Al enterarse de lo ocurrido, Sucharita empezó a pensar que Lolita había enmarañado terriblemente las cosas, y después de reflexionar breves instantes, le dijo, rodeándole los hombros con un brazo:
—Hermana, esto me da miedo.
—¿Qué es lo que te da miedo?
—El revuelo que se ha armado en el Brahmo Samaj. Imagina por un momento que, después de todo, Binoy Babu no quisiera…
—Sí querrá —dijo Lolita, muy segura, pero bajando la cabeza.
—Ya sabes que Panu Babu ha hecho creer a nuestra madre que Binoy no consentiría en la boda si para casarse tenía que abandonar su sociedad. Lolita, ¿por qué no pensaste en todas estas dificultades antes de hablar de aquel modo delante de Panu Babu?
—¡No creas que lo siento! Si Panu Babu y los suyos se imaginan que persiguiéndome hasta la orilla del mar van a poder capturarme, pronto descubrirán su equivocación. No saben que a mí no me da miedo zambullirme en el agua. Y lo haré, antes de caer entre las fauces de esa jauría de aulladores.
—Hablemos primero con nuestro padre —dijo Sucharita.
—Puedo asegurarte que él no se unirá a los cazadores. Él nunca nos encadenó a sus ideas. ¿Se ha enfadado alguna vez cuando nuestras opiniones han diferido de las suyas? ¡Y cómo se enojaba, en cambio, madre! El único temor de nuestro padre era que pudiésemos perder la facultad de pensar por nosotras mismas. Después de habernos educado así, ¿crees que va a ponernos en manos de un carcelero como Panu Babu?
—Está bien. Supongamos que nuestro padre no se opone, ¿qué piensas hacer ahora?
—Si ninguno de vosotros quiere hacer nada, yo misma…
—No, no, querida —la atajó Sucharita con decisión—. No es preciso que tú hagas nada. Tengo un plan.
Aquella tarde, precisamente cuando Sucharita se disponía a ir a ver a Paresh Babu, recibió su visita. A aquella hora, Paresh Babu solía pasear a solas por el jardín, en actitud pensativa. Entonces, rodeado de las primeras sombras de la noche, alisaba los pliegues que el trabajo de la jornada había marcado en su espíritu y se preparaba para el descanso llenando de paz su corazón. Al verle entrar con semblante preocupado, a la hora en que de ordinario se recreaba en meditar, Sucharita se sintió apenada como la madre que ve silencioso y enfermo al niño que debiera estar jugando alegremente.
—Te has enterado, ¿verdad, Radha? —preguntó Paresh Babu.
—Sí, padre, me he enterado; pero, ¿por qué esta preocupación?
—Sólo una cosa me inquieta: que Lolita no sepa capear el temporal que ella misma ha ayudado a levantar. Cuando el ardor nos domina, el orgullo oscurece nuestro cerebro, pero cuando, uno a uno, van madurando los frutos de nuestras acciones, perdemos las fuerzas y no nos es posible enfrentarnos con las consecuencias de nuestros actos. Después de calcular las consecuencias de su acción, ¿sabe ya Lolita qué camino tiene que seguir?
—Puedo asegurarte una cosa, padre, y es que Lolita no se dejará vencer por las penalidades que pueda infligirle el Samaj.
—Sólo quisiera estar seguro de que no muestra este espíritu de rebeldía en un momento de enojo.
—No, padre —dijo Sucharita con la vista baja—, si ése fuera el caso, yo no la habría escuchado ni un momento. Lo que durante mucho tiempo estuvo pensando muy seriamente salió a la superficie cuando ella recibió un inesperado golpe. Ahora, no es posible tratar de dominar a una muchacha como ella. Además, padre, Binoy Babu ¡es tan bueno…!
—Pero, ¿está dispuesto Binoy a hacerse miembro del Brahmo Samaj? —preguntó Paresh Babu.
—No lo sé. ¿Qué te parece si fuéramos a ver a la madre de Gour Babu?
—Creo que es una buena idea. Debéis ir.