar y todos estén vivos.

Se arrebujó en la manta y trató de desechar aquellos pensamientos. Su padre los mantendría a salvo. Nunca les había fallado.

Cuando el sueño lo venció, vio cientos de hormigas reptando por la superficie de la Cavadora, abriendo las escotillas y destrozando el blindaje. Se colaban por los agujeros que practicaban, amontonándose, pasando unas por encima de otras, avanzando hacia la bodega de carga, recorriendo los pasillos, hambrientas, decididas, las mandíbulas abiertas, los brazos extendidos, retorciéndose en una repulsiva oleada de cuerpos escurridizos y patas de insecto. Irrumpían por las puertas del puente y se colaban en el interior, donde sus padres y toda la familia se acurrucaba en un rincón, asustados, gritando, desesperados, los brazos alzados para protegerse.

La noticia de la oficina de Ukko llegó a la mañana siguiente mientras Víctor desayunaba con Imala en la sala de observación.

—Ha accedido a vernos —dijo Prescott—. Tiene una rueda de prensa esta tarde, y su secretaria dice que después nos concederá cinco minutos.

—¿Cinco minutos enteros? —dijo Imala—. Vaya, me alegra oír que el destino del mundo ocupa tanto del precioso tiempo de Ukko Jukes.

—Tenemos suerte de conseguir tanto —observó Prescott—. Tuve que discutir con su secretaria para que me incluyera en su agenda. Quería citarnos para dentro de dos semanas.

—Puede que para entonces la Luna ya no exista.

—Eso es lo que le dije. Atrajo su atención.

—¿Le dijo que se trataba de una invasión alienígena? —preguntó Víctor.

—Si lo hubiera hecho se habría reído en mi cara y habría apagado el holo. La expresión «invasión alienígena» suena ridícula.

—Pero es cierta —dijo Imala.

—Solo pude poner el cebo —contestó Prescott—. Le dije que habíamos hecho el mayor descubrimiento científico desde hace siglos y que si el señor Jukes lo anunciaba al mundo sería considerado un héroe internacional. Eso avivó su interés.

—Si ya tiene una cita con la prensa —dijo Víctor—, deberíamos verlo antes. Así podríamos comunicar el aviso inmediatamente.

—Imposible. Para empezar, no es el tipo adecuado de prensa. Son todos periodistas técnicos y blogueros industriales. Ukko va a mostrar algo que la compañía ha estado desarrollando. Cuando salgamos al mundo con nuestra historia tendrá que ser con todos los grandes grupos y redes de noticias. Ukko querrá ofrecer un buen espectáculo. Además, no aceptará acudir a la prensa hoy, aunque nos crea. Primero querrá más pruebas.

—¿Más pruebas? —dijo Víctor—. ¿Cuántas más necesita la gente?

—Ukko es cauteloso —respondió Prescott—. Querrá pruebas incuestionables por parte de sus propios hombres. Las pruebas presentadas por un minero libre tienen poco peso. Las examinará con lupa. No pretendo ofenderle. Las cosas son como son.

—Pero ustedes han recopilado pruebas —dijo Imala.

—Pruebas de naves destruidas —precisó Prescott—. Eso demuestra que ha habido un incidente. No demuestra quién es responsable.

—Cinco minutos no es mucho tiempo para convencerlo —dijo Víctor.

—Solo hay que despertar su curiosidad. Cuando crea que es posible, hará a un lado toda su agenda y le concederá todo el tiempo del mundo.

Prescott pidió un vehículo y regresaron a la superficie. La oficina de Ukko estaba bajo tierra, dentro del sistema de túneles de Juke, pero a tanta distancia que a Prescott le parecía más rápido volar hasta la estación de atraque más cercana a la oficina y luego recorrer los túneles.

Después del breve vuelo, volvieron a internarse bajo la superficie y entraron en un ala de los túneles mucho más elegante y brillantemente iluminada. Allí los suelos eran de madera con fuertes imanes subyacentes que atraían las grebas y les permitían andar normalmente a pesar de la baja gravedad lunar. Había sillones y sofás de cuero, plantas en macetas y arte abstracto, tapices y techos en forma de bóveda, enormes esculturas de hierro extraído en los asteroides de lo más profundo del Cinturón, todo iluminado por suaves plafones que conferían al ala un aire prestigioso. Dentro, la roca lunar había sido tallada a semejanza de un arrecife de coral, y anguilas y otras vibrantes criaturas acuáticas de brillantes colores nadaban recorriendo huecos y agujeros apenas más grandes que el puño de Víctor.

Ese lugar, más que ningún otro, lo asqueaba. Todo ese dinero, toda esa extravagancia. Allá en el Cinturón las familias de mineros libres trabajaban como esclavos para arrancar suficientes terrones para dar de comer a sus hijos, solo para que corporaciones como Juke Limited llegaran, les arrebataran su claim y expulsaran a la familia. ¿Y qué hacían aquellos hijos de puta de Juke con ese dinero? Pagaban peceras y esculturas y suelos de madera y vivían como reyes en sus palacios mientras la gente honrada pasaba hambre.

—Son preciosos, ¿verdad?

Víctor se apartó del cristal y se encontró cara a cara con una mujer de treinta y tantos años. Llevaba una larga y recatada falda formal y una blusa suelta, y apretaba un holopad contra su pecho.

—Esa es una morena leopardo —dijo, señalando una anguila con vívidas franjas rojas y manchas blancas y negras—. Parecen feroces con ese morro y esos dientes afilados, pero son bastante inofensivas. Nunca molestan a los humanos: prefieren zamparse peces pequeñitos.

—Los grandes se ceban con los pequeños —dijo Víctor—. Deben de sentirse como en casa.

Ella lo miró con curiosidad antes de extenderle la mano.

—Soy Simona, secretaria personal del señor Jukes. Imagino que viene usted con el doctor Prescott. —Señaló la mesa al otro lado de la sala, donde Imala, Yanyu y Prescott estaban hablando con la recepcionista.

—Hemos venido a ver al señor Jukes —dijo Víctor.

Ella examinó su mono de Juke Limited.

—¿Trabaja en el observatorio? No recuerdo haber visto su foto en el archivo.

—No trabajo allí —contestó él simplemente. No le gustaba que lo cuestionara. Parecía amistosa, pero estaba intentando sonsacarle información.

—El doctor Prescott dice que esta noticia suya es el mayor descubrimiento en siglos —dijo Simona.

—No exagera.

Un puntito de luz roja en el dorso de su holopad destelló un instante, y entonces Simona miró su aparato. Lo pulsó y luego se volvió hacia Víctor.

—Víctor Delgado. Ese es su nombre, ¿verdad? —Volvió la pantalla y le enseñó la foto que el DCL le había hecho al arrestarlo. A su lado estaba la foto que ella acababa de tomarle. El programa de reconocimiento facial había unido las dos—. Aquí dice que está usted en un centro de retención del DCL esperando a ser deportado de vuelta al Cinturón. Pero viendo que está aquí delante, voy a suponer que ha conseguido que lo soltaran. —Miró hacia la mesa. La recepcionista la estaba señalando—. Conozco al doctor Prescott y a Yanyu —continuó—. Pero la otra es un misterio. —Señaló su holopad, sacó otra foto y leyó los resultados—. Imala Bootstamp. Actualmente suspendida en el DCL. Esto se vuelve muy curioso por momentos.

Prescott y las dos mujeres se acercaron.

Simona los saludó, aunque a Víctor su sonrisa le pareció falta de sinceridad.

—Lo han conseguido —dijo—. Bien. La cosa irá de la siguiente manera: la agenda del señor Jukes está repleta. Se sentarán al fondo del estudio y no harán ningún ruido durante la presentación. Cuando la holotransmisión haya terminado, el señor Jukes se acercará a ustedes. Tendrán cinco minutos. Pero antes de continuar, necesito saber cuál es la implicación de estas dos personas. —Señaló a Víctor e Imala.

—Nos llamaron la atención sobre el tema —dijo Prescott.

—¿Y cuál es el tema?

—Ya hablamos de esto en el holo, Simona. Nuestro mensaje es para el señor Jukes.

Ella señaló a Víctor.

—Este joven tiene un historial penal bastante amplio y podría ser un fugitivo. No voy a conducirlo ante el señor Jukes hasta que me lo expliquen. —Se cruzó de brazos y alzó las cejas, esperando que alguien hablara.

—Vi algo en el espacio profundo —dijo Víctor—. Allá en el Cinturón de Kuiper. Cogí una nave rápida para llegar a la Luna y avisar, y me arrestaron con acusaciones ridículas. Las tiene ahí delante. Puede leerlas usted misma. Eso no hace que mi historia sea falsa.

—¿Qué vio?

Víctor miró a los demás. No sabía hasta dónde llegar. Imala le ahorró el dilema.

—Sé que solo está haciendo su trabajo, Simona —terció—, pero no tenemos tiempo para esto. En el Cinturón han muerto miles de personas. Tenemos pruebas y sabemos por qué. Si no nos lleva ante Ukko Jukes y él no hace algo para ayudarnos a alertar al mundo, millones o tal vez incluso cientos de millones de terrícolas podrían ser los siguientes. Si eso sucede, entonces los supervivientes buscarán los cadáveres de sus esposas e hijos muertos y se preguntarán por qué Ukko Jukes no hizo algo cuando tuvo la oportunidad. ¿Y sabe qué les diremos? Les diremos la verdad. Les diremos que Simona jugó a ser la celosa guardiana y nos expulsó porque el ocupadísimo Ukko Jukes no tuvo cinco minutos para salvar al mundo.

Simona se quedó mirando a Imala, los labios fruncidos, reflexionando.

—Muy bien —dijo por fin—. Síganme. —Chasqueó los dedos, giró sobre los talones y los condujo por un pasillo tras la mesa de la recepcionista hasta una enorme sala casi vacía.

Las luces estaban apagadas, salvo una serie de focos que colgaban de un entramado al fondo de la sala. Bajo los focos había un gran holocampo esférico de tres metros de diámetro. Ukko Jukes estaba de pie inmóvil en el centro, mientras una maquilladora le frotaba la frente con una esponjita blanca. Palabras flotantes corrían en el aire delante de Ukko, que parecía estar silabeando el texto, ensayando.

De niño, en la Cavadora, Víctor temía el nombre de Ukko Jukes. Cada vez que un vigía localizaba una nave Juke en las inmediaciones, Víctor sabía que eso significaba problemas y a veces incluso violencia. A los cuatro o cinco años, Víctor creía que Ukko capitaneaba él mismo todas aquellas naves, gritando órdenes desde el puente como un guerrero gigantesco y amenazador. E incluso más tarde, cuando Víctor descubrió la verdad de quién era Ukko Jukes, el mismo nombre siguió teniendo un aire de amenaza y peligro.

Pero aquí estaba ahora, más bajo de lo que esperaba, con el pelo blanco y algo escaso y una barba blanca recortada, acompañado por una mujer que le untaba las mejillas de maquillaje. Víctor casi se echó a reír al pensar que había llegado a temer a un hombre semejante.

Simona se llevó un dedo a los labios y los condujo al fondo de la sala, donde había unas sillas en la oscuridad. La mayoría estaban vacías, pero algunas estaban ocupadas por gente que parecía ayudar con la producción. Víctor ocupó un asiento junto a Imala y esperó. Le molestaba estar allí sentado y ver a esa gente dedicarse a algo tan nimio. Fuera cual fuese esa producción, carecía de sentido comparada con lo que se avecinaba.

Una mujer con cascos y un holopad pidió silencio, y Ukko despidió a la maquilladora con un brusco gesto con la mano. La mujer se escabulló mientras alguien en las sombras iniciaba una cuenta atrás desde diez. Al llegar a cero, una docena de cabezas aparecieron en el holocampo delante de Ukko, todas sonrientes y amables. Ukko los saludó a todos cordialmente, les dio las gracias por su tiempo, y a continuación el texto de presentación apareció ante él.

—Hoy es un día especial en la historia de nuestra organización. Durante los últimos veinticinco años, Juke Limited ha liderado la minería en el espacio, extrayendo cientos de millones de toneladas de minerales al año y ayudando a desarrollar todas las economías del mundo. Algunos podrían decir que si no está roto mejor no arreglarlo. Pero Juke Limited nunca dejará de innovar. Incansablemente buscamos nuevos métodos para que nuestra industria sea más eficiente y más productiva. Hoy les ofrezco una prueba de eso. Hoy la industria minera espacial da un revolucionario salto adelante.

Junto a él, en el aire, apareció un retrato familiar: un padre, una madre y tres niños pequeños, todos sentados bajo un árbol y sonriendo a la cámara.

—Pregúntense, ¿cuál es el recurso que más desperdiciamos en el espacio? ¿Es el oxígeno? ¿El combustible?… No. Es el tiempo. Desperdiciamos millones de horas humanas buscando asteroides viables. Cada una de nuestras naves prospectivas tiene una tripulación de diez a veinte hombres y mujeres que pasan meses en el espacio, a menudo con poco o nada que conseguir. Eso se traduce en tiempo perdido con sus cónyuges e hijos. Lo que necesitamos es un modo más cómodo, más rápido y menos caro de determinar el contenido en minerales de un asteroide. ¿Está lleno de ricos metales ferromagnéticos? ¿O es una roca sin valor? Hoy, damas y caballeros, les ofrezco la solución. La respuesta a todo ese tiempo desperdiciado.

El retrato familiar desapareció. Ukko caminó hacia su izquierda, y el holocampo y el entramado de luces se movió con él. Se detuvo ante un objeto no más grande que un deslizador cubierto por una sábana negra. Víctor no lo había advertido antes en la oscuridad. El entramado de luces se elevó y el holocampo multiplicó por cinco su tamaño original, de modo que ahora incluyó el objeto envuelto.

—Damas y caballeros, les presento el primer dron minero espacial del mundo… ¡El Vanguard!

Ukko hizo un gesto con el brazo y la sábana negra voló hacia atrás, revelando un pequeño vehículo blanco y estilizado que chispeaba con sus focos rotatorios.

—Trabajando como explorador, el Vanguard buscará asteroides ricos en minerales por control remoto y con rumbos de vuelo programados. Al disparar desde el espacio bots cavadores no mayores que una manzana a la superficie del asteroide, el Vanguard podrá determinar el contenido mineral aproximado de este. La información se transmitirá entonces a Juke. Si el contenido mineral es lo bastante alto y el asteroide lo bastante grande, se enviará una cuadrilla de mineros para la extracción inmediata del mineral.

Las cabezas flotantes del holocampo empezaron a hacer preguntas. Según las iban haciendo, Ukko acercaba la cabeza y la ampliaba. ¿Con qué combustible operaba? ¿Cuánto estaría en funcionamiento? ¿Cómo se vuela con seguridad por control remoto si hay un desfase de tiempo entre el Vanguard y el cuartel general? ¿Qué sucederá con todas las cuadrillas prospectivas? ¿Se quedará esa gente sin trabajo?

Ukko respondió con habilidad todas las preguntas, como si las esperara. No, las cuadrillas no perderían su trabajo. Los drones aumentarían el descubrimiento de minerales y por tanto aumentarían la necesidad de cuadrillas mineras. Todos esos empleados serían destinados a naves mineras.

Bueno, ¿no desmontaba eso todo el argumento de «ahorrar tiempo»?, quiso preguntar Víctor. ¿Cómo ibas a darle más tiempo a la gente para que estuviera con papá querido si los vas pasando de una nave a otra y los mantienes el mismo tiempo en el espacio?

Pero ninguno de los periodistas pareció advertir ese detalle. Los datos técnicos y el potencial de eficacia aumentado los tenían prácticamente salivando. Para cuando terminaron las preguntas, todos los periodistas aplaudieron con entusiasmo. Ukko les dio las gracias por su tiempo, les prometió paquetes con más datos y fotos para sus artículos, y se despidió de ellos.

Cuando el último periodista se apagó, el holocampo desapareció, las luces de la sala se encendieron y el pequeño equipo de producción corrió a felicitar a Ukko. Él tomó la botella de agua que le ofrecían y dio un largo trago, ignorando los halagos. Cuando Simona se acercó y le susurró al oído, Ukko se detuvo, escuchó y miró en dirección a Víctor. Un momento más tarde Simona sacaba al equipo de producción de la sala.

Cuando estuvieron a solas, Ukko sonrió, se acercó a Prescott y le puso una mano en el hombro.

—Richard, qué maravillosa sorpresa. No te he visto desde la Expo de Espacio Profundo. Espero que Linda esté bien.

—Sí, señor. Gracias por preguntarlo.

Ukko continuó saludando. Sin mirar el brazo derecho lisiado de Yanyu ni dar ninguna indicación de que lo había advertido, ofreció la mano izquierda, que era la mano que ella prefería para saludar a la gente.

—Y Yanyu —dijo sonriendo afectuosamente—, una de nuestras valiosas ayudantes de posgrado. Solo oigo cosas buenas de todo lo que estás haciendo por nosotros en el laboratorio. Sigue así. Siempre habrá un lugar en Juke para los mejores y más inteligentes. O como mi equipo de finanzas los llama, «productores de beneficios». —Hizo un guiño y siguió adelante.

Ukko se volvió hacia Imala y no pareció sorprendido de verla. Cogió amablemente su mano entre las suyas.

—Imala Bootstamp. La última vez que hablamos creo que rechazó mi generosa oferta de trabajo.

En el DCL, Imala se había enterado de que los auditores recibían dinero en negro por parte de Juke Limited por ignorar las evasiones de impuestos y tarifas de la compañía. Ukko le había ofrecido un puesto para silenciar el escándalo, pero Imala lo rechazó y replicó con unas cuantas observaciones agudas.

—Lleva un mono de trabajo de Juke, Imala. Y viene acompañada por mis científicos. Me siento confundido. ¿Qué podía despertar el interés del Departamento de Aduanas y de dos de mis mejores astrofísicos?

—Un asunto de interés mutuo.

—Está claro. Y dígame, Imala, ¿cómo van las cosas en Aduanas? ¿Lamenta haber rechazado mi oferta?

—Ya no estoy en Aduanas, señor Jukes. Al menos eso creo. Me dieron de baja administrativa, pero después de los acontecimientos de ayer, sospecho que me han dado la patada definitivamente.

—Lamento oír eso. Debe de acabar con esta costumbre de ser despedida, Imala. Su currículum va a convertirse en una lista de despidos. Eso pondrá nerviosos a quienes quieran contratarla.

Víctor notó que Ukko estaba disfrutando.

—Si puedo hacer algo para ayudar —añadió Ukko—, dar referencias quizás, hágaselo saber a Simona. Me gustaría pensar que mi opinión todavía tiene algo de peso en el mundo.

—Qué ofrecimiento tan generoso por su parte. Estoy segura de que estará ansioso por comentarle a otros lo que opina de mí.

—En efecto.

Se quedaron mirándose un instante, ambos manteniendo una máscara de amabilidad. Ukko finalmente desvió la mirada y se volvió hacia Víctor, ofreciéndole la mano.

—¿Y quién es este apuesto joven?

—Víctor Delgado.

—Encantado de conocerle, Víctor. ¿Está en mi nómina, o esto es también un préstamo? —Señaló el mono.

—Un préstamo. En realidad soy minero libre.

Ukko alzó una ceja.

—¿Minero libre? Interesante. Las sorpresas no cesan. Dígame, ¿pertenece a algún clan que yo conozca?

—Solo tenemos una nave. Mi familia no es lo bastante grande para ser considerada un clan.

—Comprendo.

—Trabajamos en el Cinturón de Kuiper. Nuestra nave se llama Cavadora.

—Un nombre español.

—Somos venezolanos.

—Un nombre adecuado para una nave minera. El Cinturón de Kuiper, dice. Pero está muy lejos de casa, ¿no?

—Podríamos decir que sí.

—Yo nunca he estado en esas profundidades. Sinceramente, nunca le he visto el atractivo.

—Hay menos corporaciones —dijo Víctor—. Eso es lo que hace que sea tan atractivo. Mi familia trabajaba en el Cinturón de Asteroides, pero las naves Juke nos empujaban tan a menudo que ya no pudimos sobrevivir allí. Es difícil ganarse la vida, señor Jukes, cuando alguien te roba continuamente los pozos mineros.

Simona se envaró. La expresión de Ukko no varió.

—Sí, bueno, lamento oír que su familia lo ha pasado mal. Me alegra saber que les va mejor en el espacio profundo.

—No he dicho que nos fuera mejor, señor Jukes. No es así. Nos iba mejor, pero entonces su hijo Lem nos echó de un asteroide, estropeó nuestra nave y mató a un miembro de nuestra tripulación.

—Víctor —protestó Imala—. No hemos venido para eso.

La sonrisa desapareció del rostro de Ukko. Dirigió una mirada a Simona, que tenía los ojos abiertos de par en par por la sorpresa.

—Le aseguro, señor Jukes, que no sé de qué está hablando este hombre.

—¿Qué demonios es esto? —dijo Ukko, volviéndose hacia Prescott.

Prescott abrió la boca para responder, pero Ukko se volvió de nuevo hacia Víctor.

—¿Qué sabe de mi hijo? ¿Se trata de algún intento de chantaje?

—¡Marcus! —dijo Simona.

Un guardaespaldas entró en la sala. Ukko alzó una mano, deteniéndolo, perforando ahora con la mirada a Víctor.

—Tienes tres segundos para explicarte, muchacho, o no te gustará cómo acabará esta conversación.

—De tal palo tal astilla —dijo Víctor. Las palabras brotaron de él impulsivamente.

Las mejillas de Ukko se ruborizaron y su expresión se endureció.

—Los chupadores de rocas sois todos iguales. Paganos ignorantes y pomposos.

—Esto no nos está ayudado en nada, Víctor —intervino Prescott—. Lo necesitamos.

Víctor miró a Prescott, consideró sus palabras, resopló y se volvió de nuevo hacia Ukko.

—No hemos venido a hablar de su hijo. Hemos venido a discutir…

—Al demonio con lo que hayáis venido a discutir —dijo Ukko—. Si mencionas a mi hijo, explícate.

—Bien. Hace unos diez meses, la nave de su hijo empujó a la nuestra durante nuestro período de sueño, cortó nuestras líneas de anclaje y nos expulsó de una roca. Uno de sus láseres cortó un sensor externo, que golpeó y mató a mi tío.

—Eso es mentira.

—No es ninguna mentira. Sucedió justo delante de mis narices.

Ukko sacudió la cabeza.

—Mi hijo no os empujaría. No tenía ningún motivo para hacerlo. No está en una misión minera. Si por un momento piensas que puedes sacarme dinero con una historia inventada…

—Puedo describir la nave —dijo Víctor—. Estaba haciendo un paseo espacial cuando nos golpeó. Me golpeó a mí también. Le eché un buen vistazo.

—Cualquiera con acceso a los archivos de vuelo aquí en la Luna podría averiguar en qué tipo de nave está mi hijo. Eso no demuestra nada. —Dio un paso hacia Víctor, la sonrisa ácida—. ¿Crees que eres el primer destripaterrones que intenta chantajearme?

Víctor no cedió, aunque se dio cuenta de lo increíblemente estúpido que estaba siendo. Si perdían a Ukko como aliado, o peor aún, si lo convertían en su enemigo, nunca lograrían difundir el aviso a tiempo.

—Si no me cree —dijo—, puede preguntarle a él cuando regrese a la Luna. Suponiendo que no esté muerto ya.

El color desapareció del rostro de Ukko.

—¿Qué estás diciendo? ¿Amenazas a mi hijo?

—No estoy amenazando a nadie, señor Jukes. Pero hay algo ahí fuera que sí. Lo mismo que ha amenazado a todas las naves del Cinturón y ha destruido a un buen número de ellas. Por eso estamos aquí. Sé qué es lo que está causando la interferencia. Y si no nos ayuda usted a hacer algo pronto, a todos nos espera un mundo de dolor y desolación.