CAPÍTULO XXIX

Como quiera que aquel día era esperada la llegada del gobernador, el magistrado hizo su entrada en la audiencia con toda puntualidad, a las diez y media, con la esperanza de acabar temprano con el trabajo de dispensar justicia.

Satkori Babu, que defendía a los estudiantes, trató de aprovechar la oportunidad para ayudar a su amigo. Al ver cómo estaban las cosas, llegó a la conclusión de que lo mejor sería reconocer la culpabilidad de sus defendidos y pedir clemencia, habida cuenta de la juventud e inexperiencia de los muchachos.

El magistrado los sentenció a penas que oscilaban entre los cinco y los veinticinco latigazos, según la edad y grado de la culpa de cada cual. Gora no tenía defensor y, en su propia defensa, trató de demostrar que la actuación de la policía había sido de inexcusable violencia, pero el magistrado le atajó bruscamente y le sentenció a un mes de prisión mayor por entorpecer la labor de la policía, añadiendo que podía darse por satisfecho de salir tan bien librado.

Sudhir y Binoy estaban en la sala, pero este último no pudo mirar a Gora a la cara. Salió de la sala apresuradamente, pues le parecía que iba a ahogarse. Sudhir le pidió que volviera con él al bungalow, tomara un baño y comiera algo; pero Binoy no le escuchaba. Atravesó el jardín de la Audiencia y se sentó bajo un árbol.

—Regresa al bungalow. Yo iré después.

Binoy no hubiera podido decir cuánto rato permaneció allí sentado. Pero el sol había pasado ya el meridiano cuando advirtió que un carruaje se detenía ante él. Al levantar la vista, vio que Sudhir y Sucharita bajaban del coche y se dirigían hacia donde él estaba. Binoy se levantó presurosamente y oyó que Sucharita le decía con voz cargada de emoción:

—Binoy, ¿no vienes?

Binoy no tardó en advertir que estaban llamando la atención, por lo que inmediatamente se fue con ellos hacia el coche. Durante todo el trayecto, ninguno de los tres habló.

Al llegar al bungalow, Binoy vio que se estaba desarrollando una seria pelea. Lolita había declarado que aquella noche no pensaba asistir a la fiesta. La señora Baroda se hallaba ante un grave dilema, y liaran estaba furioso por la insubordinación de aquella chiquilla. Una y otra vez se lamentó de que los jóvenes y muchachas de aquella generación hubieran sido atacados por el virus de la indisciplina. ¡Aquel era el resultado de permitírseles hablar de tonterías con según qué clase de gente!

Cuando llegó Binoy, Lolita le dijo:

—Binoy Babu, te pido perdón. Fui injusta contigo al no comprender la razón de tus objeciones. Pero es porque nunca hemos salido de un estrecho círculo por lo que no conseguimos comprender muchas cosas. Aquí, Panu Babu afirma que la administración de este magistrado es una fuente de providencia para la India. Si eso es cierto, lo único que puedo decir es que nuestros fervientes deseos de maldecir esa administración son también fuente de providencia.

—¡Lolita, tú…! —empezó Haran, furioso.

Pero Lolita, volviéndole la espalda, le dijo:

—¡Cállate, por favor! No estoy hablando contigo. Binoy Babu, no te dejes convencer por nadie. Esta noche no debe haber función. ¡Por nada del mundo!

—¡Lolita! —gritó la señora Baroda tratando de poner fin a aquellos comentarios—. ¡Qué falta de consideración para con nuestro amigo! ¿Es que no vas a permitir a Binoy Babu tomar un baño y comer algo? Es ya la una y media. ¡Fíjate en lo pálido y cansado que está!

—No me es posible comer en esta casa —dijo Binoy—. Somos huéspedes del magistrado.

La señora Baroda trató de apaciguar los ánimos y humildemente pidió a Binoy que se quedara; pero al ver que todas sus hijas guardaban silencio, les gritó, enojada:

—¿Se puede saber qué os pasa? Suchi, ¿quieres hacer el favor de explicar a Binoy Babu que hemos dado nuestra palabra, que se ha invitado a mucha gente y que, sea como sea, tenemos que dar la función? ¿Qué dirían de nosotros, si no lo hiciéramos? ¡Nunca más podría mirarles a la cara!

Pero Sucharita permaneció callada, con la vista clavada en el suelo.

Binoy se dirigió a las oficinas de la Compañía de Navegación Fluvial, donde se enteró de que al cabo de dos horas salía para Calcuta un vapor que tenía su llegada a aquella capital a las ocho de la mañana siguiente.

Haran se desató en improperios contra Gora y Binoy. Sucharita se retiró rápidamente a su habitación. Al poco rato, entró Lolita, quien la encontró tendida en la cama, con el rostro entre las manos.

Lolita corrió el cerrojo, se acercó lentamente a Sucharita y, sentándose en el borde de la cama, empezó a acariciarle el cabello. Al cabo de un rato, cuando Sucharita estuvo ya más calmada, le apartó las manos del rostro y, mirándole fijamente, le susurró al oído:

Didi, marchémonos del bungalow. Volvamos a Calcuta. No debemos ir a casa del magistrado esta noche.

Sucharita no contestó; pero cuando Lolita le hubo repetido varias veces la proposición, se sentó en la cama y dijo:

—¿Cómo quieres que nos vayamos? Yo no quería venir; pero puesto que nuestro padre me mandó, no debo marcharme sin haber cumplido el objetivo del viaje.

—Pero nuestro padre no sabe nada de lo que ha ocurrido últimamente —arguyó Lolita—. Si lo hubiera sabido, nunca nos habría mandado venir.

—¿Cómo saberlo con seguridad?

—Pero, dime, Didi, ¿es que vas a poder representar tu papel? ¿Y puedes siquiera pensar en poner los pies en la casa de ese hombre? ¿Y luego, salir al escenario, disfrazada, a recitar? Yo no podría decir una palabra ni aunque me mordiera la lengua hasta hacerla sangrar.

—Lo sé, querida —dijo Sucharita—. Pero hay que soportar incluso los peores tormentos. No podemos volver atrás. ¿Crees acaso que yo olvidaré este día mientras viva?

Enojada por la mansedumbre de Sucharita, Lolita fue en busca de su madre y le dijo:

—¿Tú no vas, madre?

—¿Qué le ocurre a esta muchacha? —exclamó la señora Baroda, desconcertada—. Todos tenemos que estar allí a las nueve.

—Yo me refería a Calcuta —dijo Lolita.

—¡Qué tontería!

—Y tú, Sudhir-dada —dijo Lolita, volviéndose hacia él—, ¿piensas seguir aquí?

Sudhir estaba indignado por la sentencia dictada contra Gora, pero no tenía la suficiente fuerza de voluntad para resistir la tentación de lucir su talento ante un público compuesto por distinguidos sahibs. Dijo que tenía sus dudas, pero que creía que acabaría quedándose.

—No perdamos más tiempo en discusiones —dijo la señora Baroda—. Vayamos a descansar un poco, o esta noche estaremos extenuados y dará asco vernos. Que nadie se levante hasta las cinco y media.

Y con estas palabras los mandó a la cama.

Todos se durmieron, a excepción de Sucharita, que no consiguió conciliar el sueño, y de Lolita, que permaneció sentada, muy erguida, en la cama.

La sirena del vapor llamaba insistentemente a los pasajeros. Al fin, llegó la hora de zarpar. Cuando los marineros se disponían a retirar la pasarela, Binoy, desde la cubierta superior, vio a una dama bengalí que a toda prisa se dirigía hacia el barco. Su traje y su figura le recordaron a Lolita, pero Binoy no podía dar crédito a sus ojos; y cuando la tuvo cerca ya no le cupo ninguna duda. Por un momento, pensó que iría a buscarle, pero, luego, recordó que Lolita también se había negado a asistir a la fiesta del magistrado.

Cuando ella subió a bordo, los marineros iban ya a soltar amarras.

Binoy, muy alarmado, bajó a recibirla.

—Subamos a la cubierta superior —dijo ella.

—Pero el vapor va a zarpar —dijo Binoy, con espanto.

—Ya lo sé —dijo Lolita.

Y, sin esperarle, empezó a subir la escalera.

El vapor empezó a moverse y Binoy, después de instalar a Lolita en una butaca de la cubierta superior, la miró con muda interrogación en los ojos.

—Me voy a Calcuta —explicó Lolita—. He descubierto que no podía seguir aquí.

—¿Y qué dicen los demás?

—No saben nada. Les dejé una nota.

Binoy estaba asombrado ante aquel alarde de genio y empezó, dubitativamente:

—Pero…

Lolita le atajó diciendo:

—Ahora, que el barco ya ha salido, ¿de qué sirven los peros? No estoy de acuerdo en que, por el hecho de ser mujer, tenga que soportarlo todo sin protestar. También para nosotras existen las palabras posible e imposible, bueno y malo. Antes que tomar parte en la función hubiera preferido suicidarme.

Binoy comprendió que lo hecho ya no tenía remedio y que de nada serviría discutir.

Después de unos momentos de silencio, Lolita prosiguió:

—He sido muy injusta con tu amigo Gourmohan Babu. No sé por qué, desde el primer día que le oí hablar me fue antipático. Decía las cosas con aquella vehemencia… y todos vosotros asentíais invariablemente a todo con tanta sumisión, que me ponía furiosa. Nunca he podido soportar que nadie me viniera con imposiciones. Pero ahora veo que Gourmohan Babu no sólo impone sacrificios a los demás sino también se los exige a sí mismo. Ahí reside su fuerza. Nunca vi hombre como él.

Así hablaba y hablaba Lolita, no sólo porque le doliera haber juzgado mal a Gora, sino también para acallar el malestar suscitado en su interior por lo que acababa de hacer; no se había detenido a pensar lo violento de hacer aquel viaje sin más compañía que Binoy. Pero consciente de que cuanta más vergüenza se demuestra más vergonzoso resulta todo, no paraba de charlar.

Binoy, por el contrario, no sabía qué decir. Por un lado, pensaba en Gora y en la afrenta que le había causado el magistrado, y por otro, en su propia deshonra, por haber hecho aquel viaje con el propósito de actuar en la fiesta de aquel mismo magistrado. Y, para acabar de enredar las cosas, allí estaba Lolita. Todas estas circunstancias se combinaban para dejarle sin habla.

En otro tiempo, aquella escapada de Lolita le hubiera parecido censurable; pero en aquel momento, en cambio, le produjo gran admiración, pues veía en ella prueba de gran valentía. Además, le satisfacía pensar que Lolita y él fueron los únicos en protestar abiertamente por el insulto lanzado contra Gora.

Por su gesto de desafío, no sufriría consecuencias desagradables; Lolita, por el contrario, seguramente tendría que lamentarlo durante mucho tiempo. Era extraño que hubiera considerado siempre a Lolita como enemiga de Gora. Cuanto más lo pensaba, más crecía su admiración por la intolerancia demostrada por la muchacha y la valentía de sus convicciones, que no supeditaba a los dictados de la prudencia. Y al muchacho le costaba un gran esfuerzo contener sus sentimientos.

Binoy comprendió que Lolita tenía razón al tacharle de débil. El nunca hubiera prescindido de las opiniones de su gente para hacer lo que consideraba justo. ¡Cuántas veces había dejado de ser sincero por temor de incomodar a Gora o de que Gora le considerase apocado, engañándose a sí mismo con complicadas razones para llegar al convencimiento de que las opiniones de Gora eran las suyas propias!

Comprendía que la independencia de criterio demostrada por Lolita la hacía superior a él, y sintió que su admiración por ella crecía más y más. Hubiera querido pedirle perdón por haberla juzgado mal; pero no supo encontrar las palabras adecuadas. El valiente gesto de Lolita le hizo concebir un nuevo respeto hacia la mujer, y le pareció que aquel sentimiento colmaba su vida.