A la tarde siguiente, cuando Sucharita se disponía a ir a casa de Paresh Babu, entró la criada a anunciarle la visita de un caballero.
—¿Qué caballero? —preguntó Sucharita—. ¿Es Binoy Babu?
La criada respondió que no era Binoy Babu, sino un caballero de rostro blanco. Al oír esto, Sucharita tuvo un sobresalto y dijo a la sirvienta que le hiciera subir.
Aquel día, Sucharita no había dedicado ninguna atención a su atavío y, al mirarse al espejo, no quedó muy satisfecha de su aspecto. Pero no tenía tiempo para cambiarse, por lo que, después de retocar ligeramente el peinado y el traje, entró en la sala. En aquel momento recordó que sobre su mesa había varios ejemplares de los escritos de Gora, ¡y Gora estaba sentado al lado mismo de la mesa! Los libros yacían desvergonzadamente ante sus ojos, y ya no era posible retirarlos de allí ni cubrirlos de algún modo.
—Mi tía siente grandes deseos de conocerte —dijo Sucharita—. Voy a avisarle de que has venido.
Y se marchó, pues no tenía valor para enfrentarse a solas con Gora.
A los pocos minutos volvió con Harimohini.
Binoy había contado a Harimohini muchas cosas de Gora, de su vida, sus opiniones y sus creencias, y ella a menudo pedía a Sucharita que le leyera algunos de sus escritos, no porque los comprendiera con toda claridad, sino porque veía en ellos una protesta contra la corrupción de las costumbres y porque consideraba a Gora como un decidido defensor de las escrituras. En último extremo, ayudaban eficacísimamente para atraer al sueño, a la hora de la siesta. Harimohini admiraba a Gora porque a sus oídos era magnífico que un muchacho moderno, educado a la inglesa, defendiera de aquel modo la ortodoxia. Cuando conoció a Binoy, en aquella casa brahmo, le encontró encantador, pero a medida que fue conociéndole, y sobre todo desde que vivía en casa propia, advirtió en su conducta detalles que la molestaron. Como confió en él demasiado, ahora le reprochaba sin razón. Por ello, había crecido su deseo de conocer a Gora.
Al verle, quedó asombrada. ¡Aquél si que era un auténtico brahmán! ¡Era blanco como la llama de un fuego de sacrificio! ¡Su rostro era tan radiante como el de Madadev! Harimohini sintió por aquel joven un profundo respeto, y cuando él se inclinó para hacerle su pronam, la mujer retrocedió, confusa.
—He oído hablar mucho de ti —dijo—, y ahora que te he visto no me explico cómo alguien ha podido ser capaz de mandarte a la cárcel.
—Si los jueces fueran personas como tú —respondió Gora sonriendo—, las cárceles albergarían tan sólo a murciélagos y ratas.
—No, hijo. En este mundo no faltan ladrones ni estafadores. Pero ¿estaba ciego el magistrado? Con sólo mirar tu rostro se comprende que no eres un ser vulgar. Tú eres del pueblo de Dios. ¿Es que hay que mandar a la gente a la cárcel simplemente para que la cárcel no esté vacía? ¡Señor Todopoderoso! ¿Qué clase de justicia es ésta?
—Los magistrados —explicó Gora—, temiendo que si miran al rostro de la gente puedan ver la gloria de Dios, hacen su trabajo sin levantar la vista de los libros de leyes. ¿Crees que, de otro modo, podrían comer y dormir mientras condenan a centenares de seres a la flagelación, al destierro y al patíbulo?
—En mis ratos de ocio, me gusta que Radharani me lea tus escritos, y hacía ya tiempo que ansiaba oírte hablar. Soy una pobre mujer ignorante y desdichada. No comprendo las cosas ni me resulta fácil concentrarme; pero tengo el firme convencimiento de que de ti podré aprender algo.
Gora, sin contradecirla, observó un modesto silencio.
—Debes comer algo antes de marcharte —continuó Harimohini—. Hace mucho tiempo que no puedo obsequiar a un brahmán como tú. Hoy tendrás que conformarte con unos dulces, pero otro día te invitaré a una buena comida.
Sucharita, cuando su tía la dejó sola, se sintió muy agitada.
—¿Ha venido a verte Binoy? —preguntó Gora bruscamente.
—Sí.
—Aunque no he hablado con él, sé a qué ha venido —Gora hizo una pausa; pero Sucharita no dijo nada y él prosiguió—: ¡Estáis intentando obligarle a que se case según los ritos brahmo! ¿Te parece noble?
Molesta por la observación, Sucharita olvidó su timidez y, mirándole fijamente a la cara, contestó:
—¿Esperas que diga que el matrimonio brahmo no es lícito?
—Ten la seguridad que de ti no espero trivialidades. Espero de ti mucho más que de una sectaria vulgar. Estoy convencido de que no perteneces a esa clase de gentes que trabajan como coolies para aumentar el número de miembros de su secta. Quiero que comprendas cómo eres en realidad, sin dejarte equivocar por los demás. Tienes que hacerte a la idea de que no eres simplemente un miembro de un partido determinado.
Sucharita, haciendo acopio de valor, preguntó:
—Entonces, ¿tú no perteneces a ningún partido?
—No. ¡Yo soy un hindú! El hindú no pertenece a ningún partido. Los hindúes son una nación y una nación tan grande que no puede dirigirse con unas pocas palabras. Así como el océano no es lo mismo que las olas, tampoco los hindúes son lo mismo que las sectas.
—Si no formáis ningún partido, ¿por qué el partidismo está tan arraigado en vosotros?
—¿Por qué se defiende el que es golpeado? Porque tiene vida. Sólo una piedra puede soportar toda clase de golpes sin protestar.
—Si los hindúes consideran una amenaza lo que es para mí la esencia de la religión, ¿qué es lo que tengo que hacer? ¡Contéstame a esto!
—Voy a contestarte. Cuando lo que tú consideras un deber asesta un golpe cruel a ese ser ingente que es la nación hindú, has de pensar seriamente si no estás ciega o equivocada, si has estudiado esas ideas desde todos los ángulos. No es lícito recurrir a la violencia, dando por descontado, por la fuerza de la costumbre o por simple apatía, que las creencias de tu sociedad son las únicas verdaderas. Cuando una rata hace un agujero en el casco de un buque, lo hace por conveniencia y por instinto; no comprende que las ventajas que a ella le reporta su agujero no son nada comparadas con las pérdidas que ocasiona a las muchas personas que van en el barco. Así, pues, piensa bien si obras en beneficio de tu secta o en el de toda la Humanidad. ¿Sabes lo que quieren decir estas palabras: toda la Humanidad? ¡Qué distintas necesidades, qué diferencias de carácter, qué multitud de tendencias! Todos los hombres no están en la misma etapa del camino; unos están al pie de las montañas, otros frente a los mares y otros al borde de las llanuras; pero ninguno puede permanecer estacionario, todos deben mantenerse en movimiento. ¿Quieres imponer a todos tu secta? ¿Pretendes cerrar los ojos e imaginar que todos los hombres son iguales y que han venido al mundo con el objeto de hacerse miembros de la secta conocida con el nombre de Brahmo Samaj? Si ésta es tu idea, entonces dime: ¿en qué te diferencias de esas naciones ladronas que, a causa de su culto a la fuerza física, se niegan a reconocer que las diferencias entre los pueblos son de un valor incalculable para toda la Humanidad, y creen que la mayor ventura imaginable sería que ellas conquistaran a todas las demás naciones del mundo poniéndolas bajo su yugo y reduciendo a todos los hombres a la esclavitud?
Por un momento, Sucharita olvidó que Gora estaba discutiendo con ella. El solemne sonido de su poderosa voz la conmovía profundamente. No parecía estar discutiendo, y las verdades que expresaba despertaban eco en el interior de la muchacha.
—¡Observa a la India y ámala con la sinceridad de tu corazón! Pero si observas a la India a través de la gente fuera de sus castas, verás su imagen desfigurada y la despreciarás; no la comprenderás ni la verás en su integridad. Dios creó a los seres humanos diferentes en sus concepciones y en sus acciones y en sus creencias y en sus costumbres, pero en el fondo de su humanidad todos son iguales. En todos ellos hay algo que también es mío, algo que es de la India en su totalidad, algo que lo apreciamos en toda su verdad, vencería todo lo mezquino e imperfecto para revelarnos el misterio de aquello que durante siglos ha sido objeto de adoración. Veríamos que el fuego ofertorio de tiempos idos aún arde por debajo de las cenizas, y con seguridad llegará el día en que esta llama, traspasando los límites del tiempo y del espacio encenderá un fuego que alumbrará al mundo entero. Afirmar, aunque no sea más que con la imaginación, que los grandes hechos y palabras debidos a generaciones pasadas son falsos es faltar a la verdad, no es más que ateísmo.
Sucharita le escuchaba con la cabeza inclinada, pero levantó la vista y preguntó:
—Entonces, ¿qué me aconsejas que haga?
—No tengo otra cosa que decir sino esto: Recuerda que la religión hindú toma sobre su regazo, como una madre, a gentes de distintas ideas y opiniones; en otras palabras, la religión hindú considera al hombre simplemente como hombre, no como miembro de un partido determinado. No sólo honra a los sabios sino también a los necios, y no respeta únicamente una forma determinada de sabiduría sino todas sus formas. Los cristianos no admiten diversidad de opiniones. Ellos dicen que a un lado está la religión cristiana y al otro la condenación eterna, sin término medio. Y, como hemos sido enseñados por estos cristianos, ahora sentimos vergüenza ante la variedad de credos que existe en el hinduismo. No sabemos ver que es mediante esta diversidad, cómo el hinduismo realiza la unidad de todos los hombres. Mientras no salgamos de la vorágine de enseñanzas cristianas no seremos dignos de las gloriosas verdades de nuestra propia religión.
Sucharita no sólo escuchaba lo que Gora decía, sino que creía estar viendo cómo las ideas se materializaban ante ella, y a aquel lejano mañana que el muchacho le pintaba aparecía ante sus ojos al conjuro de aquellas palabras. Olvidando su timidez, olvidándose incluso de sí misma, clavó los ojos en el radiante rostro de Gora, iluminado por el entusiasmo. Sucharita vio allí reflejada una fuerza capaz de haber realizado, por poder esotérico, las mayores proezas del mundo. En su sociedad, Sucharita había oído muchas polémicas entre eruditos e intelectuales, pero las palabras de Gora no eran simples argumentos; eran una creación. Tenían la virtud de hacerse evidentes a los sentidos y de posesionarse, a un mismo tiempo, del cuerpo y del espíritu. Aquel día, Sucharita creyó ver a Indra con su rayo; cuando aquella voz grave y recia llegaba a sus oídos, la muchacha sentía que le temblaba el alma y que chispas eléctricas le bailaban por las venas. Sucharita no hubiera podido decir dónde discrepaba y dónde coincidía con Gora.
En aquel momento entró Satish. El niño sentía por Gora profundo temor y respeto, por lo que, manteniéndose todo lo alejado que pudo, se acercó a su hermana y cuchicheó:
—Panu Babu está aquí.
Sucharita se sobresaltó como si hubiese recibido, un golpe, pues se encontraba en un estado de ánimo en el que hubiera dado cualquier cosa por librarse de aquel desagradable visitante. Pensando que Gora no habría oído el cuchicheo de Satish, se levantó y salió apresuradamente de la habitación. Fue directamente al encuentro de Panu Babu y le dijo:
—Tendrás que perdonarme, pero hoy no puedo hablar contigo.
—¿Por qué no puedes?
—Si vas a casa de mi padre mañana por la mañana podrás verme allí:
—Por lo visto, hoy tienes visita.
—No puedo perder tiempo ahora —dijo Sucharita eludiendo de nuevo dar una respuesta—. Te ruego me disculpes.
—Pero desde la calle he oído la voz de Gourmohan Babu —insistió Haran—. Está aquí, ¿verdad?
Sin poder esquivar pregunta tan directa, Sucharita dijo, ruborizándose:
—Sí, está aquí.
—¡Magnífico! También deseo hablar con él. Si tienes algo que hacer, puedes dejarme un rato con Gourmohan Babu.
Sin esperar respuesta, empezó a subir la escalera, seguido de Sucharita, quien, al entrar en la habitación, dijo a Gora, sin dignarse siquiera mirar a Haran Babu:
—Mi tía fue a prepararte un ligero refrigerio. Voy a ver si está dispuesto.
Y salió, mientras Haran Babu, con expresión solemne, tomaba posesión de su silla.
—Pareces algo enfermo —observó éste.
—Sí —respondió Gora—. Últimamente he seguido un tratamiento muy eficaz para hacer perder la salud.
—Es verdad —dijo Haran Babu en tono más suave—. Has debido sufrir mucho.
—No mucho más de lo que algunos esperaban —replicó Gora con sarcasmo.
—Tengo que hablar contigo acerca de Binoy Babu.
Ya sabrás que se está preparando para ser admitido en el Brahmo Samaj el domingo.
—No; no sabía nada.
—¿Apruebas este paso?
—Binoy no me ha pedido mi aprobación.
—¿Consideras que la fe de Binoy Babu es lo bastante robusta para que pueda ser iniciado en el Brahmo Samaj?
—Si él ha expresado el deseo de ser iniciado, la pregunta es completamente superflua.
—Cuando sentimos una fuerte tendencia hacia algo no nos paramos a considerar qué es lo que creemos y lo que no creemos. Ya conoces la naturaleza humana.
—No estoy dispuesto a entrar en inútiles disquisiciones acerca de la naturaleza humana —dijo Gora bruscamente.
—A pesar de que ni mis opiniones ni mi sociedad están de acuerdo con las tuyas, siento por ti profundo respeto, y sé perfectamente que, sean falsas o verdaderas tus creencias, nada te haría renegar de ellas. Pero…
—¡Desde luego, sería una pérdida terrible para Binoy verse privado de la poca estima que puedas sentir por mí! En este mundo, saber distinguir entre el bien y el mal es cosa muy necesaria, claro que si te empeñas en determinar el valor relativo de las cosas según tus propias tablas, nadie te lo impedirá, pero no pretendas que todos aceptemos tu veredicto.
—Está bien. Aunque esta incógnita quede sin despejar no ocurrirá nada grave. De todos modos, quisiera que me contestaras a esto: ¿No piensas oponerte a ese intento de Binoy de entrar en la familia de Paresh Babu?
—¡Haran Babu! —exclamó Gora rojo de indignación—. ¿Cómo puedes pensar que me avenga a hablar contigo de los asuntos de Binoy? Puesto que siempre andas a vueltas con la naturaleza humana, deberías comprender, por lo menos, que Binoy es amigo mío, no tuyo.
—Lo pregunto porque afecta al Brahmo Samaj. De lo contrario…
—¿Y qué tengo yo que ver con tu Brahmo Samaj? —preguntó Gora con impaciencia—. ¿Qué me importan a mí tus preocupaciones?
En este momento, entró Sucharita. Haran Babu, volviéndose hacia ella, le dijo:
—Sucharita, deseo hablar contigo de algo muy importante.
No había necesidad de hacer semejante observación, pero Haran Babu quería demostrar a Gora que podía permitirse tener con Sucharita cierta familiaridad.
Ella, por su parte, no le contestó, y Gora continuó inconmovible en su asiento sin dar señales de dejar el campo libre a Haran Babu.
—Sucharita —insistió Haran Babu—. Ven al cuarto contiguo. Tengo algo que decirte.
Sin hacerle caso, Sucharita se volvió hacia Gora y preguntó:
—Tu madre, ¿está bien?
—¡Mi madre siempre está bien! —dijo Gora sonriendo.
—Sí —convino Sucharita—; por mí misma he podido ver lo fácil que para ella resulta.
Gora recordó inmediatamente que Sucharita visitó varias veces a Anandamoyi mientras él estaba en la cárcel.
Entretanto, Haran Babu había cogido un libro de encima de la mesa y, después de buscar en la portada el nombre del autor, empezó a leer algunos pasajes.
Sucharita daba muestras de nerviosismo y Gora, que sabía se trataba de uno de sus libros, reía suavemente para sí.
—Gourmohan Babu —inquirió al fin Haran—, supongo que éstos serán algunos de los escritos de tu juventud.
—Todavía estoy en mi juventud. Para ciertas especies de animales, la juventud pasa pronto. A otras, en cambio, les dura mucho tiempo.
Poniéndose en pie, dijo Sucharita:
—Gourmohan Babu, tu comida debe de estar ya preparada. ¿Tienes la bondad de pasar al otro aposento? Mi tía no vendrá a avisarte estando aquí Panu Babu. De modo que quizá esté esperándote.
Esta última observación estaba hecha con el propósito de molestar a Haran Babu. Sucharita había tenido que soportar muchas impertinencias, y no pudo resistir a la tentación de devolver por lo menos un golpe.
Gora se levantó, pero Haran Babu, impertérrito, dijo:
—En tal caso, os esperaré aquí.
—¿Por qué esperar inútilmente? —preguntó Sucharita—. Ya es tarde.
Pero Haran Babu no se movió, por lo que Sucharita y Gora salieron de la estancia.
Al ver a Gora en aquella casa y observar su actitud hacia Sucharita, Haran Babu sintió que se despertaba su espíritu combativo. ¿Sería posible que Sucharita fuera a escapar con tanta facilidad de la custodia del Brahmo Samaj? ¿Es que no había nadie capaz de rescatarla? ¡De un modo u otro, tenía que evitarlo!
Tomando una hoja de papel, Haran Babu escribió una carta a Sucharita. Era hombre de ideas fijas; una de ellas, que cuando quiera que, en nombre de la verdad, administraba a alguien una reprimenda, sus vigorosas palabras jamás podían dejar de surtir efecto. Nunca se le ocurrió pensar que las palabras no lo son todo y que existe una cosa muy real conocida con el nombre de corazón.
Cuando, después de una larga charla con Harimohini, Gora volvió a entrar en el gabinete de Sucharita para recoger su bastón era ya de noche. Sobre la mesa de la muchacha había una lámpara encendida. Haran Babu no estaba ya, pero encima de la mesa, bien a la vista, dejó una carta dirigida a Sucharita.
Al ver la carta, Gora sintió un peso en el corazón; era fácil adivinar el autor. No desconocía que Haran Babu deseaba casarse con Sucharita, pero nadie le dijo que sus pretensiones hubieran chocado con la oposición de la muchacha. Aquella tarde, cuando Satish anunció a Sucharita la llegada de Haran Babu y ella, sobresaltándose, fue a su encuentro, volviendo a subir con él, Gora sintió como si se hubiera pulsado una nota falsa. Luego, cuando Sucharita le acompañó a tomar el refrigerio, dejando solo a Haran Babu, se dijo que aquella aparente falta de cortesía era signo de la intimidad que existía entre los dos. Y, finalmente, aquella carta le hizo el efecto de un duro golpe. Una carta es un objeto misterioso. Como en su exterior sólo se escribe el nombre y lo más importante queda encerrado, tiene un poder peculiar para torturar.
—Volveré mañana —dijo Gora mirando a Sucharita.
—Está bien —respondió ella, desviando la mirada.
Cuando ya iba a salir, Gora se detuvo bruscamente y exclamó:
—Tu sitio está en el sistema solar de la India. Tú perteneces a mi país. No debes permitir que la estela de un cometa vagabundo te arrastre hacia el vacío. Cuando esté firmemente colocado en el lugar que te corresponde, podré soltarte. La gente te ha hecho creer que en ese lugar tu religión te abandonará; pero yo tengo que advertirte que tu verdad y tu religión no consisten en las opiniones de unos pocos; están entrelazadas con hilos incontables con las de todo tu pueblo; no puedes arrancarlas y plantarlas en un tiesto si quieres que conserven todo su vigor; si deseas que fructifiquen has de ocupar tu puesto en el lugar que tu pueblo señaló para ti, mucho antes que tú nacieras. Nunca debes decir: Yo no soy nada para ellos ni ellos son nada para mí. Si hablas de este modo, se desvanecerá como una sombra la verdad de tu religión y te quedarás sin fuerzas. Puedo asegurarte que si tus opiniones te apartan del lugar que Dios te ha designado, esté donde esté, esas opiniones nunca podrán salir victoriosas.
Cuando él hubo salido de la habitación, hasta el aire pareció temblar durante mucho rato. Sucharita permaneció sentada, inmóvil como una estatua.