CAPÍTULO XXIV

Se había acordado que Binoy recitara el poema de Dryden The Power of Music, mientras las muchachas, con trajes apropiados, representaban escenas del poema. Ellas completarían luego la velada con canciones y poesías.

La señora Baroda aseguraba repetidamente a Binoy que le prepararían bien para la fiesta, pues aunque ella sabía muy poco inglés, contaba con la ayuda de dos o tres amigas suyas versadas en este idioma; pero en el primer ensayo, Binoy asombró a las expertas con su dicción, y Baroda tuvo que renunciar al placer de enseñar al neófito. Incluso quienes nunca consideraron a Binoy con demasiada deferencia, se sintieron impulsados a respetarle al comprobar su perfecto dominio del inglés; el mismo Haran le pidió su colaboración para el periódico, y Sudhir le instó a que diera alguna conferencia en la Sociedad de Estudiantes.

Lolita se encontraba en una situación extraña. Por un lado, le complacía que Binoy no tuviera que depender de la ayuda de nadie; pero, por el otro, se sentía mortificada. Le disgustaba pensar que Binoy, una vez consciente de su valor, renunciara a toda idea de aprender algo de ellos.

Ni la misma Lolita sabía a ciencia cierta qué era lo que quería de Binoy, ni de qué forma conseguiría recobrar su antigua tranquilidad. En consecuencia, su descontento empezó a traslucirse en infinidad de pequeños detalles, que siempre tenían por blanco al muchacho. Lolita comprendía que su actitud no era justa ni cortés, y este pensamiento la apesadumbraba; pero, pese a todos sus esfuerzos por dominarse, al menor pretexto se desataba su furor sin que ella pudiera hacer nada por remediarlo.

De igual modo que en un principio le importunó hasta conseguir que accediera, después le instaba a que se retirara. Pero, ¿cómo podía Binoy negarse a intervenir sin desbaratar todos los planes? Además, descubiertas sus dotes de actor, la idea le ilusionaba.

Cierto día, Lolita dijo a su madre:

—No puedo tomar parte en la fiesta.

La señora Baroda conocía bien a su hija, por lo que preguntó, desolada:

—Pero, ¿por qué no?

—Sencillamente, porque no podría.

Desde el mismo día en que Binoy reveló sus grandes facultades, Lolita se negó a ensayar en su presencia. Lo hacía a solas, en su habitación, con lo que ocasionaba una gran extorsión a los demás; pero como resultaba imposible razonar con ella, al fin tuvieron que conformarse.

Pero cuando, en el último momento, declaró su intención de abandonarles, la señora Baroda no supo ya qué decir. Sabía bien que nunca lograría convencer a Lolita, por lo que decidió acudir a Paresh Babu en busca de ayuda.

Aunque él nunca intervenía en los asuntos de sus hijas, como quiera que en aquel caso mediaba la promesa hecha al magistrado y no quedaba tiempo para cambiar el programa, Paresh Babu hizo llamar a Lolita y, poniéndole una mano sobre la cabeza, le preguntó:

—Lolita, ¿tú crees que estaría bien que te retirases ahora?

—No puedo actuar, padre —dijo la muchacha, ahogada en llanto—. Es superior a mí.

—No será tuya la culpa si lo haces mal; pero si ni tan sólo quieres intentarlo, entonces sí tendrás culpa.

Lolita bajó la cabeza y su padre prosiguió:

—Hija, cuando se acepta una responsabilidad hay que cumplirla. No se debe rehuir por temor de que nuestro orgullo quede lastimado. ¿Qué importa que se resienta nuestro amor propio con tal que cumplamos con nuestro deber? ¿No quieres intentarlo, hija?

—Sí; lo intentaré —respondió Lolita acercando el rostro al de su padre.

Aquella misma tarde, venciendo toda vacilación, y a pesar de la presencia de Binoy, Lolita ensayó su papel con brío, casi con aire de reto. Era la primera vez que Binoy la oía recitar y quedó asombrado por la claridad y la fuerza de su dicción, y por su certera visión del significado del poema. El muchacho se quedó maravillado, y, mucho después de que ella terminara, su voz seguía resonando en sus oídos. El buen rapsoda ejerce una extraña fascinación sobre el oyente; el poema presta encanto a su espíritu, como las flores a las ramas donde florecen. Y desde aquel momento, para Binoy, Lolita quedó envuelta en poesía.

Hasta entonces, Lolita no había hecho sino martirizarle con su afilada lengua; y del mismo modo que nuestra mano busca de continuo el lugar donde el dolor aprieta; así, también Binoy fue incapaz de distinguir de Lolita más que sus palabras mordaces y sus sonrisas irónicas. Sólo pensaba en ella para tratar de descubrir qué le habría inducido a decir esto o aquello, y cuanto más misteriosa parecía la causa de su desagrado, tanto más cavilaba él. A menudo era éste el primer pensamiento que le asaltaba al despertarse por las mañanas, y cada vez que se dirigía a casa de Paresh Babu se preguntaba con ansiedad de qué humor encontraría a Lolita. Cuando estaba amable sentía como si le quitaran un peso de encima, y entonces, el problema consistía en la forma de conseguir mantenerla en aquel estado, problema cuya solución se encontraba fuera de su alcance.

Después de tantos días de zozobra, al oírla recitar se sintió profundamente conmovido, hasta el punto de no encontrar palabras para expresar su parecer. Pero no se atrevió a hacer ninguna observación a Lolita, por temor a que el elogio no le agradara o que una secuencia tan normal de causa y efecto no fuera con ella… lo más probable sería que no, puesto que se trataba de una cosa normal. Así, pues, Binoy se deshizo en elogios ante la señora Baroda, por lo que la opinión que ésta tenía del muchacho, de sus gustos y de su inteligencia quedó notablemente mejorada.

El efecto producido en Lolita no fue menos curioso. En cuanto advirtió que el éxito le sonreía y que había capeado la marejada de sus dificultades como un buen navío, todo su resquemor desapareció sin dejar rastro y olvidó su deseo de mortificar a Binoy. A partir de aquel día, asistió a los ensayos con gran entusiasmo, lo que motivó un estrechamiento de relaciones entre los dos. Ni siquiera tenía ya reparo en pedirle consejo.

Al advertir este cambio en la actitud de Lolita para con él, Binoy se sintió como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Estaba tan contento que le entraron ganas de ir a ver a Anandamoyi y gastarle sus viejas bromas. A su mente acudían multitud de ideas que le hubieran gustado discutir con Sucharita, a la que, por otra parte, apenas veía.

Aprovechaba todas las oportunidades que se le ofrecían de charlar con Lolita; pero no se le ocultaba que debía obrar con mucho tacto. Sabía que ella les juzgaba, tanto a él como a Gora, con agudo espíritu crítico, y su conversación no fluía con su natural facilidad.

Lolita solía decirle:

—¿Por qué hablas como un libro?

A lo que Binoy contestaba:

—Me he pasado la vida leyendo. Supongo que mi cerebro debe ser como una página impresa.

O bien:

—Por favor, no te esfuerces en hablar tan correctamente. Limítate a decir lo que piensas. Dices unas frases tan hermosas que parece que estás exponiendo las ideas de otra persona.

Por esta razón, cuando a la mente de Binoy acudía una idea envuelta en una frase bonita y adecuada, antes de expresársela a Lolita, procuraba condensarla y simplificarla, y si por casualidad se le escapaba una metáfora, se sentía abochornado.

Lolita brillaba como si acabara de salir de una nube. Hasta la señora Baroda estaba asombrada por aquel cambio. Ya no les llevaba la contraria, ni gruñía por todo, como antes, sino que colaboraba con gran entusiasmo, llegando incluso a abrumarles con la superabundancia de sus ideas y sugerencias para la fiesta. En esta cuestión, la exuberante fantasía de la señora Baroda se veía considerablemente reprimida por su amor al ahorro; de modo que el presente entusiasmo de su hija le asustaba tanto como su anterior desgana.

Lolita, llevada de su nuevo fervor, a menudo acudía a Sucharita con ánimo de compartir su gozo, pero aunque Sucharita charlaba y reía con ella, Lolita se sentía cohibida en su presencia, y se iba de su lado decepcionada.

Cierto día dijo a Paresh Babu:

—Padre, no es justo que Didi se pase el día a solas con sus libros mientras las demás trabajamos como esclavas preparando la representación. ¿Por qué no ha de unirse a nosotros?

Paresh Babu había advertido también que Sucharita se mantenía apartada, y temía que aquella soledad no fuera beneficiosa para la muchacha. Al oír las palabras de Lolita, llegó a la conclusión de que, a menos que se la convenciera para que se sumara a las diversiones de las demás, aquel aislamiento podía convertirse en hábito. Así, pues, dijo a Lolita:

—¿Por qué no hablas con tu madre?

—Hablaré con mi madre, pero tú serás quien deberá convencer a Didi.

Cuando, al fin, Paresh Babu habló con Sucharita, se vio gratamente sorprendido, pues la muchacha no hizo ninguna objeción, e inmediatamente aceptó la tarea que se les asignaba.

Tan pronto como Sucharita salió de su retiro, Binoy trató de reanudar sus cordiales relaciones con ella; pero algo parecía haber ocurrido que le impedía llegar hasta la muchacha. Al ver en sus ojos aquella mirada ausente y en su expresión aquella reserva, Binoy no se atrevió a imponerle su compañía. A pesar de que tomaba parte en los ensayos, sus modales eran más distantes que nunca. Ensayaba su papel y luego salía inmediatamente de la habitación. Y así se fue alejando de Binoy más y más.

Estando Gora ausente, Binoy gozaba de plena libertad para estrechar sus relaciones con la familia de Paresh Babu, y cuando más natural se mostraba él, más simpatía le demostraban y más satisfecho se sentía de sí mismo, al experimentar aquella libertad nueva. Fue precisamente entonces cuando advirtió que Sucharita iba apartándose de él. En cualquier otro momento, aquella pérdida le hubiera producido un dolor insoportable; pero pudo sobrellevarla con facilidad.

Lo más curioso era que Lolita, a pesar de que se daba perfecta cuenta del cambio que se había operado en Sucharita, no se lamentaba, como hubiera hecho días atrás. ¿Hasta tal punto la dominaba el entusiasmo que la función había despertado en ella?

Haran, por su parte, al enterarse de que Sucharita iba a participar en la fiesta, no disimuló su contento. Él mismo se brindó a recitar un fragmento de El Paraíso perdido y a dar una breve conferencia sobre el tema «El encanto de la música», como preludio al poema de Dryden. La sugerencia disgustó a la señora Baroda y a Lolita; pero Haran había escrito ya al magistrado y dio el asunto por concluido. Cuando Lolita insinuó que tal vez la función resultara demasiado larga, Haran la hizo callar sacando del bolsillo, con aire de triunfo, una carta en la que el magistrado le daba las gracias por su ofrecimiento.

Nadie sabía cuándo iba a regresar Gora de su expedición. Aunque Sucharita estaba decidida a desterrarlo de su mente, día tras día se preguntaba si aquel sería el de su regreso. Precisamente cuando más trastornada se sentía por la indiferencia de Gora y por la indocilidad de sus propios sentimientos, y buscaba ansiosamente el modo de serenarse, Haran volvió a solicitar de Paresh Babu la celebración, en nombre de Dios, de la ceremonia de sus esponsales con Sucharita.

—Falta todavía mucho tiempo para la boda —objetó Paresh Babu—. ¿Consideras que es prudente comprometeros tan pronto?

—Lo estimo esencial para los dos —respondió Haran—. Será un bien para nuestras almas el que durante algún tiempo estén atadas por esta especie de lazo espiritual, que será como un puente que unirá la época de nuestro encuentro con nuestra vida de matrimonio; un vínculo sin la carga de unos deberes.

—Será mejor que se lo preguntes a Sucharita —sugirió Paresh Babu.

—¡Pero si ella ya ha dado su consentimiento! —insistió Haran.

Sucharita sólo deseaba encontrar un asidero para no seguir yendo a la deriva. Y accedió con tal firmeza que las dudas de Paresh Babu se desvanecieron. No obstante, el anciano insistió en que meditara debidamente sobre las responsabilidades que entrañaban unas relaciones prolongadas y, en vista de que la muchacha seguía sin poner ningún reparo, se decidió que cuando terminara la fiesta de Mr. Brownlow se fijaría fecha para la ceremonia de los esponsales.

Después de esta conversación, Sucharita sintió, durante algún tiempo, como si sus pensamientos hubieran sido rescatados de las fauces de un dragón, y se decidió a prepararse con todo rigor a servirle al Brahmo Samaj. Se propuso tener diariamente una sesión de lectura con Haran, para el estudio de libros ingleses sobre materia religiosa, y a fin de amoldar su vida a las ideas de su futuro esposo; y así, por haber aceptado aquella tarea, difícil y hasta desagradable, se sintió redimida.

Últimamente había dejado de leer el periódico del que Haran era redactor jefe. Al día siguiente de haber tomado su decisión, recibió un ejemplar recién salido de prensa, que sin duda le enviaba el mismo Haran. Sucharita se llevó el periódico a su habitación y se sentó a leerlo de cabo a rabo, como si cumpliera con un deber religioso, decidida a aprovecharse de todas sus enseñanzas.

Pero fue como si un barco a toda vela chocara contra una roca.

En el periódico aparecía un artículo titulado La manía de mirar atrás, en el que se atacaba furiosamente a quienes, a pesar de vivir en la época moderna, se obstinaba en volver el rostro hacia el pasado. El razonamiento no estaba desprovisto de lógica y Sucharita esperaba ya encontrar aquellos argumentos; pero cuando acabó de leerlo comprendió que el objeto del ataque era Gora. Desde luego, ni se mencionaba su nombre ni se aludía a sus artículos, pero era evidente que, del mismo modo que el soldado se complace en comprobar que cada bala que sale de su fusil mata a un hombre, así también se advertía en aquellas líneas una alegría malévola, porque cada palabra hería a un ser viviente.

El espíritu de aquel periódico le resultó intolerable. Sucharita se hubiera complacido en hacer pedazos cada uno de sus argumentos. «¡Gourmohan Babu puede pulverizar este artículo!», se dijo. Y en aquel momento le pareció que brillaba ante sus ojos el rostro radiante de Gora y que resonaba en sus oídos aquella voz recia y vibrante. En presencia de aquella imagen, y comparados con la extraordinaria calidad de sus palabras, el artículo y su amor resultaban mediocres y despreciables. Sucharita arrojó el periódico al suelo.

Por primera vez en muchos días, Sucharita fue, entonces, a sentarse junto a Binoy.

—¿Qué ha sido de los ejemplares del periódico en los que aparecen tus escritos y los de tu amigo? —le preguntó en el curso de la conversación—. Me prometiste mandármelos.

Binoy no se atrevió a decirle que no tuvo el suficiente valor para cumplir su promesa a causa del cambio que había observado en ella; se limitó a señalar:

—Los tengo todos separados. Mañana te los traeré.

Al día siguiente, Binoy compareció con un fajo de periódicos y revistas, que entregó a Sucharita. Pero ella no se decidió a leerlos, y los guardó en una caja. No los leyó, porque su deseo de hacerlo era demasiado fuerte. Una vez más, trató de dominar su rebelde corazón esforzándose por rehuir las ocasiones de expansionarse, y obligándose a acatar sumisamente las normas que dictara Haran.