CAPÍTULO XII

Cuando Binoy salió de la casa de Paresh Babu, ya en la calle, dijo a su amigo:

—Podrías andar un poco más despacio, Gora, amigo mío. Tus piernas son más largas que las mías, y si no acortas el paso voy a quedar sin aliento.

—Esta noche deseo ir solo —contestó Gora ásperamente—. Tengo muchas cosas en que pensar.

Y se alejó dando sus zancadas habituales.

Binoy se sintió herido. Al rebelarse contra Gora, había faltado a su costumbre, pero hubiera preferido que Gora le reprendiera con dureza. La tormenta habría purificado la atmósfera de su amistad de los vahos que la enturbiaban, cosa que le hubiera hecho respirar libremente de nuevo.

Binoy no le reprochaba que, en un acceso de mal humor, le dejara solo; pero aquélla era la primera vez que se separaban enfadados y, muy afligido, Binoy echó a andar hacia su casa. La noche era oscura y tormentosa. Al muchacho le parecía que sus vidas, perdido el camino, se aventuraban por un terreno desconocido; y, en la oscuridad, Gora iba por un lado y él por otro.

Al despertar, a la mañana siguiente, sintió su espíritu más calmado. Pensó que la noche anterior se había atormentado innecesariamente. Comprendía claramente que la amistad de Gora no era incompatible con las visitas a Paresh Babu. Sonrió al recordar su anterior preocupación.

Así, pues, echándose el chal[11] sobre los hombros, se encaminó a buen paso hacia la casa de Gora. Su amigo estaba leyendo, en la planta baja. Vio acercarse a Binoy por la calle, su llegada no le hizo levantar la vista del periódico. Sin decir una palabra, Binoy se lo quitó de las manos.

—Me parece que te equivocas —observó Gora, fríamente—. Yo soy Gourmohan, un hindú supersticioso.

—Tal vez el error sea tuyo. Yo soy Binoy-bhusan, el amigo supersticioso de Gourmohan.

—Pero Gourmohan es tan incorregible que ante nadie se disculpa de sus supersticiones.

—Binoy también lo es; pero no trata de imponer sus supersticiones a los demás, de grado o por fuerza.

En menos de nada, los dos amigos estuvieron enzarzados en una acalorada discusión, que advirtió a todos los vecinos de que Gora y Binoy estaban juntos.

—¿Qué necesidad tenías aquel día de negar que visitabas a Paresh Babu? —preguntó Gora al fin.

—Ninguna necesidad. Lo negué porque nunca había estado allí. Ayer fue mi primera visita.

—No niego que has sabido entrar bien: pero dudo mucho que sepas salir con la misma facilidad —dijo Gora con sarcasmo.

—Quizá tengas razón. Tal vez naciera de ese modo. Para mí no es cosa fácil apartarme del que me inspira cariño o respeto. Tú mismo has tenido ocasión de comprobarlo.

—Así, pues, ¿tus visitas continuarán indefinidamente? —preguntó Gora.

—¿Acaso soy yo el único que puede entrar y salir? También tú tienes libertad de movimientos; no estás clavado en la silla, ¿verdad?

—Yo puedo ir; porque sé regresar. Pero por los síntomas que advierto en ti no me dicen que tú te propongas volver. ¿Tal vez el té?

—Amargo.

—Entonces, ¿por qué?

—Hubiera sido más amargo rehusar.

—¿Son los buenos modales todo lo que se necesita para preservar a la sociedad?

—Siempre no. Pero mira, Gora, cuando las reglas de la sociedad chocan con los dictados del corazón…

En su impaciencia, Gora no le dejó terminar la frase;

—¡Ya salió el corazón! —rugió—. Lo que ocurre es que la sociedad no te importa; por eso sus reglas chocan a cada momento con los dictados de tu corazón. Si supieras el daño que hace cada golpe que se descarga contra la sociedad, te avergonzarías de permitirte tanto sentimentalismo. Te parte el corazón causar la menor ofensa a las hijas de Paresh Babu; a mí me lo destroza ver la facilidad con que desafías a la sociedad por tan poca cosa.

—Vamos, Gora, si el beber una taza de té es un golpe para la sociedad, lo único que tengo que decir entonces es que esos golpes no son sino un bien para el país. Si nos esforzamos en protegerlo de esas pequeñeces, se convertirá en algo débil y afeminado.

—Mi distinguido amigo, me sé de memoria todos esos pretextos. No me tomes por tan tonto. Pero no hacen al caso. Cuando el niño enfermo no quiere tomar la medicina, su madre, a pesar de encontrarse bien, toma un poco para consolarle haciéndole creer que los dos están en la misma situación. Esto no es ningún tratamiento médico, es, sencillamente, cariño. Pero si falta el cariño, por muy razonables que sean los actos de la madre, las relaciones entre ella y su hijo se entibian, y el efecto deseado se pierde. La taza de té no me ofende, lo que me duele es el distanciamiento de nuestro pueblo. Muchísimo más fácil es rehusar el té, mal que les pese a las hijas de Paresh Babu. En el estado en que se encuentra nuestro país, nuestra tarea principal es unificarnos todos en espíritu. Cuando lo hayamos conseguido, el si debemos o no debemos beber té podremos decidirlo en dos palabras.

—En ese caso, va a pasar mucho tiempo antes de que pueda tomar mi segunda taza.

—No; no existe motivo por el que tengas que esperar tanto. Pero Binoy, ¿por qué te empeñas en seguir a mi lado? Ha llegado el momento de que renuncies a mí y a todas las cosas de la sociedad hindú, que tanto te desagradan. De lo contrario, las hijas de Paresh Babu podrían molestarse.

En aquel momento, entró en la habitación Abinash, uno de los discípulos de Gora. Abinash propagaba a los cuatro vientos todo lo que oía decir a su maestro, vulgarizado y disminuido. Y, no obstante, los que no lograban entender a Gora, entendían perfectamente a Abinash, y no le regateaban alabanzas. Abinash, celoso de Binoy, trataba siempre de discutir con él, esgrimiendo los argumentos más disparatados. Binoy no podía soportar tanta estupidez y le atajaba inmediatamente; entonces Gora recogía la idea y entraba en liza, y Abinash se pavoneaba, convencido de que era una idea suya lo que Gora estaba explicando.

Comprendiendo que la llegada de Abinash destruía toda esperanza de reconciliación con Gora, Binoy se fue en busca de Anandamoyi. La encontró sentada a la puerta de la despensa, cortando verduras.

—Hace rato que oigo tu voz —dijo Anandamoyi—. ¿Por qué tan temprano? ¿Has desayunado?

Cualquier otro día, Binoy hubiera respondido que no, y se hubiera puesto a comer allí mismo, pero aquel día dijo:

—Gracias madre. Desayuné antes de salir.

No quiso dar otro disgusto a Gora. Sabía que aún no había sido perdonado del todo, y el verse distanciado de Gora le apenaba. Sacando una navaja del bolsillo, empezó a pelar patatas.

Al cabo de un cuarto de hora, volvió a la planta baja. Gora y Abinash habían salido juntos. Binoy estuvo un rato pensativo; luego, cogió el periódico y, distraído, se puso a recorrer con la vista las columnas de anuncios.

Después de la comida de mediodía, sintió de nuevo deseo de hablar con Gora, hasta entonces, nunca dudó en humillarse ante su amigo; pero aunque el orgullo no estorbaba sus actos, la dignidad de su amistad tenía, también, sus exigencias. Ciertamente, comprendía que fue desleal al iniciar aquella intimidad con Paresh Babu, y por eso estaba dispuesto a soportar los sarcasmos y reproches de Gora; pero la repulsa era superior a todo lo que él había temido. A poca distancia de su casa, Binoy volvió sobre sus pases; no osaba ir nuevamente a casa de Gora, por temor a que su amistad sufriera nuevos insultos.