En la puerta de la cárcel Gora encontró a Paresh Babu y a Binoy esperándole.
Un mes no es mucho tiempo. El viaje de Gora, hasta el momento de su arresto, le mantuvo apartado de su familia y amigos durante un período más largo; pero, cuando al cumplirse el mes de encarcelamiento, vio a Binoy y a Paresh Babu, le pareció como si hubiera nacido de nuevo a aquel viejo mundo de sus amigos. Cuando, a la primera luz de la mañana, vio el afecto que se reflejaba en el bondadoso rostro del anciano, se inclinó profundamente y tomó polvo de sus pies con una alegría como nunca experimentara. Paresh Babu abarcó en un brazo a los dos amigos. Después, Gora cogió de la mano a Binoy y dijo, echándose a reír:
—Binoy, desde que éramos dos colegiales nos hemos educado juntos, pero yo te he sacado ventaja viniendo a estudiar a otra escuela.
Binoy no se sentía con ánimo de compartir el gozo de su amigo y guardó silencio. Le parecía que, después de sufrir las misteriosas penalidades de la cárcel, su amigo salía más Gora que nunca. Observó un silencio solemne y casi reverente, hasta que Gora preguntó:
—¿Cómo está nuestra madre?
—Madre está bien.
—Vamos, amigo. El coche aguarda.
Cuando iban a subir al carruaje, llegó corriendo Abinash, jadeante, seguido de un grupo de estudiantes.
Al verle, Gora trató de esquivarle, pero Abinash fue más rápido y, cortándole el paso, le pidió que se detuviera un momento.
Mientras formulaba la petición, los estudiantes empezaron a cantar ruidosamente:
Después de la oscura noche de dolor,
¡Llegó el amanecer!
Rotas quedaron las cadenas.
¡Llegó el amanecer!
—¡Callad! —gritó Gora, enrojeciendo.
Los estudiantes dejaron de cantar en el acto y le miraron sorprendidos.
—Abinash, ¿qué significa esto?
Abinash, sin contestar, sacó de debajo de su chal una gruesa guirnalda de flores cuidadosamente envuelta en hojas de plátano, mientras un muchacho empezaba a leer, con voz de falsete y a gran velocidad, unas aleluyas escritas en letras de oro, dedicadas a Gora, con motivo de su salida de la cárcel.
Rechazando las flores, Gora preguntó con voz colérica:
—¿A qué viene esta pantomima? ¿Os habéis estado preparando durante todo el mes para disfrazarme al pie de la carretera?
Sí, Abinash lo había estado preparando durante mucho tiempo. Pensó que semejante recibimiento causaría gran sensación, y se abstuvo de poner a Binoy al corriente, pues quería toda la gloria para sí.
Abinash estaba convencido de que una representación tan fuera de lo normal no podía menos que reportarle grandes plácemes, pues en la época a que nos referimos tales formas de fastidio aún no estaban generalizadas. Escribió, incluso, un reportaje, que se proponía entregar a un periódico en cuanto llegara a Calcuta.
—Eres injusto al hablar así. Lo que ocurre es que mientras has estado en la cárcel hemos sufrido contigo. Tenemos las costillas abrasadas por el fuego que el dolor ha encendido en nuestros corazones y que no ha dejado de arder ni un solo momento durante todo este mes.
—Te equivocas, Abinash —dijo Gora—. Si miras con atención verás que el fuego sigue apagado y que vuestras costillas no han sufrido ningún daño irreparable.
Pero Abinash insistió sin amilanarse:
—El Gobierno ha tratado de deshonrarte, pero nosotros, como representantes de nuestra tierra madre, la India, te imponemos esta guirnalda de honor…
—¡Esto pasa de la raya! —exclamó Gora.
Y apartando de un empujón a Abinash y a sus seguidores se volvió hacia Paresh Babu, invitándole a subir al coche.
Paresh Babu lanzó un suspiro de alivio al tomar asiento.
Gora llegó a su casa a la mañana siguiente, pues hizo el viaje hasta Calcuta en barco. A la puerta de su casa encontró una multitud que aguardaba para aclamarle. Después de librarse de sus tentáculos, entró en la casa y fue directamente a ver a Anandamoyi. Aquella mañana ella se había bañado pronto y estaba ya esperándole. Al entrar Gora y postrarse a sus pies, la mujer no pudo contener las lágrimas.
Cuando Krishnadayal volvió a bañarse en el Ganges, Gora entró a verle, pero le saludó desde lejos y sin tocarle los pies. Krishnadayal tomó asiento a una distancia más que prudencial.
—Padre, quiero hacer penitencia.
—No lo creo necesario.
—No he sentido en la cárcel más penalidades que la de no poder evitar la contaminación. Ni siquiera ahora puedo dejar de reprocharme ciertas cosas. Es por esto por lo que deseo celebrar la ceremonia de penitencia.
—No, no —dijo Krishnadayal, asustado—. Eso sería exagerar. No puedo consentirlo.
—Está bien —suspiró Gora—; entonces permite que pida consuelo a los pandits.
—No tienes por qué consultar con ningún pandit. Puedo garantizarte que en tu casa no hay necesidad de hacer penitencia.
Gora no comprendía cómo un hombre escrupuloso como su padre se mostraba siempre tan refractario a que él observase las reglas de la ortodoxia; y no sólo no le daba su aprobación, sino que se oponía resueltamente a ello.
Aquel día, a la hora de comer, Anandamoyi puso a Binoy al lado de Gora, pero éste protestó:
—Madre, por favor, pon a Binoy un poco más lejos.
—¿Qué tienes contra Binoy?
—Nada en absoluto. Lo que ocurre es que estoy contaminado.
—No importa. A Binoy estas cosas le tienen sin cuidado.
—Pero a mí, no.
Después de comer, los dos amigos se instalaron en la habitación del último piso; en el primer momento no supieron qué decir. Binoy no encontraba forma de abordar el tema que no había dejado de preocuparle durante todo el mes. También Gora hubiera querido saber de la familia de Paresh Babu, pero esperaba que fuera Binoy el primero en mencionarla. Preguntó a Paresh Babu por sus hijas, sí, pero aquélla fue una pregunta de cortesía. No se daba por satisfecho con saber que estaban bien de salud; quería muchos más detalles.
En esto entró Mohim en la habitación y se sentó jadeando tras el esfuerzo que para él suponía subir hasta allí. Tan pronto hubo recobrado el aliento, dijo:
—Binoy, puesto que Gora ya ha vuelto, no tenemos por qué seguir esperando. Fijemos el día inmediatamente. ¿Qué dices tú, Gora? Sabes ya a lo que me refiero, por supuesto.
Gora contestó con una carcajada y Mohim continuó:
—Te ríes, ¿verdad? ¡Piensa que tu Dada es obstinado! Pero deja que te diga que la existencia de una hija no se olvida fácilmente. No te rías, Gora. Esta vez tenemos que dejar el asunto decidido definitivamente.
—¡Aquí está el hombre de quien todo depende! —dijo Gora.
—¡Oh, rayos! —exclamó Mohim—. ¿Qué va a decidir un hombre que no sabe lo que quiere? Ahora que has vuelto, tienes que ocuparte de ello.
Binoy observaba un solemne silencio, a pesar del tono festivo que empleaban los otros dos. Gora, percibiendo algo raro en su actitud, dijo:
—Yo puedo ocuparme de mandar las invitaciones y, si es necesario, incluso de comprar los pasteles. Hasta estoy dispuesto a ofreceros mis servicios para la fiesta, pero no puedo responder de que Binoy se case con tu hija. No estoy en íntimas relaciones con el que se encarga de todos esos manejos del amor. Me mantengo a prudencial distancia y le saludo desde lejos.
—No vayas a creer que porque te mantengas a distancia se olvide de ti —dijo Mohim—. El día menos pensado, llamará a tu puerta. No tengo la menor idea de cuáles son sus planes con respecto a ti, pero por lo que se refiere a Binoy puedo decirte que buena la está armando. Deja que te diga que vas a tener que arrepentirte si no intervienes activamente en el asunto, en lugar de dejarlo todo en manos de Cupido.
—Estoy siempre dispuesto a arrepentirme por no haber aceptado una responsabilidad que no fuera mía —rió Gora—; si la aceptara tendría que arrepentirme más aún. Y no quisiera que éste fuera mi destino.
—¿Serías capaz de quedarte con los brazos cruzados si vieras que un brahmán echa por la borda su honor, su casta y su respetabilidad? ¿Tú, que ni comes ni duermes en tu ansiedad de hacemos a todos buenos hindúes, vas a ver cómo tu mejor amigo sacrifica su casta y se casa con una mujer brahmo? Nunca más vas a poder mirar a la gente a la cara. Binoy, supongo que te enfadarás conmigo, pero hay mucha gente que está deseando decirle esto a Gora en cuanto vuelvas la espalda; se atropellan unos a otros, pues todos quieren ser el primero en darle la noticia. Yo, por lo menos, lo digo delante de ti, pues así es mejor para todas las partes interesadas. Si el rumor es falso, dilo y asunto terminado; pero si no lo es, entonces decide de una vez.
Cuando Mohim se hubo marchado, Binoy siguió callado; pero Gora dijo:
—Bien, Binoy, ¿qué es lo que ocurre?
—Es difícil explicarlo todo debidamente refiriendo sólo unos cuantos hechos; por esto hubiese querido ir explicándotelo poco a poco. Pero en este mundo las cosas no ocurren como nosotros quisiéramos. Primero te rondan sigilosamente, como el tigre en acecho, y luego, de pronto, sin que tú sepas cómo, te saltan al cuello. También las noticias, al principio son como una hoguera apagada; pero se prende fuego y nadie puede extinguirlo. Por esta razón a veces pienso que el único medio de ser libre es mantenerse absolutamente estacionario.
—¿Y dónde está la libertad si tú eres el único que permanece estacionario? —preguntó Gora echándose a reír—. Si el resto del mundo opta por mantenerse en movimiento, ¿por qué va a permitírsele permanecer estática? Eso sería contraproducente, pues cuando la marcha hubiese comenzado y te quedases solo no podrías por menos que considerar a tu inmovilidad como un engaño. Así, pues, has de permanecer siempre alerta; de lo contrario, cuando todo avance, tú no estarás parado.
—Tienes razón —asintió Binoy—. Yo nunca estoy preparado. También esta vez me pilló desprevenido. Nunca sé en qué sentido van a rodar las cosas; pero cuando ocurre algo hay que estar dispuesto a cargar con la responsabilidad. No se puede retroceder ante lo desagradable simplemente porque uno hubiese preferido que no sucediera.
—Sin saber qué es lo que ha sucedido, se me hace difícil responderte —observó Gora.
Armándose de valor para la confesión, Binoy empezó:
—Como consecuencia de una serie de circunstancias inevitables, me siento obligado a casarme con Lolita. Si no lo hiciera, ella tendría que soportar los infundados reproches de su sociedad durante el resto de su vida.
—Explícame mejor esas circunstancias.
—Es una larga historia. Te lo contaré todo poco a poco; por el momento, has de contentarte con lo que te he dicho.
—Está bien. Me contento. Sólo te diré una cosa: Si las circunstancias fueron inevitables, las consecuencias deben serlo también. Si Lolita tiene que soportar insultos, ¿qué se le va a hacer?
—¡Pero en mi mano está el medio de impedirlo! —protestó Binoy.
—Entonces, tanto mejor. Pero no por pregonarlo así va a resultar más sencillo. Cuando el hombre tiene hambre, en su mano está remediarlo robando y matando; pero, ¿deja de ser esto un delito? Tú dices que quieres cumplir con tu deber para con Lolita casándote con ella; pero, ¿estás seguro de que es ése tu deber? ¿No tienes ningún otro mayor para con la sociedad?
Binoy no contestó que había renunciado al matrimonio con una mujer brahmo precisamente por querer cumplir con su sociedad, sino que empezó a discutir acaloradamente, diciendo:
—En esto nunca estaremos de acuerdo. No voy contra la sociedad porque me sienta atraído por una mujer. Lo que quiero decir es que hay algo que está por encima de la sociedad y del individuo; pero tampoco lo es salvar a la sociedad. Mi mayor deber consiste en respetar la única religión.
—Yo no puedo respetar una religión que niega los derechos del hombre y de la sociedad, y lo reclama todo para ella.
—¡Pues yo sí! —exclamó Binoy, enardecido—. No es la religión lo que descansa sobre el fundamento de sociedad e individuo; son éstos los que dependen de la religión. Pero si te da por llamar religión a aquello que más conviene a la sociedad, entonces la misma sociedad acabará por derrumbarse; si levanta obstáculos en el camino de la justa libertad religiosa, salvando estos obstáculos cumpliremos con nuestro deber para con la sociedad. Si al casarme con Lolita no cometo ningún delito, sino que, al contrario, obro bien, es faltar a la religión desistir de ello simplemente porque ese matrimonio no convenga a la sociedad.
—¿Eres tú quien debe decidir lo que está bien y lo que está mal hecho? —preguntó Gora—. ¿No tienes en cuenta la situación en que colocas a tus hijos?
—Si piensas así, lo único que conseguirás es dar carácter de permanencia a las injusticias sociales. Entonces, ¿por qué te enojas con el pobre empleado que soporta los insultos y puntapiés de sus amos europeos? Sin duda, también él piensa en la situación de sus hijos, ¿no te parece?
Binoy nunca había ido tan lejos en ninguna de sus anteriores disputas con Gora. Tan sólo escasas semanas antes, la sola idea de separarse de la sociedad le hubiera llenado de horror. Sobre este tema, no se arriesgaba a discutir ni siquiera consigo mismo, y si Gora no hubiese hablado de aquel modo, las cosas hubieran tomado otro rumbo muy distinto, más en consonancia con las viejas ideas de Binoy. Pero a medida que se sumergía en la controversia, sus inclinaciones, empujadas por su sentido del deber, se hacían cada vez más fuertes.
La disputa fue furiosa y acalorada. En casos como aquél, Gora nunca recurría a la razón. Se limitaba a exponer sus opiniones con una violencia que pocas personas podían igualar. Una vez más, trató de reducir a polvo cada uno de los argumentos esgrimidos por su amigo; pero pronto advirtió ciertos obstáculos en su camino. Mientras lo que se enfrentaba eran las opiniones de Gora contra las de Binoy, Gora salía siempre vencedor; pero en aquella ocasión se enfrentaban dos hombres. Gora no pudo detener los golpes del adversario con las armas de su dialéctica; los dardos que le lanzó Binoy hicieron blanco en su corazón sensible y dolorido.
Al fin, Gora exclamó:
—¿A qué seguir malgastando palabras? Aquí poco hay que discutir: son cuestiones del corazón. Pero el que tú desees separarte de los tuyos para casarte con una muchacha brahmo es algo que me produce intenso dolor. Tú quizá puedas hacerlo; yo no podría. En esto somos distintos. No es cuestión de entendimiento ni de prudencia. Tú has depositado tu afecto en un lugar y yo en otro. No debes querer mucho a tu sociedad cuando estás dispuesto a asestarle semejante puñalada en el punto donde yo siento latir su vida. Aquella a quien yo amo es la India, a pesar de todos los defectos que tú puedas sacarle y de los insultos que pueda merecerte. No quiero que nadie sea más grande que ella. ¡Ni yo ni nadie! ¡No haré nada que pueda separarme un ápice de ella! —Y, antes de que Binoy pudiera replicar, prosiguió—: No, Binoy, es inútil discutir esto conmigo. Cuando todos abandonan a la India, llenándola de afrentas, yo sólo pido poder compartir su deshonor. ¡La mía es esta India abrumada por las distinciones de castas, esta India supersticiosa, esta India idólatra! Si quieres separarte de ella, entonces también tendrás que separarte de mí.
Gora se levantó y, saliendo a la terraza, empezó a pasear, mientras Binoy permanecía sentado, en silencio. Al cabo de un rato, apareció un criado que anunció a Gora que una multitud reclamaba su presencia a la puerta de la casa. Gora, aprovechando aquella oportunidad para escapar, se dirigió a la planta baja.
Al asomarse a la calle, vio que, entre el grupo de personas que le aguardaba, se encontraba Abinash. Gora estaba casi seguro de que Abinash se había incomodado con él, pero en aquel momento no lo demostraba. Al contrario, con lenguaje altisonante, empezó a alabar la conducta de Gora al rehusar la guirnalda que le ofreciera el día anterior. Enfáticamente, declaró:
—Mi respeto por Gourmohan Babu ha aumentado muchísimo. Desde tiempo atrás, sabía que era un hombre extraordinario; pero ayer me di cuenta de que es un gran personaje. Ayer quisimos ofrecerle honores; pero él los rechazó como pocas personas sabrían hacer en estos días. ¿No es una actitud admirable?
Gora estaba confuso y furioso.
—Mira, Abinash —exclamó con impaciencia—, me insultas con tus palabras. ¿Es que no te figuraste que tendría modestia suficiente para no unirme a la danza que pretendíais representar al pie de la carretera? ¿Y llamas a esto actitud de gran personaje? ¿Es que te has propuesto formar una compañía de cómicos ambulantes? ¿No hay nadie dispuesto a trabajar en serio? Si queréis trabajar conmigo, bien; si queréis luchar contra mí, bien. Lo único que os pido es que no vayáis por el mundo gritando: «¡Bravo! ¡Bravo!»
Pero esto sólo sirvió para robustecer el entusiasmo de Abinash. Se volvió hacia los presentes con la cara radiante, como deseando atraer la atención de todos sobre el maravilloso espíritu de las palabras de Gora.
—Nos felicitamos de poder presenciar tales pruebas de desinterés en favor de nuestra madre patria. A ti entregamos nuestras vidas.
Y con estas palabras se inclinó a tocar los pies de Gora, pero éste los retiró bruscamente.
—Gourmohan Babu —continuó Abinash—, te niegas a aceptar nuestro homenaje, pero no puedes negamos tu asistencia a una fiesta que pensamos celebrar. Llevamos algún tiempo planeándola.
—Mientras no haga penitencia no podré sentarme a comer con ninguno de vosotros —contestó Gora.
¡Penitencia! A Abinash le brillaron los ojos.
—A ninguno de nosotros se le hubiera ocurrido semejante idea; pero Gourmohan Babu no descuida ninguno de los preceptos de la religión hindú.
Todos se mostraron de acuerdo en que sería una gran idea reunirse para la fiesta con motivo de la ceremonia de la penitencia. Se invitaría a algunos de los grandes pandits del país, para demostrarles palpablemente que la religión hindú seguía viva.
Acto seguido, se trató de la fecha y lugar de la ceremonia y cuando Gora declaró que no podría celebrarse en su casa, uno de sus adictos seguidores, que poseía una casa con jardín a orillas del Ganges, se apresuró a ponerla a su disposición. Se decidió también que los gastos fueran satisfechos por todos los miembros del partido, a partes iguales.
Antes de despedirse, Abinash empezó una elocuente arenga, moviendo mucho los brazos:
—Aunque Gourmohan Babu se enfade conmigo, voy a hablar, pues cuando el corazón está rebosante, no es posible contener los sentimientos. Para el rescate de los vedas, han nacido avatares en esta tierra santa de la India. Y así, hoy hemos visto a un avatar que ha nacido para preservar la religión hindú. Nuestro país es el único del mundo que tiene seis estaciones. Y en nuestro país nacieron, nacen y nacerán avatares. ¡Felicitémonos de que se nos haya dado prueba de ello! Hermanos, gritemos: «¡Loor a Gourmohan Babu!»
Enfervorizados por la elocuencia de Abinash, los presentes empezaron a aclamar a Gora ruidosamente; pero él huyó, muy confuso.
Aquel día, el primero que Gora pasaba entre los suyos después de su encarcelamiento, un inmenso cansancio se apoderó de él. En la prisión, a menudo soñó con trabajar por su país con renovado entusiasmo; pero hoy sólo se preguntaba, una y otra vez: «¿Dónde está mi país? ¿Seré yo el único que lo ve? Mi mejor amigo, aquel con el que solía hablar de mis planes y esperanzas, se dispone a romper todo contacto con el pasado y el futuro, indiferentemente, para casarse con una muchacha por la que se ha encaprichado. Y los que forman lo que todos llaman mi partido, después de haber escuchado infinidad de veces mis opiniones, llegan a la conclusión de que yo soy un avatar, nacido con la misión de preservar la religión hindú, que soy una personificación de las escrituras. Y a la India, ¿no se le reserva ningún lugar? ¡Seis estaciones! ¡En la India tenemos seis estaciones! Si todo el fruto que son capaces de dar esas seis estaciones es como Abinash, nada se perdería aunque tuviéramos dos o tres estaciones menos.»
En aquel momento entró el criado a decirle que su madre le llamaba. Al oírle, Gora tuvo un ligero sobresalto y repitió para sí: «¡Mi madre me llama!», y le pareció que estas palabras tenían para él un nuevo significado. Dijo mentalmente: «Pase lo que pase, tengo a mi madre. Y me llama. Ella me unirá a los demás. No permitirá que me mantenga apartado de nadie. Con ella, en su habitación, están los míos. También me llamaba cuando yo estaba en la cárcel. Allí no podía verla. Ahora, fuera de los muros de la prisión, me llama y yo voy a ella.» Y mientras pensaba esto contemplaba el frío cielo de aquel mediodía de invierno. De pronto, sus diferencias con Binoy y Abinash le parecieron insignificantes. Bajo el sol, la India parecía abrirle los brazos. Gora vio ante sí todos sus ríos y montañas, sus ciudades y océanos. Del infinito se derramaba a raudales una luz clara y purísima que hacía resplandecer a toda la India. Gora se sintió emocionado, y a sus ojos asomaron las lágrimas. La sensación de fatiga que un momento antes le agobiara se desvaneció. Se preparaba con alegría para aquel trabajo interminable e ingrato al servicio de la India. Aunque con sus ojos no podía ver su grandeza, tal como se le había aparecido durante sus meditaciones, no por eso se desanimaba. Una y otra vez se repetía: «¡Mi madre me llama! Voy hacia donde se halla el que nos da el alimento, el que rige el universo…, infinitamente lejos y, al mismo tiempo, tan cerca; más allá de la muerte y en medio de la vida, el que ilumina con la luz gloriosa del futuro este presente imperfecto y miserable. Voy a Él. Mi madre me lleva hacia donde Él se encuentra…, tan lejos y tan cerca.» Transportado por aquella alegría, Gora sintió la presencia de Binoy y Abinash —como si tampoco ellos estuvieran lejos de él— y todas las diferencias surgidas entre ellos quedaron eclipsadas por un sentimiento de perfecta armonía.
Al entrar en la habitación de Anandamoyi, Gora estaba casi transfigurado por la felicidad. Detrás de todo lo que se ofrecía a su vista adivinaba una maravillosa presencia. De momento, no reconoció a la persona que estaba al lado de su madre.
Era Sucharita, que se levantó y le saludó con una inclinación.
—¿Eres tú quien está aquí? —le dijo Gora—. Siéntate, por favor.
Estas palabras, «Eres tú quien está aquí», no parecían referirse a un suceso corriente sino a un acontecimiento sensacional.
Hubo un tiempo en que Gora evitaba a Sucharita. Mientras estuvo de viaje, trabajando y padeciendo penalidades, logró dejar de pensar en ella algunas veces. Pero durante su cautiverio, el recuerdo de la joven no le dejaba ni un momento. Tiempo atrás, Gora ni siquiera se acordaba de que en la India hubiera mujeres; pero, de pronto, Sucharita le reveló esta verdad tan grande y tan antigua, haciéndole temblar como bajo el impacto de un golpe. Cuando penetraban en su celda el sol y el aire del mundo exterior, llenándose de añoranza, Gora no se representaba aquel mundo como un campo de acción reservado a los hombres; durante sus meditaciones, lo veía presidido por dos deidades, iluminadas por un resplandor hecho con la luz del sol, la luna y las estrellas, y, recortándose sobre el azul del firmamento una de ellas rebosaba amor maternal, el amor conocido por él desde siempre; la otra tenía el rostro hermoso y dulce de su nueva revelación.
En medio de los sinsabores de la vida de presidio, Gora no consiguió experimentar ningún antagonismo contra aquella imagen. Su recuerdo le producía una íntima sensación de libertad, y los sufrimientos parecían formar parte de un sueño remoto. Las ondas que se escapaban de su alma palpitante atravesaban los muros de la cárcel, se fundían con el firmamento, ponían destellos en los árboles y en las flores e iban a romper en la orilla de su mundo de cada hora.
Gora se convenció a sí mismo de que no había por qué temer a una imagen de su fantasía, y durante todo el mes dejó vagar libremente sus pensamientos por este campo diciéndose que sólo de las cosas reales hay que tener miedo.
Pero cuando, al salir de la cárcel, vio a Paresh Babu, el corazón se le llenó de gozo. Al pronto, Gora no advirtió que no era la sola presencia de Paresh Babu lo que le alegraba; con aquella presencia se mezclaba el encanto de la imagen cuyo recuerdo no se apartó de su mente durante tantos días. Poco a poco, cuando se encontraba ya a bordo del vapor que le llevaba a Calcuta, fue comprendiendo que Paresh Babu no le atraía hasta aquel extremo por sus solas virtudes.
Se preparó nuevamente para la lucha, prometiéndose a sí mismo que no se dejaría derrotar. Sentado en la cubierta del vapor, tomó la decisión de volver a marchar lejos y no permitir que su espíritu quedara cautivo ni por el más tenue de los hilos.
Éste era su estado de ánimo cuando discutió con Binoy. Teniendo en cuenta que aquélla era la primera vez que los dos amigos se reunían después de tan larga separación, el altercado no hubiera sido tan violento si, en realidad, Gora no hubiese estado discutiendo consigo mismo. Cada vez estaba más convencido de que era su propio honor lo que se dirimía, y por esto habló con tanta vehemencia; su vehemencia fue una necesidad. Pero, al ver que su violencia suscitaba en Binoy análoga violencia, y su amigo refutaba todos sus argumentos y los tachaba además de estúpida mojigatería, sintió que su espíritu se sublevaba. Binoy no imaginó ni por un momento que Gora no le habría asestado golpes tan duros si, en realidad, no hubiese estado descargándolos sobre sí mismo.
Después de la discusión, Gora comprendió que no debía abandonar el campo, y pensó: «Si porque temo por mi vida, suelto a Binoy, entonces Binoy estará perdido.»