Precisamente cuando Sucharita trataba de disimular su llanto arreglando el baúl, entró un criado para anunciarle la visita de Gourmohan Babu. Secándose rápidamente los ojos, la muchacha dejó su trabajo en el mismo instante en que Gora entraba en la habitación.
En su frente se veía aún la marca del Ganges, y se envolvía con el manto de seda. Gora ni siquiera pensó en su aspecto, ni en que aquél no era el atuendo apropiado para ir de visita. Sucharita recordó el traje con el que Gora hiciera su primera visita a Paresh Babu. Aquel día, iba vestido para la guerra, ¿sería este otro de sus trajes de campaña?
Gora se puso de rodillas ante Paresh Babu y, bajando la cabeza hasta el suelo, tomó el polvo de sus pies. Paresh Babu, turbado, le levantó diciendo:
—Siéntate, hijo. Siéntate.
—¡Paresh Babu, ya no tengo más ligaduras!
—¿Qué ligaduras? —preguntó Paresh Babu, con asombro.
—¡No soy hindú!
—¿Que no eres hindú?
—No, no soy hindú. Hoy he sabido que fui recogido cuando la revuelta. ¡Mi padre fue un irlandés! De un extremo al otro de la India, hoy me han cerrado las puertas de todos los templos. En ninguna fiesta hindú puede haber ya lugar para mí.
Paresh Babu y Sucharita estaban mudos de asombro.
—¡Hoy me siento libre, Paresh Babu! No temo ser contaminado ni perder la casta. Ya no tendré que mirar al suelo a cada paso para preservar mi pureza.
Sucharita miró largamente el radiante rostro de Gora mientras éste decía:
—Paresh Babu, hasta ahora estuve tratando de dedicar mi vida al servicio de la India, pero a cada momento encontraba obstáculos; noche y día me esforzaba por hacer de esos obstáculos objetos de mi fervor, y, ocupado en consolidar su fundamento, no hallaba ocasión para dedicarme a otro trabajo; ése era mi único afán. Por esto, cada vez que me encontraba cara a cara con la India verdadera, retrocedía atemorizado. Con pensamiento inmutable y parcial me creé una India especial y luché contra todo lo que me rodeaba para conservar mi fe en aquella fortaleza inexpugnable. ¡Pero hoy, en un momento, esa fortaleza inexpugnable se ha desvanecido como un sueño y me encuentro completamente libre ante una enorme verdad! Todo lo bueno y todo lo malo que hay en la India, sus alegrías y sus penas, su sabiduría y su insensatez ha entrado en mi corazón. Ahora tengo derecho a servirla, pues ante mí se abre el verdadero campo, en el que he de trabajar, no un campo fruto de mi fantasía; ¡es el campo en el que viven trescientos millones de hijos de la India!
Esta nueva revelación le hacía hablar con tan intenso entusiasmo que Paresh Babu, emocionado, no pudo permanecer en su asiento y se puso en pie, mientras Gora decía:
—¿Me comprendes? De pronto me he convertido en el que siempre deseé ser. ¡Hoy soy, al fin, un indio! Ya no hay en mi aversión a lo hindú, a lo musulmán ni a lo cristiano. Hoy mi casta es la de todos y mi alimento el alimento de todos. He visitado muchos lugares de Bengala y he aceptado hospitalidad en los hogares más humildes (no creas que me he limitado a hablar ante auditorios de ciudad); pero nunca pude sentarme con todos; siempre llevé conmigo una barrera invisible que no podía salvar. Por eso había en mi alma un vacío del que yo me obstinaba en no hacer caso. Traté de disimularlo con adornos. Amaba a la india más que mi vida y no podía sufrir la menor crítica. Ahora, que he dejado de esforzarme en crear adornos artificiales, me parece haber vuelto a la vida, Paresh Babu.
—Cuando hallamos la verdad, nuestra alma encuentra satisfacción incluso en sus imperfecciones, y no deseamos cubrirla con falsas galas —dijo Paresh Babu.
—Fíjate, Paresh Babu. Anoche pedí a Dios que a partir de hoy me permitiera emprender una nueva vida. Pedí que destruyera toda falsedad e impureza y que me hiciera nacer de nuevo. Dios me ha sorprendido por la forma en que ha atendido mi ruego y la rapidez con que ha puesto su verdad en mis manos. Nunca podré contaminarme. Paresh Babu, esta mañana, con el corazón limpio, me he reclinado sobre las rodillas de mi India, y al fin sé lo que significa el regazo de una madre.
—Gora —dijo Paresh Babu—, déjanos participar en ese derecho a descansar en el regazo de tu madre.
—¿Sabes por qué lo primero que hice al obtener la libertad fue venir a verte?
—¿Por qué?
—Porque tú posees el mantram de esa libertad. Es por esto por lo que en ninguna sociedad hay lugar para ti. ¡Hazme tu discípulo! ¡Dame el mantram de esa deidad que pertenece a todos por igual, sean hindúes, musulmanes, cristianos o brahmos, y en cuyo templo no se cierran a nadie las puertas, y que no es sólo el Dios de los hindúes, sino el de toda la India!
Una expresión de profunda ternura iluminó el rostro de Paresh Babu, que bajó los ojos y permaneció unos instantes en silencio.
Entonces Gora se volvió hacia Sucharita, que estaba inmóvil en su silla.
—Sucharita —dijo Gora con una sonrisa—, ya no soy tu guru. Escucha esta súplica: Toma mi mano y condúceme hasta ese tu guru.
Y le tendió la mano derecha. Sucharita se puso en pie y puso su mano en la suya; entonces, Gora se volvió hacia Paresh Babu, y los dos, juntos, se inclinaron respetuosamente ante él.