No sólo en el caso de los puentes resulta exacto el dicho de que «si lo haces mal te toca hacerlo dos veces»: también en el caso de los túneles, aunque la verdad es que no se ha dado esa situación en ningún túnel importante. Pero imaginemos. Empezar un túnel es sencillo: se decide dónde empieza y, con o sin ceremonia, se empieza a excavar.
Para entonces debemos tener una idea precisa de dónde esperamos que salga la excavadora por el otro lado de la montaña y resulta muy tentador empezarlo por los dos extremos a la vez: se tarda la mitad, porque el factor limitante de los trabajos en los túneles es que sólo se puede excavar en el punto de avance, y cada vez hay que sacar los escombros a mayor distancia y por el túnel que se está haciendo.
Entonces aparecen los problemas. El punto de entrada y el de salida del túnel se pueden precisar por medidas topográficas, midiendo distancias a los picos de los alrededores, a los campanarios de los pueblos cercanos y, en los últimos años, incluso apelando al GPS. Pero en cuanto nos metemos en el agujero, todas esas referencias desaparecen y para saber por dónde vamos, la única opción es ser en extremo precisos en nuestro avance, aunque en una obra como esta, hasta el advenimiento del láser y los giróscopos de precisión, un error de unos centímetros en cien metros era inevitable.
Pensemos que estamos manejando maquinaria de grandes dimensiones y, por lo tanto, bastante imprecisa. Y esas desviaciones pueden suceder en direcciones contrarias en los dos frentes de excavación que avanzan uno hacia el otro a través de la montaña. Ahí es donde se hace comprensible lo que uno de los profesores que nos enseñó topografía solía decir acerca de la precisión en las medidas: «Si lo haces bien, obtienes un túnel; si lo haces mal, acabas excavando dos túneles completos, pero no te felicitan por ello».
No hay grandes pifias en esta rama de la ingeniería, pero sí que hay muchos túneles, muchos, sobre todo los anteriores al último cuarto del siglo XX, que tienen a su mitad un pequeño zigzag, o un suave badén, algo que a veces sólo se nota en el techo, una irregularidad donde se conecta una mitad del túnel con la otra, pues, cuando uno y otro frente se alcanzaron, resulta que habían acumulado un error de unos palmos en un sentido o en otro.
Por eso los grandes túneles, como el del Canal de la Mancha o el de Seikan en la isla japonesa de Hokkaido (cincuenta y tres kilómetros, casi todo bajo el mar) son unas obras admirables. Y por eso también, los últimos metros se excavan casi a mano, sin aprovechar las macroexcavadoras que a la vez que hacen el agujero lo van cubriendo de placas de hormigón: así es posible corregir errores de unos cuantos centímetros al hormigonar el empalme final, porque esos centímetros son inevitables: ya es bastante con acertar después de veinte kilómetros en un área de pocos metros, no se puede pedir más puntería.