Binoy pensó que Sucharita le invitaba para hablar del matrimonio de Lolita. ¡Así, pues, a pesar de que él había tomado ya una decisión, el asunto no estaba terminado! Mientras le quedara un soplo de vida no se vería libre del acoso de una u otra parte.
Hasta aquel momento, la mayor preocupación de Binoy consistió en cómo dar la noticia a Gora. Al pensar en Gora no se refería tan sólo al individuo, pues Gora representaba ciertas ideas y ciertas creencias que hasta entonces fueron suyas. Las constantes relaciones entre los dos amigos habían creado un hábito tan arraigado que para Binoy pelearse con Gora era como pelearse consigo mismo.
Pero el golpe había sido ya descargado y vencidas las vacilaciones. Después de hablar con Gora, Binoy se sentía más fuerte. Antes de la operación, el temor del paciente no tiene límite, pero cuando el cuchillo empieza a cortar, el enfermo, a pesar del dolor, siente un gran alivio, y lo que parecía muy grave, en realidad no lo es tanto.
Hasta aquel momento, Binoy ni siquiera se había atrevido a discutir consigo mismo; pero la discusión estaba iniciada y a su mente no dejaban de acudir respuestas a los argumentos de Gora. Y desde distintos puntos de vista, reducía a pedazos todas las objeciones que Gora pudiese hacer. Lo malo era que no pudo acabar su disputa con Gora; esto le hubiera permitido llegar a alguna conclusión; pero Gora no quería discutir hasta el final. Binoy se indignaba: «Gora no quiere entender ni quiere explicar —pensaba—. Él sólo quiere emplear la violencia. ¡La violencia! Pero ¿cómo podría yo ni siquiera inclinar la cabeza ante la violencia? ¡Pase lo que pase, la verdad está conmigo!» Y esta palabra: «verdad», parecía aprisionarle el corazón como si fuera una cosa viva. Para enfrentarse con Gora había que contar con firmes puntales; Binoy se apoyaba en la verdad; no cesaba de repetírselo. Cuando se convenció de que estaba luchando con y por ella, empezó a sentir gran respeto por sí mismo. Al dirigirse a casa de Sucharita, caminaba, pues, con la cabeza muy erguida. Binoy no hubiera podido decir si iba tan confiado porque sus inclinaciones le llevaban hacia la verdad o le llevaban hacia alguna otra cosa.
Harimohini estaba ocupada en cocinar. Binoy se asomó a la puerta de la cocina y pidió que se le preparase una comida digna de un hijo de brahmán.
Cuando entró en el aposento de Sucharita, encontró a la muchacha cosiendo. Sin levantar la vista de la labor, ella abordó inmediatamente el tema que la preocupaba.
—Escucha, Binoy Babu, donde no existe ningún obstáculo de orden interno, ¿hemos de acatar una oposición que se basa en cosas puramente externas?
En su disputa con Gora, Binoy defendió un punto de vista y ahora, al hablar con Sucharita, apoyó el punto de vista contrario. Oyéndole hablar, ¿quién hubiera dicho que discrepaba de Gora?
—¿No estarás menospreciando los obstáculos externos? —preguntó.
—Tengo buenos motivos, Binoy Babu —explicó Sucharita—. Nuestros impedimentos no son exclusivamente, externos, pues la sociedad Brahmo está fundada sobre principios religiosos, mientras que la hindú está cercada por barreras sociales. En otras palabras, si Lolita tiene que apartarse de su sociedad habrá de hacer un gran sacrificio; si tú dejaras la tuya, no perderías mucho.
Entonces empezó una controversia sobre si la religión puede lícitamente depender de una sociedad.
Mientras estaban hablando, entró Satish con una carta y un periódico.
Al ver a Binoy, Satish se llevó una gran alegría, y deseó ardientemente conocer el modo de convertir un viernes en domingo. Al momento, Satish y su amigo Binoy estuvieron charlando alegremente, mientras Sucharita leía el periódico y la carta que lo acompañaba, que era de Lolita.
En aquel periódico, publicado por brahmos, aparecía un comentario acerca del peligro de que una hija de una conocida familia brahmo contrajera matrimonio con un joven hindú. El peligro, al parecer, había pasado, pues el joven abandonó el campo. Acto seguido, el autor del artículo comparaba la deplorable debilidad de la familia brahmo con la firmeza demostrada por el hindú, comparación que no resultaba muy halagadora para aquélla.
Sucharita pensó que, costase lo que costase, aquel matrimonio debía celebrarse. Comprendiendo que de nada serviría discutir con Binoy, envió una nota a Lolita en la que le indicaba fuera a verla inmediatamente, sin aludir a la presencia de aquél.
Puesto que no existe calendario lo bastante acomodaticio como para permitir hacer un domingo de un viernes, Satish no tuvo más remedio que ir a preparar sus lecciones. Sucharita se levantó también y, después de rogar a Binoy que la disculpara unos instantes, fue a tomar su baño.
Cuando el calor de la discusión se hubo enfriado y Binoy pudo reflexionar a solas en aquella estancia, sintió que se despertaba su joven virilidad. Serían alrededor de las nueve y media y en la callejuela el tránsito era aún escaso. Sólo se oía el tictac del pequeño reloj colocado sobre la mesa de trabajo de Sucharita. El ambiente del cuarto empezó a ejercer su influjo sobre Binoy, y, de pronto, a éste le pareció que todos los detalles del mobiliario le resultaban familiares. La ordenada mesa, las primorosas fundas de las sillas, la piel de gamo extendida a sus pies, los cuadros que colgaban de las paredes y los libros forrados de tela roja que llenaban una estancia, ejercían sobre su espíritu una profunda fascinación. Un hermoso misterio parecía impregnar aquella pieza, y el eco de las charlas que a mediodía solían sostener las dos amigas parecía vibrar en los rincones, como una tímida y hermosa presencia. Binoy trató de imaginarse dónde se sentaría cada una de ellas, y mentalmente las vio en el momento de hacerse las confidencias a que aludió Paresh Babu cuando dijo: «Sé por Sucharita que Lolita no te mira con indiferencia.» Una corriente indescriptible, como las dulces notas de una canción, entonada por un juglar, traspasaba el alma de Binoy, y de lo más íntimo de su corazón brotó un inefable sentimiento que, al no encontrar modo de expresarse, le llenó de un extraño desasosiego. Pensó que si pudiera hacer algo se sentiría más calmado, pero era incapaz de obrar. Era como si un velo le separase de algo que estaba muy cerca, haciéndoselo ver infinitamente lejos, y no pudiera rasgarlo.
Harimohini entró en la estancia y le preguntó si quería tomar algo. Como Binoy respondiera que no, la mujer se sentó a hacerle compañía.
Mientras Harimohini vivió en casa de Paresh Babu sintió un gran cariño por Binoy, pero desde que habitaba con Sucharita, en un hogar que prácticamente consideraba suyo, las visitas dejaron de agradarle. Harimohini estaba convencida de que las recientes recaídas de Sucharita en lo tocante a su conducta social eran imputables a sus amigos. Aunque sabía que Binoy no era brahmo, no se le ocultaba que el muchacho no observaba con mucho rigor las costumbres hindúes, y ya no le causaba placer invitar a aquel hijo de un brahmán a compartir los sagrados alimentos que ella ofrendaba a sus dioses.
Aquel día, en el curso de la conversación, le preguntó:
—Hijo, a pesar de pertenecer a una familia de brahmanes, no rezas las oraciones de la noche, ¿verdad?
—Tía —respondió Binoy en tono de disculpa—, he aprendido de memoria tantas cosas que he llegado a olvidar los textos de las oraciones.
—También Paresh Babu ha estudiado mucho —contestó Harimohini—; pero, dentro de su religión, no descuida sus oraciones ni por la mañana ni por la tarde.
—Lo que él hace no puede emularse recitando unos textos determinados. Si algún día llego a ser como él, haré lo mismo.
—Y mientras no eres como él —dijo Harimohini con cierta aspereza—, ¿por qué no imitas a tus antepasados? ¿Crees que está bien no ser ni una cosa ni la otra? El hombre, después de todo, es religioso por naturaleza. ¡Pero ni Aries ni el Ganges! ¿Cómo puede ser eso?
En este momento la interrumpió la entrada de Lolita, quien, al ver a Binoy, se sobresaltó violentamente, y preguntó dónde estaba Sucharita.
—Radharani está bañándose.
Lolita, como si considerara necesario explicar su
presencia, dijo:
—Ha sido Sucharita quien me ha llamado.
—Bien. Siéntate hasta que ella venga —dijo Harimohini—. No puede tardar.
Harimohini tampoco sentía gran cariño por Lolita, pues deseaba alejar a Sucharita de sus antiguos amigos para tenerla bajo su exclusivo control. Las otras hijas de Paresh Babu no eran tan íntimas. Harimohini no veía con agrado que Lolita entrara y saliera a todas horas, y siempre trataba de hallar algún pretexto para interrumpir sus conversaciones, ya fuera ordenando a Sucharita que hiciera algún trabajo de la casa, ya lamentándose de que la muchacha se olvidara de estudiar. Pero tan pronto como Sucharita cogía un libro, nunca se olvidaba de señalar que la educación era no sólo innecesaria para las jóvenes, sino muy perjudicial. Lo cierto era que como no conseguía dominar a la muchacha, unas veces echaba la culpa a sus amistades y otras, a sus estudios.
No le gustaba en absoluto permanecer junto a Binoy y Lolita; pero como se sentía enojada con ellos, continuó allí. No se le ocultaba que existían entre los dos unas misteriosas relaciones, por lo que dijo para sí: «No me importa lo que digan las reglas de vuestra sociedad; yo no estoy dispuesta a consentir en mi casa esta desvergonzada intimidad. Es una conducta propia de cristianos.»
Lolita se hallaba, también, a disgusto. El día anterior debía haber acompañado a Sucharita a casa de Anandamoyi; pero a última hora no tuvo valor. Sentía por Gora un profundo respeto; pero, al mismo tiempo, abrigaba hacia él una marcada hostilidad, pues no conseguía sustraerse a la idea de que Gora no tenía buen concepto de ella. Además, desde el día en que Gora salió de la cárcel, los sentimientos que hacia Binoy albergaba la muchacha habían experimentado un cambio. Hasta entonces, siempre se vanaglorió de su influencia sobre Binoy, y la sola idea de que éste no supiera librarse de las garras de su amigo, la llenaba de furor.
Binoy, por su parte, desde el momento en que vio entrar a Lolita, se sintió muy agitado. Con respecto a ella nunca tuvo ideas muy claras, y desde que empezaron las murmuraciones, en cuanto la veía, su cerebro se agitaba como una aguja magnética movida por un temporal.
Lolita se sintió furiosa con Sucharita cuando vio allí a Binoy. Comprendió que la había llamado para aclarar aquella confusa situación y convencer al recalcitrante muchacho. De modo que, volviéndose hacia Harimohini, dijo:
—Dile a Didi que no puedo esperar y que vendré en otro momento.
Y sin mirar siquiera a Binoy, salió del aposento.
Harimohini se marchó también, puesto que su presencia no era ya necesaria.
Aquella expresión, como de fuego contenido, que asomara al rostro de Lolita, no era desconocida para Binoy; pero desde mucho tiempo atrás éste no la veía en la joven. Hasta entonces, él se sintió libre de la zozobra que le afligía cuando Lolita le lanzaba sus afilados dardos; pero ahora se daba cuenta de que la muchacha había vuelto a empuñar las armas, y en ellas no se advertía el menor signo de enmohecimiento. Es duro tener que soportar el enojo, pero para una persona como Binoy era aún más duro tener que soportar el desdén. Recordó con cuánta hostilidad le miraba ella cuando le consideraba un simple satélite del planeta Gora, y pensó con dolor que, a los ojos de Lolita, su vacilación podía parecer cobardía. Le resultaba insoportable que ella viese un signo de timidez en lo que no era más que una duda nacida del sentido del deber, y que no le dejase decir ni una palabra al respecto. El peor castigo que podía infligirse a Binoy era privarle de la oportunidad de argumentar, pues Binoy sabía discutir, sabía ordenar hábilmente sus palabras, mostraba una ecuanimidad poco común. Pero Lolita nunca le daba ocasión de hacerlo.
Con un brusco movimiento, Binoy cogió el periódico que había sobre la mesa. Inmediatamente, su vista tropezó con unos párrafos marcados con lápiz. Al leerlos, comprendió que se referían a Lolita y a él. No se le ocultaba que Lolita estaría siempre expuesta a insultos de esta índole por parte de los miembros de su comunidad. Consideró perfectamente natural que una muchacha de genio vivo como ella mirara desdeñosamente al que perdiera el tiempo discutiendo cuestiones sociales en lugar de intentar ahorrarle semejante humillación. Binoy se sintió avergonzado al compararse con la intrépida muchacha que sabía enfrentarse a la sociedad con coraje e indiferencia.
Cuando Sucharita volvió a entrar en la estancia, después de bañarse y haber dado de comer a Satish, al que, a continuación, había mandado a la escuela, encontró a Binoy taciturno y deprimido por lo que no volvió a abordar el tema de su anterior controversia.
Antes de sentarse a comer, Binoy omitió la ceremonia del lavado, y Harimohini dijo:
—Binoy, puesto que no observas ninguna de las costumbres hindúes, ¿por qué no te haces brahmo?
Binoy, ligeramente ofendido, contestó:
—El día que el hinduismo no sea para mí más que una serie de prohibiciones, reglas y preceptos, ese día me haré brahmo, cristiano, musulmán o cualquier otra cosa por el estilo. Pero por ahora aún conservo fe en mi religión.
Al salir de casa de Sucharita, Binoy estaba apesadumbrado. Le parecía como si llovieran golpes de todas partes y no encontraba dónde resguardarse.
Se preguntó por qué se hallaría precisamente él en postura tan incómoda. Siguió caminando, pensativo, hasta llegar a una plazoleta en la que tomó asiento, debajo de un árbol. Hasta aquel momento, siempre que había tenido algún problema, fuera grande o pequeño, fue a discutirlo con su amigo y halló la solución; pero aquel camino estaba ya cerrado y Binoy tenía que resolverlo sin ayuda.
Cuando los rayos del sol empezaron a invadir la sombra donde Binoy se hallaba sentado, el muchacho se levantó y reanudó su camino. No pudo andar mucho; la voz de Satish a su espalda, le detuvo:
—¡Binoy Babu! ¡Binoy Babu!
Y un segundo después el niño se había cogido de su mano. Era viernes, y Satish se dirigía hacia su casa después de dejar la escuela hasta el lunes.
—¡Binoy Babu, ven a casa conmigo!
—No puede ser.
—¿Por qué no?
—Si voy tan a menudo, tu familia acabará por no poder aguantarme.
Satish consideró que el motivo no era digno de ser tenido en cuenta y dijo, simplemente:
—No; vamos.
Satish no se acordaba ya del disgusto que su familia estaba pasando a causa de Binoy, y éste se sintió conmovido al pensar en el puro afecto que le profesaba el niño. El gozo que Binoy encontraba en lo que para el que fue el paraíso de la casa de Paresh Babu seguía hallándolo intacto tan sólo en compañía de Satish. En aquellos momentos de calamidad, él era el único que no abrigaba dudas y el único al que la sociedad había respetado. Rodeándole el cuello con un brazo, dijo Binoy:
—Vamos, hermanito, te acompaño hasta la puerta de tu casa.
Y le pareció que en el abrazo que daba a Satish percibía algo de la dulzura que el afecto de Sucharita y Lolita habían depositado en el niño.
El incesante parloteo de Satish sonaba dulcemente en los oídos de Binoy y por un momento le hizo olvidar sus conflictos.
Para ir a casa de Sucharita tenían que pasar por delante de la de Paresh Babu; desde la calle se veía el gabinete del anciano. Al llegar a ella, Binoy no pudo resistir la tentación de mirar al interior. Paresh Babu estaba sentado detrás de su mesa. Era imposible distinguir si hablaba o no, pero a su lado, sentada en un escabel, de espaldas a la calle, como una atenta alumna, estaba Lolita.
La agitación que se apoderó de Lolita al salir de la casa de Sucharita le produjo tal nerviosismo que, al no hallar otro medio de contenerse, fue a sentarse en silencio junto a Paresh Babu. Se reflejaba en él tan profunda verdad que la impaciente joven solía ir a su lado, en silencio, para dominar su inquietud.
Aquel día, Paresh Babu le dijo:
—¿Qué ocurre, Lolita?
A lo que ella respondió:
—Nada, padre; pero se está bien aquí contigo.
Paresh Babu comprendió que su hija iba en busca de consuelo; pues también en su propio corazón sentía él un dolor sordo. De modo que se puso a hablar de cosas que hicieran más llevadero el peso de las penas y alegrías de los dos.
Al ver al padre y a la hija en tan confidencial charla, Binoy se quedó un momento inmóvil, sin escuchar las palabras de Satish. El niño acababa de plantearle un complicado problema de táctica militar. La pregunta era si colocando un ejército de tigres amaestrados en primera línea no estaría asegurada la victoria. Hasta aquel momento, la corriente de preguntas y respuestas había avanzado suavemente y sin interrupción. Ante aquel inesperado atascamiento, Satish levantó la vista hacia Binoy para ver qué ocurría. Cuando, al seguir la dirección de su mirada, descubrió a Lolita, gritó inmediatamente:
—¡Mira, Lolita Didi! ¡Lolita Didi! Al salir del colegio encontré a Binoy Babu, y me lo llevo a casa.
Lolita dio un brinco en su asiento y Paresh Babu miró hacia la calle, Binoy se sintió enrojecer violentamente. Sin embargo, despidiendo a Satish, entró en casa de Paresh Babu.
Cuando llegó al gabinete, Lolita no estaba ya en él. Sintiéndose como un intruso, Binoy, tras tímida vacilación, tomó asiento.
Después del obligado preámbulo de preguntas acerca del respectivo estado de salud, etc., Binoy, sin más dilaciones, empezó:
—Dado que no observo las reglas y costumbres de la sociedad hindú con mucho fervor, y, en realidad, las quebranto casi a diario, he pensado que es mi deber refugiarme en el Brahmo Samaj. Deseo que tú te encargues de iniciarme.
No hacía ni un cuarto de hora que Binoy había concebido este deseo. Paresh Babu quedó tan sorprendido que tardó en contestar. Al fin, dijo:
—Pero, ¿lo has pensado bien?
—No hay mucho que pensar. La cosa está clara. Después de las enseñanzas que he recibido, no me es posible aceptar sinceramente como religión un cúmulo de prohibiciones y costumbres. Es por esto por lo que a cada paso surgen incongruencias, y mientras permanezca con los que veneran el hinduismo con auténtico celo no dejaré de escandalizarles, y no me cabe la menor duda que esto sería obrar muy mal. Sin preocuparse de nada más, debo buscar los medios para escapar de este error; de lo contrario, no podría seguir respetándome a mí mismo.
Esta explicación era totalmente innecesaria para Paresh Babu; pero Binoy la necesitaba para robustecer su decisión. Sintió el pecho henchido de orgullo al pensar en la batalla entre el bien y el mal en la que él tomaba parte, y en la que el bien, a cuyo lado luchaba, habría de salir victorioso. Estaba en juego su honor.
—¿Concuerdan tus opiniones con las del Brahmo Samaj?
—A decir verdad —empezó Binoy tras ligera vacilación—, hubo un tiempo en el que creí tener fe, y hasta me peleé por ella con mucha gente; pero ahora veo que en cuestiones religiosas no estoy preparado en absoluto. Lo comprendí al conocerte. No he necesitado de la religión, y como en mí no ha nacido la fe, hasta este momento no he hecho sino seguir la de mi sociedad y mantenerla con hábiles y rebuscados argumentos. Nunca sentí la necesidad de descubrir cuál era la verdadera religión, sino que traté de demostrar la verdad de la religión que me daría la victoria. Y cuanto más difícil resultaba demostrarlo, mayor era mi empeño. Ni siquiera ahora podría decir si algún día llegaré a tener verdadera fe; pero estoy seguro de que si me sitúo dentro de un marco propicio y me rodeo de personas que puedan darme buenos ejemplos, progresaré. De todos modos, me libraré de la humillación de ir por el mundo desplegando, como si fuera bandera de victoria, algo que repugna a mi inteligencia.
A medida que hablaba con Paresh Babu, Binoy encontraba su decisión cada vez más acertada, y al final, demostró tal entusiasmo que parecía haberla estado meditando durante muchos días.
No obstante, Paresh Babu le aconsejó que siguiera reflexionando y Binoy vio en ello la prueba de que dudaba de la firmeza de su propósito. Esto tuvo la virtud de aumentar su tenacidad. Declaró una y otra vez que estaba perfectamente seguro de sí mismo y que nada le haría retroceder. Ninguno de los dos hizo alusión al matrimonio entre Binoy y Lolita.
De pronto, entró Bordashundari en la estancia, con el pretexto de ocuparse de ciertos trabajos de la casa. Cuando hubo terminado, fue a salir sin haber siquiera mirado a Binoy. Éste pensó que Paresh Babu la llamaría para comunicarle la noticia, pero el anciano permaneció mudo. En realidad, no creía llegado el momento de hablar de ello. Pero Binoy, al ver el desdén con que le trataba Bordashundari, no pudo contenerse. La siguió e, inclinándose profundamente ante ella, dijo:
—He venido para deciros que deseo ingresar en el Brahmo Samaj. Sé que no soy digno de ello, pero espero que vosotros lograréis que llegue a serlo.
Bordashundari le oyó, asombrada. Lentamente, volvió a entrar en el gabinete y dirigió una inquisitiva mirada a su marido.
—Binoy me ha pedido que le inicie —explicó Paresh Babu.
Al oír estas palabras, Bordashundari sintió el orgullo del conquistador. Pero, ¿por qué no era completa su alegría? Ella deseaba ardientemente dar una buena lección a Paresh Babu. Una y otra vez, declaró, con la suficiencia de una profetisa, que su marido tendría que arrepentirse amargamente de su proceder; por eso, al verle tan indiferente ante la agitación que reinaba en su sociedad, sentía un intenso desasosiego, y cuando todas sus dificultades iban a quedar felizmente resueltas, tampoco le era posible darse por plenamente satisfecha. Así, pues, dijo en tono solemne:
—Si lo hubieras propuesto unos días antes, nos habrías ahorrado muchas fatigas y humillaciones.
—No se trata ahora de nuestras humillaciones —observó Paresh Babu—. Binoy desea ser iniciado, esto es todo.
—¿Nada más? —inquirió Bordashundari.
—¡Bien sabe Dios que yo he sido la causa de todas vuestras penas y humillaciones! —exclamó Binoy.
—Mira, Binoy, no des este paso sin saber bien a lo que te comprometes. Ya te dije en cierta ocasión que no debes hacer nada que pueda acarrear graves consecuencias sólo porque creas que nos encontramos en mal lugar dentro de nuestra sociedad.
—Esto es cierto —intervino Bordashundari—, pero lo que yo digo es que no tiene derecho a quedarse con los brazos cruzados después de habernos metido en este embrollo.
—Si en lugar de quedarte con los brazos cruzados, pierdes los estribos, entonces no consigues más que empeorar las cosas. No sirve de nada decir que uno tiene el deber de hacer algo; a veces nuestro principal deber consiste precisamente en no hacer nada.
—Sí, claro —se lamentó Bordashundari—. Lo que ocurre es que yo soy una necia que no sabe comprender las cosas. Pero decidme pronto lo que habéis decidido. Tengo mucho trabajo.
—Quisiera que la ceremonia de mi iniciación tuviera lugar el domingo, esto es, pasado mañana. De modo que si Paresh Babu…
—No —interrumpió Paresh Babu—. No puedo ocuparme de una iniciación que beneficie a mi familia. Tienes que dirigirte al Brahmo Samaj.
Binoy se desanimó, pues aún no había llegado al convencimiento de que deseaba solicitar en debida forma su ingreso a las autoridades del Brahmo Samaj… especialmente cuando era aquella comunidad la que murmuraba de él y de Lolita. ¿De dónde sacar el valor necesario para escribir una solicitud de ingreso, y en qué términos redactarla? ¿Cómo atreverse a salir a la calle cuando la carta hubiera sido publicada en todos los periódicos brahmos? Gora la leería, y también Anandamoyi. Además, con toda seguridad no sería publicada íntegramente, y los lectores hindúes sólo verían que Binoy deseaba ser admitido en el Brahmo Samaj, nada más. Binoy no podría soportar la vergüenza a menos que se diera publicidad a las restantes circunstancias.
Al ver que Binoy callaba. Bordashundari se alarmó y dijo:
—Naturalmente, Binoy Babu no conoce a nadie más que a nosotros en el Brahmo Samaj. Pero no te preocupes. Nosotros nos ocuparemos de todo. Llamaré inmediatamente a Panu Babu. No hay tiempo que perder. El domingo se nos echa encima.
En esto, pasó Sudhir por delante de la puerta del gabinete, camino del piso superior. Al verle, Bordashundari le gritó:
—Sudhir, Binoy ingresará el domingo en nuestro Samaj.
Sudhir se alegró, pues admiraba profundamente a Binoy.
Siempre creyó que era una lástima que un hombre que escribía tan excelente inglés, tan inteligente y tan culto no perteneciera al Brahmo Samaj. Sintió su corazón henchido de orgullo al comprobar que los hombres del temple de Binoy no podían sentirse a gusto fuera de aquella comunidad.
—¿Cómo va a poder disponerse la ceremonia para el domingo? —preguntó—. No hay tiempo de hacerlo saber a todos.
Así hablaba Sudhir porque era su deseo que la entrada de Binoy fuera anunciada con bombo y platillo, a modo de ejemplo.
—¡No, no! —exclamó Bordashundari—. Puede arreglarse con facilidad. Sudhir, ve a buscar en seguida a Panu Babu.
El desventurado, en cuya actitud el enardecido Sudhir veía la prueba del inmenso poder del Brahmo Samaj, se sentía muy pequeño. Lo que teóricamente parecía no tener gran importancia, ahora, llegado el momento de pasar a la acción, le hacía sentirse muy incómodo.
Cuando oyó el nombre de Panu Babu, se levantó apresuradamente para marcharse, pero Bordashundari no estaba dispuesta a soltarle sin protestas, y le pidió que se quedara. Panu Babu no tardaría. Pero Binoy se disculpó diciendo:
—No; hoy tendréis que perdonarme…
Le parecía que si le dejaban respirar, si podía salir de aquel cerco que le ahogaba y pensar con más claridad, se sentiría mucho mejor.
Cuando Binoy se levantó, Paresh Babu lo hizo también, y puso su mano sobre el hombro del muchacho.
—No obres precipitadamente, Binoy. Busca paz y quietud y reflexiona antes de tomar una decisión. No des un paso tan trascendental si saber a ciencia cierta qué es lo que quieres.
Bordashundari, furiosa con su esposo, dijo:
—Los que emprenden una aventura sin pensar, los que permanecen cruzados de brazos hasta verse a sí mismos y a otras personas en un buen aprieto, te dicen, cuando no encuentran solución: «¡Siéntate y reflexiona!» Quizás tú puedas hacerlo, pero, entretanto, nuestras vidas están en peligro.
Sudhir salió de la casa con Binoy, pues se sentía impaciente, como el que desea probar los manjares del festín antes de sentarse a la mesa. Hubiera querido llevar inmediatamente a Binoy a casa de sus amigos del Brahmo Samaj para anunciarles la fausta noticia y dar rienda suelta a su regocijo, pero al ver el ruidoso entusiasmo de Sudhir, Binoy se sentía más y más deprimido. Cuando Sudhir le propuso ir inmediatamente a casa de Panu Babu, Binoy, sin contestar, se desasió de la mano de Sudhir y huyó.
Al poco rato, tropezó con Abinash y dos o tres de los suyos que caminaban a gran velocidad. Al ver a Binoy, se detuvieron y Abinash exclamó:
—¡Estupendo! ¡Aquí está Binoy Babu! ¡Ven, Binoy Babu, ven con nosotros!
—¿Adónde vais?
—Al jardín de Kashipore, a disponerlo todo para la ceremonia penitencial de Gourmohan Babu.
—¡No! —exclamó Binoy—. No tengo tiempo.
—¿Qué quieres decir? —inquirió Abinash—. ¿Te das cuenta de la importancia que revestirá el acto? Si se hubiera tratado de algo de poca monta no lo habría propuesto Gourmohan Babu. En estos momentos, es necesario que los hindúes proclamen su fuerza, y la penitencia de Gourmohan Babu va a causar sensación. Vamos a invitar a los mayores pandits del país, y toda la sociedad hindú se beneficiará del acontecimiento. ¡Así verá la gente que todavía existimos! ¡Así se dará cuenta de que el hinduismo no está moribundo!
Al fin, Binoy consiguió escapar de Abinash y continuar su camino.