CAPÍTULO XLIX

Lolita fue en busca de Paresh Babu y le dijo:

—Como somos brahmos, las niñas hindúes no quieren venir a nuestra clase, por esto he pensado que sería una buena idea que nos ayudara algún hindú. ¿Qué opinas, padre?

—¿Y dónde está ese hindú? —preguntó Paresh Babu.

Lolita iba preparada para pronunciar el nombre de Binoy; pero cuando llegó el momento de hacerlo sintió una repentina timidez. Sin embargo, hizo un esfuerzo.

—No es difícil encontrarlo. Tenemos a Binoy Babu o…

En realidad, el «o» era superfluo, y la frase quedó sin terminar.

—¡Binoy! Pero ¿por qué iba Binoy a prestarse a ello?

Lolita se sintió herida en su orgullo. ¡No querer Binoy Babu…! ¿No sabía Paresh Babu que Lolita tenía el poder de convencerle? Dijo tan sólo:

—No existe razón por la que deba negarse.

Después de un breve silencio, el anciano comentó:

—Si lo piensa bien, no podrá acceder.

Lolita enrojeció violentamente y se puso a juguetear con el manojo de llaves que llevaba colgado del sari. Paresh Babu se sintió apenado al ver la tristeza que asomaba al rostro de su hija, pero no supo qué decir para consolarla. A los pocos momentos, Lolita levantó lentamente la vista hasta su padre y dijo:

—Entonces, ¿la escuela es un imposible?

—En estos momentos veo infinidad de dificultades. Si seguís adelante sólo conseguiréis provocar desagradables críticas.

Nada más penoso para Lolita que tener que someterse en silencio a aquella injusticia y observar la victoria de Haran. No hubiera aceptado la orden de retirada si no se la hubiera dado su propio padre. Ella no temía las críticas, pero ¿cómo iba a soportar la injusticia? Lentamente se puso en pie y salió del gabinete.

En su habitación encontró una carta. Era de Shailabala, una antigua condiscípula, ya casada, que a la sazón vivía en Rankipure. Entre otras cosas, decía:

Mi espíritu está intranquilo a causa de unos rumores que me han llegado acerca de todos vosotros. Te hubiera escrito antes, pero no he tenido tiempo. No obstante, anteayer recibí una carta de cierta persona (cuyo nombre no te diré) que me dejó estupefacta, y no he podido demorarlo por más tiempo. Si la persona que me la envió no mereciera mi más absoluta confianza, no creería lo que de ti me cuenta. ¿Cómo es posible que pienses en casarte con un hindú? Si esto es verdad…, etc., etc.

Lolita se puso furiosa. Sin perder un momento, se sentó a redactar la respuesta, que decía así:

Me asombra que escribas sólo para preguntarme si la noticia que sobre mí te han dado es cierta o no. ¿Tan escasa es tu fe, que tienes que poner a prueba las afirmaciones hechas por un miembro del Brahmo Samaj? Me dices que te deja estupefacta el que yo piense en casarme con un hindú. Permite que te diga, por mi parte, que existen en el Brahmo Samaj ciertos elementos en los que me daría miedo pensar como posibles maridos y, en cambio, conozco a un par de hindúes con los que cualquier muchacha brahmo se casaría muy orgullosa. Por el momento, no tengo más que decirte.

Paresh Babu renunció a seguir trabajando y se sumió en una profunda meditación. Luego, fue a ver a Sucharita, que, al advertir la inquietud que reflejaba su semblante, se sintió muy alarmada. Ella sabía lo que atormentaba a su padre, pues desde varios días antes no dejaba de preocuparla el mismo problema.

Después de tomar asiento en la solitaria estancia de Sucharita, Paresh Babu dijo:

Didi, ha llegado el momento de pensar seriamente en Lolita.

—Lo sé, padre —contestó ella mirándole cariñosamente.

—No me preocupa la polvareda que se ha levantado en nuestra sociedad. Lo que quisiera saber es si…, en fin, si Lolita…

Al ver que Paresh Babu dudaba, Sucharita trató de expresar claramente sus propios pensamientos y dijo:

—Lolita siempre fue franca conmigo; pero últimamente he observado en ella cierta reserva. Comprendo perfectamente que…

—Lolita está abrumada por una carga de tal peso que ni siquiera ella misma quiere reconocerla. Me pregunto cuál es el mejor camino. ¿Qué opinas? ¿Hice mal al permitir que Binoy Babu entrara y saliera de nuestra casa con toda libertad?

—Padre, tú sabes bien que Binoy Babu es un buen muchacho. Su carácter es irreprochable. En realidad, hay pocas personas como él en el círculo de nuestras educadas amistades.

—¡Cierto, Radha! ¡Tienes razón! —exclamó Paresh Babu con vehemencia, como si acabara de hacer un gran descubrimiento—. Y lo que importa es la bondad. Es lo que Dios tiene en cuenta. Binoy es bueno; de eso no hay duda. Debemos dar gracias a Dios, porque no nos hemos equivocado.

Paresh Babu respiró aliviado; parecía haberse librado de un peso abrumador. Nunca era injusto con Dios, y aceptaba las balanzas con que Él pesaba a los hombres, porque eran las balanzas de la verdad eterna, y como no utilizaba pesos falsos, fabricados por ninguna secta, nunca tenía que reprocharse nada. Se sintió simplemente asombrado de sí mismo por no haber sabido comprender mucho antes algo tan evidente. Poniendo una mano sobre la cabeza de Sucharita, dijo:

—Madrecita, hoy he aprendido de ti una lección.

Sucharita se inclinó inmediatamente a sus pies y exclamó:

—¡No! ¡No! ¿Qué estás diciendo, padre?

—El sectarismo hace olvidar la sencilla verdad de que el hombre es hombre. Crea una especie de remolino y en él las distinciones establecidas por la sociedad entre brahmos e hindúes asumen una importancia mayor que la verdad universal. Y durante todo este tiempo yo he estado girando en este torbellino de falsedad. —Paresh Babu guardó silencio unos minutos y, luego, dijo—: Lolita no puede renunciar a su idea sobre la Escuela de niñas. Hoy ha venido a pedirme que le permitiera solicitar la ayuda de Binoy Babu.

—¡No, no, padre, espera un poco!

El anciano recordó con pena el apesadumbrado semblante con que su hija se marchó cuando él quiso disuadirla de su propósito de pedir ayuda a Binoy. Sabía bien que su enérgica hija se sentía enojada más que por la injusticia de que su sociedad la hacía objeto por no poderla combatir y porque fuera precisamente su padre quien se lo impedía. Él deseaba rectificar inmediatamente, y preguntó:

—¿Por qué esperar, Radha?

—Porque ahora nuestra madre se enfadaría.

Paresh Babu comprendió que Sucharita tenía razón; antes de que pudiera contestar, entró Satish y cuchicheó algo a la muchacha.

—No, ahora no —dijo ella—. Mañana.

—Pero mañana tendré que ir a la escuela —protestó Satish, disgustado.

—¿Qué ocurre, Satish? ¿Qué es lo que quieres? —preguntó Paresh Babu con afectuosa sonrisa.

—¡Oh!, cosas de Satish. Es…

Pero el niño la interrumpió apresuradamente.

—¡No, no se lo digas! ¡No se lo digas!

—¿Se trata de un secreto?

—No, padre —contestó Sucharita—. En realidad está deseando que tú te enteres.

—¡No! ¡Eso nunca! —gritó Satish escapando a todo correr.

La verdad era que Binoy ensalzó de tal modo su redacción que el niño prometió enseñársela a Sucharita, y es superfluo añadir que el motivo por el cual le habló de ella en presencia de Paresh Babu estaba clarísimo a los ojos de la joven. El pobre Satish no comprendía que pudieran descubrirse sus más íntimos pensamientos con tanta facilidad.