Binoy sabía que Gora acostumbraba a salir de casa muy temprano. Así pues, aquel lunes, antes del amanecer subió a verle a su cuarto. Al no encontrarle allí, preguntó a un criado, quien le informó que Gora estaba en el oratorio, rezando. Binoy quedó algo sorprendido, pero se dirigió al oratorio y, efectivamente, vio que Gora estaba haciendo oración. Llevaba un dhutie y un chal, ambos de seda, pero su inmenso cuerpo de piel blanca quedaba casi por completo al descubierto. El asombro de Binoy fue en aumento cuando éste vio a su amigo hacer puja ceremonial.
Al oír ruido de pasos, Gora volvió la cabeza y dijo a Binoy, alarmado:
—¡No entres!
—No tengas miedo. No pienso entrar. Pero deseo hablar contigo.
Gora salió y, después de cambiarse de ropa, llevó a su amigo hasta su cuarto. Cuando estuvieron sentados, Binoy dijo:
—Gora, hermano, ¿sabes que hoy es lunes?
—Desde luego, es lunes —dijo Gora echándose a reír—. El calendario no miente y, en cuanto a ti, no es fácil que te equivoques. Podemos estar seguros de que no es martes, desde luego.
—Ya sé, con toda seguridad, tú no vas a asistir —balbuceó Binoy—, pero no podría dar este paso sin haber hablado contigo, por lo menos una vez. Es por lo que he venido temprano.
Gora permaneció callado y Binoy prosiguió:
—Así pues, ¿está decidido que tú no vas a poder asistir a mi boda?
—No, Binoy. No voy a poder asistir.
Binoy no contestó y Gora, tratando de ocultar el dolor que había en su corazón, dijo, riendo.
—¿Y qué importa, que yo no vaya? Tú has ganado, pues has conseguido que asista madre. Yo hice cuanto pude por impedirlo, pero no logré hacerla desistir. De modo que, al fin, tengo que confesarme derrotado por ti hasta en el caso de mi madre. Binoy, todos los países del mapa van tiñéndose de rojo, uno a uno. En mi mapa pronto no quedará nadie más que yo.
—No, hermano, no ha sido culpa mía. Le dije repetidamente que no fuera a la boda, pero ella me contestó: «Mira, Binoy, quienes no quieran ir a tu boda no irán aunque les invites, y los que quieran ir irán aunque se lo prohíbas, de modo que será mejor que te calles.» Gora, dices que te consideras derrotado por mí, pero es tu madre la que te ha derrotado, como tantas veces. ¿Dónde encontrarías otra madre como ella?
Aunque Gora trató por todos los medios de disuadir a Anandamoyi, en el fondo no se sentía muy apenado por el hecho de que ella se hubiera negado a escucharle; en realidad, estaba contento. Al comprender que, por mucho que se ensanchara el abismo que le separaba de Binoy, su amigo no se veía nunca privado de una parte del amor que su madre derramaba sobre él como una lluvia de néctar, Gora se sintió tranquilo. En todos los demás aspectos, tal vez llegasen a separarse, pero los dos amigos estarían siempre unidos por el imperecedero amor de una madre.
—Entonces, hermano, me marcho —dijo Binoy—. Si te es del todo imposible asistir, no te esperaré, pero no abrigues hacia mí ningún sentimiento hostil. Si supieras cómo colma mi vida esta unión no consentirías que este matrimonio truncara nuestra amistad. Puedes estar seguro de ello.
Y con estas palabras, se levantó para marcharse.
—¡Binoy, anda, siéntate! El feliz acontecimiento no será hasta la noche. ¿Por qué tienes tanta prisa?
Binoy volvió a sentarse inmediatamente, alborozado ante tan afectuosa e inesperada petición.
Y entonces, los dos amigos empezaron a conversar de nuevo íntimamente como antaño. Gora pulsó la misma nota dulce y apacible, que resonaba en el corazón de Binoy, y Binoy empezó a hablar sin detenerse. Hechos insignificantes que, relatados por escritos y en lenguaje sencillo hubiera parecido hasta ridículos, cobraban con las palabras de Binoy la dulzura y majestad de un poema épico musical. Aquel drama maravilloso que se estaba representando en el corazón de Binoy fue descrito en palabras emocionadas, de insuperable belleza. ¿En qué consistía aquella experiencia sin par?, ¿es que alguien había sentido alguna vez aquella sensación indescriptible que le llenaba el corazón? ¿Tenía todo el mundo la facultad de albergarla en sí? Binoy aseguraba que en la sociedad resultaba imposible escuchar nota tan alta en las relaciones ordinarias entre hombre y mujer, e insistía una y otra vez en que aquello no podía compararse con las relaciones que existían entre otras gentes. ¡Binoy estaba casi seguro de que aquello no pudo haber ocurrido antes a nadie! Si semejantes casos se dieran con frecuencia, el género humano estaría en constante conmoción, erizado de nueva vida, igual que, al soplo de la primavera, se llenan los bosques de brotes nuevos. Entonces, la gente no pasaría la vida comiendo y durmiendo, como ahora, sino que sería capaz de ver la belleza de las cosas. Es la vara de oro a cuyo contacto nadie puede permanecer insensible. Ella hace de los más vulgares seres excepcionales, y si el hombre prueba la fuerza de este sentimiento llegará a comprender la verdad de la vida.
—Gora —dijo Binoy, extasiado—, puedo decirte con seguridad que el único medio por el que en sólo un momento puede despertarse el espíritu del hombre en este amor. Ignoro por qué razón, este amor se nos manifiesta de una forma débil, no hay duda, y por esto nos vemos privados de una visión plena de nosotros mismos. No sabemos qué hay en nosotros, no podemos revelar lo que se oculta en nuestro interior y no nos es posible gastar lo que está acumulado en nuestro corazón; ¡por esto se advierte en todas partes esa falta de alegría! Y es por esto por lo que nadie, a excepción de uno o dos hombres como tú, sabe que haya un alma tan grande dentro de cada uno de nosotros. La mentalidad del común de las gentes permanece cerrada ante esta verdad.
La corriente de entusiasmo que brotaba de Binoy quedó cortada en este punto por los ruidosos bostezos de Mohim que acababa de levantarse de la cama e iba a lavarse la cara y las manos. Binoy se levantó y se despidió de Gora.
Gora, de pie en la azotea, vuelto hacia el punto en el que el firmamento se había teñido del rosa del amanecer, lanzó un profundo suspiro. Estuvo largo rato por la azotea. Aquel día no salió a hacer sus acostumbradas visitas a los pueblos.
Aquella mañana, Gora sentía en su corazón un anhelo y un vacío que no lograba llenar con el trabajo. No era él solamente, sino todo el trabajo de su vida, el que parecía levantar las manos en alto pidiendo luz, una luz brillante y hermosa, como si todos los materiales estuvieran dispuestos, como si los diamantes no fuesen tan costosos, como si el hierro y la malla (mail) no fuesen tan difíciles de obtener y sólo faltara la luz del amanecer, con sus destellos de esperanza y consuelo. Para aumentar lo que ya poseemos no es preciso realizar ningún esfuerzo; simplemente, esperar aquello que haga resaltar su brillo y su belleza.
Cuando Binoy dijo que, en ciertos momentos dichosos, se encuentra refugio en el amor entre el hombre y la mujer y un resplandor inefable ilumina nuestras vidas, Gora no pudo burlarse de él como hiciera antaño. Gora reconocía que aquello no era simplemente la unión de dos almas; era la coronación de una vida, un estado en el que todo adquiría mayor valor; la fantasía cobraba cuerpo y el cuerpo se vigorizaba con vida nueva. No se limitaba a redoblar las fuerzas físicas y prácticas, sino que daba a la vida un nuevo sabor.
Aquel día, en el que Binoy se proscribía a sí mismo de la sociedad, su corazón despertó en el de Gora una perfecta y musical armonía. Binoy se había marchado, pero a medida que avanzaba el día, la música sonaba con más fuerza. De igual forma que se unen dos ríos, en su marcha hacia el océano, así el amor de Binoy se fundía con el amor que alentaba en Gora. Aquello que Gora trató de ocultarse a sí mismo por todos los medios, obstruyéndolo, ahogándolo y escondiéndolo a la vista, acababa de desbordarse y se le revelaba con deslumbrante claridad. Gora no podía seguir tachándolo de impropio ni condenarlo con desdén.
Gora pasó todo el día entregado a estos pensamientos y cuando la luz de la tarde empezaba a disolverse en las sombras, cogió su chal y salió a la calle diciendo para sí: «Voy a pedir lo que es mío. De lo contrario, mi vida sería estéril.»
A Gora no le cabía la menor duda de que Sucharita estaba aguardando su llamada, y decidió hacerla aquella misma noche.
Mientras cruzaba las abarrotadas calles de Calcuta. Gora no sentía el contacto de la gente ni de las cosas, pues su espíritu parecía haber dejado al cuerpo muy atrás.
Al llegar ante la casa de Sucharita, Gora recobró de pronto el sentido. Jamás encontró cerrada la puerta de aquella casa, y ahora lo estaba. Gora vaciló un momento y luego llamó fuertemente. Salió un criado quien, al reconocer a Gora dijo, sin darle tiempo a formular ninguna pregunta:
—La joven ama no está.
—¿Dónde está?
Hacía dos o tres días que Sucharita había ido a ayudar en los preparativos de la boda de Lolita.
Por un momento, Gora sintió el deseo de ir a la boda y mientras lo estaba pensando salió de la casa un desconocido que preguntó:
—¿Quién es? ¿Qué desea?
—Nada. Muchas gracias —respondió Gora después de mirarlo de pies a cabeza.
—Entra en la casa y siéntate un momento a fumar —rogó Kailash.
Kailash se aburría al no tener a nadie con quien hablar. Durante el día conseguía distraerse sentándose, hookah en mano, en el extremo de la callejuela, a contemplar a los transeúntes que pasaban por la calle principal, pero cuando se hacía de noche y se retiraba a la casa se sentía morir de tedio. No sabía de qué hablar con su cuñada, pues los temas de conversación de Harimohini eran poco variados. De modo que Kailash había colocado una cama en el cuartito situado al lado de la puerta principal y allí pasaba el tiempo charlando con su criado.
—No, muchas gracias. No puedo quedarme —contestó Gora.
Y antes de que Kailash pudiera insistir, había ya cruzado la calle.
Gora tenía la certeza de que la mayoría de los acontecimientos de su vida no eran accidentales ni simple resultado de sus deseos. Creía haber nacido para desempeñar una misión por encargo del Supremo Rector del destino de su país.
Así pues, hasta las más insignificantes circunstancias de su vida tenían para él un significado especial, y hoy, cuando, pese a su ardiente deseo, encontró cerrada la puerta de la casa de Sucharita y se enteró de que la muchacha no estaba allí, dedujo que en aquel obstáculo había un significado oculto. El que guiaba sus pasos quiso expresarle de este modo su desaprobación. Era evidente que aquella puerta estaba cerrada para su vida y que Sucharita no era para él. Gora no era de los que se dejan engañar por los propios deseos; él debía mostrarse indiferente al gozo y al dolor. Gora era brahmán de la India; su misión era adorar a la Divinidad en nombre de la India, y su vida, la austeridad religiosa; en ella no cabían afectos ni deseos personales, y Gora se dijo: «Dios me ha revelado claramente que esta forma de unión no es pura, y que en ella no hay paz. Como el vino, es rosa y picante, no permite que el espíritu viva en paz y confunde las cosas. Yo soy un sannyasi, en mi vida no hay lugar para ella.»