CAPÍTULO LXVII

Comprendiendo que en sus relaciones con Sucharita se engañó a sí mismo, Gora decidió ser más prudente. Se dijo que si se había desviado de su camino era porque olvidó sus obligaciones para con la sociedad, a causa de aquella poderosa fascinación.

Cuando terminó sus oraciones de la mañana, entró en su estudio y vio que Paresh Babu le estaba aguardando. Gora sintió una profunda alegría, pues sus relaciones con Paresh Babu eran especialmente íntimas. Cuando Gora le hubo saludado, Paresh Babu dijo:

—Estarás ya enterado de que Binoy se casa.

—Sí.

—Y de que no quiere que la ceremonia se celebre según los ritos brahmo.

—En tal caso, el matrimonio no debería tener lugar.

—No es necesario que discutamos eso —dijo Paresh Babu echándose a reír—. Ninguno de los miembros de nuestra comunidad asistirá a la boda, como tampoco los parientes de Binoy. De la parte de mi hija no habrá nadie más que yo, y supongo que tú serás el único que acompañará a Binoy. Por eso vengo a consultar contigo.

—¿De qué sirve consultar conmigo? —preguntó Gora sacudiendo la cabeza—. Yo me desentiendo del asunto.

—¿Que te desentiendes? —preguntó Paresh Babu asombrado.

Gora se quedó un momento avergonzado al observar el asombro de Paresh Babu, pero precisamente porque se sentía avergonzado dijo con redoblada firmeza:

—¿Cómo quieres que yo me mezcle en ello?

—Sé que eres amigo suyo, y es en estos momentos cuando más falta hace un amigo, ¿no crees?

—Soy su amigo, sí; pero no es éste el único lazo que tengo en el mundo, ni tampoco el más importante.

—Gora, ¿crees que en la conducta de Binoy hay algo malo o irreligioso?

—La religión tiene dos aspectos, el eterno y el terrenal. Cuando la religión se nos revela por medio de las leyes de la sociedad, es imposible faltar a ella sin ocasionar la ruina de la sociedad.

—Existen innumerables leyes. ¿Das por descontado que todas y cada una de ellas nos revelan la religión?

Con estas palabras, Paresh Babu pulsó una cuerda muy sensible del espíritu de Gora, y éste rompió a hablar sin reservas. En resumen, dijo que si no nos sometemos plenamente a la sociedad acatando sus leyes sin ningún reparo, obstaculizamos el cumplimiento de la verdadera misión de la sociedad; misión oculta, que no todos tienen el poder de comprender claramente. Para eso se necesita que una fuerza, aparte de nuestro entendimiento, nos empuje a demostrar nuestro respeto por la sociedad.

Paresh Babu le escuchó con atención hasta el final y cuando Gora, algo avergonzado por su osadía, se detuvo, le dijo:

—En conjunto, estoy de acuerdo contigo. Es cierto que en cada sociedad Dios se ha propuesto realizar una misión y que esta misión no suele estar muy clara para todos. Pero el deber del hombre consiste en tratar de comprenderla claramente, y no obedecer a ciegas una serie de preceptos, como si fuera tan insensible como la rama de un árbol.

—Pero si ante todo obedecemos plenamente a la sociedad entonces comprenderemos su verdadero fin. Si nos limitamos a pelear con ella no sólo entorpecemos su labor sino que nos quedamos sin conocerla.

—La verdad sólo puede probarse con obstáculos y oposición —objetó Paresh Babu—. No es cierto que haya sido descubierta para siempre por un grupo de sabios de la antigüedad; la verdad debe descubrirse en cada época mediante golpes y lucha. De todos modos, no es mi propósito iniciar una discusión sobre el tema. Yo respeto la libertad del individuo, pues con los golpes que descarga esa libertad podemos descubrir dónde se halla la verdad eterna y dónde la fantasía efímera. La salud de la sociedad depende de este descubrimiento.

Dichas estas palabras, Paresh Babu y Gora se pusieron en pie y el anciano prosiguió:

—Por respeto hacia el Brahmo Samaj, pensé en mantenerme alejado de la ceremonia y que tú, por ser amigo de Binoy, podrías ocuparte de todo. En circunstancias como éstas, los amigos tienen sobre los parientes la ventaja de que no han de luchar con la oposición de la comunidad. Pero si también tú crees que es tu deber apartarte de Binoy, yo tendré que asumir toda la responsabilidad y disponer la ceremonia solo.

Gora, cuando oyó la palabra «solo», no sabía lo solo que en realidad se encontraba Paresh Babu. Bordashundari estaba contra él, sus propias hijas no le ocultaban su descontento y, por temor a suscitar la desaprobación de Harimohini, ni siquiera quiso pedir ayuda a Sucharita. También todos los miembros del Samaj le eran hostiles y, en cuanto al tío de Binoy, Paresh Babu recibió de él dos cartas concebidas en los más ofensivos términos, en las que, entre otras cosas, le llamaba raptor de la juventud, hipócrita y mal consejero.

Al salir Paresh Babu se cruzó en la puerta con Abinash y dos o tres miembros del partido de Gora, que empezaron a hacer burla al anciano.

Gora, volviéndose hacia ellos, les gritó, indignado:

—Si no tenéis la facultad de sentir respeto por un hombre digno de todo honor, podríais por lo menos reprimir la vileza de burlaros de él.

Gora se hallaba nuevamente sumido en los asuntos de su partido, como lo estuviera antes. Pero, ¡qué desagradables los encontraba ahora! Todo le parecía insípido e insignificante. Era imposible llamar a aquello «trabajo»; carecía de vida. Dar conferencias, escribir artículos y organizar reuniones no era verdadero trabajo; al contrario, era el modo de acentuar la imposibilidad de trabajar. Nunca hasta entonces sintió Gora la futilidad de sus esfuerzos. Nada de aquello le atraía ya; él buscaba el auténtico canal por el que su vida, trémula y estremecida por aquella fuerza que acababa de adquirir, pudiese discurrir libremente.

Entretanto, se estaban realizando los preparativos para la ceremonia penitencial, y esto era lo único que conseguía despertar en Gora cierto entusiasmo. En aquella ceremonia él quedaría limpio no sólo de la inmundicia de la cárcel sino de toda otra mancha. Sería como si tomara un nuevo cuerpo para después de este segundo nacimiento. Se obtuvo una dispensa para la penitencia, se fijó la fecha, se hacían los preparativos para enviar invitaciones a famosos pandits de Oriente y Occidente, los más ricos del grupo aportaron dinero para los gastos y todos tenían la impresión de que, al fin, se iba a realizar en un país una obra verdaderamente grande. Abinash hizo en secreto algunas consultas con miembros de su grupo en torno a la posibilidad de que, en el momento de hacer las ofrendas de flores, pasta de sándalo, granos de arroz y hierbas sagradas, los pandits concedieran a Gora el título de «Luz de la Religión Hindú».

Varias slokas sánscritas serían impresas en letras de oro sobre un pergamino firmado por todos los pandits brahmanes que sería entregado a Gora en una caja de sándalo. También se le regalaría una lujosa edición de la obra de Max Müller sobre el Rig Veda, encuadernada en riquísimo cuero marroquí. El más anciano y más noble de los invitados haría la ofrenda. Así quedaría bellamente expresado el aprecio que todos profesaban a Gora, el hombre que tanto hacía por preservar las antiguas formas de la religión védica, a pesar de la postración en que había caído el hinduismo.

De este modo, sin que Gora se enterase, sus amigos conspiraban para hacer que la ceremonia resultara agradable y fructífera para todos.