CAPÍTULO LIV

Al ver a Anandamoyi, Sucharita exclamó, sorprendida:

—¡Ahora mismo me disponía a ir a verte!

—No sabía que pensaras ir a verme, pero sé cuál era el motivo de tu visita —sonrió Anandamoyi—: el mismo que a mí me trae a tu casa; desde el momento en que me enteré de la noticia, me entraron deseos de hablar contigo.

Sucharita se sorprendió al oír que Anandamoyi estaba al corriente de todo, y escuchó con toda atención lo que ésta le decía:

—Madrecita, siempre consideré a Binoy como a un hijo. Cuando me dijo cómo le apreciabais todos vosotros, no puedes figurarte con qué cariño os bendije desde el fondo de mi corazón. ¿Cómo iba, pues, a permanecer inactiva sabiendo que algo os aflige? No sé si podré hacer algo por ayudaros, pero no he podido menos que venir corriendo. Dime, querida, ¿es Binoy el causante de lo que ocurre?

—¡Ni pensarlo! Lolita es la única responsable de la agitación que se ha levantado. Binoy no pudo ni soñar que ella fuera a subir al vapor sin decir ni una palabra a nadie, y no obstante, la gente murmura como si los dos hubieran tramado el viaje de antemano. Además, Lolita es tan orgullosa que no se aviene a dar explicaciones de lo ocurrido.

—Pero habrá de hacer algo. Desde que Binoy se ha enterado no ha tenido un momento de reposo, y quiere cargar con toda la culpa.

Sucharita enrojeció levemente y, bajando la cabeza, preguntó:

—Bueno, ¿crees que Binoy Babu…?

—Mi querida niña —atajó Anandamoyi al verla titubear—, yo te aseguro que Binoy haría cualquier cosa por Lolita. Le conozco desde que era niño y puedo decirte que cuando se entrega lo hace sin reservas. Esto me dio siempre miedo, pues temía que su corazón le llevase hasta un lugar del que no pudiera volver.

—No temas que Lolita no dé su consentimiento —dijo Sucharita, aliviada—. Conozco sus sentimientos. Pero, ¿crees que Binoy Babu querrá abandonar su sociedad?

—Desde luego, lo haría si fuera necesario; pero, ¿por qué hablas ahora de eso? ¿Lo estimas necesario?

—¿Qué quieres decir, madre? ¿Es que Binoy Babu podría casarse con una muchacha brahmo, sin dejar de ser hindú?

—Si él está dispuesto a hacerlo, ¿qué inconveniente hay en ello?

—No creo que tal cosa fuera posible —observó Sucharita, confusa.

—Pues a mí me parece lo más sencillo del mundo, Didi. Por ejemplo, en mi casa, yo no puedo observar las costumbres que observa el resto de la familia. Por esto es por lo que tanta gente me llama cristiana. Cuando ha de celebrarse alguna ceremonia, yo me mantengo apartada. Ríete si quieres, querida, pero ni siquiera Gora acepta beber agua en mi habitación. Pero no por esto aquella casa deja de ser mi hogar y la sociedad hindú mi sociedad. Permanezco en la casa y en la sociedad, soportando los insultos que quieran dedicarme, y no creas que me mortifican demasiado. Si llega un día en que los obstáculos se hacen imposible, entonces tomaré el camino que Dios quiera señalarme; pero hasta el final diré que si me aceptan o no, es cosa suya.

—Mira…, tú sabes ya cómo piensa el Brahmo Samaj —dijo Sucharita, algo perpleja—. Suponiendo que Binoy Babu…

—Sus opiniones no difieren mucho de las vuestras —interrumpió Anandamoyi—. Las doctrinas del Brahmo Samaj no son nada del otro mundo. Binoy suele leerme los artículos que aparecen en vuestros periódicos, y no encuentro nada extraordinario en ellos.

En esto entró Lolita que iba en busca de su hermana. Al ver a Anandamoyi se sonrojó, pues, por la expresión de Sucharita, comprendió que estaban hablando de ella. De buena gana hubiera escapado, pero no se le ocurrió ninguna excusa para hacerlo.

—Ven aquí, Lolita. Ven, madrecita, ven —exclamó Anandamoyi cogiéndola de la mano y obligándola a sentarse cerca de ella, como si Lolita fuera de su exclusiva propiedad. Después se volvió hacia Sucharita y dijo—: Mira, madrecita, una de las cosas más difíciles de este mundo es armonizar lo bueno con lo malo, y, no obstante, a veces se les encuentra juntos, y de esta unión nacen penas y alegrías. Porque no siempre brilla el mal, sino que brilla el bien, a veces. Y si tal cosa es posible, no comprendo por qué no han de poder unirse felizmente dos personas de opiniones diferentes. ¿Es que la verdadera unión de dos seres no es más que cuestión de opiniones?

Sucharita permaneció con la cabeza baja y Anandamoyi continuó:

—¿Es que vuestro Brahmo Samaj no permite que se unan dos personas, si lo desean? ¿Quiere vuestra sociedad que se mantengan alejados dos seres unidos ya espiritualmente por Dios? Madrecita, ¿es que en ningún lugar del mundo existe sociedad que pase por alto pequeñas diferencias de opinión y una a sus miembros en las cosas que realmente importan? ¿Es que los hombres han de estar siempre peleándose con su Dios? ¿Es que sólo para eso se ha creado la sociedad?

Aquel encendido entusiasmo con que hablaba Anandamoyi, ¿tenía como único objeto vencer la oposición al matrimonio de Binoy y Lolita? ¿No pensaría disipar con sus palabras las vacilaciones que pudiera tener Sucharita en aquel sentido? La muchacha no debía albergar tales escrúpulos. Si opinaba que el matrimonio entre Lolita y Binoy no era factible a menos que éste se hiciera brahmo, entonces la esperanza que abrigara Anandamoyi durante aquellos días de zozobra quedaría reducida a polvo. Pocas horas antes, Binoy le había preguntado:

«—Madre, ¿tendré que inscribirme en el Brahmo Samaj? ¿Voy a tener que aceptar eso, también?

»—No, no lo creo necesario.

»—¿Y si me obligan?

»—No pueden obligarte —dijo Anandamoyi después de un breve silencio.»

Pero Sucharita no estaba de acuerdo y, al ver que no contestaba, así lo comprendió Anandamoyi.

Pensó, entonces: «Fue mi amor por Gora lo que me dio fuerzas para dejar de observar las tradiciones de mi sociedad. ¿No se siente Sucharita atraída por Gora? En este caso, seguramente no habría dado importancia a una cosa tan trivial.»

Anandamoyi se sintió deprimida. Faltaban sólo dos o tres días para que Gora fuera puesto en libertad, y ella hubiera querido que hallase, aguardándole, la felicidad. Comprendía que era el momento de atar a Gora; si no lo lograba, nadie sabía en qué lances iba a meterse. Pero atraer a Gora y conservarlo no era tarea al alcance de cualquier muchacha. Además, no estaría bien dejar que se casara con una muchacha hindú; he aquí por qué Anandamoyi tuvo que rechazar tantas peticiones como continuamente le hacían los padres de muchachas casaderas. Gora afirmaba que no quería casarse, y la gente se asombraba de que ella no protestara de semejante decisión. Luego, cuando advirtió en él los primeros síntomas de debilidad, se sintió muy contenta: por esto le dolía tanto la silenciosa oposición de Sucharita. Pero Anandamoyi no era mujer que se desanimara fácilmente y dijo para sí: «Bien. Ya veremos lo que ocurre.»