Labonya, Lolita y Lila no dejaban a Sucharita ni un momento. Y aunque la ayudaban a arreglar su nueva casa con grandes demostraciones de entusiasmo, era el suyo un entusiasmo que encubría lágrimas.
Durante todos aquellos años, Sucharita se ocupó de hacer pequeños servicios a Paresh Babu. Ponía flores en su habitación, ordenaba sus papeles, cuidaba de su ropa y, cuando su baño estaba preparado, iba a recordárselo. Ninguno de los dos dio nunca importancia a aquellas cosas.
Pero cuando se acercaba el momento de la separación, aunque otras personas pudieran ocuparse de aquellas nimiedades, y si nadie se ocupaba de ellas no ocurriría nada, al pensar en el vacío que produciría la ausencia de Sucharita, ambos sentían profundo malestar.
Si Sucharita entraba, con cualquier pretexto, en la habitación de Paresh Babu, hasta lo más insignificante alcanzaba enormes proporciones. El anciano sentía una opresión en el pecho que le hacía lanzar un suspiro, y la muchacha, un dolor que le llenaba los ojos de lágrimas.
El día en que Sucharita debía trasladarse a su nueva casa, Paresh Babu, al entrar en su cuarto para la oración de la mañana, vio que las flores estaban ya dispuestas y que ella le estaba esperando. Labonya y Lila pensaron acudir también a la oración, pero Lolita las disuadió; sabía lo mucho que para Sucharita significaba poder compartir las devociones de su padre, y se figuraba que aquel día sentiría especial necesidad de su bendición, por ello, no quiso que la presencia de otras personas impidiera la perfecta comunión de aquellos dos seres.
Cuando, al final de las oraciones, Sucharita prorrumpió en llanto, Paresh Babu le dijo:
—No mires atrás, hija. No sientas vacilaciones. Enfréntate valientemente con todo cuanto el destino te depare. Camina con alegría, siempre dispuesta a elegir el bien. Entrégate plenamente a Dios. Acéptale a Él como tu única ayuda y así, aun en medio del error y de la desgracia, podrás seguir por el buen camino. Pero si vives dividida, ofreciendo a Dios sólo una parte de tu ser, todo se te hará más difícil. Que Él te asista para que no necesites ya la pobre ayuda nuestra.
Al salir del oratorio encontraron a Haran, que les estaba esperando, Sucharita no deseaba que aquel día la dominara el resentimiento y le saludó con serena cordialidad. Haran se irguió en su silla y dijo, con voz solemne:
—Hoy, Sucharita, en que te apartas de la verdad que has profesado todos estos años, es día de luto para nosotros.
Sucharita no contestó, pero aquellas palabras resonaron en su cerebro como una nota discordante que deshiciera la armonía reinante.
—Sólo la propia conciencia puede decir quién se aparta de la verdad y quién se acerca a ella —observó Paresh Babu—. A menudo nos damos malos ratos sin necesidad, juzgando erróneamente las cosas desde el exterior.
—¿Quieres decir que el futuro no te inspira temor? —preguntó Haran—, ¿y que no te arrepientes del pasado?
—Panu Babu, yo nunca albergo en mi mente temores imaginarios, y si ha ocurrido algo de lo que me tenga que arrepentir lo sabré cuando llegue el arrepentimiento.
—¿Es mi imaginación el que tu hija Lolita se escapara y tomara el vapor sola con Binoy Babu? —insistió Haran.
Sucharita enrojeció y Paresh Babu repuso:
—Pareces estar obrando bajo el influjo de la excitación, Panu Babu, y no sería justo pedirte que hablaras de estas cosas en el estado de ánimo en que te encuentras.
—Yo nunca me dejo dominar por la excitación —replicó Haran sacudiendo la cabeza—. Yo siempre acepto la responsabilidad de mis palabras. Así, pues, no tengas escrúpulos en ese aspecto. No hablo por mí sino por todo el Brahmo Samaj y porque callar sería un error. Y si tú no hubieras estado ciego habrías visto en el hecho de que Lolita viajara sola con Binoy la prueba tangible de que tu familia empieza a soltar las firmes amarras que la sujetaban. Eso no sólo ha de darte a ti motivos de pesadumbre, sino que atraerá el descrédito al Samaj.
—Si es tu objeto la censura, baste con esa opinión; pero si lo que te propones es formular un juicio, entonces habrás de penetrar en la materia. El que ocurra un suceso no es suficiente para demostrar la culpabilidad de determinadas personas.
—Pero las cosas no ocurren porque sí —replicó Haran—. Algo se ha dislocado en vuestro interior, y han empezado a ocurrir esas cosas. Tú has introducido a extraños en la familia y ellos están intentando sacarla de su cauce. ¿Es que no puedes ver por ti mismo hasta dónde os han arrastrado?
—Panu Babu, mucho me temo que en ciertas cosas nunca podríamos estar de acuerdo. —Había en el tono de Paresh Babu un deje de impaciencia.
—Tú puedes negarte a abrir los ojos, pero yo pido a Sucharita que aporte su testimonio. Que nos diga si las relaciones entre Lolita y Binoy son puramente externas. ¿No han penetrado profundamente en sus vidas? No, Sucharita, no puedes marcharte: antes tienes que contestarme. El asunto es grave.
—Por muy grave que sea, a ti no te importa —respondió severamente Sucharita.
—Si así fuera, no hubiera pensando en ello, y mucho menos hubiera insistido en hablar del caso. Aunque el Samaj no os importe, mientras pertenezcáis a él tenéis que ateneros a su criterio.
Lolita irrumpió de pronto en la habitación, con la furia de un vendaval, y dijo:
—¡Si el Brahmo Samaj te ha designado a ti como juez, es mejor salir de él!
—Lolita, celebro que estés aquí. —Haran se levantó de su silla—. Es de ley que la acusación sea formulada en presencia tuya.
Sucharita no pudo contener su enojo y, con ojos llameantes, le dijo:
—Haran Babu, si deseas administrar justicia, ve a hacerlo a tu casa. No te reconocemos este derecho que te has arrogado de insultar a la gente en su propio domicilio. Lolita, vámonos.
Pero Lolita no se movió.
—No, Didi. No quiero escapar. Estoy dispuesta a escuchar todo lo que Panu Babu tenga que decir. Vamos, continúa, ¿qué estabas diciendo?
Como Haran no supiera continuar, intervino Paresh Babu:
—Lolita, querida, Sucharita nos deja hoy; que no haya peleas esta mañana. Panu Babu, cualesquiera que sean nuestras faltas, por hoy debes excusarnos.
Haran se encerró en un solemne silencio, pero cuanto más demostraba Sucharita que no quería nada con él, más se obstinaba en hacerla suya. Y era precisamente porque aún no había renunciado a ella por lo que le desesperaba pensar que no podría seguirla a su nueva casa.
Por ello, aquel día afiló sus más mortíferas armas, con el propósito de que aquella misma mañana se formalizara el compromiso. Ni soñó que Sucharita y Lolita se atrevieran a presentarle batalla con armas no menos afiladas.
Pero aquel recibimiento no le desanimó. Al final vencería la verdad, es decir él; por lo menos, éste era su lema. Desde luego, tendría que batallar, y se aprestó al combate con renovados bríos.
Sucharita, entretanto, fue a ver a su tía y le dijo:
—No te enfades, tía; pero hoy quisiera comer con ellos.
A esto Harimohini no contestó. Creía que Sucharita había abrazado definitivamente la ortodoxia, máxime cuando iba a vivir independiente en su propia casa. Pero no le gustó en absoluto aquella súbita recaída de Sucharita.
Sucharita, comprendiendo lo que estaba pasando por la imaginación de su tía, dijo:
—Yo te aseguro, tía, que tu Dios se alegrará de ello. Aquel que es dueño de mi corazón me ha ordenado que hoy coma con ellos. Si no obedezco su mandato, se enojará conmigo, y su enojo me inspira más temor que el suyo.
Harimohini no entendía aquello. Mientras tuvo que soportar los insultos de la señora Baroda, Sucharita se pasó a la ortodoxia y compartió las humillaciones con ella; ¿por qué, pues, cuando les llegaba la liberación, no la aprovechaba Sucharita desde el primer momento?
Era evidente que Harimohini no tenía idea de la profundidad del carácter de la muchacha; quizá no alcanzara nunca a comprenderla.
Aunque no se opuso abiertamente a la idea de Sucharita, se sintió enojada. «¿De dónde habrá sacado la chica ese gusto por la comida impura? —gruñó para sí—. ¡Y pensar que nació en casa de brahmanes!» Después de un corto silencio, dijo, en alta voz:
—Permíteme una palabra, querida. Come con ellos si quieres, pero por lo menos no bebas el agua servida por aquel criado.
—¡Pero, tía! —exclamó Sucharita—. ¿Te refieres a Ramdin, el que ordeña su vaca para ti y cada mañana te trae la leche?
Harimohini abrió mucho los ojos y respondió:
—¡Me dejas asombrada, querida! ¡Comparar el agua con la leche…! ¡Como si las mismas reglas pudieran servir para las dos cosas!
—Está bien, tía —dijo Sucharita echándose a reír—. Hoy no aceptaré agua de Ramdin. Pero te aconsejo que no se lo prohíbas a Satish, pues hará todo lo contrario de lo que le digas.
—¡Oh!, Satish es distinto —dijo Harimohini—. El sexo fuerte tiene el privilegio de quebrantar todas las reglas y rehuir toda disciplina, incluso la que impone la ortodoxia.