—¿Por qué no cenaste anoche, Radharani? —preguntó Harimohini.
—¿Qué dices? ¡Pero si cené! —exclamó Sucharita, sorprendida.
—¿Qué es lo que cenaste? ¡Ahí está todo, intacto! —dijo Harimohini señalando las fuentes, aún sin destapar.
Entonces Sucharita se dio cuenta de su olvido.
—¡Esto no puede ser! —continuó Harimohini con voz áspera—. Estoy segura de que a Paresh Babu no le gustaría que llegaras a esos extremos. Su sola presencia infunde paz. ¿Qué crees que diría si se enterase de tus actuales inclinaciones?
Lo que Harimohini quería decir estaba claro, y por un momento Sucharita sintió que su ánimo se encogía. Nunca pensó que sus relaciones con Gora pudieran ser motivo de escándalo y aquella insinuación de Harimohini le hizo sentir miedo. Pero al momento dejó lo que estaba haciendo, se sentó y miró a Harimohini, decidida. Se dijo que ante nadie se avergonzaría nunca de sus relaciones con el muchacho.
—Como ya sabes, tía, anoche estuvo aquí Gourmohan Babu. El tema de nuestra conversación se adueñó hasta tal punto de mi mente que olvidé por completo venir a cenar. Si hubieras estado presente, habrías escuchado cosas muy interesantes.
Pero la conversación de Gora no era precisamente lo que Harimohini deseaba escuchar. Ella estaba ansiosa de oír palabras de piedad, y cuando Gora hablaba de las cosas de la fe, sus palabras no sonaban del todo sinceras. Gora parecía estar siempre frente a un adversario. Luchaba con los que no pensaban como él hasta obligarles a aceptar sus ideas, pero ¿y los que tenían idénticas opiniones? La vehemencia que Gora ponía en sus discusiones la dejaba impasible. Si los del Brahmo Samaj preferían seguir sus propias opiniones y no mezclarse con la comunidad hindú, a ella le tenía sin cuidado, mientras nadie la separase de aquellos a quienes quería. Por lo tanto, no encontraba ningún placer en la conversación de Gora, y cuando advirtió que Sucharita se dejaba influenciar por sus palabras, le resultó francamente desagradable. En cuestiones monetarias Sucharita era completamente independiente, y en sus opiniones, creencias y conducta gozaba de absoluta libertad, por lo que Harimohini no podía ejercer sobre ella ninguna autoridad. Y, no obstante, como era su único consuelo para la vejez, Harimohini se sentía muy intranquila si alguien que no fuera Paresh Babu intentaba influenciar a la muchacha. Harimohini estaba convencida de que Gora era un rematado hipócrita que se había propuesto atraer a Sucharita con cualquier pretexto. Sospechaba, además, que el verdadero objetivo de Gora era apropiarse de los bienes de Sucharita. Así, pues, viendo en Gora a su peor enemigo, Harimohini se impuso la tarea de llevarle la contraria en todo.
No se había hablado de que Gora volviera aquella mañana ni existía motivo especial para su visita; pero no era propio de él andarse con vacilaciones. Al imponerse una tarea jamás pensaba en las consecuencias, sino que seguía adelante, decidido como una flecha.
A primera hora de la mañana, cuando Gora llegó a la casa, Harimohini estaba entregada a sus devociones y Sucharita poniendo en orden sus libros y papeles. Cuando Satish entró a anunciarle la visita de Gora, la muchacha no se sorprendió.
—Al fin, Binoy nos ha abandonado —dijo Gora cuando se hubo sentado.
—¿Por qué? —preguntó Sucharita—. ¿Por qué había de abandonarnos? ¡Si no ha entrado en el Brahmo Samaj!
—En el Brahmo Samaj estaría más cerca de nosotros de lo que está ahora. Es ese empeño suyo en mantenerse dentro de la sociedad hindú lo que más daño hace. Hubiera hecho mejor apartándose por completo de nuestra comunidad.
—¿Por qué das tanta importancia a la sociedad? —preguntó Sucharita, muy apenada—. ¿Es para ti natural depositar implícitamente tanta fe en ella? ¿O tienes que esforzarte?
—Para mí es perfectamente natural esforzarme para dar importancia a la sociedad, en estas circunstancias. Cuando el suelo empieza a temblar bajo tus pies, cada paso que das te cuesta un esfuerzo mayor. Ahora que la oposición ataca por todas partes, es natural que exageremos en lo que decimos y en lo que hacemos; natural y lógico.
—¿Por qué crees que la oposición que encontráis en todas partes es mala e innecesaria? Si la sociedad levanta obstáculos en el camino del progreso, es natural que deba recibir algún que otro golpe.
—El progreso es como las olas del mar. Las olas destruyen la orilla, pero no creo que el principal deber de la orilla sea aguantar los embates de las olas. No imagines que nunca me detenga a considerar lo que es bueno y lo que es malo para la sociedad. En realidad, hoy en día eso lo puede hacer hasta un muchacho de dieciséis años. Es muy sencillo. Pero lo difícil es ver las cosas en conjunto, a la luz de la fe.
—¿Es tan sólo la verdad lo que obtenemos con la fe? La fe también nos hace a veces errar el juicio. Dime una cosa, ¿podemos tener fe en la idolatría? ¿Crees tú en esto como en algo verdadero?
—Voy a tratar de explicarte mi actitud —dijo Gora, después de una pausa—. En un principio, aceptaba todas estas cosas como verdaderas. No me precipité a atacarlas simplemente porque fueran contrarias a las costumbres europeas o porque fuera sencillísimo encontrar argumentos para combatirlas. En materia religiosa no he llegado muy lejos; no obstante, no estoy dispuesto a cerrar los ojos y decir de carretilla, como si fuera un tema aprendido de memoria, que la adoración de las formas es lo mismo que la idolatría, o que el culto que se tributa a las imágenes es el objetivo principal de las devociones. Existe un lugar para la fantasía en el arte, en la literatura e incluso en las ciencias y en la historia, ¿por qué no ha de haberlo en la religión? La religión nos revela lo perfectas que son las facultades del hombre, ¿vas a decirme que los intentos que se hacen en la India para armonizar la fantasía con el saber y la devoción en el culto a los ídolos no revelan a la humanidad una verdad mucho más grande que la de cualquier otro país?
—También en Grecia y en Roma se adoraba a los ídolos —apuntó Sucharita.
—En el culto de aquellas naciones existía un espíritu más estético que religioso: mientras que para nosotros la imaginación está íntimamente ligada con nuestra filosofía y nuestra fe. Krishna, Radha, Shiva y Durga no son simplemente objetos de fervor histórico, sino formas de la antigua filosofía de nuestra raza. Por consiguiente, la devoción de nuestro Ramprashad y nuestro Chaitanyadev se manifestó con la ayuda de todas esas imágenes. ¿En qué momento de la historia de Grecia o de Roma se reveló semejante cosa?
—¿Te niegas a admitir que, igual que cambian las épocas, pueden cambiar también la religión y la sociedad?
—¿Por qué había de negarme? Pero esos cambios no deben ser disparatados. El niño va creciendo hasta hacerse hombre, pero el hombre no se convierte de pronto en gato o en perro. Yo quiero que los cambios entren en la India por el camino del desarrollo natural; pues si de pronto pretendes hacerla marchar por el camino de Inglaterra, todo lo que conseguirás será un tremendo fracaso. Yo sacrifico mi vida para demostraros a todos vosotros que la fuerza y la grandeza de nuestra nación se encuentra en la nación misma. ¿Lo has comprendido?
—Sí; lo he comprendido. Pero todo cuanto me dices es nuevo para mí. Hasta conocerte nunca se me ocurrió pensar en esto. Igual que para habituarnos a otro ambiente necesitamos algún tiempo, así también me ocurre a mí ahora. Supongo que, por ser mujer, no tengo el entendimiento muy despierto.
—¡Eso nunca! He hablado de estas cosas con muchos hombres durante bastante tiempo. A ellos no les cabe duda que han captado la idea perfectamente, pero yo puedo asegurarte que ni uno ha sabido ver lo que has visto tú. Al conocerte, advertí en seguida que tenías un discernimiento excepcional. He aquí por lo que he venido a verte tantas veces y he hablado contigo sin reservas. No he vacilado ni un instante en exponerte todas las esperanzas de mi vida.
—Cuando te oigo hablar así me siento incómoda, pues no acierto a comprender qué es lo que esperas de mí, qué es lo que yo puedo dar, en qué consiste mi trabajo y de qué modo puedo expresar los sentimientos que acuden en tropel. Lo único que temo es que algún día te des cuenta del error que cometiste al creer en la pobre muchacha.
—¡No puede existir ningún error! —exclamó Gora con voz de trueno—. Yo te mostraré la tremenda fuerza que hay en ti. No tengas cuidado. La tarea de demostrar tu valía, me incumbe. Lo único que has de hacer es tenerme confianza.
Sucharita no contestó, pero incluso en su silencio se advirtió que estaba dispuesta a confiar plenamente en él. Gora también permaneció callado, y durante un buen rato no se produjo el menor ruido en la habitación. Fuera, se oyó la voz de un vendedor ambulante y el tintineo de las vasijas de cobre que constituían su mercancía; poco a poco, el hombre se alejó.
Harimohini, terminadas sus devociones matutinas, se dirigía a la cocina, cuando, al pasar por delante de la habitación de Sucharita vio con asombro que su sobrina y Gora estaban allí juntos y sin hablar. Harimohini sintió un intenso furor pero, controlándose lo mejor que pudo, se dirigió hacia la puerta y llamó:
—¡Radharani!
Cuando Sucharita se levantó y fue hacia ella, le dijo con voz melosa:
—Hoy es mi día de ayuno lunar y no me encuentro muy bien. Por favor, ve a la cocina y prepara el fogón mientras yo hago compañía a Gourmohan Babu.
Sucharita comprendió la intención de su tía y se marchó intranquila. Entretanto, Gora saludaba respetuosamente a Harimohini, que se sentó sin decir palabra. Permaneció algunos minutos con los labios apretados y al fin rompió el silencio para decir:
—Tú no eres brahmo, ¿verdad?
—No.
—¿Y respetas nuestra sociedad hindú?
—Desde luego.
—Entonces, ¿qué te propones con esa conducta? —preguntó Harimohini ásperamente.
Incapaz de imaginar a qué se refería, Gora permaneció callado, mirándola inquisitivamente.
—Radharani es una muchacha mayor —prosiguió Harimohini— y tú no eres pariente suyo, ¿por qué tienes, pues, que hablar tanto con ella? Es una mujer y ha de atender a los trabajos de la casa, ¿qué necesidad tiene de perder tanto tiempo chismorreando? Eso sólo servirá para desequilibrar su espíritu. Tú eres una persona inteligente; todo el mundo te alaba; pero ¿cuándo se ha permitido semejante conducta en nuestro país? ¿En qué escrituras encuentras sanción para tu proceder?
Gora quedó anonadado, pues nunca había llegado a imaginar que sus relaciones con Sucharita pudieran dar lugar a tales comentarios. Quedó unos momentos en silencio y luego explicó:
—Ella pertenece al Brahmo Samaj, y como siempre la vi hablar libremente con todo el mundo, no se me ocurrió pensar que hubiera indiscreción en mi proceder.
—Bueno, aunque ella pertenezca al Brahmo Samaj, sabes que esto no es recomendable. Con tus palabras has hecho abrir los ojos a muchísima gente, ¿cómo quieres que esa gente te respete viéndote obrar así? Anoche estuviste hablando con ella hasta muy tarde y, por lo visto, aún no has terminado, puesto que tienes que volver esta mañana. En todo el día, mi sobrina no se ha acercado a la despensa ni a la cocina y hasta se ha olvidado de prestarme su pequeña ayuda hoy, el undécimo día del mes. ¿Qué clase de enseñanzas son esas? En tu misma casa hay muchachas, ¿las obligas a ellas a dejar sus quehaceres para recibir instrucción? No; claro que no, y si alguien pretendiese hacerlo, ¿te parecería bien?
Gora, sin palabras para defenderse, se limitó a decir:
—En vista de la educación que ha recibido, no se me ocurrió considerar el caso bajo ese punto de vista.
—Dejemos aparte su educación. Mientras ella esté conmigo y mientras yo viva, no pienso tolerar semejante conducta. Ya he conseguido hacerla desandar una buena parte de camino. Cuando estaba en casa de Paresh Babu, la gente llegó a decir que se había convertido al hinduismo a causa de mi influencia. Después, cuando nos mudamos a esta casa, tuvo larguísimas conversaciones con Binoy y volvieron a desbaratarse las cosas. Por lo visto, él va a casarse con una muchacha brahmo. Bueno, que se case si quiere. Después de muchos sinsabores, he conseguido deshacerme de Binoy. Venía también cierto individuo llamado Haran Babu; cuando llegaba, yo me llevaba a Radharani al piso de arriba y la obligaba a quedarse conmigo, por lo que él nada pudo hacer. Así, a costa de enormes esfuerzos, parece que he conseguido hacerle adoptar opiniones más razonables. El día que vino a esta casa, incluso se sentó a comer con toda la familia, pero ahora ya se ha dejado de tonterías de esas. Ayer fue a la cocina a buscar su arroz y prohibió a la criada que le llevase el agua. Yo te suplico que no vuelvas a echarlo todo a perder. Aquéllos a los que yo más quise en el mundo están muertos, ella es todo lo que me queda. ¡Por favor, déjala! En casa de Paresh Babu hay otras muchachas. Están Labonya y Lilo. Las dos son inteligentes y educadas. Si tienes algo que decir, díselo a ellas. Nadie te lo impedirá.
Gora estaba mudo de espanto. Después de una pausa, Harimohini continuó:
—Mira, ella va a tener que casarse, pues es ya lo bastante mayor. ¿Crees que va a estar siempre soltera, como ahora? El trabajo doméstico es una necesidad para la mujer.
Por lo general, Gora estaba de acuerdo en este aspecto. Era también su opinión; pero nunca se le ocurrió aplicarla a Sucharita. Nunca se la imaginó como esposa de alguien, ocupada en trabajos domésticos. La veía siempre tal como era en aquel momento.
—¿Has pensado ya en el matrimonio de tu sobrina?
—Desde luego, hay que pensar en ello. Si no me ocupo yo, ¿quién lo hará?
—¿Podrá casarse con algún hindú?
—Lo intentaremos. Si no hay más estorbos y todo va bien, creo que podré arreglarlo perfectamente. En realidad, yo había ya tomado una decisión, pero como la veía en ese estado de ánimo, no tuve valor de dar ningún paso definitivo. Ahora que, desde hace dos días, la veo menos obstinada, vuelvo a tener esperanzas.
Gora comprendió que no debía hacer más preguntas, pero, incapaz de contenerse, inquirió:
—¿Has pensado ya en alguien en particular como posible marido?
—Sí; un hombre excelente. Se trata de Kailash, el menor de mis cuñados. Su esposa murió tiempo atrás y él está buscando una muchacha ya mayor. ¿Cómo, si no, iba a estar disponible un hombre así? Sería el marido ideal para Radharani.
Cuanto más se clavaba la espina, más preguntaba Gora acerca de este Kailash.
Al parecer, de todos los cuñados de Harimohini, Kailash era el mejor educado. Ello se debía exclusivamente a su propio esfuerzo, pero la mujer no sabía hasta dónde llegaban los conocimientos de su cuñado. De todos modos, su sabiduría era celebrada por toda la familia. Cuando se formuló una queja contra el jefe de la oficina de Correos del pueblo, fue Kailash quien escribió a la central, y su inglés era tan maravilloso que uno de los jefes del Servicio de Correos se trasladó al pueblo a investigar personalmente el caso. Todos los vecinos de la localidad quedaron asombrados. Y, no obstante su cultura, la devoción de Kailash y su respeto por la sociedad no habían menguado.
Cuando estuvo al corriente de la vida y milagros de Kailash, Gora se levantó, e, inclinándose ante Harimohini, salió de la habitación sin decir palabra. Al llegar a la planta baja, vio que Sucharita estaba cocinando en el extremo opuesto del zaguán. Al oír las pisadas de Gora, la muchacha fue hacia la puerta, pero él salió sin mirar a derecha ni a izquierda. Sucharita lanzó un profundo suspiro y volvió a su trabajo.
Cuando iba a salir a la calle principal, Gora se tropezó con Haran Babu el cual, después de soltar una breve carcajada, observó:
—¡Tan pronto!
Gora no respondió, pero Haran Babu dijo:
—Supongo que vienes de la casa. ¿Está Sucharita?
—Sí.
Y se alejó a toda prisa.
Nada más entrar, Haran Babu descubrió a Sucharita en la cocina. La muchacha no podía escapar, y su tía no estaba allí.
—Acabo de ver a Gourmohan Babu. Supongo que habrá estado aquí hasta ahora mismo.
Sucharita no contestó. Se concentró en sus pucheros y sartenes. Parecía tan absorta en su trabajo que se hubiera dicho que no le quedaba tiempo ni de respirar. Pero Haran Babu no era de los que se desanimaban fácilmente. Desde el mismo zaguán, delante de la puerta de la cocina, inició la charla, a pesar de que Harimohini tosió desde al escalera un par de veces para hacer notar su presencia ante Haran Babu; pero estaba segura de que si se dejaba ver de él, aunque sólo fuera una vez, ni Sucharita ni ella podrían librarse de aquel perseverante pretendiente. De modo que cuando veía en la casa la sombra de Haran Babu, Harimohini tomaba más precauciones que una recién casada.
—Sucharita —dijo él—, ¿te das cuenta de lo que estás haciendo? ¿Adónde piensas llegar? Sabías ya que Lolita se casa con Binoy según los ritos hindúes. ¿Quién es responsable de esto?
Al no recibir respuesta a su pregunta, Haran Babu bajó la voz y dijo solemnemente:
—¡Tú eres responsable!
Haran Babu creyó que Sucharita no podría soportar la acusación, pero al ver que la muchacha seguía con su trabajo, como si tal cosa, Haran asumió un tono más solemne aún y, agitando un dedo en ademán acusador continuó:
—¡Sucharita, repito que tú eres responsable! ¿Puedes decirme, poniendo tu mano derecha sobre el corazón, si esto no te hace culpable ante todo el Brahmo Samaj?
Por toda respuesta, Sucharita puso la sartén al fuego; el aceite empezó a chisporrotear estrepitosamente, Haran Babu continuó:
—Tú fuiste quien llevó a Binoy Babu y a Gourmohan Babu a aquella casa y hasta tal punto les animaste con tu actitud que ahora son a tus ojos más importantes que tus más honorables amigos del Brahmo Samaj. ¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¡Y no dirás que no te advertí que fueras prudente, desde el principio! ¿Cuál ha sido el resultado? ¿Quién podrá ahora detener a Lolita? ¡Y no creas que el peligro acaba en ella! Hoy te arrepientes, sin duda, de la desgracia que aflige a Lolita, pero no está muy lejano el día en que no vas a poder siquiera arrepentirte de tu propia caída. Sucharita, aún estás a tiempo de volver atrás. Piensa por un momento en las esperanzas que antaño nos unieron. ¡Cómo brillaba ante nosotros la luz de nuestro deber! ¡Cómo nos invitaba el futuro del Brahmo Samaj a trabajar por él! ¡Qué propósitos los nuestros, y cómo, día tras día, hacíamos acopio de fuerzas para el viaje de la vida! ¿Crees que todo esto se destruye fácilmente? ¡Jamás! El campo de nuestras esperanzas sigue aguardando. ¡Mira hacia atrás aunque sólo sea una vez! ¡Vuelve!
En este momento, las distintas clases de verduras que estaban en la sartén empezaron a chisporrotear, y Sucharita las removió con la espátula. En vista de que Haran Babu guardaba silencio, esperando ver los efectos de su llamada al arrepentimiento, Sucharita retiró la sartén del fuego, se volvió hacia Haran Babu y dijo con voz firme:
—¡Soy hindú!
—¿Que eres hindú? —exclamó Haran Babu, completamente desconcertado.
—Sí; soy hindú —repitió Sucharita.
Y volviendo a colocar la sartén en el fuego, empezó a remover nuevamente las verduras con mucho brío.
—Supongo que Gourmohan Babu habrá estado instruyéndote mañana y tarde, ¿no es verdad? —exclamó Haran Babu con voz áspera cuando se hubo recobrado de la impresión.
—Sí —dijo Sucharita sin volverse—, él me ha enseñado. ¡Es mi guru!
Hasta aquel momento, Haran Babu se consideró el guru de Sucharita. Si ella le hubiera dicho que estaba enamorada de Gora, la noticia no le habría dolido tanto; pero oír de labios de Sucharita que Gora le había suplantado le hizo el efecto de un latigazo.
—Por muy influyente que sea tu guru, ¿imaginas que la sociedad hindú querrá aceptarte? —preguntó con desdén.
—No lo sé. No comprendo a lo que tú te refieres al hablar de sociedad. ¡Lo que sé es que soy hindú!
—¿Te das cuenta de que el solo hecho de haber permanecido soltera tanto tiempo es suficiente para excluirte de la sociedad hindú?
—No te preocupes por eso. Lo cierto es que soy hindú.
—Has renegado de las enseñanzas religiosas que recibiste de Paresh Babu para postrarte a los pies de tu nuevo guru, ¿verdad?
—El Señor de mi alma sabe cuál es mi religión, y no deseo hablar de ella con nadie. Pero puedes estar seguro de una cosa: ¡Soy hindú!
—¡Bien! —exclamó Haran Babu con impaciencia—. Deja que te diga que por muy hindú que te consideres no vas a poder sacar ningún provecho de tu nueva religión. Tu Gourmohan Babu no es como Binoy; de modo que no podrás atraparle, aunque sigas gritando que eres hindú hasta quedar ronca. Para él es fácil asumir el papel de guru y tomarte como discípula; ¡pero no sueñes siquiera que esté dispuesto a llevarte a su casa y hacerte su compañera!
Olvidando sus guisos, Sucharita giró sobre sus talones con la velocidad del rayo y exclamó:
—¿Qué estás diciendo?
—Que Gourmohan Babu nunca se casará contigo.
—¿Casarse conmigo? —Los ojos de Sucharita brillaban de un modo peligroso—. ¿No te he dicho que es mi guru?
—Sí; lo has dicho. Pero también sé comprender lo que no dices.
—¡Sal de esta casa! No permito que me insultes. ¡De una vez para siempre te diré que nunca más apareceré ante ti!
—¡Aparecer ante mí! —dijo él despectivamente—. Te has convertido en una dama zenara. ¡La perfecta dama hindú! «¡Invisible hasta para el sol!» ¡Así recoge Paresh Babu el fruto de su pecado! Que se recree en su vejez con el resultado de sus obras. Me despido de todos vosotros.
Sucharita cerró violentamente la puerta de la cocina y arrojándose al suelo trató de ahogar el sonido de sus sollozos, mientras Haran Babu salía de la casa con el rostro ensombrecido por la cólera.
Harimohini escuchó hasta la última palabra de la conversación, lo que oyó de labios de Sucharita rebasaba sus más ambiciosas esperanzas. Con el corazón henchido de gozo exclamó para sí: «¿Por qué no ha de poder ser? ¿Es que mi dios iba a desoír mis devotas súplicas?» Al momento, se fue a su oratorio y postrándose ante su ídolo cuan larga era, prometió aumentar la cuantía de sus ofrendas. Su oración que, durante muchos días, mientras se sintió afligida por el dolor, fue sumisa y tranquila, ahora, al ver que iba a lograr su deseo egoísta, se volvió ansiosa, acuciante y voraz.