Un domingo por la mañana, mientras Anandamoyi preparaba pan y Sasi, a su lado, cortaba betel, entró Binoy en la habitación. Sasi, ruborosa, salió huyendo y las nueces de betel que tenía en el regazo quedaron esparcidas por el suelo.
Binoy solía hacer buenas migas con todo el mundo, y sus relaciones con Sasi fueron siempre muy afectuosas. De continuo se gastaban bromas mutuamente. Sasi acostumbraba a esconderle los zapatos y, antes de devolvérselos le hacía prometer que le contaría un cuento. Binoy, para vengarse, inventaba relatos basados en episodios reales de la vida de Sasi. Ésta empezaba por acusarle de embustero, luego, le contradecía a voz en grito y, al fin, salía huyendo a la desbandada. Algunas veces, trataba de tomarse revancha urdiendo historias similares acerca de Binoy, pero en cuanto a inventiva no podía equipararse a su adversario.
De modo que siempre que Binoy iba a la casa, Sasi lo dejaba todo y salía corriendo a su encuentro. Algunas veces, se ponía tan pesada que Anandamoyi tenía que reprenderla; pero la culpa no era del todo suya, pues Binoy siempre andaba buscándole las vueltas.
Al verla huir de la habitación, Anandamoyi sonrió; pero no con una sonrisa de felicidad.
El mismo Binoy quedó tan desolado por el incidente, que permaneció algún tiempo sin decir palabra. De pronto, comprendió lo antinaturales que eran en realidad sus relaciones con Sasi.
Cuando accedió al matrimonio, lo hizo pensando únicamente en su amistad con Gora, sin perfilar las consecuencias que aquella unión traería en otros aspectos. Binoy había dicho con frecuencia en el periódico, «en nuestro país, el matrimonio es una cuestión social, no personal», por lo que, en su propio caso, no tuvo en cuenta sentimientos personales. Al ver a Sasi retirarse llena de turbación, atisbo lo que iban a ser sus relaciones futuras.
Al darse cuenta de hasta qué punto Gora le había impulsado a obrar en contra de sus propias inclinaciones, se enfureció con su amigo y consigo mismo. Y al recordar cómo, desde el principio, Anandamoyi había tratado de hacerle desistir, sintió asombro y admiración por su clarividencia.
Anandamoyi comprendió lo que en aquel momento pasaba por la mente de Binoy y, para distraerle, dijo:
—Ayer tuve carta de Gora.
—¿Qué te dice? —preguntó Binoy, distraído.
—De él, muy poco; pero está muy afectado por la triste situación en que se hallan las pobres gentes de esos pueblos. Hace una larga descripción de las injusticias cometidas por el magistrado en un lugar llamado Ghosepara.
En aquel estado de exacerbado antagonismo contra Gora, Binoy dijo con impaciencia:
—Los ojos de Gora no ven más que las faltas ajenas; en cambio, está dispuesto a disculpar las iniquidades que nosotros perpetramos a diario contra nuestra propia gente.
Anandamoyi sonrió al ver a Binoy erigirse en paladín de las huestes contrarias a Gora, pero no dijo nada.
—Madre, sonríes y te preguntas a qué se debe mi repentina indignación. Voy a decirte qué es lo que me subleva. El otro día, Sudhir me llevó a casa de un amigo suyo que vive en el campo. Al salir de Calcuta empezó a llover. Cuando el tren se detuvo en la estación de empalme, vi a un bengalí, vestido a la europea, cubriéndose con un paraguas, esperando a que su mujer descendiera del vagón. Ella llevaba a un niño en brazos al que apenas conseguía proteger con su chal, y avanzaba por el andén, calada por la lluvia y encogida por el frío y la timidez, mientras el marido seguía impertérrito debajo de su paraguas, sin que ni la mujer ni nadie de los que estaban en la estación parecieran ver nada malo en ello. De pronto, me pareció como si en todo Bengala no hubiera ni una sola mujer, pobre o rica, que estuviera protegida del sol ni de la lluvia. En aquel momento me juré a mí mismo no volver a incurrir en la mentira de decir que nosotros tratamos a la mujer con gran reverencia, considerándola nuestro ángel, nuestra diosa y todas esas majaderías que se nos ocurren.
Binoy se interrumpió bruscamente al darse cuenta de que su indignación le hacía levantar con exceso la voz. Y en su tono habitual concluyó:
—Madre, tal vez estés pensando que quiero darte una conferencia, como las que doy a veces a los estudiantes. Tal vez haya adquirido la costumbre de hablar sentenciosamente; lo hice sin querer. Hasta ahora no me he dado cuenta de lo mucho que las mujeres representan para nuestro país. Ni siquiera pensaba en ellas. Pero no quisiera hablar más, madre. Hablo tanto que nadie cree que mis palabras expresen ideas mías. En el futuro tendré más cuidado.
Y Binoy se marchó tan bruscamente como había llegado, inundado por aquella nueva emoción.
Anandamoyi llamó entonces a Mohim y le dijo:
—Binoy no se casará con Sasi.
—¿Por qué? ¿Te opones tú?
—Sí; me opongo porque estoy convencida de que esa unión nunca llegaría a efectuarse.
—Gora dio su consentimiento, y también Binoy. ¿Por qué no ha de efectuarse? Aunque, por descontado, si tú te opones, Binoy no se casará.
—Conozco a Binoy mejor que tú.
—¿Mejor que Gora?
—Sí, mejor que Gora; y, por lo tanto, después de considerar el proyecto desde todos los puntos de vista, opino que no puedo dar mi consentimiento.
—Bueno; esperemos a que vuelva Gora.
—Mohim, escucha. Si tratas de forzar las cosas crearás conflictos. No quiero que Gora vuelva a hablar del asunto con Binoy.
—Está bien. Veremos lo que ocurre —dijo Mohim llenándose la boca de pan, al tiempo que salía de la habitación.