CAPÍTULO XXXVII

Para comprender la causa de la agitación que conmovía a Lolita durante su visita a Anandamoyi, es necesario que retrocedamos un poco.

Hacía varios días que lo primero que pensaba Lolita al despertar por la mañana era: «Hoy no vendrá Binoy.» Y, no obstante, durante todo el día no dejaba de esperarle. A veces, imaginaba que quizás estuviera ya en la casa y que, en lugar de subir al salón, había entrado en la habitación de Paresh Babu. Y cuando esta idea se posesionaba de ella, tenía que recorrer toda la casa. Luego, al acostarse, no sabía cómo interpretar los pensamientos que se agolpaban en su cerebro. En un momento dado, no conseguía contener el llanto, e inmediatamente se sentía furiosa no sabía con quién; probablemente consigo misma. Lo único que podía hacer era exclamar para sí: «¿Qué es eso? ¿Qué va a ser de mí? No veo la salida. ¿Cuánto tiempo podré seguir de este modo?»

Lolita sabía que Binoy vivía en la sociedad ortodoxa y que era inútil soñar en casarse con él. Y, a pesar de todo, no lograba dominar sus sentimientos. ¡Qué vergüenza… y qué situación más terrible la suya! Se daba cuenta de que Binoy la quería y eso acrecentaba más su angustia. Y mientras esperaba ardientemente la visita de Binoy, la consumía el temor de volver a verle.

Aquella mañana sintió que ya no podía resistir más. Se dijo que si la ausencia de Binoy era la causa de aquel tormento, tal vez viéndole se sintiera aliviada. Llevó, pues, a Satish a su habitación y le dijo:

—Veo que te has peleado con Binoy Babu.

Satish, indignado, negó la acusación, aunque tuvo que reconocer que la llegada de su tía le hizo olvidar a su amigo durante algunos días.

—¿Amigo, dices? —continuó Lolita—. ¡Valiente amigo, ese! Tú estás todo el día con Binoy Babu por aquí y Binoy Babu por allá; él, en cambio, ni siquiera se acuerda de ti.

—¿Que no? ¡Tú que sabes! ¡Claro que se acuerda!

Por regla general, Satish, para poner a salvo su dignidad, se apoyaba tan sólo en el énfasis con que subrayaba sus afirmaciones. En este caso, no obstante, comprendió que necesitaba pruebas tangibles, por lo que al momento se encaminó hacia la casa de Binoy. Y no tardó en volver con la noticia:

—Binoy no está en su casa. ¡Por eso no ha venido!

—¿Y por qué no vino antes? —insistió Lolita.

—Porque hace mucho tiempo que no está.

Entonces ella fue en busca de Sucharita y le dijo:

Didi, ¿no te parece que deberíamos ir a ver a la madre de Gour Babu?

—Pero, ¡si no la conocemos! —objetó Sucharita.

—¡Bah! ¿Acaso el padre de Gour Babu no es un antiguo amigo del nuestro?

—Sí; es cierto —exclamó Sucharita, y entusiasmada añadió—: Ve a hablar con él, querida.

Pero Lolita se negó y tuvo que ser Sucharita quien hablara con Paresh Babu.

—¡Desde luego! —dijo él inmediatamente—. Debimos hacerlo mucho tiempo antes.

Acordaron ir después del desayuno. Pero en cuanto se hubo tomado la decisión, Lolita cambió de parecer. Sintió dudas, sintió su orgullo herido y quiso escabullirse.

—Tú acompañarás a nuestro padre —dijo a Sucharita—. Yo no voy.

—¡De ninguna manera! —exclamó Sucharita—. ¿Cómo quieres que vaya yo sola? Vamos, cariño, no seas obstinada ni desbarates las cosas.

Al fin, Lolita consintió. Pero, ¿no era aquello admitirse derrotada frente a Binoy? A él no le costó ningún esfuerzo mantenerse apartado. ¿Por qué tenía ella que correr en su busca? Se sintió furiosa contra él. Trató por todos los medios de convencerse a sí misma de que no iba a ver a Anandamoyi porque quisiera ver a Binoy. Y fue por mantener esta actitud por lo que no quiso ni mirarle.

Binoy, por su parte, llegó a la conclusión de que la conducta de la muchacha obedecía a que, habiendo descubierto los secretos sentimientos que él alimentaba, quería demostrarle su repulsa; que Lolita pudiera estar enamorada de él era algo que su modestia hacía inconcebible.

Se acercó tímidamente a la puerta para decir que Paresh Babu estaba ya dispuesto a volver a casa. El muchacho hizo pantalla con la puerta para que Lolita no pudiera verle.

—¿Qué? —exclamó Anandamoyi—. ¿Crees acaso que les dejaré marchar sin ofrecerles un refrigerio? No tardo ni un minuto, Binoy. Entra y siéntate, mientras me ocupo de ello. ¿Por qué te quedas en la puerta?

Binoy entró y se sentó tan lejos de Lolita como pudo. Pero Lolita había recobrado la compostura y, sin rastro de su antigua timidez, le dijo:

—Binoy Babu, ¿sabes que tu amigo Satish fue esta mañana a tu casa, para comprobar si te habías olvidado de él?

Tuvo un sobresalto, como si acabara de oír una voz celestial, y se quedó cortado por no haber podido ocultar su asombro. Perdió su habitual facilidad de palabra.

—¿Que Satish fue a mi casa? —repitió enrojeciendo hasta las orejas—. Hace varios días que falto de allí.

Aquellas palabras de Lolita le llenaron de alegría y, en un momento, se disiparon las dudas que ensombrecían su mundo convirtiéndolo en una agobiante pesadilla. Sintió que no le quedaba ya nada por desear. «¡Estoy salvado! ¡Salvado! —gritó su corazón—. Lolita no duda de mí. ¡No está enfadada!»

En un momento se desplomaron las barreras que los separaban y Sucharita dijo, echándose a reír:

—En un principio, Binoy Babu ha debido de tomarnos por temibles monstruos, o tal vez ha creído que veníamos a tomar la plaza por asalto.

—El que calla parece siempre culpable —dijo Binoy—. En este mundo, los primeros en protestar son los que ganan las causas. Pero no esperaba semejante veredicto de ti, Didi. Tú empiezas por apartarte de la gente y luego acusas a los demás de despego.

Era la primera vez que Binoy llamaba a Didi a Sucharita, reconociendo con ello sus fraternales relaciones. La palabra sonó dulcemente en los oídos de la muchacha, pues daba forma concreta a la deliciosa intimidad que existió entre ellos desde el momento en que se conocieron.

En aquel momento entró Anandamoyi, y se hizo cargo de las muchachas, después de enviar a Binoy a ocuparse de Paresh Babu.

Empezaba ya a anochecer cuando ellas se marcharon. Binoy dijo entonces a Anandamoyi:

—Madre, no te consiento que trabajes hoy. Ven, vayamos arriba.

Binoy apenas podía contenerse. Condujo a Anandamoyi a la azotea y, después de extender una estera, la obligó a sentarse.

—Bien, Binu, te escucho. ¿Qué es lo que quieres decirme?

—Nada. Quiero que seas tú la que hable.

Binoy estaba sobre ascuas, deseando saber lo que Anandamoyi pensaba de las hijas de Paresh Babu.

—¡Habrase visto! —exclamó ella—. ¿Y para eso me has obligado a abandonar el trabajo? Creí que tenías algo importante que decirme.

—Si no te hubiera hecho salir, no habrías podido ver esta maravillosa puesta de sol.

Desde luego, el sol de noviembre estaba a punto de ocultarse tras los tejados de Calcuta, pero el espectáculo no tenía nada de grandioso. Toda su belleza y colorido estaba borrado por una nube de humo que oscurecía el horizonte. Pero aquella tarde, hasta la insipidez de aquella tristona puesta de sol era para Binoy una apoteosis de luz. Se sentía como mecido en el regazo del universo y le parecía que el cielo se inclinaba para acariciarle.

—Las muchachas son encantadoras —observó Anandamoyi.

Pero a Binoy no le bastaba aquello. No se resignaba a dejar el tema y se puso a referir pequeños detalles de sus relaciones con la familia de Paresh Babu.

Nada de lo que relataba tenía importancia, pero el vivo interés del muchacho, la complacencia con que le escuchaba su madre, el completo aislamiento que les brindaba la azotea y el misterio de las sombras que poco a poco iban invadiendo aquel atardecer de noviembre, se combinaban para dar un profundo significado al más nimio detalle.

De pronto, Anandamoyi suspiró y dijo:

—¡Cómo me gustaría ver a Gora casado con Sucharita!

Binoy se irguió.

—¡Cuántas veces lo he pensado, madre! Sucharita es la esposa ideal para Gora.

—Pero, ¿podrá ser?

—¿Por qué no? —dijo él, muy excitado—. No estoy seguro de que Gora no se sienta atraído por Sucharita.

Anandamoyi había advertido que Gora estaba bajo el influjo de alguien y por alguna que otra observación hecha por Binoy, sospechaba que ese alguien era precisamente Sucharita. Después de un corto silencio, dijo:

—Lo que no sé es si Sucharita se avendría a entrar en una familia ortodoxa.

—Al contrario: el problema está en si Gora se avendría en entrar en una familia brahmo. ¿Tú no tendrías inconveniente?

—Ninguno.

—¿Estás segura?

—Desde luego, ¿por qué había de tenerlo? El matrimonio consiste en la unión de dos corazones. Si esto se consigue, ¿qué importa la clase de mantras que recen? Es suficiente con que la ceremonia sea celebrada en nombre de Dios.

Binoy sintió que se le quitaba un gran peso de encima y exclamó, entusiasmado:

—Madre, me maravilla oírte decir eso. ¿De dónde has sacado ideas tan liberales?

—De Gora, por supuesto —contestó Anandamoyi echándose a reír.

—Pero, ¡si Gora dice exactamente todo lo contrario!

—¿Qué importa lo que él diga? Todo lo que yo sé lo he aprendido de Gora. Sé que en el hombre está la verdad y que todo aquello que le separa de sus semejantes es falso. Hijo, a fin de cuentas, ¿dónde está la diferencia entre un brahmo y un hindú ortodoxo? El corazón no entiende de castas, y Dios une a los hombres por el corazón, y es el corazón de los hombres donde Él está. ¿Acaso está bien mantenerle a Él alejado y confiar la unión de los hombres a determinados credos o fórmulas?

—Tus palabras son para mí como la miel, madre —dijo Binoy inclinándose para coger el polvo de los pies de Anandamoyi—. ¡A tu lado, este día ha sido verdaderamente fructífero!