A la mañana siguiente, cuando Harimohini, al despedirse de Paresh Babu, le hizo la reverencia que se debe a un anciano, él retiró los pies, apresuradamente.
—¡No hagas eso! —exclamó, muy confuso.
Harimohini, con lágrimas en los ojos, le dijo:
—Nunca, ni en esta vida ni en ninguna otra, podré saldar mi deuda de agradecimiento. Tú has hecho que sea posible la vida hasta para una desventurada criatura como yo. Nadie más que tú hubieras podido hacerlo; ni aun proponiéndoselo. Pero Dios es amable contigo y por eso incluso a mí puedes socorrerme.
Paresh Babu se sintió turbado.
—Yo no he hecho nada extraordinario —murmuró—. Todo lo ha hecho Sucharita.
—Lo sé, lo sé —interrumpió Harimohini—. Pero la misma Radharani te pertenece a ti. Todo lo que ella hace es obra tuya. Cuando quedó huérfana, creí que estaba sentenciada a no ser dichosa. ¿Cómo iba yo a saber que Dios iba a bendecirla en la desgracia? Y cuando, después de tanto vagar, llegué a esta casa y te conocí, comprendí que Dios se apiadaba también de mí.
En este momento entró Binoy y anunció:
—Tía, mi madre ha venido a buscarme.
—¿Dónde está? —preguntó Sucharita y se apresuró a bajar.
—Yo voy delante, a poner en orden tu nueva casa —dijo Paresh Babu a Harimohini.
Cuando se hubo marchado, Binoy dijo con asombro:
—¡Tía, no sabía que tuvieras una casa!
—Tampoco yo lo supe hasta hoy, hijo —dijo Harimohini—. Sólo lo sabía Paresh Babu. Parece ser que pertenece a Radharani.
Cuando Binoy estuvo al corriente de todo, comentó:
—Creí que Binoy podría, al fin, ser útil a alguien; pero veo que se me niega ese placer. Hasta ahora nunca pude hacer nada por nadie, ni siquiera por mi madre; siempre es ella la que hace algo por mí. Tampoco por mi tía puedo hacer nada, y tengo que contentarme con ser objeto de su amabilidad. Ya veo que mi destino es aceptar, no dar.
Al poco rato, llegó Anandamoyi, acompañado de Lolita y Sucharita.
Harimohini se adelantó a saludarle, diciendo:
—Cuando Dios se pone a conceder gracias, no se muestra avariento. Didi, desde este día te tengo también para mí.
Y con estas palabras tomó de la mano a Anandamoyi y la hizo sentar a su lado.
—Didi Binoy no habla más que de ti.
—Es una costumbre que adquirió siendo niño —respondió Anandamoyi sonriendo—: Cuando se entusiasma por alguien, no sabe hablar de nada más. Te aseguro que pronto le tocará a su tía.
—¡Es verdad! —exclamó Binoy—. ¡Ya estás advertida! He encontrado a mi tía siendo ya mayor. Y me la he apropiado yo solito. Así, pues, prepárate. Tengo que recuperar el tiempo perdido.
Anandamoyi, volviéndose hacia Lolita, dijo con una sonrisa significativa:
—Nuestro Binoy no sólo sabe encontrar lo que desea, sino que, además, sabe conservarlo. ¡Si supierais como habla de vosotros! Estoy contentísima de que os haya conocido. Habéis hecho de él un hombre distinto. Y él lo sabe.
Lolita trató de buscar una respuesta, pero no pudo decir ni una palabra. Sucharita, al ver su turbación, acudió en su ayuda.
—Binoy encuentra buenas cualidades en todo el mundo, y así conquista el derecho de gozar de lo mejor que hay en sus amigos; todo el mérito es suyo.
—Madre —intervino él—, el mundo no considera a tu Binoy tan interesante como para merecer vuestra insistente atención. A menudo he sentido la tentación de decírtelo, pero mi vanidad me lo impidió. Ahora veo que no puedo seguir ocultándote esta decepcionante revelación. Y ahora, madre, vamos a hablar de otra cosa.
En este momento entró Satish llevando en brazos un cachorrillo, su última adquisición. Al ver el perro, Harimohini retrocedió, horrorizada.
—Satish, cariño —suplicó—, llévate a ese animal. Anda, hazme el favor.
—No te hará ningún daño, tía —aseguró Satish—. Ni siquiera entrará en tu habitación. Se quedará quietecito. Basta con que le acaricies un poco.
Harimohini se alejaba más y más del intocable animal mientras decía al muchacho:
—No, cariño, no. Por favor, llévatelo.
Entonces Anandamoyi atrajo hacia sí a Satish, con perro y todo y, poniendo el cachorrillo en su regazo, dijo:
—De modo que tú eres Satish, el amigo de Binoy.
Satish contestó que sí, sin la menor timidez, y se quedó mirando fijamente a Anandamoyi mientras ella le explicaba que era la madre de su amigo.
Sucharita reprendió a su hermano, diciendo:
—Satish, haz tu pronam a la madre.
Y el niño hizo una precipitada reverencia.
En aquel momento, entró en escena la señora Baroda que, sin dirigir ni una mirada a Harimohini, preguntó a Anandamoyi si quería tomar algo.
—No tengo ningún escrúpulo en cuestiones de comida, pero ahora prefiero no tomar nada. Cuando vuelva Gourmohan Babu, mi hijo, si nos lo permites, haremos honor a tu hospitalidad.
Así dijo Anandamoyi, pues no quería hacer nada en contra de los deseos de Gora, durante su ausencia.
Baroda se volvió entonces hacia Binoy y dijo:
—¡Oh, Binoy Babu está también aquí! No sabía que hubieses venido.
—Iba precisamente a saludarte, y dispuesto a desquitarme.
—Ayer te escabulliste, a pesar de estar invitado. ¿Querrás quedarte hoy a desayunar, sin que se te invite?
—Eso lo hace aún más tentador. Una propina da más alegría que los honorarios habituales.
Harimohini escuchaba con asombro aquella conversación. Era evidente que Binoy comía en casa. Y tampoco Anandamoyi parecía preocuparse en su casta. Nada de aquello le agradaba.
Cuando Baroda hubo salido de la habitación, se aventuró a decir con timidez:
—Didi, es que tu esposo…
—Mi esposo es un estricto hindú —atajó Anandamoyi. Y como Harimohini demostrara gran perplejidad, explicó—: Hermana, mientras la sociedad me pareció lo más importante del mundo, respeté las reglas. Pero cierto día Dios se me reveló de tal forma que no me permitió seguir acatando el código de la sociedad. Puesto que Él fue quien me quitó la casta, he dejado de temer lo que otros puedan pensar de mí.
—¿Y qué dice tu esposo? —preguntó Harimohini, a la que aquella explicación había dejado en ayunas.
—A mi esposo no le gusta mi proceder.
—¿Y tus hijas?
—Tampoco a ellas les gusta. Pero, ¿acaso es el único objeto de mi vida complacer a mi esposo y a mis hijos? Hermana, ésta no es cosa que pueda explicar fácilmente. Sólo Aquel que todo lo sabe puede comprenderlo.
Y al pronunciar estas palabras, Anandamoyi juntó sus manos en muda salutación.
Harimohini pensó que tal vez alguna misionera habría seducido a Anandamoyi al cristianismo, y en su interior sintió aversión hacia ella.