—¿Es que no piensas casar a Sucharita? —preguntó la señora Baroda.
Paresh Babu se mesó la barba, sin perder su apacible expresión, y preguntó con voz suave:
—¿Dónde está el novio?
—¡Pero si está prácticamente decidido que se case con Panu Babu! —exclamó su esposa—. Por lo menos eso creemos nosotras. Y la misma Sucharita lo sabe.
—No estoy seguro de que Sucharita vea a Panu Babu con buenos ojos —aventuró Paresh Babu.
—¡Estas cosas me hacen perder la paciencia! Siempre la hemos tratado como si fuera hija nuestra; pero no tiene por qué darse tanta importancia. Si un hombre educado y religioso como Panu Babu la pretende, no es cosa de despreciarle. Digas lo que quieras, mi Labonya, a pesar de ser mucho mejor parecida, nunca se negará a tomar el marido que le destinemos. Si sigues alimentando la vanidad de Sucharita, será difícil encontrar novio para ella.
Paresh Babu nunca discutía con su mujer, y menos aún acerca de Sucharita, por lo que guardó silencio.
Cuando, al nacer Satish, murió la madre de Sucharita, la niña tenía siete años. El padre, Ram-sharan Haldar, se unió al Brahmo Samaj a la muerte de su esposa y, para escapar a la persecución de sus vecinos, se refugió en Dacca. Fue mientras trabajaba en la oficina de Correos cuando trabó amistad con Paresh Babu. Los dos llegaron a ser grandes amigos y desde entonces Sucharita amaba a Paresh Baba como a su propio padre. Ram-sharan Babu murió repentinamente, dejando a sus dos hijos cuanto dinero había conseguido ahorrar, y nombrando tutor a Paresh Babu. Desde entonces, los dos huérfanos vivían con la familia de Paresh Babu.
El lector ya sabe cuán acérrimo brahmo era Haran. Intervenía en todas las actividades del Samaj. Maestro de la escuela nocturna, director del periódico, secretario de la escuela de niñas… en realidad, era infatigable. Todos estaban convencidos de que aquel joven llegaría muy lejos. Su fama se extendía incluso fuera del Brahmo Samaj, a través de sus alumnos, por sus conocimientos de filosofía y su dominio de la lengua inglesa.
Por todas estas razones, Sucharita demostró especial respeto hacia Haran, como hacia todos los buenos brahmos. Al instalarse la familia en Calcuta, la muchacha tuvo vivos deseos de conocerle.
En cuanto a él, no dudó en hacerla objeto de una marcada preferencia. No es que Haran declarase abiertamente estar enamorado, pero se dedicó con tal ahínco a la tarea de pulir todas las imperfecciones de la muchacha, a avivar su entusiasmo y a guiarla en todo, que resultaba evidente que deseaba hacerla digna de ser su esposa. En cuanto a Sucharita, cuando advirtió que había conquistado el corazón de aquel hombre famoso, no pudo menos que sentirse orgullosa.
Aunque no había mediado ninguna proposición de matrimonio, como todos daban por sentado que Haran se casaría con Sucharita, también ella lo aceptaba como cosa hecha, y se impuso la tarea de mostrarse, con su estudio y su trabajo, digna del hombre que había dedicado su vida al Brahmo Samaj. Aquel matrimonio le parecía una pétrea fortaleza de temores y responsabilidades, una promesa, no de felicidad, sino de sacrificio, no un acontecimiento familiar, sino una hazaña histórica.
Si el matrimonio se hubiera celebrado en aquella coyuntura, cuanto menos la parte de la novia lo hubiera considerado un acierto. Por desgracia, Haran consideraba que las responsabilidades de su importante vida eran tan enormes que creyó indigno de él obrar a impulsos de la simple atracción personal. No quiso dar aquel paso sin considerar, primeramente, hasta qué punto aquel matrimonio beneficiaría al Brahmo Samaj. Y con este propósito decidió poner a prueba a Sucharita.
Pero al arriesgarse a probar a los demás, uno tiene que resignarse a ser probado. Así, pues, cuando en aquella casa se le empezó a llamar con familiaridad Panu Babu, resultó imposible seguir viendo en él tan sólo al erudito en lengua inglesa y receptáculo de ciencias metafísicas, encarnación de todos los bienes del Brahmo Samaj, debía vérsele también como hombre, y en ese aspecto, dejaba de ser simple objeto de reverencia para convertirse en un sujeto que puede inspirar simpatía o antipatía.
Lo extraño del caso fue que precisamente aquel aspecto, que a distancia había suscitado la reverencia de Sucharita, la impresionó desfavorablemente, visto de cerca. La forma en la que Haran se constituía en guardián y protector de todo lo bueno y hermoso del Brahmo Samaj, le hacía parecer pequeño y ridículo. La actitud del hombre ante la verdad debe ser humilde. Cuando el hombre se muestra arrogante y altanero, entonces se aprecia su pequeñez. A este respecto, Sucharita no pudo menos que advertir la diferencia existente entre Paresh Babu y Haran. Mirando el rostro sereno de Paresh Babu, inmediatamente se observaba que en su interior alentaba una noble verdad. Con Haran sucedía todo lo contrario, pues su vanidad y su acometividad oscurecían todo lo demás y se manifestaban en cada una de sus frases.
Cuando, obsesionado por sus propias ideas, Haran osaba contradecir incluso a Paresh Babu, Sucharita se retorcía como una serpiente herida. En aquella época, en Bengala, las gentes educadas a la inglesa no leían el Bhagavadgita, pero Paresh Babu solía leérselo de vez en cuando a Sucharita, y ya le había terminado casi todo el Mahabharata. Esto no fue aprobado por Haran, que deseaba suprimir todas aquellas lecturas de los hogares brahmos. El nunca cogía aquellos libros, en su afán por apartarse de la clase de literatura que gustaba a los ortodoxos. De entre las escrituras de todas las religiones, sólo leía la Biblia. El que Paresh Babu no hiciera distinciones entre lo que era brahmo y lo que no lo era, en cuestiones tales como el estudio de las escrituras y otras cosas que consideraba secundarias, era una espina clavada en el costado de Haran. Pero Sucharita no podía soportar que nadie tuviera la arrogancia de poner reparos a la conducta de Paresh Babu, ni siquiera interiormente. Y con aquel derroche de arrogancia, Haran desmerecía a los ojos de la muchacha.
Pero aunque la intransigencia de Haran la alejaba de él, ninguna de las dos partes dejaba de pensar en el matrimonio como en algo probable. En una comunidad religiosa, el hombre que se arroga un precio exagerado acaba por conseguir que todos le atribuyan el valor que él señala. Tanto era así, que ni siquiera Paresh Babu le discutía sus derechos, y como todo el mundo le consideraba como uno de los futuros pilares del Samaj, también él dio su tácito consentimiento a la idea. Lo que es más, llegó a preguntarle si Sucharita sería lo bastante buena para semejante marido; nunca se le ocurrió indagar hasta qué punto él agradaba a Sucharita.
Como nadie creyó necesario consultar la opinión de la muchacha, también ella se habituó a hacer caso omiso de sus inclinaciones. Como el resto del Brahmo Samaj, dio por descontado que cuando a Haran le pareciera bien pedirla en matrimonio tenía la obligación de aceptar lo que sería el más alto deber de su vida.
Así estaban las cosas cuando Paresh Babu, al oír las ásperas frases que Sucharita intercambió con Haran en defensa de Gora, empezó a dudar de que la muchacha le respetara lo suficiente. «Tal vez exista alguna razón más profunda para sus divergencias», se dijo. Por eso, cuando Baroda volvió a hablarle del matrimonio de Sucharita, ya no mostró su antigua complacencia.
Aquel mismo día, la señora Baroda se llevó aparte a Sucharita.
—Has causado a tu padre honda preocupación.
Sucharita se sobresaltó. El solo pensamiento de haber ocasionado, aun involuntariamente, el más mínimo malestar a Paresh Babu le causaba gran aflicción. Muy pálida, preguntó:
—Pues ¿qué es lo que he hecho?
—¿Cómo voy a saberlo, querida? —replicó Baroda—. Se imagina que no te gusta Panu Babu. Prácticamente, todo el Brahmo Samaj está seguro de que tu unión con él es cosa decidida, y si ahora tú…
—Pero, madre —interrumpió Sucharita, sorprendida—; nunca hablé de ello con nadie.
Tenía motivos para estar asombrada. La conducta de Haran la irritaba muchas veces, pero nunca, ni con el pensamiento, se rebeló contra la idea de casarse con él, pues, como hemos visto, se le había inculcado el principio de que su felicidad personal no contaba en absoluto.
Entonces recordó que, sin darse cuenta, se había mostrado en desacuerdo con Haran en presencia de Paresh Babu, y creyendo que ésta era la causa de la inquietud de su padre adoptivo, se sintió profundamente apenada. Nunca se había permitido protestar como lo hizo aquel día, y se prometió a sí misma que no volvería a ocurrir.
Precisamente aquella tarde, recibieron la visita de Haran. En cuanto le vio llegar, la señora Baroda se lo llevó a su habitación y le dijo:
—A propósito, Panu Babu, todos dicen que vas a casarte con nuestra Sucharita, pero aún no he oído nada de tus labios. Si tal es tu intención, ¿por qué no hablas con claridad?
Después de esto, Haran no pudo seguir callado. Comprendió que debía ir a lo seguro y hacer para siempre cautiva a Sucharita. Si sería o no útil a Brahmo Samaj y si le quería o no, podría verse más adelante. Así, pues, respondió:
—Ni que decir tiene; pero esperaba que ella cumpliese los dieciocho años.
—No seas tan remilgado —dijo Baroda—. Basta con que haya cumplido los catorce[13].
Paresh Babu observó con asombro el comportamiento de Sucharita durante el té. Hacía tiempo que no recibía a Haran con tanta cordialidad. Incluso cuando él iba ya a despedirse, le obligó a sentarse de nuevo para que pudiera admirar un nuevo bordado de Labonya.
Paresh Babu sintió gran alivio. Se dijo que estaba equivocado y sonrió para sus adentros, pensando que, con toda seguridad, la pareja tuvo una pelea de enamorados y ya se había reconciliado.
Aquella tarde, antes de marcharse, Haran pidió formalmente a Paresh Babu la mano de Sucharita, y añadió que no deseaba que la boda se retrasara demasiado.
Paresh Babu no estaba del todo convencido.
—Tú siempre has dicho —objetó— que las muchachas no debían casarse antes de los dieciocho años. Y hasta publicaste artículos en los periódicos sobre el tema.
—Eso no va con Sucharita —dijo Haran—; su inteligencia está extraordinariamente desarrollada para su edad.
—Tal vez tengas razón —contestó Paresh Babu, firme a pesar de su aparente blandura—; pero, a menos de que existan razones especiales, debes obrar de acuerdo con tus convicciones, Panu Babu, y esperar a que cumpla su mayoría de edad.
Haran, avergonzado por haber demostrado semejante debilidad, se apresuró a rectificar:
—Desde luego; ése es mi deber. Mi propósito era no demorar los esponsales, pues deseo formalizar cuanto antes nuestras relaciones, en presencia de nuestros amigos y de Dios.
—Excelente sugerencia —aprobó Paresh Babu.