Mohim y su familia daban por descontado el matrimonio de Sasi con Binoy. Sasi, con sus recién adquiridos rubores, ya no se acercaba a él, y a la madre de Sasi, Lakshmi, Binoy apenas la veía.
Y no porque la señora Lakshmi fuera una mujer tímida; pero su carácter era extraordinariamente retraído, y la puerta de su habitación estaba casi siempre cerrada. Guardaba bajo llave todas y cada una de sus posesiones, excepto a su marido; y ni siquiera él, bajo el estricto régimen impuesto por su esposa, disfrutaba de toda la libertad que hubiera deseado, pues tanto el círculo de sus amistades como la órbita de sus movimientos estaban cuidadosamente restringidos, Lakshmi ejercía un severo control sobre su pequeño mundo, y a los de fuera les resultaba tan difícil entrar en él como a los de dentro salir. Ni siquiera Gora era bien recibido en el ala de la casa ocupada por Lakshmi.
Este reino de la señora Lakshmi jamás se veía dividido por conflictos internos entre el poder legislativo, el judicial y el ejecutivo, pues ella misma hacía las leyes y las ponía en práctica, y en su persona se combinaban el tribunal de primera instancia y el supremo. Fuera de su casa, Mohim era considerado hombre de carácter, pero dentro de la jurisdicción de Lakshmi ese carácter de nada le servía, ni siquiera para las cosas más insignificantes.
Lakshmi, desde detrás de su purdah, había observado a Binoy y le había marcado con el sello de su aprobación. Mohim, que conocía a Binoy desde que éste era un niño, se había acostumbrado a considerarle, simplemente, como el amigo de Gora. Fue su esposa quien le hizo ver en él a un posible yerno, y entre sus muchos méritos destacaba el de que no exigiría dote.
Mohim estaba sobre ascuas, pues a pesar de que Binoy vivía en la casa, no podía intercambiar con él ni una sola palabra referente al matrimonio, a causa de la depresión que aquejaba al muchacho por la desgracia de Gora.
Sin embargo, cuando llegó el domingo, la exasperada señora de su casa, tomó el asunto en sus manos, interrumpió la siesta dominical de Mohim y le facturó, junto con su caja de pan, hacia el lugar donde se encontraba Binoy, el cual, en aquel momento, estaba leyendo a Anandamoyi el último número del Bangadarshan, que a la sazón acababa de lanzar Bankim-chandra.
Mohim, después de ofrecer pan a Binoy, empezó con una homilía de las irreprimibles locuras de Gora; luego, se puso a contar los días que restaban de la sentencia, lo que le llevó a observar, con toda naturalidad, que el mes de aghran tocaba ya a su fin; y, entonces, consideró que ya podía ir al grano.
—Mira, Binoy. Esa idea tuya de no celebrar bodas en aghran me parece una tontería. Como te dije el otro día, si añadimos un calendario familiar a todas nuestras reglas y prohibiciones, en este país no se celebrará ni una boda.
Observando lo violento que estaba Binoy, Anandamoyi acudió en su ayuda y terció en la conversación, diciendo:
—Binoy conoce a Sasi desde que era muy niña y no acaba de hacerse a la idea de casarse con ella. Por eso te dio la excusa de que en el mes de aghran no se celebraban matrimonios en su familia.
—Entonces debiera haber hablado con claridad desde el principio.
—A veces se necesita algún tiempo para llegar a comprender los propios sentimientos —replicó Anandamoyi—. Pero, Mohim, ¿qué es lo que te apremia? Novios no han de faltarle a tu hija. Deja que vuelva Gora. Él conoce a muchos jóvenes en edad de casarse y podrá concertar la boda con alguno de ellos.
—¡Hum! —gruñó Mohim haciendo una mueca. Luego, tras un corto silencio, dijo con brusquedad—: Madre, si tú no hubieras intervenido, Binoy nunca hubiera puesto inconvenientes.
Binoy iba a protestar con vehemencia, pero Anandamoyi se le adelantó diciendo:
—No te equivocas, Mohim. En este asunto no me ha sido posible alentar al muchacho. Es muy joven todavía y tal vez hubiera accedido; pero este matrimonio era un error.
Y así, cargando con toda la culpa, Anandamoyi protegía a Binoy del ataque de Mohim. Binoy se sentía avergonzado de su debilidad, pero Mohim se marchó sin darle tiempo a expresar sus inconvenientes por sí mismo. «Una madrastra nunca es como una verdadera madre», fue el comentario que éste se hizo mentalmente al salir de la habitación.
Anandamoyi sabía que Mohim no vacilaría en formular esta acusación. Sabía, también, que todos los disgustos de las familias se achacaban siempre a la madrastra, según el código de la sociedad, pero ella nunca supeditaba su conducta a la opinión de la gente. El día en que por primera vez cogió a Gora en brazos se apartó para siempre de la tradición y de las costumbres y emprendió un camino que la enfrentaba de continuo a la sociedad.
Pero los reproches que no dejaba de hacerse a sí misma por la mentira que tenía que tolerar la hacían insensible a los cáusticos comentarios de la gente. Cuando los vecinos la acusaban de cristiana, ella respondía, estrechando a Gora contra su pecho:
—¡Dios sabe que llamarme cristiana no es ninguna acusación!
Y así se fue acostumbrando a hacer caso omiso de los dictados de la sociedad y a dejarse llevar de sus sentimientos. Por eso, las acusaciones de Mohim, de pensamiento o de palabra, no tenían fuerza para hacerla desviar del camino que ella consideraba recto.
—Binu —dijo de pronto Anandamoyi—, hace mucho que no vas a casa de Paresh Babu, ¿verdad?
—No, madre.
—Bueno, lo cierto es que no has vuelto desde la mañana en que regresaste a Calcuta.
De eso no hacía muchos días, pero Binoy no podía negar que antes de su viaje sus visitas a casa de Paresh Babu eran tan frecuentes que apenas le quedaba tiempo para ver a Anandamoyi.
Se puso a tirar de un hilo que asomaba por el borde de su dhuti y guardó silencio.
En aquel momento entró la criada y anunció la visita de unas señoras. Binoy se puso en pie, con intención de marcharse para no estorbar, pero mientras estaban preguntándose quienes podrían ser las visitantes, entraron en la habitación Sucharita y Lolita, y ya no pudo retirarse. De modo que se quedó, pero guardaba un violento silencio.
Las muchachas tomaron el polvo de los pies de Anandamoyi. Lolita hizo como si no le viera, pero Sucharita le saludó con una inclinación, diciendo:
—¿Cómo estás? —Y volviéndose hacia Anandamoyi explicó, a modo de presentación—: Somos de la casa de Paresh Babu.
Anandamoyi las recibió afectuosamente.
—No necesitáis presentaros, queridas. Nunca os había visto, es verdad, pero ya os conozco como si fuerais de mi familia.
Y a los pocos momentos, ellas se sentían como en su casa.
Sucharita se esforzó por atraer a la conversación a Binoy, que se había sentado algo distante y en silencio, diciéndole:
—Hace tiempo que no vas a visitarnos.
Binoy dirigió una rápida mirada hacia Lolita y respondió:
—Es que temo abusar de vuestra cordialidad.
—¿Acaso no sabes que el verdadero afecto engendra abusos?
—¿Que no lo sabe? —exclamó Anandamoyi echándose a reír—. ¡Si supierais cómo me tiraniza durante todo el día! No me deja ni un momento de reposo, con sus caprichos.
Y dirigió a Binoy una cariñosa mirada.
—Dios se sirve de mí para probar tu paciencia —replicó Binoy.
A esto, Sucharita dirigió una significativa mirada a Lolita y le dijo:
—¿Has oído, Lolita? ¿No habremos sido nosotros puestos también a prueba, y con resultado negativo?
Al ver que Lolita no hacía el menor caso de la observación, Anandamoyi se echó a reír y dijo:
—Esta vez Binu está poniendo a prueba su propia paciencia. Estoy segura de que no sabéis lo que significáis para él. Por las noches, no sabe hablar de otra cosa, y el solo nombre de Paresh Babu es suficiente para sumirle en el éxtasis.
Mientras hablaba, miraba a Lolita que, a pesar de sus esfuerzos por fingir naturalidad, no podía evitar que le asomaran los colores a la cara. Anandamoyi prosiguió:
—¡No podéis imaginaros las veces que ha tenido que pelearse por defender a Paresh Babu! Todos sus amigos ortodoxos le tildan de brahmo y algunos incluso han tratado de proscribirle. No estés violento, Binu, no hay de qué avergonzarse. ¿Qué dices a esto, madrecita?
Lolita bajó los ojos y fue Sucharita quien respondió por ella:
—Binoy Babu nos distingue con su amistad; pero no es nuestro todo el mérito, sino de la generosidad de su corazón.
—Ahí difiero —sonrió Anandamoyi—. Le conozco desde que era niño, y durante todos estos años no ha trabado amistad con nadie más que con mi Gora. Ni siquiera congenia con los demás jóvenes de su grupo. Pero desde que os conoce nos tiene abandonados. Yo estaba ya decidida a pelearme con vosotras; pero ahora me encuentro en su misma situación…, sois irresistibles, queridas.
Y Anandamoyi acarició a las muchachas pasándoles las puntas de los dedos por debajo de la barbilla y llevándoselas, luego, a los labios.
Binoy parecía estar tan violento que Sucharita, apiadándose de él, dijo:
—Nuestro padre vino con nosotras y se quedó abajo, hablando con Krishnadayal Babu.
Esto dio a Binoy la oportunidad de escapar y dejar solas a las mujeres. Anandamoyi les habló, entonces, de la extraordinaria amistad que existía entre Gora y Binoy, y no tardó en advertir el interés con que las jóvenes la escuchaban.
Para Anandamoyi nada había en el mundo tan querido como ellos dos, a los que había dedicado toda su adoración. Los modeló con sus propias manos, como las muchachas se fabrican las imágenes de Shiva a las que luego rinden culto, y ellos se adueñaron de todo su cariño.
La historia de aquellos dos ídolos de Anandamoyi sonaba tan tierna y tan interesante al ser contada por ella que Sucharita y Lolita no se cansaban de escucharla. Apreciaban ya a Gora y a Binoy, pero en aquellos momentos creían verlos bajo el magnífico resplandor que irradiaba el cariño de la madre.
Al conocer a Anandamoyi, Lolita sintió que su indignación contra el magistrado se recrudecía.
—Querida —dijo la madre, sonriéndose de sus ásperas palabras—, sólo Dios sabe lo que el encarcelamiento de Gora me hace sufrir; pero no puedo enojarme con el sahib. Conozco a Gora. No permite que ninguna ley hecha por los hombres se oponga a lo que considera justo. Él cumplió con su deber; las autoridades están cumpliendo con el suyo. Aquéllos a quienes afectan las consecuencias tienen que doblegarse. Si lees la carta de mi Gora, madrecita, verás que ni rehúye las penalidades ni muestra enojo. Sopesó bien las consecuencias de lo que hacía.
Sacó la carta de la caja donde la había guardado y se la tendió a Sucharita, diciendo:
—¿Tienes la bondad de leerla en voz alta, querida? Me gustaría volver a oírla.
Una vez leída la hermosa carta de Gora, las tres mujeres guardaron silencio. Anandamoyi se enjugó las lágrimas que no eran sólo de pena sino de gozo y orgullo. ¡Qué muchacho, el suyo! No era un pusilánime que suplicara clemencia al magistrado, sino que aceptaba la plena responsabilidad de sus actos, conociendo de antemano los sufrimientos que le esperaban en la cárcel. A nadie culpaba de lo que le sucedía, y si él podía soportarlo sin lamentarse, también su madre lo soportaría.
Lolita contempló llena de admiración el rostro de Anandamoyi. En la muchacha estaban profundamente arraigados los prejuicios de una familia brahmo. Nunca profesó gran respeto hacia las mujeres educadas conforme a lo que ella consideraba la superstición ortodoxa. Desde muy niña, oyó a la señora Baroda reprenderla por sus defectos diciendo que eran propios de una niña hindú. Y ella siempre se sintió humillada.
Las palabras de Anandamoyi la llenaron de estupor. ¡Qué serenidad! ¡Qué fuerza! ¡Qué sensatez! ¡Qué discernimiento! Lolita se veía a sí misma muy pequeña a su lado, al pensar que ella ni siquiera podía dominar sus emociones; su agitación incluso la impidió mirar a Binoy. La serenidad que veía en el rostro de Anandamoyi tuvo la virtud de calmarla y hacerle ver las cosas con naturalidad.
—¡Ahora comprendo de dónde saca la fuerza Gour Babu! —exclamó.
—Mucho me temo que no lo comprendas con bastante claridad —sonrió Anandamoyi—. Si Gora fuera para mí como un hijo corriente, ¿de dónde hubiera yo sacado mi fuerza? ¿Crees, acaso, que podría sobrellevar esta desgracia con tanta entereza?