CAPÍTULO VIII

Después de salvar aquella última barrera, Binoy se sintió inundado por un nuevo sentimiento de rebeldía. Al salir de la casa, le pareció flotar en el aire; apenas sentía el suelo bajo sus pies. Hubiera querido decir a cuantos encontraba a su paso que, por fin, estaba libre de las ataduras que le habían tenido sujeto por tanto tiempo.

Al pasar por delante del número 78, encontró a Paresh Babu que venía en dirección contraria.

—Pasa, pasa —dijo Paresh Babu—. Encantado de verte, Binoy Babu.

Le introdujo en su gabinete, cuyas ventanas daban a la calle. El mobiliario de la pieza consistía en una mesita con un banco de madera, a un lado, y dos sillas de junco, al otro. De una de las paredes, colgaba una estampa de Cristo en colores y, de otra, una fotografía de Keshub Chandra Sen. Sobre la mesa había varios periódicos cuidadosamente doblados y, encima de los periódicos, un pisapapeles de plomo; en un rincón, una pequeña biblioteca en cuyo estante superior se encontraban las obras completas de Theodore Parker; encima de la biblioteca, un globo cubierto con un paño.

Binoy tomó asiento, y el corazón empezó a latirle agitadamente al pensar que en cualquier momento, por la puerta situada a su espalda, podría entrar cierta persona…

Sin embargo, en aquel momento, Paresh Babu decía:

—Todos los lunes, Sucharita va a dar clase a la hija de un amigo mío. Como en la casa hay un niño de la misma edad que Satish, éste la acompaña. Precisamente ahora vuelvo de allí. Si me hubiera entretenido un poco más, tal vez no nos hubiésemos visto.

Al oír la noticia, Binoy sintió a la vez alivio y desilusión.

Pero era agradable charlar con Paresh Babu, y en el curso de la conversación Binoy no tardó en revelarle toda su vida: que era huérfano, que sus tíos vivían en el campo, administrando ciertas propiedades, y que él había estudiado con sus dos primos, uno de los cuales estaba establecido como abogado en aquel distrito y el más joven había muerto de cólera. Su tía alimentaba la ambición de hacer de Binoy un magistrado; pero Binoy no se sentía atraído por la profesión, y se pasaba el tiempo en inútiles tareas.

Así transcurrió casi una hora. Quedarse más tiempo hubiera sido poco correcto; Binoy se puso en pie y dijo:

—Lamento no haber visto a mi amigo Satish. Decidle, por favor, que estuve aquí.

—Si esperas unos minutos podrás verles —respondió Paresh Babu—. No tardarán.

Binoy sintió escrúpulos de aprovecharse de aquellas frases de cumplido. Por poco que Paresh Babu hubiera insistido, Binoy se hubiese quedado; pero el anciano era hombre de pocas palabras y no le gustaba presionar a la gente para que obrara en contra de su voluntad. Así, pues, Binoy tuvo que despedirse. Paresh Babu le dijo solemnemente.

—Me producirá gran alegría verte de vez en cuando, si deseas visitarnos.

Binoy no tenía nada urgente que hacer en casa. Escribía para los periódicos y todos alababan la pureza de su inglés; pero llevaba varios días sin haber podido concentrarse. Cada vez que se sentaba ante las cuartillas, su imaginación empezaba a divagar. Por eso, sin motivo, se encaminó en dirección opuesta a la de su domicilio.

Apenas había andado unos pasos cuando oyó que una voz chillona e infantil le llamaba.

—¡Binoy Babu! ¡Binoy Babu!

Al levantar la vista vio a Satish que le hacía señas desde un coche de alquiler. A su lado distinguió un sari y la manga de un justillo blanco, por lo que no le fue difícil sospechar quién era la otra persona que ocupaba el carruaje.

De acuerdo con las reglas de la etiqueta bengalí, Binoy no podía mirar al interior del coche; pero, al momento, Satish saltó al suelo y, cogiéndole de la mano, suplicó:

—Entra en la casa, Binoy Babu.

—¡Pero si acabo de salir de ella!

—Como yo no estaba tienes que volver a entrar —insistió Satish.

Binoy no pudo resistirse a las súplicas del muchacho, que entrando en la casa con su prisionero, gritó:

—¡Padre! He vuelto a traer a Binoy Babu.

El anciano salió a la puerta de su gabinete y sonrió:

—Has caído en manos fuertes, Binoy Babu. Esta vez no te escaparás fácilmente. Satish, sal a buscar a tu hermana.

Binoy entró en la habitación, con el corazón en un puño.

—Estás sin aliento —observó Paresh Babu—. Ese Satish es de cuidado.

Cuando el pequeño volvió acompañando a su hermana, lo primero que notó Binoy fue un delicado perfume. Luego, oyó decir a Satish Babu:

—Radha, está aquí Binoy Babu. Te acuerdas de él, por supuesto.

Cuando Binoy levantó tímidamente los ojos, vio a Sucharita inclinarse y tomar asiento en una silla situada frente a él. Esta vez no omitió devolver el saludo.

—Sí —dijo Sucharita—. Binoy Babu pasaba por la calle y tan pronto Satish lo vio saltó del coche y le capturó. Espero que no te haya molestado, Binoy Babu; tal vez tengas prisa.

Binoy no se habría atrevido a esperar que Sucharita le dirigiese la palabra personalmente. Se quedó tan atónito que sólo supo decir:

—No; no me ha molestado. No tenía nada que hacer.

Satish tiró a su hermana de la ropa y le dijo:

Didi, dame la llave, por favor. Quiero enseñar nuestra caja de música a Binoy Babu.

Sucharita se echó a reír.

—¡Vaya! ¿Ya empezamos? Los amigos del señor Cháchara no saben lo que es la paz. En primer lugar, tienen que escuchar la caja de música, y no hablemos de las restantes pruebas y tribulaciones. Binoy Babu, te advierto que las exigencias de tu joven amigo son ilimitadas. Dudo mucho que puedas soportarlas.

Binoy era incapaz de contestar a Sucharita con la misma naturalidad con que ella le hablaba. Trataba por todos los medios de ocultar su turbación; pero lo único que logró fue decir, entrecortadamente:

—No… no, no. De ningún modo…, por favor, no digas… Me gusta…

Satish cogió las llaves que le daba su hermana y, a los pocos momentos, reapareció con su caja de música. Ésta consistía en un estuche de cristal en cuyo interior había un barquito que descansaba sobre las olas de seda. Cuando se le daba cuerda, el barco cabeceaba al compás de una musiquilla. Los ojos de Satish iban del barco a Binoy y nuevamente al barco. Apenas podía contener la excitación.

Y así como Satish ayudó a Binoy a vencer su timidez. Poco a poco, fue atreviéndose a mirar a Sucharita cuando le dirigía la palabra.

Al poco rato, entró Lila, una de las hijas de Paresh Babu, y les dijo:

—Dice mi madre que subáis todos a la terraza.