Cuando Gora y Binoy se disponían a abandonar la azotea, apareció la madre de Gora. Binoy la saludó respetuosamente, cogiéndole el polvo de los pies.
Por su aspecto, Anandamoyi no parecía madre de Gora. Su figura era esbelta y bien formada, y aunque su cabello empezaba a encanecer, todavía no se le notaba. A primera vista, parecía tener menos de cuarenta años. Las líneas de su rostro eran suaves y delicadas, como cinceladas cuidadosamente por la mano de un maestro. Su sobrio contorno estaba exento de toda exageración y su rostro reflejaba inteligencia. Tenía la tez oscura, completamente distinta de la de su hijo. Y algo que llamaba la atención de quienes la conocían era que con el sari llevase corpiño. En aquella época, a pesar de que algunas jóvenes modernas habían adoptado esta prenda, las damas de la vieja escuela consideraban el corpiño como cosa sospechosa de cristianismo. El marido de Anandamoyi, Krishnadayal Babu, ocupó un cargo en el Comisariado, y Anandamoyi pasó la mayor parte de su vida fuera de Bengala. Por eso no creía que cubrirse el cuerpo debidamente fuera causa de risa o de bochorno. A pesar de su afición a las faenas caseras, desde fregar los suelos y lavar la ropa hasta coser, zurcir y llevar las cuentas de la casa, y de interesarse por el bienestar de su familia y de sus vecinos, nunca parecía abrumada por el trabajo.
Anandamoyi contestó al saludo de Binoy diciendo:
—Cuando la voz de Gora baja hasta nosotros, entonces podemos afirmar que ha venido Binu. Hacía tantos días que la casa estaba silenciosa, que ya me preguntaba qué habría sido de ti, hijo. ¿Por qué has estado tanto tiempo sin venir? ¿Estuviste enfermo?
—No, madre —respondió Binoy, algo turbado—, no estuve enfermo. Pero ha llovido mucho últimamente.
—Sí, y cuando pasen las lluvias, Binoy pretextará qué hace sol. Si les echas la culpa a los elementos externos, ellos no se defenderán, pero la verdadera razón está en el interior de tu conciencia.
—¡Qué tonterías dices, Gora!
—Tienes razón —dijo Anandamoyi—; Gora no hubiera debido decir eso. Nuestro ánimo está unas veces sociable y otras decaído; no puede estar siempre igual. Y por eso no hay que hacer reproches. Anda, ven a comer algo a mi habitación, Binoy. Tengo tus dulces favoritos.
Gora negó violentamente con la cabeza.
—No, no, madre, eso no, por favor. No puedo consentir que Binoy coma en tu habitación.
—No seas absurdo, Gora. A ti nunca te lo pediría.
Y en cuanto a tu padre, se ha vuelto tan ortodoxo que se obstina en comer únicamente lo que él se prepara. Pero Binu es mi niño querido; no es ningún fanático como tú. No querrás prohibirle que haga algo que él considera legítimo.
—Sí, e insisto en ello. Es imposible comer en tu habitación mientras conserves a esa criada cristiana en casa —insistió Gora.
—¡Oh!, Gora, tesoro, ¿cómo puedes decir eso? —exclamó Anandamoyi, apenada—. ¿Acaso no has tomado tú la comida de su mano? Ella fue quien te crió. Y hasta hace poco no sabías comer sin el chutney preparado por ella. Además, no puedo olvidar que con sus cuidados te salvó la vida cuando tuviste la viruela.
—Pues pásale una pensión —dijo Gora con impaciencia—, cómprale tierras, constrúyele una casita; pero no la tengas aquí, madre.
—Gora, ¿crees que todas las deudas se pueden saldar con dinero? Ella no quiere tierras ni dinero; lo único que quiere es verte a ti, o de lo contrario, moriría.
—Bueno, consérvala si quieres —dijo Gora con resignación—, pero Binoy no puede comer en tu habitación. Los preceptos de las escrituras deben ser acatados. Madre, me sorprende que tú, la hija de un insigne pandit, descuide nuestras costumbres ortodoxas. Esto es algo…
—¡Oh, Gora!, no digas tonterías —sonrió Anandamoyi—. Hubo un tiempo en que esta madre tuya observaba rigurosamente todas las costumbres. ¡Y a costa de muchas lágrimas! ¿Dónde estabas tú, entonces? A diario adoraba el emblema de Shiva, que había hecho con mis propias manos, y tu padre me lo quitaba, furioso, y lo arrojaba lejos. En aquella época, hasta me daba reparo comer arroz cocido por un brahmán cualquiera. Entonces había pocas vías férreas, y más de un largo día tuve que ayunar, mientras viajábamos en carreta, en camello o en palanquín. Tu padre se granjeó la estima de sus jefes ingleses a causa de su poco ortodoxa costumbre de viajar siempre con su esposa; por eso le ascendieron y pudo ocupar un puesto en las oficinas centrales, en lugar de tener que estar siempre viajando. Pero no creas que le fue fácil hacerme abandonar mis costumbres ortodoxas. Ahora, retirado y con ahorros, se ha vuelto ortodoxo e intolerante. Pero yo no puedo seguirle en sus bruscos virajes. Todas las costumbres de siete generaciones de antepasados míos fueron arrancadas una a una. ¿Crees que pueden replantarse ahora, sin más ni más?
—¡Está bien, está bien! —contestó Gora—, dejemos a los antepasados. Ellos no protestan. Pero por consideración hacia nosotros debieras avenirte a ciertas cosas. Aunque no observes las escrituras, deberías respetar las opiniones de tus seres queridos.
—¿Es preciso que me las recuerdes con tanta insistencia? —preguntó Anandamoyi con expresión de fatiga—. ¿Qué satisfacción puedo encontrar en discutir a cada paso con mi marido y mi hijo? Pero, ¿sabes que fue el día en que te tuve en mis brazos por primera vez cuando me aparté de todas las conveniencias? Cuando estrechas a una criatura contra tu pecho, entonces comprendes que en este mundo no nacemos con castas. Y en aquel momento intuí que si miraba con desprecio a algún semejante por ser de casta inferior o por ser cristiano, Dios se te llevaría de mi lado. «Quédate en mis brazos y conviértete en la luz de mi hogar —supliqué—, y beberé el agua en las manos de cualquiera.»
Al oír las palabras de Anandamoyi, Binoy experimentó, por primera vez, una ligera inquietud y se volvió rápidamente a mirar a Gora. Pero el momento rechazó la duda.
También parecía perplejo.
—Madre —dijo—, no sigo tu razonamiento. Los niños no encuentran dificultad en vivir y crecer en el hogar de los que obedecen las escrituras. ¿Qué te hizo pensar que Dios fuera a hacer contigo una excepción?
—El mismo que te dio a mí, me inspiró, también, esta idea —contestó Anandamoyi—. ¿Qué podía hacer yo? ¡Oh, mi niño loco! A causa de tus tonterías, no sé si reír o llorar. Pero, en fin, dejemos eso. Quedamos en que Binoy no debe comer en mi habitación. ¿Es tu última palabra?
—Si le dejase, saldría disparado como una flecha —rió Gora—. ¡Apetito no le falta! Pero no le dejo, madre. Es hijo de un brahmán. No estaría bien que le hiciéramos olvidar sus responsabilidades por unos dulces. Tendrá que sacrificarse mucho y aprender a dominarse con extremado rigor antes de hacerse digno de su glorioso legado. Pero, madre, no te enfades conmigo. Te suplico que me des el polvo de tus amados pies.
—¿Y por qué había de enfadarme? Deja que te diga que no sabes lo que haces. Es pena mía eso que llamas tu religión. Aunque no quieras comer en mi estancia, me basta tenerte conmigo mañana y tarde. Binoy, hijo, no estés triste. Eres demasiado sensible; crees que me siento herida, y no es verdad. No te aflijas, otro día te invitaré y haré preparar tu comida por brahmán. En cuanto a mí, os notifico que pienso seguir tomando el agua de manos de Lachmi, aunque sea cristiana.
Y con estas palabras bajó de la terraza.
Binoy se quedó silencioso unos instantes. Luego, se volvió y dijo, lentamente:
—¿No es ir demasiado lejos, Gora?
—¿Quién va demasiado lejos?
—Tú.
—No; en absoluto. Yo sostengo que cada uno de nosotros debe mantenerse dentro de sus límites; si cedes, aunque no sea más que la punta de un alfiler, nadie sabe dónde acabarás.
—¡Pero es tu madre!
—Sé lo que es una madre —contestó Gora enfáticamente—, no es necesario que me lo recuerdes. ¿Y cuántos hay que tengan una madre como la mía? Pero si un día falto al respeto a la tradición, quizá termine por faltarle a ella, también. Binoy, escucha lo que voy a decirte: el corazón es cosa muy buena, pero no es lo mejor.
Después de una pausa, Binoy dijo, dudando:
—Gora, al oír a tu madre he sentido inquietud. Creo que en su mente hay algo que no puede explicarnos y que la atormenta.
—¡Ah, Binoy! —exclamó Gora con impaciencia—. No dejes volar la imaginación. No sirve de nada, y te hace perder tiempo.
—Tú nunca reparas en lo que ocurre a tu alrededor; desechas todo aquello que no alcanzas a ver diciendo que son figuraciones. Pero muchas veces he creído comprender que tu madre tiene un secreto en su corazón, algo que no encaja en el mundo que la rodea y que llena de tristeza su vida. Gora, deberías prestar más atención a sus palabras.
—Presto atención a todo lo que el oído puede percibir; si no profundizo más es porque temo engañarme.