CAPÍTULO LXIX

Sucharita deseaba ardientemente poder repetir a Gora las palabras de Paresh Babu. ¿Es que Gora no creía que la India hacia la que obligó a la muchacha a volver la vista y por la que trató de despertar su amor estaba abocada a la destrucción? Hasta entonces, el país se conservó vivo gracias a ciertas leyes internas, por lo que sus hijos no se vieron obligados a prodigarle sus cuidados. Pero, ¿acaso no había llegado el momento de ponerse alerta? ¿Podemos permanecer ociosos, refugiándonos en viejos códigos, como hasta el presente?

Sucharita se dijo: «También aquí hay trabajo para mí. ¿En qué consiste?» Pensó que en aquellos momentos, Gora hubiese debido darle órdenes y enseñarle el camino. Estaba segura de que si él le hubiera allanado el camino, colocándola en el lugar que le correspondía, el valor de su obra hubiera eclipsado las murmuraciones y los mezquinos insultos de la gente. Se sentía orgullosa de sí misma, y se preguntaba por qué Gora no había querido probarla, imponiéndole una tarea rayana en lo imposible. ¿Había en todo su grupo un solo hombre dispuesto, como ella, a sacrificarlo todo? ¿Es que no sabía ver la necesidad de semejante abnegación? ¿No era una pérdida para el país dejarla sumida en la ociosidad, rodeada por la barrera de las conveniencias sociales? Sucharita desechó la idea de que Gora la estimara tan poco y se dijo: «No es posible que me abandone de este modo. Volverá a buscarme; tendrá que librarme de toda sombra de duda y timidez. Por muy grande que sea él, me necesita; y así me lo dijo. ¿Cómo es posible que lo haya olvidado sólo porque murmure la gente?»

Satish entró corriendo en la habitación.

—¡Didi!

—¿Qué te ocurre? —preguntó Sucharita rodeándole el cuello con su brazo.

—El lunes se casa Lolita Didi, y Binoy me ha invitado a pasar unos días en su casa, después de la boda.

—¿Se lo has dicho a la tía?

—Sí; pero se ha enfadado y me ha dicho que no sabía nada de eso y que te lo dijese a ti. ¡Oh, Didi, deja que vaya! Te prometo que no me olvidaré de estudiar. Leeré todos los días y Binoy me ayudará.

—Pero vas a estorbarles. La casa estará revuelta con los preparativos.

—No, Didi. Te prometo no estorbar.

—¿Piensas llevar contigo a tu perro Khudè?

—Sí; Binoy Babu me pidió que lo llevara. Me ha enviado una invitación a su nombre, impresa en papel rojo, en la que me comunica que el perro podía llevar a su familia al almuerzo de bodas.

—¿Y quién es su familia?

—¡Pues yo, naturalmente! —exclamó Satish con impaciencia—. Y Binoy Babu dice que lleve también mi órgano. Por favor, dámelo. Te prometo no romperlo.

—Si lo rompieras, me darías una gran alegría. ¡Ahora comprendo porque Binoy se dice amigo tuyo! Pretende quedarse con tu órgano y ahorrarse así la banda de música. Conque éste es su propósito, ¿eh?

—¡No, no, eso no! —exclamó Satish muy excitado—. Binoy Babu dice que quiere que yo sea su padrino. ¿Qué tiene que hacer el padrino, Didi?

—Pues tiene que ayunar todo el día.

Pero Satish no se dejó engañar. Luego, Sucharita, atrayéndole hacia sí, le preguntó:

—¿Qué quieres ser cuando seas mayor?

Satish tenía preparada la respuesta. Había observado que su maestro era modelo de excepcional cultura y poder ilimitado, por lo que el niño ansiaba ser maestro de escuela.

—Vas a tener mucho trabajo —dijo Sucharita al oír su ambición—. ¿Qué te parece si nos uniésemos para trabajar los dos juntos? Tendremos que batallar mucho para que nuestro país sea grande. Aunque, ¿no lo es ya? ¿Qué país es tan grande como el nuestro? ¡Nuestra vida es lo que tendrá que ser grande! ¿Lo entiendes, Satish?

Satish no era de los que confiesan su incapacidad para comprender las cosas, por lo que respondió enfáticamente:

—¡Sí!

—¿Sabes lo grande que es nuestra patria, y nuestra raza? ¿Cómo podría explicártelo? ¡Éste es un país maravilloso! Hace miles y miles de años que Dios trabaja en él para hacerlo más grande que todos los demás países del mundo. Muchísima gente ha venido de otras tierras para cumplir este propósito divino. ¿Cuántas grandes guerras no se han librado aquí? ¿Cuántas verdades no se han expresado en esta tierra nuestra? ¡Qué hazañas de austeridad! ¡Qué variedad de puntos de vista para el estudio de la religión! ¡Cuántas soluciones del misterio de la vida, halladas aquí! ¡Ésta es nuestra India! Tienes que comprender lo grande que es, y no olvidarla nunca, ni mirarla con desdén. Algún día verás con tus propios ojos lo que te estoy diciendo. Tal vez incluso ahora lo comprendas ya. Recuerda esto: Tú naciste en un país grande y tendrás que trabajar por él con toda tu alma.

—Y tú, ¿qué vas a hacer, Didi? —preguntó Satish tras irnos instantes de silencio.

—Yo también tomaré parte en la obra. ¿Querrás ayudarme?

—Sí, te ayudaré —dijo Satish, henchido de orgullo.

En la casa no había nadie a quien Sucharita pudiera comunicar lo que llevaba en su alma, y soltó el torrente de su emoción sobre su hermano. El lenguaje que empleó con él no era apropiado para un niño de su edad, pero Sucharita no se desanimó por eso. Estaba tan entusiasmada por aquellos nuevos conocimientos adquiridos que creía que, con explicar plenamente lo que ella sentía, bastaba para que todos, jóvenes y viejos, pudieran comprenderlo, cada uno según su inteligencia; guardarse algo para sí por temor de que los demás no supieran entenderlo era falsear la verdad.

Satish dio rienda suelta a su fantasía.

—Cuando sea mayor y tenga mucho dinero… —empezó.

—¡No! ¡No! ¡No! —exclamó Sucharita—. No hables de dinero. Ni a ti ni a mí nos hace ninguna falta. ¡Nuestro trabajo necesita entusiasmo y abnegación!

En esto entró Anandamoyi. Al verla, Sucharita sintió que la sangre empezaba a bailarle en las venas. Se inclinó ante ella y Satish la imitó, pero sin gran soltura. Al niño no le salían las reverencias con espontaneidad.

Anandamoyi atrajo hacia sí a Satish y, después de estamparle un beso en la cabeza, se volvió hacia Sucharita y le dijo:

—Vengo a pedirte una cosa, madrecita, pues no puedo acudir a nadie más. Binoy quería celebrar su boda en mi casa, pero yo me opuse y le dije que si se creía un nabab[16], para que la novia tuviera que salir de su propia casa. Como eso no era posible, he escogido una, no lejos de la tuya. Ahora vengo de allí. Por favor, habla con Paresh Babu y pídele su aprobación.

—Mi padre no tendrá inconveniente.

—Tú vas a tener que ir allí también. La boda está señalada para el lunes y habrá que arreglarlo todo. ¡No tenemos mucho tiempo! Podría arreglármelas sola, pero estoy segura de que Binoy se sentiría dolido si tú no me ayudaras. Él no se atreve a pedírtelo; en realidad, ni siquiera ha mencionado tu nombre. Por eso comprendo que se sienta apenado. No debes mantenerte apartada; de lo contrario, también Lolita se sentiría herida.

—Madre, ¿vas a poder asistir a esa boda? —exclamó Sucharita con asombro.

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué me hablas de «asistir», como si yo fuera una invitada? ¡Es la boda de Binoy! ¡Yo soy quien debe disponerlo todo! Pero ya le he dicho que en la ceremonia no estaré con él, sino con la novia. ¡Él irá a mi casa a casarse con Lolita!

Anandamoyi sentía profunda compasión por Lolita, que a pesar de tener madre, se encontraba sola en aquel momento tan trascendental. Por esto se propuso conseguir que no echara de menos su afecto. La vestiría con sus propias manos, recibiría al novio y dispensaría cordial acogida a los pocos invitados que quisieran asistir. Además, estaba decidida a que la casa quedara tan confortable que Lolita se sintiera perfectamente a gusto en cuanto se instalara en ella.

—Pero, si haces eso, ¿no vas a tener conflictos con los tuyos?

—Quizá sí. Pero, ¿qué importa eso? —exclamó Anandamoyi, recordando las protestas de Mohim—. Aunque haya un pequeño conflicto, lo único que hay que hacer es quedarse quietos una temporadita; luego, todo se olvida.

Sucharita sabía que Gora no iba a asistir a la ceremonia, y le hubiera gustado enterarse de si había tratado de impedir que asistiera su madre, pero no se atrevió a preguntarlo, y Anandamoyi ni siquiera una vez pronunció el nombre de Gora.

Harimohini oyó llegar a Anandamoyi, pero no se precipitó a dejar lo que estaba haciendo para ir a saludarla.

—Bien, Didi, ¿cómo estás? —dijo al entrar—. Hacía tiempo que no sabía de ti.

—He venido a llevarme a tu sobrina —dijo Anandamoyi sin hacer caso de la queja de Harimohini.

Y le explicó sus intenciones.

Harimohini la escuchó con expresión de desagrado y, tras permanecer en silencio unos minutos, dijo:

—No puedo tomar parte en este asunto.

—No, hermana. No pido que vayas tú. No pases cuidado por Sucharita. Yo estaré continuamente con ella.

—Entonces permite que te hable con claridad. Radharani dice siempre que es hindú, y, en realidad, sus inclinaciones van en ese sentido. Pero si quiere entrar a formar parte de nuestra comunidad tendrá que obrar con cautela. Tal como están las cosas, ya dará bastante que hablar, aunque yo procuraré arreglarlo. No obstante, de ahora en adelante quiero que actúe con prudencia. Lo primero que preguntará la gente es porque sigue soltera a su edad. Ya procuraremos responder a esta pregunta de un modo u otro. Además, en seguida le encontraríamos un buen marido si nos lo propusiéramos. Pero si empieza otra vez como antes, ¿quién podrá detenerla? Si tú tuvieras una hija, ¿la obligarías a tomar parte en esa boda? ¿No habrías pensado antes en la suya propia?

Anandamoyi estaba tan sorprendida que lo único que podía hacer era mirar con asombro a Sucharita, quien, a su vez, había enrojecido violentamente.

—Yo no quiero obligarla —dijo Anandamoyi—. Si ella tiene algún inconveniente, yo…

—No os entiendo, la verdad —exclamó Harimohini—. ¡Tu propio hijo estuvo llenándole la cabeza de sus ideas sobre el hinduismo y ahora vienes tú con las tuyas! ¿Es que, de pronto, has caído del cielo?

¿Dónde estaba aquella Harimohini que, en casa de Paresh Babu, se mostraba tímida como un criminal y que, cuando observaba en alguien el menor signo de aprobación, se aferraba a él con todas sus fuerzas? Ahora parecía una tigresa defendiendo sus derechos. Estaba constantemente en vilo, sospechaba de todo el mundo. Creía que todos conspiraban para arrebatarle a Sucharita. No sabía ver quién estaba a su lado y quién estaba contra ella. Por eso se sentía intranquila. Su corazón no hallaba ya ningún consuelo en el dios en quien ella se refugiara cuando su mundo quedó vacío. Hubo un tiempo en que Harimohini tuvo gran apego a las cosas del mundo, y cuando la desgracia se cebó en ella apartándola de todo, nunca imaginó la mujer que el dinero, las casas y los parientes pudieran volver a ejercer sobre ella la menor influencia. Pero ahora sus heridas empezaban a cicatrizarse y el mundo volvía a atraerla con su fatal fascinación, despertando en ella viejas esperanzas y deseos. El ansia de volver a todo lo que había abandonado la llenaba de desasosiego. Al ver el cambio que en tan breves días se había operado en Harimohini, en sus ojos, en su rostro, en sus ademanes y en sus palabras, Anandamoyi quedó asombrada y llena de ansiedad por Sucharita. De tener la menor idea sobre la existencia de semejante peligro, no hubiera ido a buscar a la joven. Y ahora el problema era cómo evitarle aquel golpe.

Cuando Harimohini hizo alusión a Gora, Sucharita se levantó y salió de la estancia, silenciosa y cabizbaja.

—No temas, hermana —dijo Anandamoyi—. No sabía nada de esto. No insistiré. Pero tú no le digas nada. Ella ha sido educada de otro modo y si ahora tratas de reprimirla demasiado no podrá soportarlo.

—¿Crees que no lo sé? Ya tengo edad para darme cuenta de muchas cosas. Que diga ella si la he molestado alguna vez. Siempre ha hecho lo que ha querido, y jamás le he dicho ni media palabra. Lo único que pido a Dios es que le conserve la vida. ¡Ay, pobre de mí! No duermo pensando que pueda ocurrirle algo.

Cuando Anandamoyi iba a salir de la casa, Sucharita fue a su encuentro y le hizo sus pronams. Anandamoyi le puso afectuosamente la mano en la cabeza y le dijo:

—No te preocupes, hija. Vendré a contártelo todo. Con la ayuda de Dios, todo saldrá bien.

Sucharita no contestó.

A la mañana siguiente, muy temprano, Anandamoyi y su criada, Lachmiya, fueron a limpiar la nueva casa. Acababan de inundar el suelo cuando apareció Sucharita. Anandamoyi arrojó la escoba y estrechó a la muchacha contra su pecho. A continuación, con renovados bríos, reanudó las faenas de limpieza.

Paresh Babu había entregado a Sucharita dinero suficiente para comprar todo lo necesario, y la muchacha, ayudada por Anandamoyi, empezó a confeccionar la lista.

Al poco rato, llegó el propio Paresh Babu, acompañado de Lolita, que no pudo permanecer en su casa ni un minuto más, pues nadie tenía el valor de dirigirle la palabra, y aquel silencio la mortificaba. Cuando, para colmo de males, empezaron a acudir a la casa las amigas de Bordashundari a expresar su condolencia, Paresh Babu creyó llegado el momento de sacar de allí a la muchacha. Al despedirse, Lolita fue a coger polvo de los pies de su madre. Cuando salió de la habitación, Bordashundari continuó sentada, con el rostro vuelto hacia otro lado y los ojos llenos de lágrimas. Labonya y Lila se sentían interiormente muy excitadas por el matrimonio de Lolita y hubieran aprovechado cualquier pretexto para asistir a la boda, pero cuando su hermana fue a despedirse de ellas, recordaron sus deberes para con el Brahmo Samaj y adoptaron una actitud de gran solemnidad. En la puerta, Lolita vio a Sudhir, pero éste tenía detrás a un grupo de personas mayores, por lo que la muchacha no pudo cambiar ni una palabra con él. Al subir al coche, encontró un paquete en un rincón. Contenía un vaso de plata en el que se leía: «Que Dios bendiga a la feliz pareja», y una tarjeta con la inicial de Sudhir. Lolita estaba firmemente decidida a no llorar aquel día, pero al recibir aquella única muestra de afecto, no pudo reprimir el llanto. También Paresh Babu se enjugó los ojos.

—¡Pasa, pasa, querida! —gritó Anandamoyi tornando a Lolita por la mano, como si hubiera estado esperándola.

—Lolita ha salido de nuestra casa para siempre —dijo Paresh Babu a Sucharita, que había salido a recibirle; su voz era temblorosa.

—Aquí no ha de faltarle cariño, padre —respondió la muchacha cogiéndole una mano.

Cuando Paresh Babu iba a marcharse, Anandamoyi, echándose el sari por la cabeza, salió al encuentro del anciano y le saludó con una inclinación. Paresh Babu correspondió a su saludo, aunque algo turbado.

—No abrigues ninguna inquietud por Lolita —dijo ella con firmeza—. Nunca sufrirá ningún daño al lado de aquél a quien tú la confías. Por fin, Dios me da lo que tanto le pedí. Ya tengo una hija. Hacía tiempo que esperaba hallar en la que fuera la esposa de Binoy lo que tanto necesitaba. ¡Doy gracias a Dios por haberme concedido una hija así!

Ésta era la primera vez que Paresh Babu recibía algún consuelo desde que se empezó a hablar de la boda de Lolita. Por fin, encontró reposo su corazón.