Cuando Haran Babu acudió a la llamada de Bordashundari, dijo, después de grave reflexión:
—Es nuestro deber hablar de este asunto con Lolita.
Cuando apareció Lolita, Haran Babu empezó con portentosa solemnidad.
—Mira, Lolita, ha llegado para ti un momento crucial. Tienes que escoger entre dos caminos: a un lado, está tu religión, y al otro, tus inclinaciones. Tú verás hacia qué lado debes ir.
Haran hizo una pausa, para ver el efecto que sus palabras producían a Lolita. Estaba convencido de que ante el afán de justicia desplegado por él se echarían a temblar los cobardes y los hipócritas quedarían reducidos a cenizas. ¡La rectitud moral de Haran era un valioso tesoro para el Brahmo Samaj!
Pero Lolita no respondió ni una palabra, y, al verla silenciosa, Haran prosiguió:
—Sin duda estarás enterada de que Binoy Babu, en vista de la situación en que te hallas, o por otras razones, ha expresado el deseo de entrar en el Brahmo Samaj.
Lolita no estaba enterada de esto, y aunque siguió quieta y silenciosa como una estatua de piedra, sus ojos adquirieron nuevo brillo.
—Por supuesto —continuó Haran—, Paresh Babu está encantado de la complacencia demostrada por Binoy; pero a ti corresponde decidir si ha de haber en esto motivo de regocijo. Por lo tanto, en nombre del Brahmo Samaj, yo te conmino a que, dejando a un lado todo deseo innoble, examines tu corazón desde el punto de vista exclusivamente religioso y te preguntes: ¿Tengo realmente algún motivo para sentirme satisfecha?
Como Lolita siguiera callada, Haran Babu pensó que sus palabras estaban produciendo gran efecto, por lo que, con redoblado entusiasmo, prosiguió:
—¡Iniciación! ¿Es necesario que te recuerde que la ceremonia de la iniciación es algo sagrado? ¿Y vas a permitir que sea profanada? ¿Hemos de sacrificar a nuestro Samaj en aras de la felicidad personal o de la conveniencia del individuo y acoger con grandes honores la mentira y la falsedad? Dime, Lolita, ¿vas a consentir que tu nombre quede asociado a este lamentable incidente de la historia del Samaj?
Ni siquiera para contestar a esta pregunta abrió la boca Lolita. Permaneció inmóvil en su asiento, pero sus manos se crisparon en torno a los brazos del asiento.
Haran Babu insistió:
—A menudo he observado como los deseos personales debilitan el carácter del hombre. Sé también que hay que perdonar estas debilidades; pero cuando está en juego no sólo la vida espiritual del individuo, sino la de toda una comunidad, ¿crees tú que se pueden perdonar? ¿Nos ha dado Dios este derecho?
—¡No, no! ¡Panu Babu! —exclamó Lolita levantándose y colocándose delante de él—. ¡No tienes necesidad de perdonarnos! ¡Todos estamos acostumbrados a tus ataques, y con toda seguridad no podríamos soportar el perdón que tú nos ofrecerías!
Y con estas palabras salió del aposento.
Bordashundari estaba muy disgustada por las palabras de Haran Babu, pues de ningún modo quería dejar escapar a Binoy. Discutió acaloradamente con Haran, pero en vano, y al fin se marchó furiosa. Se encontraba en un dilema, después de no haber conseguido la ayuda de Paresh Babu ni la de Haran. Su situación era inconcebible, y Haran Babu había perdido toda su estima.
En cuanto a Binoy, mientras su ingreso en el Brahmo Samaj no fue más que un vago proyecto se mostró firmemente decidido, pero al enterarse de que tendría que presentar una petición al Brahmo Samaj y que Haran Babu sería consultado, se sintió arrepentido. ¿A quién acudir en demanda de consejo? Ni siquiera se atrevía a ir a ver a Anandamoyi. No deseaba permanecer en la calle, por lo que se fue a su casa y se echó sobre la cama.
Cuando se hizo de noche, entró su criado con una lámpara. Binoy iba ya a despedirle cuando oyó que Satish le llamaba desde la planta baja.
—¡Binoy Babu! ¡Binoy Babu!
En aquel momento, se sintió más optimista. Era como si, en medio de un desierto, acabase de encontrar un charco de agua. Satish era la única persona capaz de consolarle y, al oír su voz, sintió que se evaporaba su abatimiento.
—¿Qué hay, pequeño?, ¿qué te trae por aquí? —gritó saltando de la cama.
Y sin ponerse los zapatos, bajó corriendo la escalera; con él estaba Bordashundari. ¡De modo que tenía que volver a la lucha!
Cuando estuvieron en el piso superior, Bordashundari ordenó a Satish que saliera a la terraza, pero Binoy, para librarle de tan triste destierro, le dio unos libros ilustrados y lo llevó al cuarto contiguo, en el que había una lámpara.
Bordashundari abrió el fuego, diciendo:
—Binoy, como tú no conoces a nadie en el Brahmo Samaj, lo mejor será que escribas una carta que yo llevaré mañana al ministro de nuestra comunidad, para que el domingo pueda tener lugar tu iniciación.
Y ya no tendrás que preocuparte más.
Binoy quedó tan asombrado que no pudo articular palabra. No obstante, escribió la carta, entregándola, después a Bordashundari. Pensó que tenía que hallar a toda costa un remedio a sus problemas, aunque más tarde le resultara imposible retroceder.
Bordashundari hizo también referencia al matrimonio de Binoy y Lolita.
Tan pronto ella se hubo marchado, el muchacho empezó a sentirse asqueado. Hasta el recuerdo de Lolita pulsaba en su interior una nota desafinada. ¡Cómo si ella hubiera inducido a Bordashundari a demostrar aquella prisa tan poco decorosa! A medida que disminuía su propio respeto, disminuía, también, el que le inspiraban los demás.
Bordashundari, por su parte, iba pensando que Lolita se llevaría una buena sorpresa. Había descubierto que su hija estaba enamorada de Binoy, y éste era el motivo por el que su matrimonio provocó tal revuelo en el Samaj. Bordashundari culpaba de ello a todos menos a sí misma. Llevaba varios días sin dirigirle la palabra a su testaruda hija, pero ahora que, gracias a sus esfuerzos, todo parecía arreglado, estaba deseosa de hacer las paces con ella, dándole la feliz noticia. Paresh Babu lo echó todo a perder, y ni la misma Lolita supo guiar los pasos de Binoy. Panu Babu le negó su ayuda. A pesar de estar sola, Bordashundari había conseguido cortar el nudo. ¡Sí, una simple mujer consigue lo que media docena de hombres no son capaces de realizar!
Al llegar a su casa, Bordashundari se enteró de que Lolita se había acostado ya porque no se encontraba bien. Sonriendo, se dijo: «¡Yo la pondré buena en seguida!» Cogiendo una lámpara, se dirigió a la habitación de su hija. Ésta no estaba acostada aún, sino leyendo, reclinada en el sofá.
—Madre, ¿dónde estuviste? —preguntó irguiéndose.
Le habló con brusquedad, pues estaba enterada de que Bordashundari había ido con Satish a casa de Binoy.
—A ver a Binoy.
«¡Por qué!», exclamó para sí Bordashundari, enojada. «Lolita ve en mí a una enemiga. ¡Desagradecida!»
—¡Por esto! —exclamó arrojando a Lolita la carta de Binoy.
Al leerla, Lolita enrojeció violentamente, y mucho más cuando Bordashundari, para exagerar su triunfo, le dio a entender que tuvo que realizar un gran esfuerzo para conseguir la carta. Sin falsa modestia, dijo que nadie más que ella hubiera podido resolver el caso favorablemente.
Lolita cubriéndose el rostro con las manos, se dejó caer en el sofá, y su madre salió de la habitación, convencida de que era la timidez lo que abrumaba a la muchacha.
Cuando fue a buscar la carta para llevarla al Brahmo Samaj, vio que la habían hecho pedazos.