Cuando, por la noche, Gora volvió a su casa encontró a Anandamoyi sentada en el mirador de su habitación.
Gora se sentó a sus pies y Anandamoyi, tomándole la cabeza entre sus manos, le dio un beso.
—¡Madre, tú eres mi madre! La madre que yo anduve buscando durante todo este tiempo estaba en mi casa, aguardándome en mi propio cuarto. Tú no tienes casta, no haces distinciones, no tienes odio. ¡Tú eres la imagen de nuestro bienestar! ¡Tú eres la India…! ¡Madre! —añadió Gora, después de una pausa—. ¿Quieres decir a Lachmiya que me traiga un vaso de agua?
Entonces, con una voz muy suave, en la que había huellas de lágrimas, Anandamoyi susurró a Gora:
—Gora, déjame llamar a Binoy.