CAPÍTULO LII

Aunque vivía en casa de Anandamoyi, Binoy solía ir a la suya todas las mañanas. En cierta ocasión, al entrar en su aposento, encontró una carta. Era un anónimo que subrayaba los inconvenientes que se oponían a su enlace con Lolita. Binoy no sería feliz con aquel matrimonio, que, además, para Lolita significaría un desastre, decía el anónimo. Sin embargo, si Binoy se obstinaba en no hacer caso de aquellas advertencias, debía saber que Lolita estaba delicada del pecho y que los médicos llegaron incluso a sospechar que se trataba de tuberculosis.

Binoy se quedó helado. Nunca hubiera podido imaginar que existieran seres capaces de inventar tales falsedades. Nadie debía ignorar que la diferencia existente entre sus respectivas costumbres imposibilitaba el matrimonio. Y ésta era precisamente la causa de que le remordiera la conciencia por aquel amor. Pero si alguien pudo escribir aquella carta, en los círculos del Brahmo Samaj la boda se consideraba un hecho. Binoy se afligió al pensar en los reproches que estaría soportando Lolita. Le parecía una vergüenza que el nombre de la muchacha se asociara con el suyo en los comadreos de los corrillos del Brahmo Samaj. Pensó que Lolita se arrepentiría de haberle conocido y no podría ya soportar su presencia.

Pero, ¡lo que es el corazón humano! A pesar de todo ello, Binoy se sintió invadido por una profunda alegría. No podía reparar en insultos ni amenazas. En vano trató de sustraerse a esta sensación mientras paseaba rápidamente por el mirador. Era como si con la luz de la mañana se hubiera mezclado una especie de locura, y hasta los gritos de los vendedores ambulantes despertaban en su interior un profundo nerviosismo. ¿Acaso aquella marea de insultos no arrastraba a Lolita hasta el seguro refugio de su corazón? Binoy no acertaba a desterrar de su mente la imagen de la muchacha dejando su mundo, empujada por la corriente, y viniendo hacia él, y se repetía una y otra vez: «¡Lolita es mía, sólo mía!» Hasta entonces nunca tuvo valor para confesárselo, pero, al ver que sus deseos hallaban eco en el mundo exterior, no pudo seguir conteniéndose.

Mientras, agitado por estos pensamientos, paseaba por el mirador, vio acercarse a la casa a Haran Babu. Inmediatamente comprendió lo que se ocultaba detrás de aquel anónimo.

Después de ofrecer asiento a Haran Babu, Binoy aguardó, sin demostrar su habitual placidez. Al fin, su visitante empezó:

—Binoy Babu, tú eres hindú, ¿verdad?

—Sí, soy hindú.

—No te enfades por mi pregunta. A veces, al no considerar las cosas desde todos los puntos de vista, andamos a ciegas y, sin darnos cuenta, ocasionamos sinsabores a los demás; en estos momentos hemos de escuchar de buen grado al que nos pregunta dónde iremos a parar con nuestra conducta y si obramos con prudencia.

—Tan largo preámbulo es innecesario —dijo Binoy, tratando de sonreír—. No va con mi carácter enfadarme al oír preguntas desagradables ni violentar al interrogador. Puedes preguntarme lo que quieras sin miedo, sea lo que sea.

—No deseo acusarte de transgresión deliberada, y no necesito decirte que el fruto de la indiscreción suele estar cargado de veneno.

—Lo que no necesites decirme puedes suprimirlo —dijo Binoy con ligera impaciencia en la voz—. Dime tan sólo lo que debas decirme.

—¿Es correcto que un hindú, que no puede abandonar su sociedad, entre y salga en la casa de Paresh Babu de tal modo que suscite comentarios acerca de las hijas de éste?

—Mira, Panu Babu, yo no puedo aceptar la responsabilidad de lo que a la gente de determinada sociedad se le antoje urdir en relación con cualquier hecho. Esto depende en su mayor parte del carácter de esa gente. Si a los miembros de tu Brahmo Samaj les es posible hablar de las hijas de Paresh Babu con escándalo, la vergüenza es para el Brahmo Samaj, no para ellas.

—Si una muchacha es capaz de dejar la protección de su madre y marcharse con un extraño, en un barco, ¿no tiene la sociedad derecho a hablar de ello? ¡Contéstame a esto!

—Si tú sitúas un hecho externo, perfectamente inocente al nivel de un vergonzoso delito del alma, ¿qué necesidad tenías de abandonar la sociedad hindú y hacerte brahmo? Dejando aparte lo ocurrido, Panu Babu, no veo la necesidad de discutir de estas cosas. Yo puedo perfectamente decidir por mí mismo cuál es mi deber, y en esto tú no vas a poder ayudarme en absoluto.

—No tengo mucho que decirte —contestó Haran Babu—. Sólo una palabra: De ahora en adelante debes mantenerte apartado de aquella casa, pues de lo contrario obrarías muy mal. Con tus visitas, no has conseguido sino ocasionar disgustos, y ninguno de vosotros sabe el daño que les has hecho.

Cuando Haran Babu se hubo marchado, Binoy sintió que la duda le atormentaba. El amable y bondadoso Paresh Babu le había recibido con inconfundibles muestras de afecto; tal vez él había abusado, pero en ningún momento se vio falto de consideración y afecto. En aquel hogar, Binoy encontró un refugio único y tan adecuado a su modo de ser que con la amistad de aquella familia su carácter parecía haberse robustecido. Y aquellos con los que él se hallara tan a gusto, ¿iban a tener que recordarle con pesar? Él tuvo la culpa de que cayera sobre el nombre de las hijas de Paresh Babu la mancha del reproche. Y también él atrajo la humillación sobre Lolita. ¿Existía remedio para semejante delito? ¡Ay, qué tremendos obstáculos levanta ante la verdad eso que se llama sociedad! Ciertamente, nada se oponía a su matrimonio con la muchacha. Dios, el Señor de sus corazones sabía que Binoy estaba dispuesto a sacrificar toda su vida en bien de Lolita. ¿Acaso no se sentían atraídos? Ningún obstáculo había en sus eternas leyes. ¿Es que el Dios que adoraban en el Brahmo Samaj las personas como Panu Babu era un ser distinto? ¿No era acaso el Dueño de los corazones humanos? Una horrenda prohibición pesaba sobre aquel matrimonio. Pero si, para obedecer los mandatos de la sociedad, Binoy quebrantaba los preceptos del Señor de todos los corazones, ¿no incurriría, entonces, en delito? Pero quizá Lolita no pensara igual. Además, la muchacha no podía sentir por Binoy más que… Y las dudas no acababan.