Paresh Babu estaba en el mirador de su gabinete. Pocos momentos antes había terminado su meditación de la tarde. El sol estaba a punto de ocultarse cuando se acercó Binoy, acompañado de Lolita, y se inclinó ante Paresh Babu para coger el polvo de sus pies.
Paresh Babu se sorprendió al ver llegar a él a los dos jóvenes. Como en el mirador no había más silla que la suya, les dijo:
—Venid. Entremos en mi aposento.
—No —respondió Binoy—. No te levantes.
Y se sentó en el suelo. Lolita hizo lo mismo, a los pies de Paresh Babu.
—Hemos venido a pedirte que nos bendigas —dijo Binoy—. Ésa será nuestra verdadera iniciación.
Paresh Babu le miró sorprendido y Binoy continuó:
—No pienso formular votos que me liguen a sociedad alguna. Tu bendición es lo único que necesitamos para unir nuestras vidas con lazos de verdadera humildad. Con recogimiento nos postramos a tus pies y que Dios nos conceda lo que más nos convenga a través de tus manos.
—Entonces, Binoy, ¿no piensas hacerte brahmo? —preguntó Paresh Babu, después de unos momentos de silencio.
—No.
—¿Deseas permanecer en la comunidad hindú?
—Sí.
Paresh Babu miró a Lolita. Ella adivinó sus pensamientos.
—Padre, la que hoy es mi religión siempre seguirá siéndolo. Quizá me cause sinsabores y disgustos, pero no puedo creer que ella me ordene apartarme de los que profesan distintas creencias.
Al ver que el anciano callaba, la muchacha dijo:
—Yo creía que el Brahmo Samaj era lo único bueno del mundo, que todo lo demás era una sombra, que separarme de él sería separarme de la verdad. Pero últimamente estas ideas se han desvanecido por completo.
Paresh Babu sonrió tristemente. Lolita prosiguió:
—No sabría explicarte el cambio que se ha operado en mí. Me he dado cuenta de que en el Brahmo Samaj hay mucha gente con la que no puedo sentirme en armonía, a pesar de que nuestra religión es la misma, y no creo que tenga sentido decir que los que conmigo se han acogido a la protección de una comunidad llamada Brahmo son hermanos míos y que el resto del mundo debe serme completamente ajeno.
Dando a su rebelde hija una cariñosa palmada en la espalda, Paresh Babu dijo:
—Cuando nos sentimos excitados por alguna cuestión personal, ¿podemos juzgar las cosas imparcialmente? Existe en el mundo una continuidad entre las generaciones pretéritas y las venideras cuya preservación incumbe a la sociedad. Esto es una realidad. ¿No has pensado que es tu sociedad la que debe responder del lejano futuro de vuestros descendientes?
—Existe también la sociedad hindú —intervino Binoy.
—¿Y si la sociedad hindú se niega a hacerse responsable de vosotros? —preguntó Paresh Babu.
—Tendremos que obligarla a aceptar esa responsabilidad —contestó Binoy, recordando las palabras de Anandamoyi—. La sociedad hindú siempre acogió en su seno a las nuevas sectas, y podría convertirse en la sociedad de todas las comunidades religiosas.
—Lo que en teoría parece una cosa se convierte en algo muy distinto cuando hay que pasar a la acción. De lo contrario, ¿se arriesgaría alguien a abandonar voluntariamente su sociedad? Si empiezas a honrar a una que desea mantener el sentido religioso del hombre ligado a un determinado lugar por las cadenas de costumbres externas, toda vuestra vida no seréis más que simples muñecos de madera.
—Si la sociedad hindú es tan estrecha —contestó Binoy—, entonces hemos de imponernos la tarea de hacerla rectificar. Nadie deseará reducir a escombros una buena casa para tener más luz y más aire, cuando bastaría con ensanchar puertas y ventanas.
—¡Padre! —terció Lolita—. Yo no entiendo todos esos argumentos. Personalmente, nunca me impuse la tarea de perfeccionar ninguna sociedad. Pero por todas partes me hiere la injusticia y ya no puedo ni respirar. No hay razón por la que tenga que soportar todos esos golpes sin protestar. No sé con exactitud lo que debería hacer y lo que no debería hacer; lo único que sé es que no puedo más.
—¿No sería lo más prudente reflexionar un poco? —preguntó Paresh Babu con suavidad—. Ahora vuestro espíritu está conmocionado.
—No tengo inconveniente en esperar —contestó Lolita—, pero temo que la injusticia y la mentira no vayan sino en aumento, y me da miedo que la desesperación me empuje a obrar irreflexivamente. Padre, no creas que no lo he pensado bien. Veo claramente, después de mucho meditar, que las enseñanzas e impresiones que he recibido hasta ahora pueden ser para mí causa de sufrimiento y vergüenza fuera del Brahmo Samaj; pero no siento ninguna duda en mi interior; al contrario, me noto más fuerte y más confiada. Lo único que me preocupa, padre, es hacer algo que pueda ocasionarte dolor.
Y Lolita puso suavemente sus manos sobre los pies de Paresh Babu.
—Madrecita —dijo Paresh Babu con una leve sonrisa—, si yo confiara tan sólo en mi propia inteligencia, tendría que lamentar todo lo que fuera contrario a mis deseos y opiniones. No te diré que ese disgusto que estás pasando sea del todo malo para ti. También yo salí un día de mi casa con gesto rebelde, sin detenerme a pensar si lo que hacía era conveniente o no. Por los continuos embates que, de uno y otro lado, conmueven hoy a la sociedad, es fácil deducir que Dios está realizando su obra. ¿Cómo voy yo a saber lo que Él piensa obtener con esta labor purificadora? ¿Qué representa para Él el Brahmo Samaj o la sociedad hindú? Él sólo ve al Hombre.
Durante unos momentos dejó de hablar y cerró los ojos con recogimiento.
—Mira, Binoy —continuó—, el sistema social de nuestro país está estrechamente vinculado con las opiniones religiosas; por lo tanto, todas nuestras prácticas religiosas tienen alguna relación con nuestras reglas sociales. Sin duda comprenderás que no te será posible introducir en el círculo de tu sociedad a los que no comulgan con tus opiniones religiosas.
Lolita no acababa de comprender el razonamiento, pues nunca observó las diferencias que existían entre su sociedad y las demás. Creía que no eran demasiado grandes. Del mismo modo que la discrepancia entre su familia y Binoy era prácticamente nula, también lo sería entre las respectivas sociedades. Ni siquiera imaginaba que existiera algún obstáculo para que la ceremonia se celebrara según los ritos hindúes.
—¿Quieres decir que en nuestra boda tendremos que adorar a un ídolo? —preguntó Binoy.
—Sí —respondió Paresh Babu dirigiendo a Lolita una rápida mirada—. ¿Podría Lolita avenirse a ello?
Binoy se volvió hacia Lolita y vio por su expresión que la idea le repugnaba.
Lolita se había dejado arrastrar por sus sentimientos hasta unos parajes desconocidos, llenos de peligros. Al advertirlo, Binoy sintió una profunda ternura y comprendió que, para salvarla, tendría que soportar él todos los golpes. Le resultaba intolerable que las flechas de la muerte hicieran blanco en aquel indomable espíritu de victoria. Pero Binoy, no sólo le daría el triunfo sino que la salvaría.
Lolita reflexionó unos instantes, con la cabeza inclinada, y luego, volviendo sus dulces ojos hacia Binoy, preguntó:
—¿Crees firmemente en los ídolos? ¿Con todas tus fuerzas?
—No —respondió Binoy sin dudarlo ni un segundo—. Para mí, el ídolo no es ningún dios; es, simplemente, un símbolo de mi sociedad.
—¿Y tienes que reconocer exteriormente como a un dios lo que en tu interior consideras sólo un símbolo?
—Suprimiremos el ídolo en la ceremonia —dijo Binoy mirando a Paresh Babu.
—Binoy —dijo Paresh Babu levantándose de su silla—, no lo has pensado bien. No es sólo tu opinión lo que cuenta, ni la de nadie. El matrimonio no es un asunto personal, sino un contrato social. No lo olvides. Reflexiona con calma durante unos cuantos días. No quieras decidir apresuradamente.
Y Paresh Babu salió al jardín y comenzó a pasear.
Lolita iba también a marcharse; pero, de pronto, se volvió hacia Binoy y le dijo:
—Si nuestro deseo no es malo, no hay motivo para que retrocedamos cabizbajos y avergonzados. Simplemente no concuerda con los preceptos de la sociedad. ¿Es que la sociedad acoge sólo la mentira y cierra sus puertas a la verdad?
Binoy se acercó lentamente a Lolita y, colocándose delante de ella, dijo:
—No temo a ninguna sociedad, y si tú y yo nos unimos al amparo de nuestros sentimientos, ¿dónde encontraremos una sociedad mejor?
En aquel momento, apareció Bordashundari hecha una furia y, encarándose con la pareja, exclamó:
—Binoy, me han dicho que te niegas a ingresar en el Brahmo Samaj. ¿Es verdad?
—Buscaré un buen preceptor espiritual para que me guíe; no una sociedad —contestó Binoy.
—¿Qué significan estos embustes y estas maquinaciones? Dime qué persigues engañándonos a mí y a los miembros del Samaj. ¿Es que no te das cuenta de que esto es la ruina para Lolita?
—No todos los miembros del Samaj aprueban el ingreso de Binoy Babu —interrumpió Lolita—. ¿No has leído los periódicos? ¿Qué falta hace que ingrese?
—¿Cómo, si no, va a celebrarse el matrimonio?
—¿Y quién lo impide? —preguntó Lolita.
—¿Vas a casarte según los ritos hindúes?
—Puede hacerse —contestó Binoy—. Yo venceré todos los obstáculos que pueda haber.
Bordashundari quedó estupefacta unos instantes; luego, dijo ásperamente:
—¡Binoy, márchate! ¡Sal de esta casa y no vuelvas nunca más!