Cuando Gora se sentó a tomar su comida de mediodía, Anandamoyi abordó el tema que ocupaba todos sus pensamientos.
—Esta mañana ha venido Binoy —dijo a modo de introducción—. ¿No le has visto?
Sin levantar los ojos del plato, Gora respondió:
—Sí; le he visto.
—Le pedí que se quedara —continuó Anandamoyi, tras un prolongado silencio—, pero se marchó con aire distraído.
Gora no respondió.
—Hay algo que le preocupa, estoy segura. Nunca le había visto en ese estado. Y no me gusta nada verle así.
Gora siguió comiendo sin pronunciar palabra. Anandamoyi le temía, precisamente por lo mucho que le amaba, y, por lo general, no era de su gusto insistirle con preguntas cuando no le contaba sus problemas espontáneamente. En cualquier otro momento, ella hubiera dejado el tema; pero se sentía tan preocupada por Binoy, que insistió:
—Mira, Gora, no te enfades si te hablo con franqueza. Dios creó muchas clases de hombres; pero no dispuso que todos fueran por el mismo camino. Binoy te quiere como a su propia vida. Por eso de ti lo soportará todo; pero no le obligues a aceptar tus ideas, pues nada bueno podrá salir de eso.
—Madre, tráeme un poco más de leche, ¿quieres hacer el favor? —fue la única respuesta de Gora.
Ahí terminó la conversación. Después de la comida, Anandamoyi se sentó a coser muy pensativa, y Lachmi, tras intentar en vano discutir con ella la perversidad de uno de los criados, se echó en el suelo a dormir la siesta.
Gora pasó largo rato dedicado a su correspondencia. Aquella mañana, Binoy pudo darse cuenta de lo enojado que estaba con él, y no le cabía en la cabeza que su amigo no fuera a verle para hacer las paces. Así, pues, mientras escribía no dejaba de escuchar, esperando oír de un momento a otro sus pisadas. Pero el día iba ya muriendo y Binoy no se había presentado.
Gora acababa de dejar la pluma cuando entró Mohim en la habitación. Se dejó caer en una silla y fue derecho al grano.
—¿Qué has pensado acerca del matrimonio de Sasi?
Gora no había pensado en ello ni remotamente; por lo que tuvo que guardar contrito silencio.
Mohim trató entonces de despertar en Gora el sentido de su responsabilidad de tío, extendiéndose en consideraciones acerca del elevado precio de los novios y la imposibilidad de reunir una dote decente, en las difíciles circunstancias por las que atravesaba la familia. Y después de acorralarle hasta hacerle confesar que no encontraba salida al dilema, Mohim le relevó de sus responsabilidades al sugerir a Binoy como posible solución. Mohim no tenía ninguna necesidad de dar tantos rodeos, pero muy altivo que se mostrara con su hermano, en su fuero interno le daba miedo.
Éste nunca soñó que el nombre de Binoy pudiera asociarse con el de Sasi, debido, especialmente, a que ambos habían decidido permanecer solteros para mejor poder dedicarse al servicio del país, por lo que se limitó a decir:
—¿Es que Binoy piensa casarse?
—¿Es ésta la especie de hindú que tú eres? A pesar de tus marchas y tus tikis, la educación inglesa que recibiste se te ha metido en los huesos. No se te habrá olvidado que las escrituras ordenan el matrimonio a todos los hijos del brahmán.
Mohim ni hacía caso omiso de las costumbres tradicionales, como los jóvenes modernos, ni andaba siempre a vueltas con las escrituras. Le parecía ridículo exhibirse comiendo en los hoteles y, por otra parte, tampoco consideraba necesario andar siempre citando los textos sagrados. Pero su lema era: «adonde fueres, haz lo que vieres», y, tratándose de Gora, pensó que no estaría de más sacar a relucir las escrituras.
Si esta propuesta le hubiera sido hecha dos días antes, Gora se habría limitado a escucharla. En aquella ocasión, sin embargo, no le pareció del todo absurda. En última instancia, le daba una excusa para ir a visitar a Binoy. De modo que respondió:
—Está bien. Iré a enterarme de lo que piensa Binoy.
—No tienes por qué preocuparte de lo que piense él; pensará lo que tú quieras que piense. Si me ayudas con una palabra, podemos considerar el caso resuelto.
Aquella misma tarde, Gora se fue a casa de Binoy e irrumpió en su cuarto con la fuerza de un ciclón; pero su amigo no estaba allí. Llamó al criado y se enteró de que había ido al número 78.
Gora se sintió invadido por una oleada de violenta antipatía contra Paresh Babu, su familia y todo el Brahmo Samaj. Con una tormenta incontenible en su interior, se dirigió a casa de Paresh Babu. Su intención era hablar sin ambages y poner a los Brahmos y a Binoy como chupa de dómine. Pero al llegar allí se enteró de que todos habían ido a la función de la tarde.
Por un momento, pensó que tal vez Binoy no les había acompañado. Quizás en aquellos momentos estuviese en su casa. Apenas podía contenerse, y con su habitual impetuosidad se fue inmediatamente al Brahmo Samaj. Al llegar a la puerta, vio a Binoy subir a un coche en compañía de la señora Baroda y de sus hijas. Allí estaba aquel desvergonzado, en mitad de la calle, a la vista de todos, rodeado de mujeres desconocidas. ¡Idiota! ¡Haberse dejado atrapar con tanta facilidad y con tanta rapidez! Así, pues, la amistad no tenía ya ningún valor.
Se marchó como arrastrado por un vendaval, y Binoy, desde la oscuridad del coche, dejó vagar la mirada por la calle, pensativo y silencioso.
La señora Baroda, pensando que la plática le habría emocionado, no quiso interrumpir su meditación.