CAPÍTULO XLI

En el periódico apareció un artículo acerca de un cierto entibiamiento del entusiasmo entre los miembros del Brahmo Samaj. En él se aludía claramente a la familia de Paresh Babu y, aunque no se mencionaban nombres, todos supieron inmediatamente a quién se refería el autor, cuya personalidad tampoco resultaba difícil de descubrir. Sucharita, haciendo un gran esfuerzo, consiguió leer el artículo en menudos fragmentos. Por el brío que demostraba en la tarea parecía decidida a no descansar hasta ver los pedazos reducidos a su más mínima expresión.

Fue en aquel momento cuando entró Haran en la estancia y se sentó a su lado, pero Sucharita estaba tan absorta en su trabajo que ni siquiera le miró.

—Sucharita —empezó Haran—, hoy tengo que hablarte de algo muy importante, y es preciso que me atiendas.

Sucharita continuó desmenuzando el periódico, y cuando no pudo ya seguir haciéndolo con los dedos, lo hizo con sus tijeras. Antes de que terminara, entró Lolita en la habitación.

—Lolita —dijo Haran—, tengo que hablar con Sucharita.

Pero cuando Lolita dio media vuelta para marcharse, su hermana la detuvo cogiéndola del vestido, a lo que Lolita protestó:

—¡Pero si Panu Babu quiere hablar contigo en privado!

Sucharita, sin hacer casi de sus palabras, la obligó a sentarse a su lado.

Haran era incapaz de captar tina indirecta, por lo que abordó el tema sin más preámbulos.

—Creo que nuestra boda no debe demorarse ya más. He hablado con Paresh Babu, y él dice que en cuanto des tu consentimiento podemos fijar la fecha. Así, pues, he decidido que el próximo domingo…

Pero Sucharita, sin darle tiempo a terminar la frase, dijo, sencillamente.

—No.

Haran quedó desconcertado por tan tajante y concisa respuesta. La muchacha le pareció siempre un modelo de obediencia, y en ningún momento imaginó que pudiera rechazar su proposición antes de que él hubiera tenido tiempo de formularla, y con aquella palabra tan escueta, además.

—¿No? —repitió él airadamente—. ¿Qué quieres decir con ese no? ¿Deseas que fijemos fecha más lejana?

—No.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres decir? —balbuceó él, aturdido.

—No consiento en el matrimonio —respondió Sucharita, con la cabeza profundamente inclinada.

—¿Que no consientes? Pero ¿qué significan esas palabras?

Haran estaba estupefacto.

—Panu Babu —torció Lolita sarcásticamente—, al parecer, has olvidado tu lengua materna.

Haran lanzó a Lolita una mirada fulminante y le dijo:

—Más fácil me parece confesar que no entiendo ya mi lengua materna que admitir que durante todo este tiempo he interpretado mal las reiteradas frases de una persona que siempre me ha inspirado respeto.

—Requiere tiempo entender a la gente —observó Lolita—. Quizá esto rece también contigo.

—Nunca hubo la menor discrepancia entre mis palabras y mis actos —dijo Haran—. Puedo afirmar categóricamente que, por lo que a mí se refiere, no di ocasión a malas interpretaciones. Que diga Sucharita si no tengo razón.

Lolita iba a replicar cuando Sucharita la contuvo, diciendo:

—Lo que afirmas es cierto. Ni por un momento se me ocurrió echarte la culpa.

—Si comprendes que no tengo la culpa, ¿por qué me tratas de modo tan indigno?

—Tienes pleno derecho a llamarlo indigno —dijo Sucharita con firmeza—; pero acepto la indignidad porque…

En aquel momento, sonó una voz fuera:

Didi, ¿puedo pasar?

—¡Oh! ¿eres tú, Binoy Babu…? Pasa, pasa.

—Te equivocas, Didi. No es Binoy Babu. Es Binoy a secas. No me abrumes con tanta ceremonia —dijo él al entrar en la habitación. Luego, cuando vio a Haran y observó la expresión que había en su rostro, añadió jocosamente—: ¡Ah, ya veo que estáis enfadados conmigo porque estuve tantos días sin venir!

—Buena razón para enfadarse —dijo Haran, tratando de seguir la broma; pero añadió—: Aunque siento que llegues en un momento algo inoportuno: estaba hablando de un asunto importante con Sucharita.

—¡Mala suerte! —exclamó Binoy levantándose apresuradamente—. Uno nunca sabe cuál será el momento propicio para venir; por eso es por lo que uno no viene casi nunca.

Iba ya a salir de la habitación cuando Sucharita le dijo:

—No te vayas, Binoy Babu. Ya habíamos terminado nuestra conversación. Siéntate.

Binoy adivinó que su llegada había librado a Sucharita de una situación difícil, por lo que volvió a sentarse, diciendo con jovialidad:

—Yo nunca desprecio una amabilidad. Cuando se me ofrece un asiento, lo acepto con presteza. Es mi carácter. Por lo tanto, Didi, ten cuidado; no me digas nunca nada que no sientas, o te pesará.

Haran quedó reducido al silencio; pero su conducta anunciaba que no se daba por vencido, y que no pensaba salir de la habitación hasta haber dicho todo lo que tenía que decir.

Cuando Lolita oyó la voz de Binoy, sintió que la sangre le corría con más fuerza por todo el cuerpo, dando al traste con todos sus esfuerzos para conservar la naturalidad. Por consiguiente, cuando él entró en la habitación, le resultó imposible tratarlo como a un amigo corriente, y no supo pensar más que en dónde poner los ojos y qué hacer con las manos. De buena gana hubiera salido de la habitación, si Sucharita no hubiera conservado su vestido entre las manos.

Binoy, por su parte, dirigió la conversación a Sucharita, sin atreverse a hablarle a ella directamente. El joven trataba de ocultar su confusión hablando sin cesar.

A pesar de todo, aquella nueva timidez existente entre Lolita y Binoy no pasó desapercibida a Haran. Le mortificaba ver que Lolita, que últimamente le hablaba a él con indecente descaro, se mostrara tan mansa en presencia de Binoy. Su furor contra Paresh Babu fue en aumento, ante aquella prueba de los males que el anciano había atraído sobre su familia dejando que sus hijas se mezclaran con gentes extrañas al Brahmo Samaj. Y, con la fuerza de una maldición, le asaltó el pensamiento de que Paresh Babu tendría que arrepentirse de su insensatez.

Cuando se hizo evidente que Haran no tenía intención de marcharse, Sucharita dijo a Binoy:

—Hace tiempo que no has visto a mi tía. A menudo pregunta por ti. ¿No te gustaría subir a saludarla?

—No vayas a creer que necesito que me la recuerdes —dijo Binoy poniéndose en pie—. Estaba ya en mi pensamiento.

Cuando Sucharita hubo salido, en compañía de Binoy, Lolita se levantó.

—Panu Babu, no creo que tengas nada especial que decirme.

—No —repuso Haran—, y como presumo que estarán echándote de menos, tienes mi venia para marcharte.

Lolita comprendió la insinuación y, para demostrarle que aquellas palabras no la intimidaban, replicó, fríamente:

—Hacía tanto tiempo que no veía a Binoy Babu que, realmente, tengo ganas de charlar con él. Entretanto, si deseas leer tus propios artículos…; pero se me olvidaba que mi hermana acaba de hacer pedazos tu periódico. No obstante, si puedes soportar lo que escriben los demás, aquí tienes esto.

Y cogiendo unos artículos de Gora, cuidadosamente doblados, los puso delante de Haran; después, salió de la habitación.

Harimohini estaba encantada de ver a Binoy. Y no sólo por el cariño que le profesaba, sino porque era distinto de las otras visitas que recibía la mujer, que la miraban como si perteneciese a otra especie. Eran todos gente de Calcuta y su cultura, tanto inglesa como bengalí, era superior a la de ella, por lo que su despego la hacía replegarse sobre sí misma.

En Binoy, Harimohini hallaba un apoyo. También él era un hombre de Calcuta y su cultura, según le habían dicho, era vastísima. No obstante, nunca tuvo más que atenciones para con ella. Y era principalmente por esto por lo que en poco tiempo le cobró gran afecto.

A Lolita no le hubiera sido fácil subir a la habitación de Harimohini en pos de Binoy de no haberse sentido herida en su amor propio por el sarcasmo de Haran. Esto no sólo la impulsó a subir, sino que le infundió valor para hablar con Binoy sin vacilaciones. El eco de sus risas llegaba hasta los oídos del abandonado Haran, crispándole los nervios.

Haran se cansó pronto de su propia compañía y decidió ir junto a la señora Baroda a calmar el dolor de las heridas que acababa de recibir. Cuando ésta se enteró de que Sucharita se negaba a casarse con él, su indignación no tuvo límites.

—Panu Babu —le exhortó—, debes mostrarte inflexible. Ella dio ya su consentimiento. Todo el Brahmo Samaj lo sabe desde hace tiempo. No dejes ahora que todo se desbarate porque a ella se le antoje decir que no. No renuncies a tus derechos. Mantente firme, y ya veremos lo que ella puede hacer.

Era superfluo animar a Haran a mostrarse firme. Él no hacía más que repetirse a sí mismo: «Debo hacerlo por principio. Personalmente, no me costaría ningún esfuerzo renunciar a Sucharita, pero está en juego la dignidad del Brahmo Samaj.»

Binoy, para prescindir de toda formalidad en sus relaciones con Harimohini, le pidió algo de comer. Harimohini, muy halagada, se apresuró a disponer frutas, dulces y grano cocido en una bandeja de cobre que ofreció a Binoy, junto con un vaso de leche.

Echándose a reír, dijo él:

—Creí poner a la tía en un aprieto al decir que tenía hambre a estas horas, pero veo que tengo que darme por vencido.

Y se disponía a empezar a comer, haciendo alarde de gran apetito, cuando, de pronto, apareció la señora Baroda.

Binoy le hizo una profunda inclinación y le dijo:

—¿Cómo es que no te he visto abajo? He estado allí bastante tiempo.

Pero Baroda no hizo el menor caso de sus explicaciones ni de su saludo y, volviéndose hacia Sucharita, exclamó:

—¡De modo que aquí está la señorita! Lo suponía. Aquí puede hacer lo que le venga en gana. Y el pobre Panu Babu esperándola toda la mañana. Es la primera vez que ocurre cosa igual. Me pregunto quién le dará las alas a esa muchacha para comportarse así. Y pensar que esto ocurre en nuestra familia… ¿Cómo vamos a presentarnos ante el Brahmo Samaj?

Harimohini, desolada, dijo a Sucharita:

—No sabía que alguien te esperaba. ¡Cómo siento haberte entretenido! ¡Ve, querida, ve inmediatamente! Debí figurármelo.

Lolita iba a protestar diciendo que Harimohini no tenía la culpa, pero Sucharita le oprimió una mano para que callara y, sin pronunciar palabra, bajó a la planta baja.

Ya hemos relatado la forma en que Binoy conquistó el favor de Baroda. Ella estaba segura de que, gracias a la influencia de su familia, aquel muchacho no tardaría en hacerse miembro del Brahmo Samaj, y pensaba con orgullo que ella habría sido su principal bienhechora; precisamente se había ufanado ya de su proeza ante sus amigas. Era, pues, una amarga decepción ver a Binoy establecido en campo enemigo con Lolita como aliada.

—Lolita, ¿tienes algo especial que hacer aquí? —preguntó Baroda agriamente.

—Sí; Binoy Babu subió y yo…

—Deja que agasajen a Binoy Babu aquellos a quienes ha venido a visitar. ¡Te necesito abajo!

Lolita se dijo que Haran habría estado asociando el nombre de ella y el de Binoy de una forma a la que no tenía derecho. Este pensamiento la sublevó, y le hizo terminar con excesiva vehemencia lo que anteriormente empezara a decir titubeando:

—Hacía tiempo que no veía a Binoy Babu. Deseo charlar un rato con él antes de bajar.

La señora Baroda comprendió que Lolita no se dejaría intimidar y, temiendo verse derrotada en presencia de Harimohini, no añadió ni una palabra y salió de la habitación sin mirar a Binoy.

Cuando Baroda se hubo marchado, de los deseos de charlar con Binoy que Lolita acababa de expresar, no quedó el menor rastro. Durante largo rato los tres observaron un violento silencio y, después, Lolita se levantó y fue a encerrarse en su habitación.

Binoy comprendió cuál era la situación de Harimohini en aquella casa y, enfocando la conversación hacia aquel punto, poco a poco fue enterándose de la historia de la desdichada mujer.

Harimohini dijo, para terminar:

—Hijo, el mundo no es lugar a propósito para una desventurada como yo. Hubiera sido preferible retirarme a algún lugar sagrado. Tenía ahorrado algo de dinero con el que podía sustentarme durante una temporada, y quizá me hubiera ganado la vida guisando para alguna familia. En Benarés vive mucha gente de esta labor.

»Pero mi alma es tan pecadora que no supo resignarse. Cuando me quedo sola, el dolor me abruma impidiéndome hasta pensar en Dios. A veces creo volverme loca. Radharani y Satish son para mí lo que un madero para el náufrago. La sola idea de perderlos me ahoga. Y de día y de noche me atormenta el temor de tener que dejarlos. ¿Por qué, si no, después de perderlo todo, he podido llegar a quererlos tanto en tan poco tiempo?

»No me importa abrirte mi corazón hijo, y por eso te digo que desde que los tengo a ellos dos he podido volver a adorar a Dios con toda el alma…, y, si los pierdo, mi Dios no será para mí más que una piedra.

Y, con estas palabras, Harimohini se enjugó los ojos.