CAPÍTULO XLII

Sucharita bajó al salón y, parándose frente a Haran, le dijo:

—¿Qué es lo que tienes que decirme?

—Siéntate —dijo Haran.

Pero Sucharita permaneció de pie.

—Sucharita, me has hecho daño.

—Tú también me lo has hecho.

—La palabra que yo empeñé sigue…

—¿Es que bastan las palabras para hacer daño a la gente? —preguntó Sucharita sin dejarle terminar—. ¿Me obligarías a obrar en contra de mi voluntad sólo por una palabra? ¿Acaso la verdad no es más grande que todas las palabras falsas? ¿Simplemente porque yo haya reincidido en un error tiene que prevalecer el error? Me he dado cuenta de mi equivocación y no puedo mantener mi consentimiento; hacerlo estaría mal.

Haran no comprendía aquel cambio. Carecía de la suficiente modestia para pensar que era su falta de consideración lo que había impulsado a la muchacha a romper su habitual reserva, y mentalmente echó la culpa a sus amistades.

—¿En qué consiste ese error que dices haber descubierto?

—¿Por qué quieres saberlo? ¿No te basta con que te diga que retiro mi consentimiento?

—Pero tendremos que dar alguna explicación al Brahmo Samaj… ¿Qué quieres decir y qué diré yo?

—No pienso decir nada. Si tú crees tener que decir algo, diles que Sucharita es demasiado joven o demasiado necia o demasiado inconsciente. Di lo que quieras. Pero entre nosotros no hay más que hablar.

—No puede acabar así. Si Paresh Babu…

En aquel momento, apareció en la puerta Paresh Babu.

—Bien, Panu Babu, ¿deseas decirme algo?

Sucharita fue a salir de la habitación, pero Haran la llamó:

—No, Sucharita, no puedes irte ahora. Hablemos de esto en presencia de Paresh Babu.

Sucharita se volvió hacia él y permaneció donde estaba.

—Paresh Babu —dijo Haran—, después de todo este tiempo, Sucharita dice ahora que no consiente en nuestro matrimonio. ¿Crees tú que hizo bien en jugar con cosa de tanta importancia? ¿No aceptas tú parte de la responsabilidad de este feo asunto?

Paresh Babu acarició el cabello de Sucharita y le dijo suavemente:

—Querida, no es preciso que te quedes. Puedes marcharte.

Al oír tan comprensivas palabras, Sucharita sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y salió precipitadamente de la habitación.

Entonces prosiguió Paresh Babu:

—Porque temía que Sucharita no comprendía sus verdaderos sentimientos dudé en acceder a la celebración de los esponsales.

—¿Y no se te ocurre que sea ahora cuando no comprenda sus verdaderos sentimientos?

—Cabe dentro de lo posible —admitió el anciano—. Pero ante la duda, no es posible el matrimonio.

—¿Te niegas a aconsejar a Sucharita en su propio bien?

—Deberías saber que no podría aconsejar a Sucharita más que en su propio bien.

—Si eso fuera cierto, no habría obrado de este modo —estalló Haran—. Deja que te diga que todo lo que está ocurriendo en tu casa se debe a tu falta de juicio.

Paresh Babu respondió con una leve sonrisa:

—Sí; en eso tienes razón. Si yo no asumo la responsabilidad de lo que ocurre en mi casa, ¿quién lo hará?

—Te aseguro que algún día te arrepentirás.

—El arrepentimiento es un don de Dios. Yo temo obrar mal, Panu Babu, pero no temo arrepentirme.

En este momento volvió a entrar Sucharita y, tomando de la mano a Paresh Babu, le dijo:

—Padre, es la hora de tu oración.

—¿Quieres aguardar un poco, Panu Babu? —preguntó Paresh Babu.

—No —respondió Haran secamente.

Y, al fin, se marchó.