CAPÍTULO XLVIII

Binoy nunca imaginó que sus frecuentes visitas a casa de Paresh Babu pudieran ocasionar semejante erupción volcánica en la sociedad a la que pertenecía la familia. Al principio, sintió cierta timidez y, como no sabía hasta qué limites podía llegar, se comportaba con prudencia. Pero, poco a poco, su timidez fue desvaneciéndose, y al muchacho no se le ocurrió pensar que pudiera existir algún peligro. Al enterarse de que su conducta puso en entredicho a Lolita ante los miembros del brahmo Samaj, se sintió anonadado. Y lo que más le dolía era darse cuenta de que Lolita le inspiraba mucho más que una buena amistad. En aquellas circunstancias, Binoy consideraba un crimen albergar semejantes sentimientos hacia una mujer de la que le separaban infranqueables barreras sociales. A menudo pensó que le resultaría difícil definir su situación respecto a aquella familia que con tanta confianza le recibía. Se llamaba a sí mismo hipócrita, al pensar que si les expusiera claramente cuáles eran sus verdaderos sentimientos, tendría que avergonzarse.

En esto, cierto día recibió una carta de Bordashundari[15] en la que ésta le suplicaba que fuera a visitarla precisamente a mediodía. Al verle entrar le preguntó:

—Binoy Babu, tú eres hindú, ¿verdad?

A lo que él dijo que sí. Entonces ella quiso saber:

—¿Estás dispuesto a abandonar la sociedad hindú?

Él contestó que no.

—Entonces, ¿por qué…?

Bordashundari dejó la frase sin terminar y Binoy no supo qué decir. No se atrevió ni a mirarla, sintiéndose cogido en falta. ¡Su secreto, que él no deseaba revelar ni al sol ni a la luna, ni al aire, era, pues, conocido! Sólo pudo decirse: «¿Qué pensará de esto Paresh Babu? ¿Y Lolita? ¿Qué pensará de mí Sucharita?» Por el error de algún ángel, se le había dejado entrar en aquel paraíso; pero por poco tiempo. ¡Y tenía que salir de allí, lleno de vergüenza!

Y cuando, al dejar la casa, vio a Lolita, pensó en destruir el último vestigio de su antigua amistad confesándole su grave falta; pero no supo hacerlo, y se limitó a saludarla con una ligera inclinación, sin mirarla siquiera.

Poco tiempo atrás, Binoy era un extraño para la familia de Paresh Babu. Volvía a ser un extraño. ¡Pero qué distinto! ¿Por qué sentía aquel vacío? Antes no echaba nada de menos; tenía a Gora y a Anandamoyi. Pero ahora se sentía como el pez fuera del agua, y se volviera hacia donde se volviera, en ningún sitio encontraba consuelo. En medio de aquella concurrida calle de la populosa ciudad, se le apareció la amenazadora imagen de la destrucción dispuesta a cebarse en su vida. Aquella tremenda sensación de vacío y soledad llegaba a sorprenderle, y una y otra vez preguntaba al insensible y hermético firmamento por qué, cuándo y cómo había podido ocurrir aquello.

De pronto, oyó que le llamaban.

—¡Binoy Babu! ¡Binoy Babu!

Al volver la cabeza, vio a Satish que corría hada él. Cogiendo al niño entre sus brazos, exclamó:

—¡Bien, hermanito! ¿Qué le ocurre a mi amigo?

Había lágrimas en su voz; nunca advirtió como en aquel momento cuánto quería al hijo adoptivo de Paresh Babu.

—¿Por qué no vienes a nuestra casa? —preguntó Satish—. Mañana comerán con nosotros Labonya y Lolita Didi, y mi tía me manda para invitarte.

Binoy comprendió que Harimohini no sabía nada aún, por lo que contestó:

—Satish Babu, da mis pronams a la tía, pero dile que no podré ir.

Satish cogió la mano de Binoy y suplicó:

—Tienes que ir. No puedes faltar.

Satish tenía sus motivos para insistir. En el colegio le pusieron una redacción sobre el tema «Amor a los Animales», y el niño obtuvo por ella cuarenta y dos puntos sobre cincuenta, por lo que estaba deseoso de mostrársela a Binoy. Sabía que su amigo era hombre instruido y de buen gusto, y no dejaría de aquilatar el indiscutible valor de su obra. Y si Binoy confirmaba las excelencias de su ensayo, Satish no temería las faltas de respeto de la ignorante Lolita. Él fue quien indujo a Harimohini a formular la invitación, pues deseaba que sus hermanas estuvieran presentes cuando Binoy emitiera su juicio acerca del ensayo.

Ante la negativa de Binoy, Satish se desalentó y al verle tan alicaído, Binoy le rodeó los hombros con su brazo y le dijo:

—Vamos, Satish, acompáñame a casa.

Como Satish llevaba el ensayo en el bolsillo, no pudo rehusar la invitación, de modo que el literato en ciernes fue a casa de Binoy, a pesar de que aquella visita le hacía perder un tiempo precioso, pues los exámenes estaban ya muy próximos.

Binoy parecía incapaz de dejar marchar al muchacho, y no sólo escuchó la lectura de su trabajo, sino que lo ponderó con una escandalosa falta de discriminación. Además, mandó a su criado a comprar dulces para obsequiar a su amigo.

Luego, le acompañó hasta cerca de la casa de Paresh Babu y, al despedirse, dijo, confuso:

—Bueno, Satish, ahora tengo que marcharme.

Satish le cogió una mano y trató de arrastrarle hacia la casa.

—No, no. Tienes que entrar.

Pero aquel día sus súplicas no surtieron efecto.

Binoy dirigió sus pasos, como un sonámbulo, hacia la casa de Anandamoyi; pero ella no estaba. El muchacho subió a la solitaria habitación de la azotea donde solía dormir Gora. ¡Cuántos días y noches felices pasaron juntos allí durante los años de su adolescencia! ¡Qué alegres conversaciones sostuvieron! ¡Qué firmes propósitos formularon! ¡Qué graves discusiones, qué amistosas peleas y qué afectuosas reconciliaciones! Binoy deseaba perderse en el recuerdo de aquellos tiempos y olvidar el presente; pero las nuevas amistades le cerraban la entrada a su mundo antiguo. Hasta aquel momento, Binoy no advirtió que el eje de su vida había cambiado de lugar y que ya no giraba en la misma dirección. Y, al darse cuenta de ello, sintió miedo.

Anandamoyi había tendido su túnica en la azotea y cuando a mediodía, subió a recogerla, se sorprendió al ver a Binoy en la habitación de Gora. Se acercó presurosa a él y, poniéndole la mano en el hombro, le preguntó:

—¿Qué te ocurre, Binoy? ¿Por qué estás tan pálido?

Binoy se irguió en su asiento y dijo:

—Madre, cuando empecé a ir a casa de Paresh Babu, Gora se enfadaba conmigo. Yo, entonces afirmaba que no tenía razón; ahora comprendo que estaba equivocado. Fui un estúpido.

—No diré que seas una lumbrera —repuso Anandamoyi con una leve sonrisa—, pero quisiera saber en qué te fundas para afirmar que fuiste un estúpido.

—Madre, ni por un momento pensé en la enorme diferencia que existía entre sus costumbres y las mías. Sólo pensé en el placer y el provecho que su trato me proporcionaba. Nunca se me ocurrió pensar que iba a tener que arrepentirme.

—Por lo que tú me has explicado, tampoco a mí se me hubiera ocurrido.

—Madre, por mi culpa su sociedad ha desatado una auténtica tempestad contra ellos y ha promovido tal escándalo que nunca más podré ir a su…

—Gora solía decir algo que siempre consideré una gran verdad —dijo Anandamoyi sin dejarle terminar—: lo peor que puede ocurrir es que reine una paz aparente donde se oculta el mal. Si hay tempestad en el Samaj, tanto mejor. Ya verás como surtirá buenos efectos. Mientras tu conducta sea sincera no tienes nada que temer.

Pero esto era lo que preocupaba a Binoy. No estaba seguro de que su conducta fuera enteramente intachable. Lolita pertenecía a una sociedad distinta a la suya y no podían casarse; debido a ello, Binoy consideraba que su amor era como un pecado oculto, del que tendría que cumplir la penitencia.

—Madre —exclamó impulsivamente—, ¡ojalá me hubiese casado con Soshimukhi…! Necesito un lazo fuerte que me mantenga unido a mi mundo, y estar de tal modo ligado que nunca pueda soltarme.

—En otras palabras —dijo Anandamoyi, echándose a reír—, en vez de convertir a Soshimukhi en tu esposa quisieras convertirla en tu cadena. ¡Vaya suerte la de Soshi!

En aquel momento entró la criada anunciando la visita de las hijas de Paresh Babu. El corazón de Binoy empezó a latir descompasadamente. Estaba seguro de que iban a quejarse de él a Anandamoyi y a pedirle que le aconsejara prudencia. Se levantó precipitadamente y dijo:

—Entonces, yo me marcho, madre.

—No te vayas aún, Binoy —respondió ella cogiéndole una mano—. Espera abajo.

Mientras bajaba la escalera, Binoy iba repitiendo: «Este paso es superfluo. Lo hecho ya no tiene remedio, pero preferiría morir a volver a poner los pies en su casa. Cuando el castigo de una culpa quema como el fuego, no se extingue ni siquiera después de haber reducido a cenizas el cadáver del pecador.»

Al ir a entrar en la habitación de la planta baja donde Gora solía trabajar, se cruzó con Mohim, que volvía de su oficina, con el chapka desabrochado, para dar libertad a su curvilíneo abdomen.

—Bien, bien, aquí está Binoy —dijo, cogiéndole una mano—. Quería verte.

Le introdujo en la habitación y le ofreció una hoja de betel.

—¡Que me traigan tabaco! —gritó, y fue derecho al asunto que le preocupaba—. Todo está ya prácticamente resuelto, ¿verdad? Así, pues…

En el acto vio que Binoy no se mostraba tan refractario como antes. Tampoco parecía entusiasmado, cierto, pero que no se negara categóricamente era ya algo positivo, y cuando Mohim trató de fijar una fecha, Binoy se limitó a decir:

—Deja que vuelva Gora, y entonces podremos señalar el día.

—¡Ya falta poco! —exclamó Mohim, satisfecho—. ¿Deseas tomar algo, Binoy? No tienes buen semblante. ¡No irás a ponerte enfermo!

Binoy declinó la invitación, y mientras Mohim iba al interior de la casa a calmar su apetito, cogió el primer libro que le vino a mano y se puso a hojearlo. Al poco rato, lo dejó y empezó a pasear por el aposento, hasta que entró un criado a decirle que le llamaban en el piso de arriba.

—¿A quién llaman?

—Te llaman a ti.

—¿Están todas arriba?

—Sí.

Binoy subió la escalera en pos del criado, con cara de estudiante camino del tribunal examinador. En la puerta se detuvo un momento, pero Sucharita le llamó con su habitual franqueza y cordialidad:

—¡Adelante, Binoy Babu!

Al oírla hablar en aquel tono, Binoy se sintió como si acabara de encontrar un tesoro.

Sucharita y Lolita le miraron con asombro, pues en el rostro del muchacho se advertían las huellas del doloroso e inesperado golpe que acababa de recibir, y su semblante, tan risueño de ordinario, estaba descompuesto. Lolita se sintió conmovida, pero al mismo tiempo no pudo disimular cierta alegría.

En cualquier otro momento no hubiera resultado fácil para ella dirigirse a Binoy; pero en aquella ocasión, tan pronto le vio entrar, exclamó:

—¡Oh, Binoy Babu! Queremos consultar contigo una cosa.

Estas palabras fueron para Binoy como una repentina lluvia de felicidad.

Tuvo un sobresalto de placer y, al momento, su triste y pálido rostro estuvo radiante.

—Las tres hermanas quisiéramos fundar una pequeña escuela para niñas —explicó Lolita.

—¡Soberbio! Siempre fue el sueño de mi vida fundar una escuela para niñas.

—Deseamos que nos ayudes —prosiguió Lolita.

—No vais a poder tacharme de remiso en todo aquello que yo pueda hacer; pero tendréis que señalarme mi trabajo.

—Los preceptores hindúes no se fían de nosotras porque somos brahmos. De modo que vas a tener que ayudarnos a vencer su resistencia.

—¡Oh, no tenéis que preocuparos! —exclamó Binoy muy excitado—. Yo sabré convencerles.

—Que no os quepa la menor duda de eso —dijo Anandamoyi—: Binoy no tiene rival en el arte de ganarse a la gente con sus persuasivas palabras.

—Tendrás que ayudarnos a redactar el reglamento —continuó Lolita—, a trazar el plan de estudios, a dividir las clases… en todo, vamos.

Aunque aquello resultaba fácil para él, Binoy estaba desconcertado. ¿Ignoraba Lolita que Bordashundari le había prohibido volver a su casa, y que el Brahmo Samaj hervía de indignación contra ellos? Se preguntaba si con su ayuda no comprometería a Lolita aún más, pero ¿tenía la suficiente fuerza de voluntad para negarse a contribuir a una obra de caridad propuesta por la muchacha?

También Sucharita estaba asombrada. Nunca soñó que Lolita fuera capaz de hacer semejante proposición a Binoy. Bastante complicadas estaban ya sus relaciones con él. Que Lolita, sabiéndolo, hiciera deliberadamente aquella súplica, le dio miedo. Comprendía que su espíritu estuviera sublevado; sin embargo, no tenía derecho a complicar al pobre Binoy. Por esto, dijo con cierta ansiedad:

—Primero hemos de hablar con nuestro padre; de modo que no te envanezcas demasiado, Binoy Babu, por el nombramiento de inspector de la Escuela para niñas.

Binoy comprendió que con aquella observación Sucharita trataba de frenar el entusiasmo de Lolita, y su intranquilidad fue en aumento. Entonces vio claramente que Sucharita estaba al corriente de las dificultades que habían surgido en la familia y le pareció inconcebible que Lolita no supiera nada de ellas. En tal caso, ¿por qué…? Aquello era, para él, un enigma.

—Desde luego, primero hablaremos con nuestro padre —asintió Lolita—. Y ahora que Binoy Babu nos ha prometido su ayuda es el momento. Le obligaremos a que nos ayude, y tampoco tú —dijo volviéndose hacia Anandamoyi— quedarás excluida.

—Yo podría barrer la clase, desde luego —contestó Anandamoyi echándose a reír—; no se me ocurre otro modo de ayudaros.

—Será más que suficiente, madre —repuso Binoy—. Así tendremos la seguridad de que la escuela estará perfectamente limpia.

Cuando las dos muchachas se hubieron marchado, Binoy se dirigió hacia los Jardines del Edén dando un paseo, y Mohim fue a Anandamoyi y le dijo:

—Veo que Binoy está mucho más tratable. Por lo tanto, hay que procurar concretar el asunto lo antes posible. ¡Quién sabe cuándo puede volver a cambiar de idea!

—¿Qué estás diciendo? —exclamó Anandamoyi, asombrada—. ¿Desde cuándo está conforme Binoy? No me ha dicho ni una palabra.

—¡Pero si hoy mismo ha hablado conmigo! Dijo que cuando volviese Gora podríamos fijar la fecha.

—No, Mohim, no le habrás entendido bien, estoy seguro de ello.

—Por muy torpe que yo sea —protestó Mohim—, soy en cambio lo bastante viejo para entender el significado de las palabras.

—Hijo —dijo Anandamoyi—, sé que vas a enfadarte conmigo, pero veo que sólo conseguirás enredar las cosas.

—Si tú te empeñas en enredarlas, no hay duda de que lo conseguirás.

—Mohim, puedes decirme lo que quieras, pero no daré mi consentimiento a algo que sólo disgustos puede ocasionar. Es por vuestro bien por lo que me niego.

—Deja que seamos nosotros los que nos ocupemos de nuestro bien; así no tendrás que escuchar nuestras lamentaciones. ¿Qué te parece la idea de desentenderte de nosotros hasta que Soshimukhi esté casada?

Anandamoyi no supo qué contestar; sólo lanzó un suspiro. Mohim sacó del bolsillo su caja de pan, saliendo de la habitación mientras masticaba la inevitable hoja de betel.