Así continuaron las cosas durante varios días, hasta que, una tarde, Binoy se sentó ante la mesa, pluma en mano, decidido a escribir una carta a Gora. Echando a la pluma la culpa de su atascamiento, pasó un buen rato componiéndola con ayuda de un cuchillo. Mientras estaba ocupado en este trabajo, oyó que le llamaban desde la planta baja. Arrojó la pluma y bajó corriendo las escaleras, mientras gritaba:
—Sube, sube, Mohim Dada.
Mohim subió, pues, a la habitación y se instaló cómodamente sobre la cama. Después de estudiar detenidamente el mobiliario, dijo:
—Mira, Binoy, no es que no supiera tus señas ni deseara interesarme por tu salud; lo cierto es que en la casa de los jóvenes modelos de la presente generación no hay manera de fumar; con que, si no fuera porque se trata de un caso muy especial, no hubiera… —Hizo una pausa al advertir que Binoy daba muestras de agitación—. Si estás pensando en salir a comprar una hookah, te suplico que te apiades de mí. Te perdono que no me ofrezcas tabaco, pero no podría fumar en una hookah nueva, preparada por un novato, aunque me fuera en ello la vida.
Mohim cogió un abanico y, después de abanicarse unos momentos, se decidió a abordar el objeto de su visita.
—Estoy aquí por una buena razón, que me ha hecho sacrificar mi siesta dominical. Quiero que me hagas un favor.
—¿De qué se trata?
—Prométemelo y te lo diré.
—Puedes estar seguro de que si está en mi mano…
—Está en tu mano y en la de nadie más. Sólo tienes que decir que sí.
—Te veo muy desconfiado. Sabes perfectamente que yo soy como de la familia; si puedo ayudarte en algo no te quepa duda que lo haré.
Mohim sacó del bolsillo un paquete de hojas de pan y, después de ofrecer unas cuantas a Binoy, se metió las restantes en la boca y dijo, mientras masticaba:
—Ya conoces a mi hija Sasi. No es nada fea, pues no se parece a su padre. Ya va teniendo sus años, y debo pensar en casarla. Llevo varias noches sin dormir, rumiando que pueda ir a dar con algún inútil.
—¿Qué es lo que te preocupa? —preguntó Binoy, tratando de calmarle—. Sobra tiempo para pensar en su matrimonio.
—Si tuvieras una hija comprenderías mi ansiedad. A medida que pasan los años, ella va creciendo, pero el novio no se presenta. El tiempo huye veloz y mi inquietud va en aumento. Sin embargo, si tú pudieras darme una esperanza, no me importaría tener que aguardar una temporada.
Binoy quedó en suspenso.
—Lo siento; no conozco a muchos jóvenes apropiados. En realidad, no conozco prácticamente a nadie en Calcuta, a excepción de tu familia. De todos modos, buscaré.
—Tú ya conoces a Sasi; sabes la clase de muchacha que es… ¡Vamos…!
—¡Naturalmente! —rió Binoy—. La conozco desde que no levantaba un palmo del suelo. Es una muchacha magnífica.
—Entonces no hace falta que busques más, hijo mío. ¡Te la ofrezco! —Mohim estaba radiante.
—¿Qué? —exclamó Binoy, muy alarmado.
—Perdona si metí la pata. Desde luego, tu familia es mucho mejor que la nuestra, pero no creí que eso fuese obstáculo para ti, estando educado a la moderna.
—¡No, no! No se trata de la familia. Pero piensa en su temprana edad…
—¿Qué quieres decir? Sasi es ya lo bastante mayor. Las muchachas hindúes no son mem-sahibs; no estaría bien faltar a nuestras costumbres.
Mohim no era hombre que soltara a sus víctimas con facilidad.
Binoy se sentía atrapado y sin saber qué hacer. Al cabo, dijo:
—Bien, vamos a tomarnos algún tiempo para reflexionar.
—Todo el que quieras. No creas que vine con el propósito de fijar la fecha.
—Tengo que consultar a mi familia…
—¡Claro, claro! Tienes que consultárselo. Mientras viva tu tío no hay que pensar en contrariar sus deseos.
Y cogiendo del bolsillo otro puñado de pan, se marchó, convencido, al parecer, de que la cosa estaba decidida.
Tiempo atrás, Anandamoyi había lanzado la idea, pero Binoy no le hizo caso. Tampoco en esta ocasión le convencía la propuesta; pero, no obstante, empezó a pensar en ella. Si se celebraba el matrimonio, él se convertiría en miembro de la familia de Gora y no resultaría tan fácil deshacerse de él. Siempre se había burlado de la costumbre inglesa de considerar el matrimonio como cosa del corazón; por ello, no era un imposible la unión con Sasi. En realidad, el ofrecimiento le complacía, ya que le brindaba un pretexto para pedir consejo a Gora. Incluso esperaba que su amigo le animara a aceptar, pues estaba seguro de que si no contestaba con rapidez, Mohim buscaría la intercesión de Gora.
Aquellos pensamientos fueron alejando poco a poco la depresión de Binoy, que salió inmediatamente a la calle, decidido a ir a ver a su amigo. No había dado muchos pasos cuando oyó una voz a su espalda que le llamaba. Era Satish.
Volvió a su casa con el niño, el cual, sacando del bolsillo un fardito atado con un pañuelo, dijo:
—Adivina lo que hay dentro.
Binoy hizo una serie de suposiciones descabelladas, tales como: una calavera, un cachorrillo, etcétera, pero sólo consiguió despertar el desdén de Satish.
Al fin, desatando el pañuelo, Satish le mostró unos frutos oscuros.
—A que no sabes cómo se llaman.
Binoy aventuró unos cuantos nombres al azar. Al darse por vencido, Satish le explicó que una tía suya que vivía en Rangún, había mandado una caja a la familia, y su madre le rogaba que aceptase algunos de aquellos frutos.
Por aquel entonces, no era corriente encontrar mangosteens de Burma en Calcuta. Binoy los agitó, los pellizcó y, finalmente, dijo:
—Pero, ¿cómo se come esto, Satish Babu?
Satish, riéndose de su ignorancia, explicó:
—No intentes morderlos. Tienes que cortarlos con un cuchillo y comer la pulpa.
Pocos minutos antes Satish había causado la hilaridad de sus parientes al intentar morder la fruta; se sacaba la espina, riéndose, a su vez, de Binoy.
Después que los dos amigos hubieron bromeado un rato, Satish dijo:
—Binoy Babu, dice madre que vengas conmigo, si tienes tiempo. Hoy es el cumpleaños de Lila.
—Hoy no va a poder ser. Lo siento. Tengo que hacer otra visita.
—¿A quién vas a visitar?
—A mi amigo.
—Sí.
Satish no podía comprender la lógica que impedía a Binoy ir a casa de Paresh Babu y le obligaba a visitar a su otro amigo, un amigo al que él, personalmente, no soportaba. Satish no concebía que Binoy pudiera desear ver a semejante amigo, un hombre que era, seguramente, mucho más severo que su mismo maestro, al que resultaba imposible imaginar admirando su maravillosa cajita de música. Así, pues, insistió:
—No, Binoy Babu. Tienes que acompañarme.
Binoy tuvo que capitular. A pesar de sus propósitos anteriores, a pesar de las muchas excusas que se le ocurrieron, al fin cogió de la mano a su captor y ambos se dirigieron hacia el número 78. Se sentía halagado por la invitación a compartir los deliciosos frutos de Burma, y no podía, tampoco, pasar por alto la oferta de amistad que ello entrañaba.
Se acercaban a la casa de Paresh Babu, cuando vio salir de ella a Haran y a un grupo de personas desconocidas, invitadas a la fiesta de cumpleaños de Lila. Haran Babu, no obstante, hizo como si no le viera.
Al entrar, oyeron risas y carreras. Sudhir había robado la llave del cajón donde Labonya guardaba su álbum. Entre los poemas seleccionados por la joven aspirante a literata, figuraban algunos que se prestaban a broma y Sudhir amenazaba con leerlos a la concurrencia. Precisamente cuando la batalla estaba en pleno apogeo, Binoy hizo su entrada en el campo. A su llegada, las huestes de Labonya se dispersaron en un abrir y cerrar de ojos, y Satish corrió tras ellas para participar en la diversión. Al poco rato, entró Sucharita y le dijo:
—Madre te pide que esperes un momento. En seguida está contigo. Padre ha ido a visitar a Anath Babu, y tampoco tardará.
Con el propósito de ayudar a Binoy a vencer su timidez, Sucharita se puso a hablarle de Gora. Echándose a reír, le dijo:
—Supongo que nunca más volverá a poner los pies en esta casa.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Binoy.
—Se escandalizó de que nosotras apareciésemos ante los hombres. Creo que las únicas mujeres que le inspiran algún respeto son las que se dedican enteramente a los trabajos domésticos.
Binoy no supo qué contestar a esto. Le hubiera gustado poder contradecirla, pero ¿cómo decir que lo que pensaba era mentira? Se limitó a observar:
—Según creo, Gora opina que a menos que una muchacha se dedique por entero al hogar falta a su deber.
—Entonces —repuso Sucharita—, ¿no sería mejor que hombres y mujeres dividieran por completo sus respectivas obligaciones? Si admitimos a los hombres en la casa, sus deberes para con el mundo exterior se verán, por lo mismo, afectados. ¿Opinas tú igual que tu amigo?
En lo concerniente al código social de la mujer, hasta aquel momento, Binoy estuvo siempre de acuerdo con Gora, y hasta llegó a escribir varios artículos sobre el tema para los periódicos. Pero ahora le costaba trabajo admitir tales opiniones.
—¿No crees que en todas esas cosas no somos sino esclavos de los convencionalismos? Primero nos escandalizamos al ver a las mujeres fuera del hogar, porque no estamos acostumbrados a ello, y luego, tratamos de justificar nuestros sentimientos diciendo que tal cosa es impropia. En el fondo es cuestión de tradiciones; los argumentos no son más que excusas.
Sucharita, con pequeñas preguntas y sugerencias, mantuvo la conversación en torno a Gora, y Binoy dijo cuanto tenía que decir de su amigo con una sincera elocuencia. Nunca hasta entonces había hablado tan acertadamente. Ni siquiera el mismo Gora hubiera podido exponer sus propios principios con más claridad. Estimulado por tan desusada facilidad de palabra, Binoy se sentía alegre y eufórico. Con cara resplandeciente, explicó:
—Nuestras escrituras dicen: «Conócete a ti mismo», y es que conocer es ser libre. Yo afirmo que mi amigo Gora es la conciencia de la India hecha hombre. Nunca puedo pensar en él como una persona corriente. Mientras el pensamiento de los demás se dispersa en direcciones diferentes, por efecto de las más insignificantes atracciones o por la tentación de la novedad, él permanece firme ante todos los trastornos, pronunciando con voz de trueno el mantram: «Conócete a ti mismo.»
La conversación hubiera continuado indefinidamente, pues Sucharita escuchaba con gran avidez, pero, de pronto, en la habitación contigua se elevó la voz chillona de Satish recitando:
Tell me not, in mounrful numbers
«Life is but an empty dream»[12].
El pobre Satish nunca tenía la oportunidad de lucir sus facultades ante las visitas. Los invitados a menudo se sentían violentos e incómodos al tener que escuchar a Lila recitando poesías inglesas, pero Baroda nunca pedía a Satish que recitara. Había una feroz rivalidad entre los dos niños, y la mayor satisfacción de Satish era poder humillar a Lila. Unos días antes, Lila había sido puesta a prueba ante Binoy, pero Satish no pudo lucir su talento, ya que nadie le invitó a hacerlo. Si lo hubiera siquiera intentado, se hubiese llevado una reprimenda. Así, pues, se puso a recitar en la habitación contigua como si lo hiciera para sí, y Sucharita no pudo contener la risa.
En aquel momento entró Lila en la habitación, agitando las trenzas. Se lanzó sobre Sucharita y empezó a cuchichearle al oído.
El reloj dio las cuatro. Cuando se dirigía a casa de Paresh Babu, Binoy decidió terminar pronto la visita, para poder ir a ver a Gora y, después de tanto hablar de él, su deseo de verle se había acentuado. Se levantó apresuradamente.
—¿Es que ya te marchas? —preguntó Sucharita—. Nuestra madre te está preparando el té. ¿No podrías quedarte un poco?
Para Binoy aquello no fue una pregunta, sino una orden, por lo que volvió a sentarse. Entonces entró Labonya, ataviada con un elegante traje de seda, y les anunció que el té estaba servido y que su madre les esperaba en la terraza.
Mientras Binoy bebía el té, la señora Baroda le obsequió con la biografía completa de cada una de sus hijas. Lolita se llevó a Sucharita al interior de la casa, y en la terraza sólo quedó con ellos Labonya, que hacía punto. En una ocasión, alguien le dijo que al hacer media movía los dedos con mucha gracia; y desde aquel momento, se ponía a la tarea, sin ningún motivo, delante de todas las visitas.
Al caer la tarde, llegó Paresh Babu. Como era domingo, les propuso ir al servicio religioso del Brahmo Samaj. La señora Baroda se volvió hacia Binoy y le dijo que, si no tenía inconveniente, se considerarían muy honrados de que les acompañara. Binoy no supo cómo excusarse.
Se dividieron entre dos coches de alquiler y se dirigieron al Samaj. Cuando acabó la función religiosa y el grupo se disponía a subir a los coches, Sucharita, con un pequeño sobresalto, exclamó:
—¡Oh, por ahí va Gourmohan Babu!
No cabía duda de que Gora los había visto, pero pasó apresuradamente, como si no los conociera. Binoy se sintió avergonzado ante la desatención de su amigo, pero comprendió inmediatamente la causa de su precipitada huida. Gora le había visto acompañado de aquella gente. La felicidad que llenaba su alma de luz, se apagó, de pronto. Sucharita leyó los pensamientos de Binoy y adivinó la causa de su tristeza. El que Gora fuera capaz de juzgar a un amigo con tanta injusticia por culpa de sus insensatos prejuicios contra los brahmos, hizo resucitar la indignación de la muchacha. Deseaba más que nunca humillar a Gora, y no le importaban los medios.