Una mañana, mientras Gora estaba trabajando, Binoy se presentó inesperadamente y le dijo con brusquedad:
—La otra tarde llevé al circo a las hijas de Paresh Babu.
—Eso me han dicho —contestó Gora, sin dejar de escribir.
—¿Quién te lo ha dicho? —preguntó Binoy con asombro.
—Abinash os vio —repuso Gora, y siguió escribiendo sin añadir ningún comentario.
Que Gora se hubiera enterado y precisamente por Abinash, que no había regateado adornos de su propia cosecha, hizo que se despertaran los viejos instintos de Binoy, para avergonzarle. Al mismo tiempo, recordó que la noche anterior no pudo conciliar el sueño hasta muy tarde por haber estado peleándose mentalmente con Lolita. «Lolita se imagina que temo a Gora como un colegial a su maestro. ¡Qué injustos somos al juzgarnos unos a otros! Es cierto que respeto a Gora por sus extraordinarias cualidades, pero no del modo que cree ella. Es injusta con él y conmigo. ¡Ni que yo fuera un niño y Gora mi preceptor!»
Gora seguía escribiendo, y Binoy volvió a recordar las dos o tres intencionadas preguntas que le disparara Lolita. No conseguía apartarlas de su pensamiento. De pronto, en su corazón se irguió un sentimiento de rebeldía. «¿Qué hay de malo en haber ido al circo? —pensó—. ¿Quién es Abinash para hablar de mis cosas con Gora? ¿Y por qué consiente Gora que ese idiota discuta mis actos? ¿Es Gora mi guardián, para que tenga que rendirle cuentas de dónde voy y con quién? Esto es un insulto para nuestra amistad.»
Binoy no se hubiera mostrado tan indignado con Gora y Abinash si no hubiera descubierto en aquel momento su propia cobardía. Trataba de culpar a su amigo para tranquilizar su conciencia. Si Gora le hubiese dicho unas cuantas frases duras, los dos amigos hubieran quedado al mismo nivel y Binoy se habría consolado. Pero el solemne silencio de Gora le hacía sentirse como el reo ante su juez. Y eso hacía que el recuerdo de las hirientes palabras de Lolita le escociera más aún.
En aquel momento, entró Mohim en la habitación, con su hookah en la mano, y, después de ofrecer a Binoy la cajita del pan, dijo:
—Binoy, hijo, por nuestra parte todo está arreglado. Ahora, si tu tío da su consentimiento, todos nos sentiremos tranquilos. ¿Le has escrito ya?
Aquel día, a Binoy le resultó desagradable que le hablaran de su matrimonio. Desde luego, sabía que Mohim no tenía la culpa, ya que Gora le había dado a entender que él estaba de acuerdo, pero se sentía malhumorado por haber dado el consentimiento. Anandamoyi, prácticamente, trató de disuadirle; y tampoco su futura esposa le atraía. ¿Cómo pudo tomar semejante decisión en medio de aquel caos? No podía decirse que Gora le hubiese apremiado, pues si Binoy hubiera puesto el menor reparo, Gora nunca le habría forzado, y, no obstante, ¿por qué…? Aquel no obstante le hizo volver a sentir el aguijonazo de las palabras de Lolita. En realidad, no había sucedido nada; pero el completo ascendiente adquirido por Gora sobre él a lo largo de los años se le aparecía más tangible que nunca. Binoy se acostumbró a aquel ascendiente, pues su carácter, afectuoso y complaciente, no le dejaba rebelarse. Y así la amistad fue cediendo paso a la sumisión. Binoy se acababa de percatar de ello. ¡Y por eso debía casarse con Sasi!
—No; aún no he escrito a mi tío —fue su respuesta a la pregunta de Mohim.
—La culpa es sólo mía —dijo Mohim—. A mí es a quien corresponde escribir la carta. ¿Cuál es el nombre completo de tu tío, hijo?
—¿Por qué tienes tanta prisa? En los meses de aswin y kartik no pueden celebrarse bodas. En aghran… Aunque tampoco va a poder ser en aghran; es un mes nefasto para mi familia, y nunca celebramos ceremonias durante este mes.
Mohim dejó su hookah en un rincón, apoyada en la pared, y dijo:
—Mira, Binoy, si tienes que hacer caso de todas esas supersticiones, ¿de qué te sirve haber sido educado a la moderna? En este desgraciado país resulta ya bastante difícil encontrar días faustos en el calendario para que cada familia tenga que consultar su historia particular.
—En tal caso, ¿por qué descartas tú los meses de aswin y kartik? —preguntó Binoy.
—Personalmente no tengo nada contra ellos. Pero, ¿qué puedo hacer? En esta tierra nuestra, aunque no honras a Dios no te ocurre nada; pero si no observas las reglas que se refieren a los meses de bhadra, aswin y kartik, a los jueves y sábados y a determinadas fases de la luna, no se te permite ni entrar en tu casa. Y te confieso que aunque diga que todo esto me parece una tontería, cuando no me rijo por el calendario me siento incómodo; nuestro ambiente favorece a la propagación del miedo de igual forma que favorece a la propagación de la malaria. Y no puedo sustraerme a esa sensación.
—Lo mismo ocurre en mi familia. No pueden vencer el miedo que les inspira aghran. Por lo menos mi tía se opondría.
Así consiguió Binoy demorar el asunto, cuando menos por el momento, y Mohim, desconcertado, se retiró.
Al oír las excusas, Gora adivinó que su amigo empezaba a vacilar. Hacía varios días que no aparecía por allí, y Gora sospechaba que sus visitas a Paresh Babu eran más frecuentes que nunca. Y ahora, que Binoy trataba de aplazar el hablar de matrimonio, Gora empezó a sentirse realmente inquieto. Así, pues, soltando la pluma, dijo:
—Binoy, ¿por qué, después de dar tu palabra a mi hermano, quieres sumirle en ese mar de innecesarias confusiones?
En un arrebato de mal humor, Binoy le contestó, con aspereza:
—¿Di mi palabra o me fue arrancada?
Este inesperado exabrupto cogió a Gora desprevenido.
—¿Quién te la arrancó, si puede saberse? —preguntó con voz dura y cortante.
—¡Tú!
—¿Yo? ¡Pero si apenas te dije media docena de palabras! ¿Llamas a eso arrancar una promesa?
En realidad, Binoy no tenía pruebas muy convincentes de su acusación; lo que Gora afirmaba era cierto: intercambiaron poquísimas frases, y no podía decirse que le hubiera presionado mucho. Pero, no obstante, en cierto modo, Gora le había robado su consentimiento. Cuanto más pequeña es la prueba aparente, tanto más insistente se pone el acusador.
Y Binoy, con injustificada violencia, dijo:
—¡No son necesarias muchas palabras para extraer una promesa!
—¡Te devuelvo tu palabra! —vociferó Gora poniéndose en pie—. Tu promesa no vale tanto como para inducirme a robarla o a implorarla. ¡Dada! —aulló entonces a Mohim, que se encontraba en la habitación contigua y que entró precipitadamente—. Dada, ¿no te dije en un principio que el matrimonio entre Binoy y Sasi era imposible? ¿Que yo no lo aprobaba?
—Desde luego; lo dijiste. Muy propio de ti. ¡Cualquier otro tío hubiera demostrado más interés en el matrimonio de su sobrina!
—¿Por qué recurriste a mí para obtener el consentimiento de Binoy?
—Sencillamente, creí que era el mejor medio para conseguirlo —contestó Mohim con voz lastimera.
Gora enrojeció.
—Te suplico que me dejes al margen de todo esto. No soy ningún casamentero profesional; tengo otras cosas que hacer.
Y con estas palabras salió de la habitación.
Antes de que el infortunado Mohim pudiese volver a la carga, Binoy estaba ya en la calle. A Mohim no le quedaba más consuelo que su hookah, que recogió del rincón donde la había depositado.
Binoy había tenido muchas peleas con Gora, pero ninguna tan volcánica como aquélla, y en los primeros momentos quedó aterrado ante el resultado de su obra. Cuando llegó a su casa, sentía como si su conciencia estuviera atravesada por dardos. Al pensar en el golpe que en aquel breve momento había asestado a su amigo, perdió el apetito y el sueño; estaba arrepentido de la injusticia con que le había acusado.
«¡Hice mal! ¡Hice mal!», se repetía a sí mismo.
Aquel mismo día, en el preciso momento en que Anandamoyi se sentaba a coser, terminada su comida, compareció Binoy y se sentó a su lado. Ella sabía por Mohim algo de lo ocurrido y, al ver la cara de Gora a la hora de la comida, comprendió que había habido temporal.
—Madre —dijo Binoy—, he obrado mal. Lo que esta mañana dije a Gora sobre mi matrimonio con Sasi fue una insensatez.
—Binoy, esas cosas han de suceder irremediablemente cuando te empeñas en ahogar el dolor que te atormenta el espíritu. Y me alegro de que haya ocurrido. Dentro de poco ninguno de los dos se acordará de la pelea.
—Pero, madre, quiero que sepas que no tengo inconveniente en casarme con Sasi.
—Criatura, no empeores las cosas por querer hacer las paces precipitadamente. El matrimonio es para toda la vida, y las peleas no duran más que una temporada.
Sin embargo, Binoy no podía aceptar aquel consejo.
Fue en busca de Mohim, y le comunicó que no había ya ningún obstáculo para el matrimonio, el cual podría celebrarse al cabo de cuatro meses, y que él se ocuparía de que su tío no pusiera inconvenientes.
—¿Quieres que celebremos la ceremonia del compromiso inmediatamente?
—De acuerdo. Prepara lo necesario, cuando hayas hablado con Gora.
—¿Qué? ¿Consultar con Gora otra vez? —se lamentó Mohim, irritado.
—Sí, sí; es absolutamente indispensable.
—Bueno, si no hay más remedio… Pero…
Mohim se cerró él mismo la boca, llenándosela de pan.
Aquel día no dijo nada, pero a la mañana siguiente, entró en la habitación de Gora, temiendo tener que luchar fieramente para obtener de nuevo su consentimiento. Pero en el mismo instante en que le comunicó que Binoy le había hablado la tarde anterior de sus deseos de casarse con Sasi y había dicho que le pidiera consejo sobre la ceremonia de los esponsales, Gora expresó inmediatamente su aprobación, diciendo:
—¡Bien! ¡Que se celebren los esponsales en buena hora!
—Te veo muy complaciente; pero, por lo que más quieras, no vuelvas a poner inconvenientes.
—No fue el haber puesto inconvenientes, sino el haber formulado la petición que provocó el desacuerdo —dijo Gora.
—Conforme —dijo Mohim—; entonces te suplico humildemente que no pongas inconvenientes ni formules más peticiones. Ya procuraré arreglarme yo solo. ¿Cómo iba a saber que tu petición iba a ser tan contraproducente? Lo único que quisiera saber es si realmente deseas que se celebre la boda.
—Sí; lo deseo.
—Entonces, con el deseo es suficiente; y no vuelvas a mezclarte en el asunto.